No sé qué es más repugnante e inmoral…

Xavier Gonzàlez-Costa

Después de más de treinta y cinco años trabajando en la misma empresa, comprometido y exigido por los desvelos de una cotizada que nunca duerme, llegó, mucho más pronto de lo que jamás hubiese imaginado, mi último día de trabajo. Una prejubilación y una edad que, si la salud me respetaba, tenían que obsequiarme con una dedicación exclusiva a aquello que, de siempre, más me hacía sentir realizado: las letras, la escena y las relaciones humanas, con la comunicación como instrumento necesario y el reto de favorecer, en la humilde medida de que fuera capaz, la cultura, la paz y la igualdad, a pesar de ciertas corrientes sociales y políticas que, en pleno siglo XXI, no sé si dan más miedo que grima.

Ese primer día del resto de mi vida, el despertador sonó a las 6 de la mañana, como cualquier otro de los días que mis responsabilidades profesionales me habían obligado a madrugar, y mi optimismo duró solo hasta que puse la radio en el coche para recorrer, por última vez, el trayecto que me separaba de lo que había sido, hasta entonces, mi segundo hogar. Era el 24 de febrero de 2022. Hacía apenas un par de horas que Rusia acababa de iniciar la invasión a gran escala de Ucrania. Un choque de emociones inesperado que, ya llegada la noche, me retornó lo que mi editor califica de lírica desgarradora, a la vez que emocional y comprometida, después de más de diez años de no cultivarla. Escribí un poema, sí. Y a la mañana siguiente, otro, y a la siguiente, un tercero que concluía sentenciando que "solo la maldad humana / puede superar al hambre / a la hora de matar".

Fue en ese momento cuando me propuse escribir una poesía cada día, hasta el final de la guerra... Pero fracasé: ese final, para vergüenza de todos, todavía no ha llegado, mientras que el pozo de mis versos se fue secando y la inspiración se filtró y desapareció "entre el lodo / de este fondo asqueroso / donde todo el mundo desespera / por no hundirse en su profundidad".

Cerré el dietario el 24 de junio, cuatro meses justos después de haberlo comenzado. Y este trabajo surgido de forma espontánea sin ninguna expectativa editorial, después del verano, cogió carrerilla, una vez que el reconocido periodista de TV3 y Cataluña Ràdio Manel Alías Tort, que estuvo de corresponsal (y a punto de morir) en el Donbass durante las primeras semanas del conflicto, me animó a publicarlo, y Jaume Huch, el editor de L'Albí, se atrevió a hacerlo.

Me propuse escribir una poesía cada día, hasta el final de la guerra... Pero fracasé: ese final, para vergüenza de todos, todavía no ha llegado, mientras que el pozo de mis versos se fue secando y la inspiración se filtró y desapareció

Este fin de semana se han cumplido ya dos años del inicio de la invasión y, pidiendo perdón por si el timbre de este relato puede sonar demasiado egocéntrico, confieso que Un llençol blanc (Un paño blanco, en castellano), que es como se titula este poemario tan poco poético, me ha sido una revelación, y quiero compartirlo. Pues las presentaciones del mismo han ido mutando de actos estrictamente literarios, con un público mayoritariamente de origen local, a eventos con una asistencia e implicación entusiastas de personas ucranianas que acogen el libro y sus versos con una gratitud que emociona. Oportunidades magníficas de difusión cultural, que sirven al mismo tiempo para enfatizar nuestro espíritu acogedor.

"Este es un libro que cura", me dijo Inna Tkachova, de Kharkiv y ahora residente en Sitges, después de uno de los recitales. Me conmoví. Y más después de que Sofia Osypenko, una joven de Ivankiv que asistía con sus dos hermanas pequeñas, me pidió entre lágrimas que le dedicara un ejemplar mientras me explicaba que aquella noche habían atacado a la unidad de su padre en el frente, que los habían matado a casi todos y que, al no poder contactarle, se temían lo peor. En la presentación de Vic, me acompañó Sasha Khilienko, de Kíiv, también poetisa, que explicó a los asistentes que el inicio de la guerra había hecho que sus musas huyeran, pero que había encontrado en mis versos la poesía que ella hubiese querido escribir. Momentos de emoción indescriptibles que, a pesar de toda la desgracia, me han permitido conocer a unas personas increíbles, por su coraje y por su amor a la vida, crear nuevos vínculos y tomar conciencia de la superficialidad de muchas de nuestras tribulaciones cotidianas. En Madrid, Anastasiia Hrynzovska, de Mariúpol, con la voz entrecortada y un castellano todavía vacilante, explicó cómo habían tenido que salir de su país con un niño enfermo de cáncer poco antes de que las bombas rusas destruyeran el hospital donde hasta entonces había sido tratado, y agradecía de corazón la empatía de unos poemas que apenas podía entender…

El día 54 del dietario, yo escribía "no sé qué es más repugnante e inmoral [...] si la guerra, la muerte en vano y la destrucción, / o mi mala conciencia escribiendo versos, sentadito en mi sillón". Dos años más tarde, a pesar de todo lo explicado, mi conciencia sigue sin sentirse cómoda, ante la arbitrariedad de un destino que se ensaña con quien menos lo merece. Y no sé si la poesía es sanadora, de verdad. Si lo dice quien lo dice, tengo que creérmelo, pero aún me es difícil poderlo asimilar, constatando cada día cómo somos y cómo nos comportamos esta especie que sigue avanzando por la historia con la vista clavada en el ombligo, y que, hipócritamente, tiene las santas gónadas de autoproclamarse "humana".

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Xavier Gonzàlez-Costa es escritor y activista cultural, autor del dietario poético de la guerra en Ucrania 'Un llençol blanc'.

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