Belén Gopegui: "Es insólito que parezca normal preguntar '¿para qué queremos la privacidad?'"

Belen Gopegui publica su nueva novela, 'Te siguen'

"Cuanto más nítidas son las pantallas, más luminosas, con mejor definición, más sucio y borroso se va quedando el mundo". Esta es una de las innumerables y certeras reflexiones que pueblan las páginas de Te siguen (Random House, 2025), la nueva novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963), situada en un futuro un tanto distópico, aunque no tanto, en el que la vida secreta ha sido abolida. Saben lo que deseas, lo que buscas. Conocen tu cuenta bancaria, lo que pagas, lo que debes, adónde te desplazas, con quién hablas, en qué ocupas tu tiempo cuando no trabajas (si acaso es posible el tiempo libre), tus conversaciones. Te siguen, te examinan, hasta cuando escribes a mano te vigilan.

Las grandes corporaciones dedicadas a la vigilancia y al control de datos creen que ya se ha conseguido: lo saben todo, o casi, de cada individuo. Pero hay personas –recalcitrantes, las llaman–, o al menos porciones de su intimidad, que aún se les escapan en un mundo donde la privacidad ha sido entregada sin opción de negativa posible. Todo ello, yendo de lo global a lo concreto, en este caso en un Madrid donde lo más reconocible es la omnipresencia y el poderío de las corporaciones tecnológicas, el crecimiento vertiginoso de la IA, la aportación voluntaria de datos en favor del mercado y la producción de una subjetividad seriada, con la pérdida de privacidad y libertad que eso conlleva.

"Una cosa es que te digan 'si quieres puedes ir por este camino o por este otro', y otra cosa es que de pronto supriman el primer camino y ya solo te dejen el segundo. Es lo que está ocurriendo. La IA no como una herramienta sino como una imposición", avisa Gopegui, para quien "dado que somos más, no debería haber tal imposición". "Pero si las instituciones intermedias, administraciones y empresas se pliegan, la resistencia es más difícil. Lo que no significa que sea imposible", plantea en conversación con infoLibre.

¿Qué garantías tenemos de que empresas privadas a las que se les está entregando la sanidad pública quieran custodiar los datos de las personas que se ven obligadas a entregarlos para así poder ejercer el derecho a la salud?

Y añade: "La cuestión es que a menudo la entrega no es voluntaria. Si solo hay una autopista entre dos puntos, y desaparecen los arcenes, las carreteras secundarias, los caminos, ya no es 'si quieres puedes ir en coche', sino que es 'ya no puedes ir a pie'. ¿Qué garantías tenemos de que empresas privadas a las que se les está entregando la sanidad pública, puedan, sepan y quieran custodiar los datos de las personas que se ven obligadas a entregarlos para así poder ejercer el derecho a la salud? Quedan espacios para la privacidad, cada vez menos. Y la cuestión es que un día empezó a parecer normal algo que me parece insólito, me refiero a la pregunta: 'al fin y al cabo ¿para qué queremos la privacidad?'"

Te siguen es a la vez un thriller tecnológico y una novela de pensamiento protagonizada por cuatro personajes con más dudas que certezas, que se relacionan en un baile singular entre la tenacidad y el desencanto, entre la libertad y el engaño, entre bajar la cabeza y la insumisión. León trabaja para una pequeña empresa interesada en acceder a los rincones de la vida íntima y social que aún escapan a la cultura de la vigilancia. En lugar de limitarse a procesar cantidades ingentes de datos, decide fijar la mirada en dos únicos sujetos en la treintena: Casilda y Jonás.

Este último dejó su trabajo en una ingeniería y ha escogido el recogimiento reciclándose como tendero. Ella es funcionaria, y desde hace unos meses se detiene a ver los pájaros que se posan en las ramas de los árboles, como si hubiera conseguido apoderarse de un tiempo de libertad que, siendo suyo, podría volverse en contra de las empresas. Mientras tanto, la competencia le observa: Minerva, directiva de una empresa mayor que la de León, ha recibido el encargo de espiarle. A su manera, cada uno de ellos representa esos territorios irredentos de la vida íntima y social que todavía no han sido conquistados por la cultura de la vigilancia.

¿Es la vuelta a lo analógico el único refugio? Acaso cambiar el móvil inteligente que lo sabe todo de nosotros por uno 'tonto' de los que servían para llamar y poco más puede resultar una tentación en los tiempos que corren. Una atracción recurrente, si bien la autora no lo ve como una vuelta a nada, pues en realidad quienes deciden usar esos teléfonos 'tontos' no están volviendo, sino que "están llegando a ellos después de haber atravesado la experiencia de ser expropiados de experiencias porque la mayoría nos son abastecidas, no llegamos a ellas". 

Quedan espacios para la privacidad, cada vez menos

"Digo esto porque si 'volviéramos' a lo analógico, tampoco sería un regreso, sería reflexionar sobre cuántas capas digitales necesitamos en la vida, de cuántas podemos prescindir, cuántas vulneran derechos, cuántas son útiles si se garantiza su seguridad, y a partir de todo esto, luchar por derechos tan simples como, por ejemplo, mirarse a la cara solo con el aire en medio, sin ninguna supervisión, sin ningún cobro, sin ninguna cesión de datos, reconociéndose", reflexiona.

