De jueces, tractores, criminales de guerra y otras historias para echarse al monte

Alfons Cervera

Ya no sabes por dónde tirar. Intentas aclararte una miaja la cabeza. Leer esto, aquello, lo de más allá. Dormir con la aspiración de que lo que sueñes no sea una pesadilla. Mantener encendida la pequeña lámpara de la habitación para que no salgan de debajo de la cama los monstruos de tiempos remotos, como pasaba con los miedos de la infancia. Buscas un sitio en que te acoja la tranquilidad, o al menos donde no sea el espanto tu cabezona compañía. ¿Por qué todo resulta tan difícil? Has huido de las televisiones. Hay ahí rostros que parecen salidos de un museo dedicado a la engañifa. Se nota en cómo miran, en la manera de señalarnos con el dedo para acusarnos de algo que no sabemos: como si nos estuvieran contando la verdad en vez de acuchillarnos por la espalda, como hacían y siguen haciendo los traidores. Para que no se me mueran del todo las madrugadas, abro un libro y después la ventana por donde asoma en TVE Xabier Fortes, su pinta de hombre bueno, de periodista decente, de los que hacen que el periodismo no se nos llene de vergüenza. En el libro hay un verso de Wislawa Szymborska: “Vengo del futuro y sé qué pasa allí”. El futuro, esa ficción. ¿O es el presente lo que suena a que nos lo estamos inventando?

El sol de la mañana tampoco alumbra como para echar cohetes. Una reunión de espectros, como los que sacaba en Gestalgar mi abuelo Claudio con sus cuentos de ultratumba en la casa junto al río. Espectros vestidos de jueces se juntan con aire levantisco, como piratas que han perdido la nobleza de los libros de aventuras. Urgen a la rebelión contra el gobierno para que el fascismo no decaiga, para que sus familias ricas —las del fascismo, las de los espectros togados— sigan disfrutando sus obscenos privilegios, para que este país se vuelva igual de feo que cuando una terrible dictadura lo condenaba a la devastación, al miedo y a la infamia. Como si aquel tiempo estuviera regresando. Como si nunca se hubiera ido. Me revienta un consenso casi generalizado: los políticos no pueden criticar a los jueces. Hay un juez —García-Castellón— que está haciendo lo que no está escrito (nunca mejor dicho) para convertir en terrorismo lo que se mueve delante de sus narices, siempre que lo que se mueve delante de sus narices no sean los suyos y sus apaños en comandita para cargarse al Gobierno y si me apuran la propia democracia. Los políticos no pueden criticar a los jueces, pero los jueces sí que pueden plantarse delante de la política y negar la legitimidad de un Parlamento que es sin ninguna duda el fiel resultado del voto democrático. Una multitud de jueces y fiscales llamando terrorismo a lo que sólo ellos y las derechas consideran terrorismo. Al final, la sospecha cada vez más extendida: ¿alguna diferencia entre la justicia y las derechas? No toda la justicia, claro que no. Pero sí una mayoría. Eso, seguro.

Otro paisaje. Lejano. Casi ya en la orilla del olvido. Ojalá que no. Ojalá los crímenes de Netanyahu y sus países cómplices (casi todos) sobre Palestina no resulten impunes. El despreciable apoyo de esos países que se llenan la boca de cinismo con la exigencia de defender los derechos humanos en otros sitios, pero no cuando es Israel el que los hace pedazos. Ya no sé si queda algo de Gaza. De Cisjordania. De Palestina entera. Los gritos en las manifestaciones contra el horror. Las ruinas llenas de muerte, de desapariciones. Las asustadas hileras de la diáspora. La crueldad ilimitada del monstruo que ojalá algún día se siente como los nazis ante un tribunal hace la tira de años. Difícil soportar tanto derrumbe. También muy difícil soportar tanto cinismo. Denunciamos la masacre contra el pueblo palestino y seguimos vendiendo armas a Israel para que no cese esa masacre. El negocio de la guerra. Esa mierda…

Y ya aquí. No al lado, ni cerca ni lejos, aquí: ¿alguien piensa en los desahucios? Los hay más que nunca. Los fondos buitre y los bancos son los dueños de todo el parque inmobiliario. La ley de vivienda espera el sueño de los justos. Aunque trabajes, lo que ganas no llega para pagar el alquiler. En València el ayuntamiento del PP y Vox va a llenar de agua el amparo de los puentes para que no vivan allí las personas que no tienen otros sitios donde vivir. Leo las cifras milmillonarias de los beneficios de los bancos y me entran ganas de echarme al monte, como si los tiempos que vivimos fueran los de antes. No son los de antes, pero lamentablemente se les parecen demasiado. Los ricos son cada día más ricos y la pobreza aumenta cada día más sus estrecheces. La desigualdad, la puñetera desigualdad en una democracia siempre ganada por quienes no se presentan a las elecciones.

Y sigo aquí, ni cerca ni lejos, aquí: ya se pierde la cuenta de las mujeres asesinadas, de las mujeres agredidas, de las mujeres que no denuncian esas agresiones porque demasiadas veces sufren la revictimización en vez de ganar el apoyo que ellas se merecen y no el que disfrutan los agresores en un entorno dominado por el machismo y por el poder que tienen quienes se ponen de su lado, como si ahora fuéramos los hombres los discriminados. ¿Será posible tanta desfachatez? Cuando pensaba cerrar aquí ese paisaje desolador que es el cada día de las noticias, va y me entra por la ventana el ruido atronador de los tractores ocupando las carreteras.

