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Plaza Pública

Carmena y la Virgen de la Paloma

Antonio Gómez Movellán Juanjo Picó

A Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, le encantan los boatos y celebraciones que organizan las confesiones religiosas, en particular la iglesia católica. Se vuelca en ello y participa de forma activa, en ocasiones acompañada por su admirado arzobispo de Madrid Carlos Osoro, en todos los ritos y liturgias religiosas que proliferan en nuestro calendario festivo: ya sea en los actos de la Virgen de la Almudena, en los de San Isidro, en los de la Virgen de la Paloma, y en otros similares. También, desde que llegó a la alcaldía, está persiguiendo un posado de fotos con el papa Francisco y con el más devaluado Dalai Lama; en Navidad organiza cenas para pobres, al estilo de las películas de Berlanga, con el líder indiscutible del marketing caritativo español, el transversal Padre Ángel, quien ha ido desde oficiar misas a Franco hasta participar en charlas con líderes de la izquierda.

Pero no solamente es la alcaldesa de Madrid la que participa en las liturgias católicas; este país está repleto de cargos públicos, de todo color político y a todos los niveles, sea en alcaldías, concejalías, diputados/as autonómicos, representación de instituciones y un largo etcétera que durante todo el año, y especialmente en el periodo estival, participan en centenas de procesiones, rogativas, imposición de medallas a vírgenes, otorgamientos de varas de mando y nombramientos de alcaldesas perpetuas, misas y otros ritos religiosos, muchos de ellos acompañados por funcionarios de cuerpos diversos de la administraciones, bomberos, policías, bandas municipales, incluso del estamento militar y otros, como en Madrid, el 15 de agosto, con el curiosísimo y estrafalario descenso del lienzo de la Virgen de la Paloma.

En otros lugares, como en Cantabria, se ha llegado al ridículo de fomentar peregrinaciones que estaban totalmente en decadencia, como el llamado Año Santo Lebaniego, donde incluso se han creado sociedades públicas para gestionar estos eventos ya que, todo este boato católico, tiene su derivada en los costes que suponen su celebración al erario público. El ridículo mayor lo hizo Miguel Ángel Revilla, que llevó a Santander, el año pasado, para promocionar el Año Santo Lebaniego, a Enrique Iglesias y todavía los santanderinos están esperando saber cuánto costó esta patochada.

Ante esta situación, cuando los representantes públicos participan, sin el menor rubor, en estas liturgias, seguir afirmando que estamos en un Estado aconfesional es, por lo menos, contradictorio.

Muchos de estos cargos públicos, para justificar lo injustificable, disfrazan su participación y la de la institución que representan como una obligación de presencia en una tradición popular o por considerar que tales eventos tienen un carácter cultural y no religioso. En general, si se estudian estas liturgias y celebraciones religioso-festivas veremos que la mayoría no tienen más allá de dos siglos y generalmente están unidas a la creación de un imaginario social ultrareaccionario frente al avance del liberalismo y la modernidad. Es el caso de la Virgen de la Paloma, una imagen de devoción popular y siempre muy protegida por la monarquía católica española, que en sus orígenes es escondida por miedo, primero, al liberalismo y la Ilustración, después a Napoleón y finalmente a los republicanos. Por eso, la escenificación de colgar y descolgar el lienzo de la Virgen conlleva un significado de protección. Se descuelga el lienzo y se esconde entre el pueblo, como medida de precaución cuando llegan las olas de progresismo, liberalismo o republicanismo para, después, cuando se producen las restauraciones monárquicas, tradicionalistas y católicas, volver a colocarlo en la basílica.

La asistencia y participación activa por parte de Manuela Carmena y otros cargos públicos en estas liturgias católicas tiene mucho de populismo buscando réditos electorales.

En contraposición a estas actitudes, hay un número significativo de nuevos alcaldes y alcaldesas que intentan impulsar el laicismo en las instituciones públicas. Es el caso del alcalde de Santiago de Compostela, Martiño Noriega, del grupo político En Marea, que nunca ha asistido a la fiesta patronal del apóstol patrón de España, manteniéndose en su postura pese a las presiones. O en otros muchos Ayuntamientos como los de Valencia, Gijón, Rivas-Vaciamadrid, que han suscrito acuerdos para adherirse a la Red de Municipios por un Estado Laico. O muchísimos otros cargos públicos que, en coherencia con los idearios de sus partidos políticos, promueven el laicismo institucional y la libertad de conciencia. No está siendo este el caso del Ayuntamiento de Madrid, ni por parte del equipo de gobierno de Ahora Madrid ni por su alcaldesa Manuela Carmela, que siguen participando en un sinfín de actos confesionales en nombre de todos los madrileños en clara contradicción con su propio compromiso electoral cuando de forma explícita la alcaldesa afirmó, en la campaña electoral, que no asistiría a ningún acto confesional.

Algunos pensaran que todo esto es sólo algo simbólico, que no tiene tanta importancia, pero la adopción institucional de una simbología religiosa, principalmente católica, suele ir también unida a la defensa y no cuestionamiento del statu quo dominante en la ciudad en ámbitos como la economía, el urbanismo o los servicios públicos. __________________Antonio Gómez Movellán y Juanjo Picó son miembros de la Junta Directiva de Europa Laica 

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