Lecciones para un mundo nuevo

Pedro Fresco

Desde hace unos años, destacadamente desde la firma del Acuerdo de París en 2015, nuestra generación es consciente de que pesa sobre ella una responsabilidad histórica. Somos la última generación que puede frenar el cambio climático en unos niveles digamos “asumibles” que no comporten altos costes de adaptación, tanto sociales como económicos, para la humanidad. Nuestra responsabilidad es con las siguientes generaciones que aún no han nacido, a las que empujaremos a vivir en una era geológica diferente a la que ha visto nacer a la humanidad si no hacemos nada. Enfocábamos esta tarea con una perspectiva de estabilidad hasta hace ahora justo dos años, cuando la pandemia llegó a nuestras vidas.

La pandemia de la covid-19 derivó inesperadamente en una crisis energética que no vimos venir. El precio del gas natural multiplicó por cuatro o cinco su valor precrisis y eso afectó a los costes eléctricos e industriales, llevando incluso a la paralización de muchas industrias. Cuando aún estábamos aprendiendo a lidiar con esta situación, una nueva crisis llamó a nuestra puerta, una crisis bélica con evidentes derivadas geopolíticas que venían a añadir más leña al fuego de la crisis energética. Casi sin esperarlo, Europa tomó la decisión trascendental de dejar de depender de las importaciones energéticas rusas, que representan más del 40% de nuestras importaciones de gas, más del 25% de las de petróleo y un porcentaje también relevante del carbón y el uranio que importamos. 

Hoy nuestra generación enfrenta tres emergencias al mismo tiempo: La emergencia climática, la energética y la geopolítica. Es un escenario difícil, sin duda. Pero tenemos una gran ventaja: Las tres crisis se solucionan con las mismas acciones, esto es, acelerando al máximo el proceso de descarbonización que ya nos imponía la primera de estas emergencias. La necesidad de descarbonizar con rapidez, que algunos no parábamos de recordar para no caer en una falsa sensación de calma derivada de marcar los objetivos en fechas lejanas como 2030 o 2050, se convierte ya en una urgencia inaplazable. Se impone pensar qué podemos descarbonizar en los próximos meses y actuar en consecuencia. 

Hoy el problema es Rusia y su gas, pero mañana puede ser Argelia con su gas, Nigeria con su petróleo o Kazajistán con su uranio. El problema, en definitiva, es la vulnerabilidad que tenemos los países dependientes energéticamente

Las dos emergencias sobrevenidas en estos meses nos pueden llevar a tener que alterar algunas previsiones anteriores. Infraestructuras gasistas como el gaseoducto Midcat o alguna terminal de GNL en el norte de Europa pueden convertirse en necesarias a corto plazo, igual que es probable que algunos países que iban a cerrar centrales nucleares en los próximos 2 o 3 años tengan que posponer la decisión, pero nada de eso nos puede hacer perder la perspectiva ni ocultar el problema que subyace. Hoy el problema es Rusia y su gas, pero mañana puede ser Argelia con su gas, Nigeria con su petróleo o Kazajistán con su uranio. El problema, en definitiva, es la vulnerabilidad que tenemos los países dependientes energéticamente ante cualquier coyuntura económica o geopolítica, y la solución quirúrgica sólo puede ser una: Instalar muchas más renovables.

Las energías renovables son las únicas que pueden enfrentar las tres crisis en todas sus dimensiones y con la urgencia necesaria: La energía solar y eólica son las formas más baratas de generar energía en un país como España, no dependen de ningún “combustible” que venga del exterior y sus costes no se ven alterados por coyunturas económicas internacionales. Además, tenemos decenas de miles de Megavatios (MW) de proyectos viables con sus trámites iniciados, lo que quiere decir que podemos instalar miles de MW al año que comenzarían a desplazar el gas desde el mismo momento de su conexión a red. Cualquier otra alternativa de las que alegremente se habla, como instalar nuevas nucleares o el fracking, tardarían más de una década en estar en funcionamiento (probablemente bastante más) y lo harían a costes económicos o climáticos inaceptables, por lo que no pueden ser opciones tomadas en serio.  

Las renovables son el pilar fundamental del proceso de descarbonización, pero además necesitamos que la energía que generen sustituya a aquellos consumos energéticos que actualmente no están electrificados y que son el 75% de los que realizamos. Necesitamos que la electricidad renovable sustituya al gas que usamos para la climatización y la industria, a la gasolina y el gasóleo que necesitamos para el transporte, para la climatización y en usos industriales. Necesitamos, por tanto, una penetración rápida y masiva de las bombas de calor, del vehículo eléctrico y comenzar a generar hidrógeno verde que empiece a sustituir al gas en procesos industriales. Paralelamente, debemos potenciar el biogás y la biomasa, tan olvidados y a veces incluso denostados, para atender necesidades de climatización o poder sustituir parte del gas que consumimos, mientras buscamos círculos virtuosos que garanticen una mejor gestión de la biomasa residual y de los residuos orgánicos. 

Muchas de estas cosas podemos hacerlas ya. El autoconsumo en un magnífico ejemplo. Una vivienda que instala un generoso sistema de autoconsumo comienza un rápido camino hacia la electrificación total. La generación gratuita de electricidad, muy destacada durante algunos meses del año, es un incentivo ideal para instalar sistemas de climatización por bomba de calor o aerotermia, o para adquirir un vehículo eléctrico. Hoy, mientras la mayoría pagamos 1,70 € por litro de combustible, muchos usuarios de un vehículo eléctrico con sistema de autoconsumo hacen sus kilómetros sin coste. También debemos potenciar el autoconsumo a nivel comercial e industrial, exprimiendo la capacidad técnica de instalación del país. Para ello, debemos eliminar todos los cuellos de botella observados, simplificando los trámites hasta lo mínimo imprescindible. Ya hay propuestas en este sentido y espero que el Gobierno de España las adopte como suyas. 

La electrificación es el proceso clave, pero lamentablemente se ve amenazado por un sistema de fijación de precios absolutamente disparatado en las circunstancias actuales. Si queremos electrificar y sustituir consumos energéticos fósiles como el gas, no podemos tener el precio de la electricidad marcado por el precio del gas, porque se está encareciendo artificialmente la primera e impidiendo esta sustitución energética, que es precisamente lo que debemos incentivar. Necesitamos romper urgentemente este vínculo, pero además es necesario que está desindexación sea permanente para ofrecer certidumbre a los usuarios y estimularles a optar por tecnologías electrificadas. Si se garantiza un sistema donde el precio de la electricidad esté relacionado con sus costes de generación reales, al tener mix eléctricos cada vez más basados en renovables baratas la decisión para el particular o el industrial estaría clara y podríamos ver un proceso de electrificación masivo en todos aquellos terrenos donde la tecnología lo permita. Si no lo hacemos, lamentablemente nos encontraremos con un corsé autoimpuesto que nos paralizará. 

Podemos lamentarnos sobre por qué hemos llegado a esta situación o por qué no se previeron estas situaciones hace años. De nada vale ya. Lo que sí vale es una convicción inequívoca para tomar las medidas que sean necesarias para reducir nuestra dependencia energética, nuestra vulnerabilidad económica y nuestro impacto sobre el clima, y hacerlo a la mayor velocidad posible. Son tiempos difíciles, pero tenemos la solución y no debemos perder un solo segundo en implantarla. Nos va el futuro en ello. 

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Pedro Fresco es director de Transición Ecológica de la Comunitat Valenciana

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