Plaza Pública

De mal café

Gaspar Llamazares

Entramos en el último mes para la investidura en Cataluña. Tras varios intentos frustrados, todo apunta a que nadie quiere llegar a unas nuevas elecciones, así que asistimos a los últimos movimientos y al final de la aplicación del artículo 155.

Sin embargo, no está claro que se inaugure una nueva legislatura autonómica ni que se continúe con la deriva unilateral de acumulación de fuerzas independentistas por parte del nuevo inquilino del Palau de la Generalitat. Tampoco se sabe cuál será el camino que seguirán Gobierno e instituciones españolas, aquejadas de la deriva penal-represiva y de la polarización en la derecha.

Desde luego, no parece previsible que prevalezca la política para la solución de un conflicto que, lejos de resolverse, se enreda cada día un poco más como consecuencia de la polarización, el agravio y la humillación mutuas. Vendieron a unos y otros que era posible, incluso imprescindible, llegar hasta el final para acabar con la frustración y para que se cumpliesen casi todos sus deseos, pero les engañaron. Un final que nunca llega mientras en el camino nos dejamos historia, cultura, derechos, símbolos, complicidades y afectos bajo la expectativa de acabar con la frustración del modelo autonómico, convertido para unos en un aguado “café para todos”, para otros en un no menos frustrante modelo de disgregación, generador de desigualdades y de castas regionales.

Y todo, ¿para qué? Para que se cumpliesen los deseos de quienes aspiran a un orden nuevo donde manasen ríos de café supremo en una idílica república catalana sin la madrastra España. Y para los otros, los del orden perdido de un estado napoleónico garante de la uniformidad nacional española, con Cataluña solo como una de sus grandes regiones. Unos y otros guardaron en su memoria agravios económicos y políticos sin cuento.

Porque cada uno tenían su respectiva interpretación de la historia: un relato propio que se remontaba hace siglos y que justifica para unos una unión a la fuerza y el anhelo de libertad negado en la República, la Transición, las balanzas fiscales o en la sentencia reciente de recorte del Estatut. Otro relato, bien distinto, el de los otros que no entienden que la rica y pujante Cataluña ignore su contribución y se queje. Muy por el contrario, la consideran privilegiada en la industrialización y favorecida por la activa participación de sus dirigentes a cambio del apoyo a los gobiernos españoles. En resumen, la incomprensión.

Sin embargo, a pesar de los pesares, del tortuoso camino, de tanto esfuerzo y sacrificio, la frustración generalizada se acentúa. Y lo peor no es que el deseo negado se haya tornado en más decepción, sino que los deseos opuestos y enfrentados han provocado el bloqueo y la parálisis política degenerando todo en agravio y humillación mutuos. Estamos varados en tierra de nadie.

Muy lejos de los deseos de unos y otros, y quizás aún más lejos de lo que hace años motivó la frustración y animó sus deseos.

Unos, los de la república catalana bajo la irritante intervención central del artículo 155, los procesos penales y la humillante prisión preventiva, que se consolidan en el tiempo sin que encuentren la forma de ver el momento de volver siquiera al denostado autogobierno y a la espera de un golpe de suerte favorecido por las torpezas del adversario. Tensos y agitados, crispados, pero sin horizonte político. Otros, los de la nación española, con la impotencia de no poder ir más allá, atentos a unos procesos judiciales que imprimen su dirección y su ritmo propios, y al qué dirán de nuestro respectivo partenaire en la intervención o del también humillante refugio de la Unión Europea. Tensos y agitados, crispados, pero sin horizonte político.

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Todos indignados, todos animados por el mismo malestar social y la misma decepción política causada por la crisis económica y la impotencia ante las élites o en connivencia con la corrupción de nuestros respectivos gobiernos. Pero ambos engañados porque en política, como el la vida, no hay batallas finales ni victorias totales. Porque la única opción razonable es evitar victorias y derrotas pírricas en las que, como en la leyenda, tendríamos que volver solos a casa.

Engañados porque un relato que no contempla al otro, de dentro y de fuera, pero también al tibio y al no alineado, es una leyenda épica pero falsa e inútil para hacer política. Engañados porque las vías unilaterales que se imponen, sean estas mediante la desobediencia civil, las parlamentarias o las jurídico-penales no solo no solucionan sino que enredan y agravan los problemas políticos. Engañados también porque los agravios y la humillación llevan, si no los paramos a tiempo, a la división y la fractura social ya apuntada en algunas actitudes, aunque todavía minoritarias.

Pero engañados, sobre todo, porque ambos se equivocan de conflicto, de aliado y sobre todo de enemigo. Porque no se trata de nación irredenta o de república idílica que niegue al Estado o a Cataluña. Tampoco se trata de ignorar al otro para imponerlas a una o a la otra por las vías de hecho. Se trata por contra de ahorrarse nuevas incomprensiones, nuevos agravios y humillaciones que harían todo mucho más difícil. Se trata de recuperar el estado social para todos. Se trata de regenerar la confianza institucional de todos. Se trata de hacer política que desarrolle un federalismo plural donde quepan España y Cataluña. Un café de todos. ______________Gaspar Llamazares es promotor de Actúa y portavoz de IzAb.

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