Poco probable, en cualquier caso, lograr zafarse de esa inteligencia artificial que está cada vez más presente y que aparece de la nada en nuestro WhatsApp o como primer resultado de búsqueda de Google. Algo preocupante de por sí que acontece ante nuestros ojos en un momento de desregulación que lleva a Gopegui a poner un aviso bien clarito negro sobre blanco: "La autora se opone a que esta novela sea utilizada para entrenar cualquier tipo de IA, presente o futura". 

El consumo promueve la soledad y el goce frente al deseo

"La IA como tal, a mi modo de ver, no es nada, carece de identidad y de voluntad", aclara. "El uso que se está haciendo de estos modelos de forma precipitada por parte de las empresas y de las administraciones sí es algo que debería preocupar. Por la velocidad y la extensión de las repercusiones, muchas de ellas en forma de errores y de consecuencias no queridas". advierte sobre este desarrollo galopante que tiene ahora su más evidente manifestación ante nuestros ojos en ese ChatGPT que, como bien apunta uno de los personajes de la novela, hace compañía a la gente porque les escucha y parece que les entiende, aunque no sea así. Algo ciertamente desconcertante que, para la escritora, "empezó a pasar mucho antes" de que empezáramos todos a hablar de ChatGPT con total naturalidad.

"Esto tiene que ver con la soledad, y quizá con aquella distinción entre deseo y goce. Si consideramos el deseo aquello que da cabida a alguien que no eres tú, mientras que el goce es la búsqueda de satisfacción sin obstáculos, en cuanto aparece una fricción ya no sirve y se busca otro lugar donde encontrar esa satisfacción. El consumo promueve la soledad y el goce frente al deseo; se acude al goce, porque el otro o la otra, o les otres, están lejos y son difíciles de mantener cerca. Dada esta situación, un gran modelo de lenguaje sirve, digamos, como un lugar donde proyectar las propias fantasías sin encontrar resistencia. Y es preocupante, claro, por las causas y por todo a lo que puede dar lugar", remarca.

Se ha visto que lo que estaba en juego no era la batalla del relato, sino la batalla del dinero. Ahora esa batalla aparece sin disimulo

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Gopegui reflexiona de manera constante a través de los diferentes personajes de la novela, que plantean razonamientos como que "generamos individuos aislados que solo saben proteger lo propio, o bien masas que entregan su desesperación más intransigente al líder de ultraderecha". La tecnocasta, acabáramos. En tiempo presente: "Ese entregar la desesperación más intransigente no pasa de pronto. Hemos perdido tanto tiempo. En lugar de construir sociedades igualitarias, se ha seguido vendiendo la falsa idea de la meritocracia hasta que esa idea ha estallado. Lo mismo ha ocurrido con la democracia, porque aquel 'no nos representan' sigue vigente, los 'grandes valores europeos' no se han aplicado. Y se ha visto que lo que estaba en juego no era la batalla del relato, sino la batalla del dinero. Ahora esa batalla aparece sin disimulo, ojalá que no sea tarde para reaccionar sin palabrería, con actos sucesivos y no con discursos muertos".

Hay también, en este contexto, una reivindicación de la militancia y la lucha colectiva, motor de los grandes progresos del siglo XX, asediada ahora por la promesa de las bondades del individualismo. De hecho, la autora plantea que "hemos perdido el significado de la palabra individualismo, en el sentido de que no pensamos apenas en lo que significa'. Según apunta, Raymond Williams hablaba de una "vanidad ansiosa que nos distancia de los demás, pero está tan cerca y nos ha sido instilada cada día, gota a gota, a través de la cultura, de la nómina, del contrato que se acaba, del agotamiento y el miedo, que no lo vemos". "Por eso, como no lo vemos, es preciso converger, coincidir, rozarse, sustituir el debate o complementarlo con la construcción colectiva, recordar que nadie puede verse a sí mismo excepto en la mirada de los demás y que esto vale también para la acción social", subraya.

Aunque en ocasiones resulte complicado, sobrevuela a toda la historia cierta sensación esperanzadora que deriva precisamente de ese sentimiento de colectividad. Así lo ve la autora, para terminar: "Siempre recuerdo aquella frase de Heiner Muller, 'yo no trafico con narcóticos ni con esperanzas', y aquella otra de Gunther Anders: 'Llámese cobardía a esta esperanza'. "Entiendo, sin embargo, que en la confianza en quienes nos rodean y en la capacidad de acción hay algo muy necesario para la vida, es el deseo de esperar algo de las personas, y el deseo de que ellas esperen algo de ti. La novela trata, creo, en el fondo, de esto último. De personas que se encuentran y, por distintos caminos, acaban esperando algo de quienes en principio podían ser sus enemigos o su competencia", concluye.

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