Creer que China será el país hegemónico en el siglo XXI no es sólo una idea de Xi Jinping. Hay realidades, y no sólo económicas, que apuntan a ello. La gran maquinaria del Estado-Partido está empeñada en un desarrollo económico y tecnológico descomunal. Mediante la canalización de recursos e inversiones se van cumpliendo las prioridades marcadas desde la cúspide de este enorme poder político-militar-administrativo. Y ello significa que todo desarrollo industrial y tecnológico pasa, al menos de momento, por las decisiones de este centro neurálgico de poder global.
Poder “global”, en tanto China como país está poniendo las condiciones infraestructurales para que eso sea así. En Occidente y EEUU puede haber grandes grupos financieros y corporaciones, grandes compañías y empresas que poseen esferas de influencia enormes sobre la economía y los medios de vida de muchos países, pero el poder de decisión está cada vez menos en los Estados y más en la fragmentación de intereses sectoriales y particulares, muchas veces en abierta contradicción como se ha visto con Elon Musk y Trump.
China somete a sus empresas, y a todas aquellas que operan en su territorio, al rudo ejercicio de su férrea legalidad. Este control se ha acentuado según los analistas desde la llegada de Xi Jinping al poder. Para analizar el despegue económico del país se puede uno remontar a 1978 con Deng Xiaoping, pero el cambio de una economía manufacturera de exportación a una economía basada en el I+D+i se debe al giro emprendido por Jiang Zemin con su lema "economía de mercado socialista" y su correlato legitimador “Triple representatividad” (campesinado, proletariado y empresarios, como nueva pata de la camaradería comunista impuesta por este mandatario del clan de Shanghai) Pero hay que atribuir al actual Xi Jinping el enorme despliegue que ha colocado a China como potente "competidor estratégico" de EEUU, según G. Biden; o como “enemigo” según Trump. Lo cierto es que, tal como escribiera Diana Roy; “El enfoque de China en el poder blando —incluido el fortalecimiento de los lazos culturales y educativos— ha ayudado a Pekín a generar buena voluntad política con los gobiernos locales y a presentarse como un socio alternativo viable a Estados Unidos y Europa”.
Cuando Xi Jinping estuvo de Secretario del PCCh en Zhejiang (2002-2007) promovió el desarrollo de un “clúster de innovación” apoyado en empresas privadas exportadoras, alentó la creación de parques de ciencia y tecnología, y reformó la financiación de las PYMES tecnológicas. De modo que Zhejiang se convirtió en una de las primeras provincias con planes integrados de I+D y del comercio electrónico. Posiblemente de esa época date la idea de “Un cinturón, una ruta”, pues es en una ciudad de esa provincia, Yiwu, desde donde parte la nueva “ruta”, la nueva rejilla económica global podríamos decir.
Efectivamente, “Un cinturón, una ruta” o “Una franja una ruta”, dependiendo de la traducción, ha sido el gran proyecto lanzado por el actual presidente, propuesto al inicio de su mandato y aún en vías de realización. No sólo es el famoso tren, la “ruta” cubre todos los ámbitos de relación y conectividad. Por un lado, lo que sería “la ruta marítima de la seda” con un plan de implantación e influencia en los puertos de aguas profundas importantes para el comercio mundial. Por otro lado, una banda, “un cinturón” de conexión e influencia económica terrestre. Y en sintonía con ello una constelación satelital.
