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La centralidad de los valores democráticos de la UE en la agresión de Putin a Ucrania

Eduardo García Cancela

Como todo líder autoritario, bajo las retóricas con las que disfraza cada uno de sus movimientos, como amenazas de seguridad o supuestas legitimidades históricas, subyace su propia supervivencia política

Tres semanas después de la agresión de Vladimir Putin a Ucrania se siguen repitiendo premisas cuestionables en algunos análisis publicados en prensa. Ante lo que supone una injustificable invasión a gran escala de un Estado soberano a través de la violación flagrante del derecho internacional, crímenes de guerra y de lesa humanidad, hay que alejarse de argumentos que sirven a Putin de cortina de humo, ya sea porque son fabricados o porque son cuestiones que, aun siendo relevantes, son secundarias. También se destaca poco el papel que juega la Unión Europea.

Ni lógica, ni Guerra Fría

En primer lugar, la magnitud de la agresión de Rusia a Ucrania era impredecible, teniendo en cuenta la propia estrategia de política exterior que Putin venía desarrollando desde el año 2000. Mientras la motivación del ataque sí se mantiene, boicotear el avance democrático de los estados de la antigua URSS, el alcance es inédito. Una Ucrania plenamente democrática, algo que no se había alcanzado, pero para lo que se habían dado pasos firmes, es un gran peligro para Putin. No porque vaya a ingresar en la OTAN y a atacar Moscú, sino porque su hipotético éxito de la democracia haría inevitable que el pueblo ruso lo comparase con el régimen autoritario en Rusia y exigiese cambios a Putin, o incluso su propia salida. Como todo líder autoritario, bajo las retóricas con las que disfraza cada uno de sus movimientos, como amenazas de seguridad o supuestas legitimidades históricas, subyace su propia supervivencia política.

Sin embargo, con la agresión del 24 de febrero, Putin rompe con su propia estrategia exterior, pasando de ataques limitados a través de la creación y mantenimiento de los denominados conflictos congelados, a una invasión a gran escala. Y lo hace a cambio de nada. Si Rusia quería aumentar su margen de maniobra para presionar y ejercer su influencia en Ucrania, le habría bastado con un conflicto localizado en el Donbas. En cambio, una agresión a gran escala no solo no maximiza su influencia, sino que le perjudica en todos los frentes –sanciones más duras, aislamiento internacional, mayores dificultades logísticas y militares y fortalecimiento de sus principales adversarios–, como la Unión Europea.

Asimismo, el marco de la Guerra Fría no sirve para entender la situación, por varios motivos. Primero, porque no reconoce la importancia de la Unión Europea, a la que Putin ha querido debilitar y deslegitimar como interlocutor en el conflicto precisamente porque es el actor que impulsa las reformas democráticas en países como Ucrania, Georgia o Moldavia. En segundo lugar, porque ni Rusia es la Unión Soviética ni ocupa el lugar de superpotencia que tenía ésta hace cuatro décadas. Aun teniendo el territorio más extenso del mundo y privilegiado acceso a recursos fósiles, su aportación al PIB mundial no es correspondiente. Además, las sanciones económicas que se han impuesto no tendrían impacto si siguiésemos en un mundo dividido en bloques y sin interdependencia. Por último, Rusia no se encuentra en posición de liderar ningún bloque, al verse en una posición claramente marginada, como muestra la resolución del 2 de marzo en la Asamblea General de las Naciones Unidas o la matización de posiciones de aliados que se le presuponían inicialmente, como China o incluso Venezuela.

Discursos que blanquean a Putin

Una de las narrativas del Kremlin que más está calando en la opinión pública es la de que Ucrania está gobernada por nazis, acusando directamente a su presidente de violencia institucional contra la población ruso parlante. Respecto a esto, en primer lugar, condenar los ataques de la extrema derecha neonazi en Ucrania no puede servir para justificar aspiraciones, por legítimas que pudiesen ser –y en este caso no lo son– que se persigan fuera del marco del derecho internacional. Segundo, no estamos ante un caso de violencia institucional instigada por el estado ucraniano. De hecho, el presidente Zelenski es judío y ruso parlante, y la ultraderecha, a través del partido Svoboda, tan solo tiene un asiento de 450 en la Duma de Kyiv. Y, por supuesto, no se puede pasar por alto que la población civil ruso parlante en Ucrania está siendo objeto de ataques despiadados por parte de Rusia, que está desarrollando gran parte de su ofensiva en ciudades como Járkov.

Al mismo tiempo, ciertos discursos vacíos del “no a la guerra”, o que rechazan rotundamente el envío de armas, niegan el derecho a la legítima defensa de Ucrania y equiparan a ambas partes como responsables del conflicto. De igual manera, las llamadas a que se acepte, sin quererlo Ucrania, la Finlandización o el estatuto de neutralidad exigido por Rusia, además de partir de premisas neocoloniales al ignorar la voluntad de un Estado soberano y coartar la libertad del pueblo ucraniano para decidir su propio futuro, también animaría a Putin a repetir la misma estrategia en otros países como Moldavia o Georgia.

El fortalecimiento de la Unión Europea es inesperado, pero no fortuito

Pese a los intentos de Putin de debilitar a la Unión Europea, la respuesta de la UE a la agresión rusa no tiene precedentes, por su contundencia, unidad e inmediatez. Se está produciendo una aceleración de avances federales en materia de política exterior y de seguridad con hitos tan significativos como el replanteamiento en Dinamarca a su cláusula opt-out de exclusión en este ámbito. Asimismo, la agresión ha logrado que Ucrania, Georgia y Moldavia soliciten formalmente ser considerados candidatos a la adhesión a la UE. Esto es reflejo de una Política Europea de Vecindad que viene desarrollándose desde 2003 y que ha logrado impulsar cambios en los países vecinos del Este. 

La resiliencia del pueblo ucraniano, resistiendo a duras penas contra un ejército muy superior en defensa de su libertad y de su proyecto de país democrático, es muestra de ello. También la ejemplar actuación del gobierno moldavo acogiendo a cientos de miles de refugiados y abanderando los valores europeos. Estos valores deben ser los que continúen guiando la política exterior de la UE, brindando su apoyo, ahora más que nunca, a la sociedad civil democrática en Rusia y Belarús que rechaza la invasión, y condenando firmemente la rusofobia.

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Eduardo García Cancela es doctorando en Relaciones Internacionales en la UCM y Vicepresidente de Jóvenes del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo

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