Pedro Sánchez: del coche prestado a los aviones de la OTAN

Alfons Cervera

Un día ya lejano devolvió a su partido la alegría. La cima del poderío socialista se hundió como el Titanic y en la superficie flotaban cadáveres ilustres como peces abandonados a su mala suerte. Unos días antes se subió al coche de un camarada amigo y empezó a recorrerse los caminos de tierra por los que no se atrevían a pasar sus jefes convertidos en altos y aburguesados funcionarios de la política. Él era otra cosa. Conocía a la perfección la brecha abierta entre las alturas y las bases del partido. Ahí, en esa brecha, desarrollaría su estrategia de supervivencia. Nunca se había producido una rebelión de esas bases contra la autoridad incontestable de sus máximos representantes. Nunca. El partido eran —siempre había sido así— esos máximos representantes. Lo demás, hasta entonces, sólo era una papeleta que cada cuatro años y también en las citas internas depositaría la militancia para dejar las manos libres a sus representantes en los cielos del poder. La obediencia ciega había sido una ley de obligado cumplimiento. Si no cumples a rajatabla los dictados de la cúpula, te espera la ruina dentro y fuera de la organización. Así funcionaban las cosas hasta que el joven militante, ya sin corbata ni traje institucional, se subió al utilitario del camarada amigo y encharcó los bajos del auto con el barro de las calles y los chasquidos de las piedras que no habían sido fijadas al suelo por el alquitrán. Caminante no hay caminos… Y los pueblos se abrían con entusiasmo a ese andar incansable del que el poeta, en lo que tienen de visionarios los buenos poetas, había cedido a Pedro Sánchez sus derechos de explotación.

No lo tuvo fácil. Antes al contrario: lo tuvo muy difícil. Nadie apostaba por él en su lucha contra los gigantes de toda la vida. Un pigmeo que aspiraba a dejar KO la arrogancia de Gulliver. Ese mítico David que derrotó a Goliat porque no hay nada más útil en la lucha que conocer al dedillo los puntos flacos del enemigo. Los barones del partido se ensañaron con el aspirante. Ya había perdido la condición de compañero para convertirse en un apestado, en uno de esos apátridas pobres que anda buscando un sitio, el que sea, donde caerse muerto. La patria de Pedro Sánchez eran la rebelión, primero, y después la resistencia. El coche del amigo y camarada echaba humo por el tubo de escape y seguro que el motor se amodorró más de una vez porque no estaba acostumbrado a un ajetreo de tal envergadura. Si el pobre auto hubiera podido pensar, seguro que en más de una ocasión habría sospechado que lo iban a dejar como un coladero, igual que hicieron los policías con el coche de Bonnie and Clyde. Pero el auto no pensaba, sólo se dejaba llevar por la pasión de sus usuarios, por la valentía de sus usuarios, por la ética de la rebeldía que impulsaba a sus usuarios y revolucionaba también, de paso, su propia maquinaria, la del auto prestado para que el militante de base, despreciado por sus jefes y traicionado a última hora por algunos compañeros, se convirtiera en el primer secretario general del PSOE elegido de verdad por las bases del partido. Más madera, que es la guerra, y el utilitario seguía echando humo por los caminos de una auténtica revolución en las tripas de un partido poco o nada acostumbrado a esas aventuras infantilmente izquierdistas, como las consideraban sin ninguna duda la cúpula socialista y lo más rancio de su extensa y siempre leal fontanería.

La palabra, en boca del correcaminos, prendía en quienes significaban poco o nada en las estructuras férreas del partido. El fuego encendía su palabra y la convertía en ese material con el que según Dashiell Hammett se construyen los sueños. La inocencia, el olor a verdad que desprendía su presencia, la nobleza de un discurso que convertía la realidad en algo que no fuera una emboscada. Los sueños podían ser mañana esa realidad hermosa. Lo nuevo se amontonaba poco a poco a las puertas de lo de antes y, contra viento y marea, el coche prestado cubría con eficacia insospechada la distancia cada vez más corta que separaba el suelo embarrado de los cielos del éxito. El triunfo estaba al alcance de la mano. Y renqueando como un viejo mayordomo al servicio del dueño de la casa, el utilitario del camarada amigo cruzó la meta en primera posición. La victoria de la rebelión se había consumado. A los excelsos barones del partido casi se les rompe el corazón. Con un nerviosismo al que no están acostumbrados, aprietan el puño con la rabia de esos perdedores que han jugado sucio y ven cómo sale un líquido viscoso del centro de la rosa. Ese día, el partido recuperaba la S y la O que, como cantaba mi inolvidable Javier Krahe en su inolvidable Cuervo ingenuo, había abandonado Felipe González en su enloquecido frenesí para ponerse al servicio de los poderosos de todo el mundo. Al menos, en esa doble recuperación creían las bases de un partido que nunca habían pintado nada, al menos desde que en 1974 y en Suresnes se hicieron con sus riendas el mismo Felipe González y su amigo de pandilla Alfonso Guerra. Un nuevo tiempo socialista estaba a la vuelta de la esquina. Y ese tiempo tenía grabado en su frente el nombre de Pedro Sánchez. Tres hurras seguidos y que sea llevado en volandas el nuevo y flamante secretario general. Tres hurras. O cuatro. O cinco. Todos los que hagan falta. Y también —añado yo— otro igual de grande para el coche prestado que lo había llevado a la victoria. Tres hurras por el coche prestado y por el compañero militante que lo condujo a toda mecha por los caminos peligrosos de la batalla. A ver qué pasaba a partir de esa victoria. A ver qué pasaba.