A estas alturas, China no sólo posee los puertos propios de las costas de China —el de Shanghai es el más importante del mundo—, sino otros grandes puertos de aguas profundas en lugares estratégicos mediante una combinación de financiación de participaciones mayoritarias o concesiones de largo plazo (40–99 años), infraestructuras a cambio de derechos operativos, integración en cadenas logísticas propias (COSCO, CMPort, etc.) y uso combinado comercial en ubicaciones estratégicas. En sus manos está el Puerto del Pireo en Grecia, puerta de entrada de mercancías chinas hacia Europa Central y del Este por vía ferroviaria. El Puerto de Hambantota (Sri Lanka), de ubicación estratégica para el tráfico marítimo en el Índico. El Puerto de Gwadar (Pakistán), terminal clave en el Corredor Económico China–Pakistán (CPEC), que constituye el vínculo entre la “Franja económica de la Ruta de la Seda” y “la Ruta de la Seda Marítima”. Los proyectos del CPEC se centran principalmente en energía e infraestructura y están destinados a desarrollar también la parte más pobre de China como la enorme provincia de Xinjiang al noroeste. También tiene con ello acceso cercano al estrecho de Ormuz, a la salida del Golfo Pérsico donde circula gran parte del petróleo. El Puerto de Djibouti (Terminal de Doraleh), a la entrada del Mar Rojo, ruta hacia el Canal de Suez, que une Europa con el Sur de Asia y África. El Puerto de Chancay (Perú), cercano a Lima y primer puerto inteligente y automatizado de Sudamérica que une América Latina y Asia, especialmente con China.
En otros casos posee una influencia marcada a través de COSCO y CMPort, y mediante acciones relevantes en terminales de puertos europeos como Rotterdam, Amberes, Zeebrugge (Bélgica), Valencia, Bilbao y Hamburgo. Y otros más de cuarenta en perspectiva, algunos avanzados como el de Santos en Brasil, clave para el tráfico de productos agrícolas.
En cuanto al cinturón o franja económica terrestre, se trata de una estrategia de Xi Jinping sobre infraestructuras para el comercio, en parte ya implementada, bajo el lema “negociar, construir y compartir”. Esta iniciativa, desplegada desde 2013, bajo el paraguas del BRI, incluye puertos, rascacielos, vías férreas, carreteras, puentes, aeropuertos, represas, centrales eléctricas térmicas y túneles ferroviarios. De momento funciona continuamente, día y noche, desde 2014, una línea ferroviaria entre el Este de China (Yiwu) y Madrid, gracias a poseer el mayor centro empresarial chino de Europa.
El tren necesita para arrastrar la ingente cantidad de vagones 16 o 17 locomotoras, capaz de transportar un total de 30 560 metros cúbicos de mercancías, con un peso superior a las 1000 toneladas. Atraviesa China, Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Francia y finalmente entra a España por Irún hasta llegar a Madrid. Naturalmente llega lleno de aparatos de última generación y retorna casi vacío con mercancías variadas. Allá por donde pasa, se distribuyen las exportaciones chinas bajo supervisión china, quedando esos países conectados mediante una vía china. Pero la inversión no queda aquí. Según Council on Foreign Relations, en 2024, aunque las negociaciones en Uruguay fracasaran por la oposición de MERCOSUR, “más de veinte países de América Latina y el Caribe se han adherido a la Iniciativa de la “Franja y la Ruta” (BRI) de China, siendo el más reciente Colombia”.
Si miramos al cielo, el plan previsto para formar la GuoWang, es decir la Red Nacional en sintonía con la nueva ruta de infraestructuras de conectividad, está alineada con la estrategia de la “Franja y la Ruta” para ofrecer infraestructura digital y conectividad a países asociados. En este sentido, China registró ante la UIT dos subconstelaciones bajo las siglas GW-A59 (6080 satélites) y GW-2 (6912 satélites), sumando un total de 12992 satélites en órbitas bajas (LEO). Hay que tener en cuenta que sólo mediante este tipo de satélites LEO se puede conseguir una transmisión en tiempo real, útil no sólo en zonas remotas sin cable óptico, sino en territorios en guerra o en aquellos donde no hay cable y se requiere operar en tiempo real con la información: por contraste daré estas cifras: Elon Musk posee unos 7000 y Europa sólo posee un proyecto la constelación IRIS con 264 satélites LEO, prevista para 2030.
