Escuchar, sumar, organizar

Juan Manuel Aragüés Estragués

A la espera de que el proyecto encabezado por Yolanda Díaz comience a dar sus primeros pasos, bueno será que quienes consideramos imprescindible un proceso de acumulación de fuerzas de la izquierda española y hemos participado en cuantas iniciativas de este tipo se han dado, desde las ya lejanas Mesas de Convergencia hasta las experiencias municipalistas de los comunes, aportemos alguna consideración al respecto a la luz de la experiencia de estos últimos años.

Las matemáticas solo son una ciencia exacta cuando se desarrollan en el campo de la abstracción. En el momento en el que las traemos al mundo real, comienzan a aparecer los matices porque la vida se infiltra en ellas y las vuelve mundanas. A veces, la divisiones no son tan exactas como el modelo aconseja (cuando toca repartir dos pollos entre dos personas, en nuestras sociedades capitalistas suele ser ley que aquel que tiene menos escrúpulos acabe comiéndose hasta la piel de los dos pollos), o las sumas no acaban de sumar lo que debieran. Los ejemplos de esto último, en el ámbito político al que se dirige el análisis, son reiterados; el más cercano, las elecciones andaluzas. Porque no solo hay que sumar, sino hacerlo bien, introduciendo en la operación no solo la fría aritmética, sino toda la gramática de sentimientos, sensibilidades y deseos que acompañan a lo político y que en el campo de la izquierda se caracterizan por una extrema complejidad. La ilusión, ingrediente fundamental de una política exitosa, no se decreta ni se construye solamente con un documento firmado por diferentes fuerzas políticas.

No solo hay que sumar, sino hacerlo bien, introduciendo en la operación no solo la fría aritmética, sino toda la gramática de sentimientos, sensibilidades y deseos que acompañan a lo político.

Parece enormemente razonable que un proyecto de construcción de carácter plural comience por un proceso de escucha. La izquierda siempre ha luchado por conseguir la voz (y el voto, que es otra forma de voz), pues el poder, desde tiempos inmemoriales, se ha construido sobre el silencio del pueblo, como se puede ver en el famoso episodio de Tersites del canto II de la Ilíada de Homero, en el que Ulises reprime por la fuerza el intento del plebeyo de hablar en la asamblea de los reyes. Pero una vez que hemos conseguido, en un largo y arduo proceso de luchas, mal que bien, la voz, nos hemos olvidado de la otra parte de la operación, la escucha, y hemos convertido la política en un monólogo de líderes hacia una militancia enmudecida. Las traumáticas experiencias sociales que venimos experimentando en los últimos años han generado numerosas heridas que deben ser atendidas con cuidado desde un discurso, el de Sumar, que se quiere plural, de ahí que la atenta escucha resulte imprescindible para calibrar dónde estamos. Porque, para hacer política, es imprescindible saber dónde se está, y no elucubrar sobre dónde nos gustaría estar.

Me permito añadir que ese proceso de escucha debe llevar aparejado otro de traducción en el que seamos capaces de descubrir intereses semejantes expresados con lenguajes diferentes. Spinoza, allá por el siglo XVII, ya nos advertía de que muchos de los conflictos que se producen entre los seres humanos tienen como origen la incomprensión como consecuencia de utilizar las mismas palabras en sentido diferente. Ni utilizar las mismas palabras quiere decir que se esté diciendo lo mismo (la palabra democracia cambia de sentido según la boca que la pronuncia), ni utilizar palabras distintas supone que estemos hablando de cosas diferentes (llamar al capitalismo "estructura de pecado" como hacía un sacerdote al que dirigí la tesis no es distinto de calificarlo de explotador e injusto).

Escuchar y traducir como condiciones para Sumar. Y organizar como consecuencia. Si algo debemos reprocharnos del ciclo político que nace en el 15-M ha sido la incapacidad para organizar el descontento social. Sí, hemos creado muchas organizaciones, pero con una vocación casi exclusivamente electoral, salvo raras excepciones. Y eso provoca una enorme debilidad y acaba generando una ficción política. Unidas Podemos es una clara expresión de lo que digo. Carente de órganos, de estructura, solo remite al nombre de un grupo parlamentario, lo que imposibilita la toma colectiva de decisiones, así como el roce de las militancias de las organizaciones que la componen, lo que lleva a generar inercias partidarias que pueden resultar muy peligrosas. No se trata solo de sumar para crecer electoralmente, sino para, de una vez, generar una amplia estructura política que agrupe a partidos, personas, colectivos que se sientan implicadas e implicados en una tarea común. No cabe duda de que aquí es donde el proyecto de Yolanda Díaz puede encontrar los mayores problemas, por no partir de la base de una alianza de partidos, lo que puede derivar en suspicacias y repliegues, que deberán ser resueltos con paciencia y perseverancia en los objetivos finales. Pero también es esta una de sus mayores virtudes, pues puede suponer una manera de volver a generar ilusión donde la hubo y ahora ha desaparecido. Esperemos que este esfuerzo, en el que mucha gente está decidida a implicarse, a pesar de los múltiples desengaños, no se quede en una mera estrategia electoral y sea el gesto que propicie la construcción de un proyecto amplio, plural, organizado y con presencia efectiva en todos los territorios. Esto, en sí mismo, ya sería una victoria.

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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza y autor de 'Ochenta sombras de Marx, Nietzsche y Freud'.

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