En estas fechas en las que se recuerda la muerte del dictador Francisco Franco, que modificó el curso de la historia de nuestro país hacia un lodazal de largo aliento, también sería bueno preguntarse dónde estamos, como ciudadanos, en el proceso de reivindicación de la democracia, de la memoria democrática.
Porque atravesamos un espacio de turbulencias que agitan el elemento fundamental de convivencia por el que se luchó durante el proceso de la transición española, un momento en el que las generaciones que han vivido en la paz y la estabilidad social airean una crítica a los sistemas políticos desde los que se está gobernando, con un enaltecimiento de los fascismos en las calles de Madrid, con cánticos que evidencian un acercamiento preocupante hacia grupos de acción social muy adheridos a las proclamas franquistas. Quizá sean pocos, pero son.
Así las cosas, las leyes surgidas para enmarcar la memoria democrática, vinculadas también a presupuestos para mover la tierra de las fosas comunes donde los republicanos españoles reposan, es un hito dentro de los compromisos del Gobierno para mantener vivo el recuerdo de los años más duros, de la dictadura más atroz y de los instantes de dolor de las familias que buscan con ahínco los restos de sus familiares.
Para dotar de dignidad a nuestra historia es necesario fomentar la memoria, también la de los republicanos caídos por defender sus ideales, y fomentarla desde la participación de todas las personas en un discurso que hable de solidaridad y de dignidad, de unión y de comprensión; pero también de verdad como el elemento fundamental para comprometernos como sociedad en construcción.
He visto La bala, la nueva película dirigida y protagonizada por Carlos Iglesias, en la que se habla de la memoria histórica para acercarnos problemas morales clave en nuestra sociedad, el protagonismo de lo simbólico y el ruido en el debate social sobre vencedores y vencidos, la polarización en una España acrecentada por sus males, los valores y los vínculos con la verdad de los republicanos y los alistados a la División Azul para combatir el comunismo.
La tesis que defiende Iglesias es muy sencilla, porque tiene que ver con la idea de que saber la verdad lleva a descubrir una visión diferente de lo imaginado. La clase burguesa de derechas tiende a querer ignorar porque lo que puede descubrir no concuerde con sus ideas o con sus valores. Es en este sentido donde cuelga el análisis de “La bala” y que ahora dejo a la opinión, después del visionado, de quien esto lee.
Esa es la vital importancia de las leyes surgidas en torno a la memoria democrática: Mantener vivo el espíritu de nuestra verdad, por mucho que a algunos les duela
Pero lo importante de este discurso es ser capaces de analizar dónde estamos como sociedad y desde dónde venimos, qué valores tenemos ahora y de qué manera estos son los posos de nuestra historia reciente. Porque somos hijos de la democracia, pero también nietos de los que lucharon por defender la República, y, posiblemente, padres y madres de no se sabe qué desarrollo evolutivo posible.
La memoria histórica pone de manifiesto un espacio para la reflexión, que reivindique un tiempo de renuncia y de hallazgo. Los jóvenes que gritan el “Cara al sol” con el brazo alzado en saludo fascista por las calles de Madrid son el foco desde donde iluminar un problema social de gran calado, un tiempo en el que se están desarrollando –y permeando de manera sustancial– unas ideas que tapan los procesos de memoria democrática para llevarnos por la senda de una debilidad intelectual que sea magma para la producción de comportamientos fascistas, de grupos activos que reivindican a Franco como máximo exponente de una nueva España.
El personaje interpretado por Eloísa Vargas en La bala, una vez descubierta la verdad sobre la ideología de sus antepasados y la actitud de su abuelo en la guerra civil, dice algo muy elocuente en un bello diálogo de afirmación de clase social: “Eso es lo que no nos conviene ser”. No conviene ser hijo o nieta de rojo, de la misma manera que no conviene saber la verdad; no conviene perder una dignidad familiar forjada por un estatus de clase porque la memoria histórica aporte una evidencia que rompe con los valores forjados en el seno de esa familia. ¿Cuántos de los chicos y chicas que proclaman en las calles discursos fascistas podrían encontrar, a poco que rascaran en su historia, ese compromiso con la verdad? La verdad que no les gustaría encontrar. Su propia memoria forjada por la lucha ideológica y vital de sus antepasados.
Esa es la vital importancia de las leyes surgidas en torno a la memoria democrática: Mantener vivo el espíritu de nuestra verdad, por mucho que a algunos les duela.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.
En estas fechas en las que se recuerda la muerte del dictador Francisco Franco, que modificó el curso de la historia de nuestro país hacia un lodazal de largo aliento, también sería bueno preguntarse dónde estamos, como ciudadanos, en el proceso de reivindicación de la democracia, de la memoria democrática.