Cuestión distinta es que China sea capaz de integrar los grandes logros de la cultura europea. Pues para ello tendría que hacer frente al reto humano de enriquecer con elementos ajenos al nacionalismo chino actual, la sociedad global que pretende construir bajo su hegemonía
En principio, la red (Wang) es nacional (GuoWang). Pero es obvio que se está internacionalizando y cubriendo otros países claves. China ha firmado acuerdos con varios países africanos, de América y Asia para colaborar en tecnología satelital y telecomunicaciones, que incluyen potencialmente el uso de redes satelitales de órbita baja para mejorar la conectividad en esas regiones. Hay memorandos con 23 países africanos, financiando satélites y estaciones terrestres para recopilar imágenes y datos valiosos. Por ejemplo, en Etiopía o Nigeria. Otro ejemplo significativo es la instalación de la planta de satélites Space City, en El Cairo. También en América hay estaciones de seguimiento como la Estación Espacial Lejana de Argentina, varias de seguimiento terrestre en Chile y Uruguay, la de Rastreo Satelital en Las Lajas en Perú, o lo contenido en el Plan de Acción Conjunta China-CELAC 2022-2024: Este plan evidencia el interés de China en trabajar con la Agencia Espacial de América Latina y el Caribe, establecida en México en 2021, y promover el uso de la constelación de satélites chinos BeiDou (del tipo GEO y MEO, es decir de media y gran altura) en la región.
Se trata en definitiva de promover “franjas” de uso comercial y estratégico combinado en ubicaciones críticas del globo, por tierra, mar y aire, bajo el lema estatal “negociar, construir y compartir”. Una estrategia de “penetración blanda”, pero también económica, que desafía no sólo a los Estados europeos, —claramente disminuidos en su capacidad de decisión normativa y estratégica—, sino a los grandes consorcios financieros y empresariales y a las grandes tecnológicas, cuyas decisiones escapan cada vez más a los Estados. De ahí el interés de un análisis sobre la estrategia y acción política de un Estado que, pese a estar controlado por un partido único y poseer tan sólo pobres medios de participación política, puede hacer frente al desarrollo desaforado de los grandes grupos económicos, financieros y tecnológicos que profundizan el abismo entre ricos y pobres y discriminan a grandes zonas, países y poblaciones del planeta. Cuestión distinta es que China, preservando sus valores y cultura pero sin crear una democracia fuerte, sea capaz de integrar los grandes logros de la cultura europea. Pues para ello tendría que hacer frente no sólo al reto tecnológico, que ya lo afronta con éxito, sino al reto humano de enriquecer con elementos ajenos al nacionalismo chino actual, la sociedad global que pretende construir bajo su hegemonía. Sin otras aportaciones importantes como la europea, esto no será posible. La polis en sentido original de “comunidad política” está ahí —frente al cada vez más crudo interés económico, antipolítico, polarizador y descarnado de unos pocos—. Sin embargo, el PCCh no considera valores fundamentales y esenciales que han ido enriqueciendo nuestras vidas. Y aunque por desgracia los populismos, la ultraderecha global y la polarización lo dificultan, Europa tiene que saber jugar esta partida, que no es sólo tecnológica y económica. El sueño europeo debe completar “el sueño chino”. China parece ser la única potencia que, con el repliegue de Trump, puede influir en la gobernanza con organicidad de Estado a nivel global. No creo, sin embargo, que los cambios internos necesarios sean viables antes de haber obtenido cierta seguridad sobre su posición dominante en el mundo. Cosa que, naturalmente, está por ver.
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Sergio Hinojosa es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor de instituto.
Creer que China será el país hegemónico en el siglo XXI no es sólo una idea de Xi Jinping. Hay realidades, y no sólo económicas, que apuntan a ello. La gran maquinaria del Estado-Partido está empeñada en un desarrollo económico y tecnológico descomunal. Mediante la canalización de recursos e inversiones se van cumpliendo las prioridades marcadas desde la cúspide de este enorme poder político-militar-administrativo. Y ello significa que todo desarrollo industrial y tecnológico pasa, al menos de momento, por las decisiones de este centro neurálgico de poder global.