Por un Orgullo 'woke' Jesús Maraña

El año no ha podido empezar mejor para Giorgia Meloni. En Mar-a-Lago, un Trump emocionado la recibió con cumplidos, “una mujer fantástica”, “realmente ha tomado a Europa por asalto”. De ese viaje relámpago, Giorgia se trajo en la maleta el okey del amigo americano para la liberación de la periodista de Il Foglio Cecilia Sala, que llevaba desde el 19 de diciembre detenida en Irán. Giorgia fue a recibir a Cecilia al aeropuerto de Fiumicino y la trató como una madre. Exitazo propagandístico a cambio de la entrega a los EEUU de los secretos sobre drones que guardaba el ingeniero iraní Mohammad Abedini Najafabadi, detenido el día 16 de diciembre en el aeropuerto de Milán a petición de los EEUU.
Justo estando Giorgia en Mar-a-Lago, Bloomberg publicaba que había un acuerdo para un contrato por valor de 1500 millones de euros entre la compañía Starlink de Elon Musk y el gobierno italiano para proveer de banda ancha a las regiones del sur de Italia, así como para proteger mediante sistemas de encriptación sus comunicaciones militares, diplomáticas y de inteligencia. Aunque dicen que el interés italiano por los servicios de Starlink se remonta al gobierno Draghi y se debería al despecho que se produjo al negarse Francia a que Italia participara en la construcción de los satélites necesarios para la red europea Iris 2, Meloni aprovecha el relumbrón del caso. La gran criatura de su amigo genial Elon, esa red de seis mil satélites en órbita baja que permiten comunicaciones mucho más rápidas y mucho más seguras (¿?) que las de sus competidores, ha abierto un debate de enorme alcance ético y geopolítico. ¿No es muy arriesgado apostar por un sector estratégico crucial a Musk, actor híbrido privado/público? ¿Y si un día le da, como en Ucrania, por cerrar la señal? Son preguntas que han abierto grietas que conducen a un punto interrogativo colosal: ¿dónde está hoy Italia? Muchos italianos sacan pecho porque no recuerdan un protagonismo tan destacado de un presidente de gobierno suyo desde la cumbre OTAN de Pratica di Mare (2002), cuando Berlusconi consiguió que Bush y Putin se estrecharan las manos y sellaran en gran pompa propagandística el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, el presidente de la República, Sergio Mattarella no cogió el teléfono a los representantes de Starlink. En Italia hay un debate de fondo: ¿EE.UU o UE? ¿Meloni o Mattarella?
Si para algo sirvió la larga rueda de prensa de principio de año, fue para esclarecer el papel que le han otorgado al presidente Meloni sus amigos americanos. Trump puede decir que invadirá Panamá y Groenlandia. Entonces Giorgia lo traduce al idioma europeo: no, Trump no lo hará, está mandando mensajes a otros actores, concretamente a China. Trump amenaza con retirar la ayuda a Ucrania e imponer un gasto del 5%. Niente panico. Giorgia traduce: Donald quiere decir “paz con fuerza”, “diplomacia disuasiva”. ¿Musk representa un peligro democrático por su megagaláctico conflicto de intereses? Para nada. Giorgia dice que es un apestado perseguido por sus ideas políticas, y que para injerencias las de Soros.
Trump puede decir que invadirá Panamá y Groenlandia. Entonces Giorgia lo traduce al idioma europeo: no, Trump no lo hará, está mandando mensajes a otros actores, concretamente a China
Romano Prodi retrató e irritó muchísimo al presidente Meloni en sendas entrevistas: “Insisto: Meloni es obediente. Lo fue primero con Joe Biden y luego con Donald Trump. Esto son hechos. Está claro que, al ser obediente, la aprecian”. Meloni obedeció a Orbán, pero también después a Von der Leyen. El viejo Prodi quebró la imagen del presidente Meloni, bizarro uomo forte. Acaso lo que de verdad la enervó fue ver que Prodi promovía la enésima reconstrucción de un partido de centro católico en torno a la figura de Ernesto Maria Ruffini, personalidad con fuerte raigambre tanto en el deep state italiano como en el Vaticano. El próximo 18 de enero se celebrará en Milán el bautizo de un nuevo partido: Comunità Democratica. Vuelve el centro católico degasperiano de matriz hondamente europeísta y antifascista. Se trata de una corriente política de fondo –un surco, diría Enric Juliana– que alguna vez fue capaz incluso de desobedecer pusilánime al amigo americano y que se echa las manos a la cabeza cuando ve al actual gobierno mariposeando con extremistas revolucionarios de derecha al borde del abismo de la Constitución. Italia asiste a otra refundación del centro reformista, que tal vez permita consolidar el campo largo [nombre con que se alude a la coalición de centroizquierda] y restar votos a la actual coalición de gobierno. En Italia hay olvido, pero también memoria. Mientras los fascistas folklóricos siguen sacando pecho en las celebraciones de Acca Larentia, y los supermachos Trump y Musk sacan paquete geopolítico, el presidente Mattarella, europeísta, auténtico constitucionalista –por tanto, antifascista– es el dique institucional que mejor resiste a un gobierno que a la vez que propone varias reformas constitucionales profundas –presidencialismo, autonomía diferenciada–, ha cercenado la libertad de protesta con un decreto ley que el jurista Patrizio Gonella, presidente de la asociación Antigone, definió como “el ataque a la libertad de protesta más grande y peligroso de la historia republicana”.
Amordazada –y anestesiada– la Piazza, 2025 será un año de batallas palaciegas. Resuena, como decíamos, el nombre de Ruffini, ex director de la Agencia Tributaria italiana, que dimite porque este gobierno, en lugar de aumentar, restaba recursos para luchar contra la evasión fiscal. Este personaje, cara visible del deep state italiano más decente, representa al Palazzo que no se deja obnubilar fácilmente y percibe la amenaza grave contra la democracia. Ruffini repite los conceptos de “bien común” y “sentido cívico” y recuerda que un evasor de impuestos en realidad es un gorrón. Meloni, a la que tal vez le causen desvelos los movimientos sibilinos en campo católico, trata de liquidar antes de que nazca al posible líder del campo largo] recordándole a Ruffini que el pueblo italiano no ha sido jamás amante de los recaudadores de impuestos. Los rifirrafes están servidos. Habrá que ver qué efecto despierta en el pueblo la desobediencia del Palazzo contra el gobierno de Giorgia, la traductora obediente.
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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.
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