Lo que pasó es que no tardó mucho, el nuevo secretario general, en dar muestras de que la cosa no era para echar cohetes. La cosa era para entender que el paisaje político había cambiado, y no sólo en el PSOE. Había más partidos para que el pastel no fuera sólo para engordar al bipartidismo. Lo que pasó es que las derechas se multiplicaban y a la izquierda del socialismo también había otras opciones a tener en cuenta. Y surgen las primeras sombras en la mirada del nuevo secretario general: mira más hacia el bipartidismo o a la alianza con ese falso centro de Rivera que a la izquierda. La sospecha de que la alegría dura poco en la casa del pobre se cernía sobre las nuevas estrategias del líder que sonaban a lo mismo que las viejas estrategias de toda la vida. A su derecha lo que haga falta, a su izquierda ni agua. El viejo utilitario se quedaba estacionado en el rincón de las esperanzas frustradas. Finalmente hubo otras elecciones y ahí tuvo Pedro Sánchez que asumir con el morro torcido algo que según él mismo le quitaba el sueño: gobernar o tener algo en común con Pablo Iglesias. Hubo gobierno de coalición y con él la certeza de que empezaba, por una parte, la cacería de las derechas con sus armas económicas y mediáticas apuntando al corazón, no sólo del Gobierno sino de la misma democracia. Y por otra, los cantos de sirena que desde esas derechas seguían sonando en los oídos del nuevo presidente: véngase usted con la gente decente y deje de relacionarse con amigos de terroristas, bolivarianos y comunistas con rabo y cuernos como los de antes. Y así fue como, poco a poco, el flamante secretario general de los hurras y el manteo al aire del entusiasmo de los suyos fue cediendo a lo que se le demandaba desde las derechas. Le empezaba a gustar relacionarse con los poderosos del mundo, a coleccionar las fotos de familia rica en el territorio de la política internacional, a sonreír entre la compasión y la pesadumbre cuando el mundo pobre se hundía cada día más en la pobreza. Poco a poco, los barones del partido recuperaban el poder, un poder que habían perdido sólo unas cuantas noches en que el sueño de las bases socialistas había convertido el suyo, el de los barones, en una pesadilla. El secretario general del PSOE volvía a ser uno de los suyos. Aquí paz y a esas bases que levantaron en andas al flamante nuevo secretario general, concederles de nuevo la papeleta para votar cada cuatro años y en las citas electorales internas del partido. La rebeldía había sido derrotada.

Y así fue como, poco a poco, el flamante secretario general de los hurras y el manteo al aire del entusiasmo de los suyos fue cediendo a lo que se le demandaba desde las derechas

Pero lo peor aún estaba por llegar. Cierto que a lo largo de los últimos tiempos algunos proyectos importantes de la coalición se fueron empantanando. Algunos otros salieron adelante, con dificultades pero siguieron adelante. Eso de que este Gobierno no ha hecho nada no es verdad. Claro que ha hecho, y bueno, además, aunque las derechas política y mediática —tan poderosas ellas— lo hayan negado con un culto a la mentira que asusta. Pero lo que ha hecho de bueno tarda en ser percibido como real por una ciudadanía que ya no puede más con sus estrecheces. Y en eso que, de golpe y porrazo, el entusiasta viajero del utilitario, que había despedido al chófer camarada y amigo unos meses antes, se descuelga entregando el Sáhara a Marruecos. Así, sin inmutarse, como si fuera posible que un pueblo tantos años en lucha por su dignidad pudiera ser borrado del mapa de un plumazo. Y cuando la mecha de esa entrega vergonzosa estaba aún caliente, va y llegan los asesinatos en la valla de Melilla. Todo el mundo esperaba qué diría el presidente. Y lo dijo: lo que se ha hecho es lo correcto, toda muerte es lamentable, pero la razón está de su parte. No de la parte de los muertos, sino de la suya y de la de Marruecos, un país, con su rey dictador a la cabeza, que ya parece uno de los nuestros. Mientras tanto, allá donde estuviera, el utilitario de los viajes al encuesntro con las bases socialistas estaría llorando su pena como un viejo amante despechado.

Y llegamos al último acto de una conversión que parece sacada de los anales bíblicos. La cumbre da la OTAN. Voté la no permanencia de España en la Alianza en 1986. Y sigo pensando que ahora votaría lo mismo. Cada cual tiene sus gustos y ése sigue siendo el mío. Pero no voy a hablar de eso, ahora. Quiero hablar de cómo se le ha visto al presidente disfrutar en esa cumbre. Ahí andaba Pedro Sánchez orgulloso del brazo de Joe Biden como si fueran uña y carne de toda la vida. La fotografía para enmarcar y ponerla, cuando ya no sea presidente ni nada, al lado de las fotos familiares. Presumir con orgullo de ser colega de uno de los más poderosos dueños del mundo. Cola de león mejor que cabeza de ratón. Las bases y el utilitario duermen el triste sueño de los justos. Quién se acuerda de esas bases que mantearon felizmente a uno de los militantes que les plantaba cara a los jerarcas de su partido. Quién sabe dónde andará el coche prestado al entonces aspirante a secretario general para que devolviera la alegría a un PSOE que llevaba con el ánimo por los suelos demasiado tiempo. Ya nadie se acuerda de nada. Lo de ayer es un trasto viejo que sólo sirve para llenar contenedores.

Vuelvo a escuchar la canción de Krahe y me entra una rabia grande. Y mucha tristeza también. Mucha tristeza.   

---------------------------------------------

Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'Algo personal' (Piel de Zapa, 2021)

Más sobre este tema
stats