Leo las cifras milmillonarias de los beneficios de los bancos y me entran ganas de echarme al monte, como si los tiempos que vivimos fueran los de antes. No son los de antes, pero lamentablemente se les parecen demasiado

Las quejas de la agricultura vienen de antiguo. Los grandes supermercados se forran y la gente del campo las pasa canutas para vivir con una cierta dignidad. El ruido agrícola tiene razón. Lo que pasa es que siempre hay un pero a la hora de hablar de las razones que nos mueven a hacer lo que hacemos. Las movilizaciones agrícolas de estos días, por ejemplo. Buena parte de lo que llamamos campo está en manos de grandes empresas cuyo negocio nada tiene que ver con la gestión de las pequeñas parcelas de tierra cultivada. Lean en infoLibre la magnífica crónica que escribía Ángel Munárriz hace unos días. Este es el titular: Del yerno de Roig a Arias Cañete: los nombres del millonario negocio agrario oculto tras las tractoradas. Léanla, por favor. No tiene desperdicio.

No sé si se solucionarán de la mejor manera los problemas de la agricultura que están saliendo a la luz con las actuales manifestaciones casi planetarias. Lo que sé es que quienes más se están aprovechando de ese conflicto son los de extrema derecha. Ha pasado en Francia. Está pasando aquí. No me lo invento. El otro día recibí uno de esos vídeos que, según ponía en el envío, “debería hacerse viral”. Tres individuos —con la pinta de no saber lo que es un algarrobo— cantaban una versión de Me olvidé de vivir, la canción de Julio iglesias. La letra la habían cambiado para hablar del abandono de la agricultura por parte de “los políticos”. Pero qué casualidad: el único político que aparecía en el vídeo era Pedro Sánchez. O lo que cuenta Alicia Gutiérrez, también en este diario, sobre la “heroína del campo”. Se llama Lola Guzmán Sáez, es valenciana y no se pierde una de las algaradas delante de la sede socialista de Ferraz. Y ahora hace lo mismo con las tractoradas: “¡Preparaos, que estamos en el 36 y esto no es broma, ¿eh?”. La heroína del campo, nada menos. Cierto que al frente de las movilizaciones en las carreteras están las organizaciones agrícolas. Pero la que se está llevando el gato al agua del protagonismo político es la extrema derecha. Bueno, y la derecha. Son lo mismo. Las derechas. Las extremas derechas, como ustedes quieran llamarlas. Miren, si no, cómo jalean Abascal y Núñez Feijóo ese conflicto. Como si se hubieran pasado la vida cortando alfalfa o destripando a mano las tierras de secano. No saben lo que es un tractor, pero, como hizo Marine Le Pen en Francia, ya se habrán subido a alguno o se subirán si el conflicto continúa. Cuando pienso en los problemas de la agricultura y en esas derechas que exigen la expulsión inmediata de inmigrantes me entra una rabia insoportable. ¿Que por qué? Pues porque esa agricultura por la que ahora claman sería una ruina si no la trabajaran precisamente quienes son detestados por los feijóos, ayusos, abascales y gente de su pelaje. Y por unos jornales de miseria. En un pueblo que conozco bien se habla sin reparo alguno de “jornal de rumano”. Más claro, imposible. El cinismo no tiene límites para según qué gente.

Todo es como un mal sueño. A ratos parece que no sea real lo que está pasando. Y sin embargo, claro que lo es. Pero a pesar de eso, a pesar de que el paisaje sea el de un tiempo devastado, no hay que dejar que las cosas pasen y nosotros las veamos pasar, como dicen que decía John Lennon de la vida, sin que hagamos nada para cambiarlas. Es difícil ser optimistas, con la que está cayendo. Pero lo que quieren las derechas, con su incansable alusión al apocalipsis, es que caigamos en el pesimismo, ese pesimismo que nos lleva a un nihilismo siempre reaccionario: esa manera fácil de asumir que lo que está pasando es necesariamente lo que tiene que pasar sin que nadie pueda influir para que pase lo contrario. En todo lo que he escrito en este artículo, y en mucho más que no he escrito y ustedes conocen a la perfección, podemos intervenir para retorcerle el pescuezo a la mentira, a la manipulación de los derechos de la gente, a esa justicia cuyo propio nombre desprecia un buen número de sus principales representantes, a la crueldad del horror que se repite machaconamente a lo largo de la historia. Y me acuerdo de Diguem no, la canción inmensa que gritaba Raimon hace mucho tiempo. Un tiempo que, como dije antes, se parece demasiado al que ahora vivimos. “No / Jo dic no / Diguem que no / Nosaltres no som d’eixe món”. El imprescindible plural que también reivindica Javier de Lucas en su extraordinario Decir no. El imperativo de la desobediencia: ese no “hemos de decirlo juntos”. Así que, si a ustedes les parece bien, en ese NO nos vemos, ¿vale? Ahí nos vemos.

___________________________

Alfons Cervera es escritor. Su última novela, recién publicada, es 'El boxeador', editada por Piel de Zapa.

Más sobre este tema
stats