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Las sesiones de catarsis de una derecha descontrolada

Gaspar Llamazares

"Catarsis: Entre los antiguos griegos, purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica".

En las últimas sesiones parlamentarias de control del gobierno hemos pasado del insulto, un género que por su abuso está cada día que pasa más limitado, a lo que podríamos denominar el taco vergonzante, ya que Casado ha utilizado una expresión del actual presidente del Gobierno desde fuera de la Cámara, cuando estaba en la oposición, esta vez traída por los pelos a la sede parlamentaria para esgrimirla contra él.

Aunque aún peor que los términos escatológicos en el llamado templo de la democracia ha sido el memorial atropellado de insinuaciones, acusaciones y condenas directas e indirectas de graves delitos contra los derechos de la infancia a miembros de los partidos de la coalición de gobierno, traídas a colación en la pregunta a raíz del caso puntual del niño de Canet, cuestión que ha servido al PP para desmarcarse de lo que hasta ahora había sido materia de consenso político general en relación a la inmersión lingüística en Cataluña. En definitiva, la deriva populista del conjunto de la derecha hacia la criminalización del adversario político y la apuesta ultraconservadora por un 155 deslizante que negaría el contenido de los estatutos y el propio modelo autonómico.

Así, en las últimas sesiones de control hemos ido de las preguntas que ya no esperan respuestas, a la proclama, la descalificación, el insulto y la atribución de delitos

Una nueva elevación del tono del programa identitario desde una oposición de tierra quemada y de exigencia de responsabilidades penales, con un aplauso entusiasta, jaleado finalmente por su bancada como coda, que lo convierte en un salto cualitativo de la estrategia parlamentaria, a la par premeditada y de partido, en el marco de materias identitarias propias del nacionalismo español, que hasta ahora habían sido exclusivas de la extrema derecha.

Así, en las últimas sesiones de control hemos ido de las preguntas que ya no esperan respuestas, a la proclama, la descalificación, el insulto y la atribución de delitos, y en todas éstas a la búsqueda del titular tronante desde el que la oposición y sus medios afines instruyen, juzgan y condenan a los miembros de los partidos del gobierno de coalición sin posible apelación. Más que una sesión de preguntas, un juicio inquisitorial y una condena sumarísima, dentro de la estrategia de deslegitimación del Gobierno y desestabilización política permanente, que pareció cambiar a raíz del fracaso de la moción de censura de la extrema derecha en octubre de 2020 y más recientemente con motivo del denostado acuerdo de renovación parcial de los órganos institucionales, pero que al final ha sido poco más que un espejismo de regeneración de la política.

Una sesión de control que apenas a mitad de legislatura parece ya totalmente descontrolada. Lo paradójico es que tal descalificación y confrontación extremas no refleja ningún hecho dramático constatable en la realidad y ni siquiera responde a una escalada dialéctica en la sesión de control parlamentaria, por mucho que la derecha intente subirse, hasta ahora sin éxito, al carro del malestar social a consecuencia de la incertidumbre sobre el final de la pandemia y de sus consecuencias sobre una recuperación económica más lenta y accidentada de lo previsto.

Curiosamente, todo esto ocurre cuando se han despejado los obstáculos a la aprobación del presupuesto y con ello la estabilidad parlamentaria del Gobierno, en que el grupo Popular acaba de quedarse solo en la oposición a la ley de Formación Profesional y cuando todo apunta a un próximo acuerdo sobre la reforma laboral en el marco de la concertación social. Nada parecido tampoco al debate de guante blanco al que se ha asistido en la comparecencia de Rajoy en la comisión Kitchen de investigación parlamentaria.

En resumen, una estrategia de oposición descontrolada que se ha introducido hasta en las conversaciones de pasillos, cuyos comentarios privados se han utilizado, por primera vez, por parte de la derecha para una nueva escalada de la confrontación, también en lo personal, como fulminante añadido para calentar aún más si cabe el debate público. Haciendo bueno con ello aquel dicho de que no hay mejor defensa ante los efectos adversos de la sobreactuación parlamentaria en las sesiones de control que un duro ataque personal en el que ha incluido a las ministras del Gobierno de perfil más moderado, de nuevo entre la descalificación, el insulto y la atribución gratuita de delitos. Con todo ello, se hace difícil prever hasta dónde piensa llegar la derecha y cuánto tiempo puede aguantar en lo que queda todavía hasta el final de la legislatura.

Sobre todo, porque la agitación actual carece de un contexto social que la explique y de un caldo de cultivo que la favorezca, de manera que ésta remite ante todo a la crisis en el seno del PP y a la competencia entre la derecha y la extrema derecha, hasta el punto de que es difícil diferenciar al PP de su adversario externo de la ultraderecha y a Casado de la estrategia trumpista de su competidora interna, la presidenta Ayuso. Una estrategia única de deslegitimación y desestabilización del gobierno de coalición, que alejada del centro derecha, radicaliza las posiciones y como consecuencia favorece a la extrema derecha en las encuestas, lo que a su vez alimenta el nerviosismo y la radicalización tanto del gobierno de la Comunidad de Madrid como de la dirección actual del Partido Popular. Un verdadero círculo vicioso sin salida. Una sensación de crisis que se acentúa con el retroceso de la derecha al frente de los gobiernos europeos y por contra con el reforzamiento de los lazos de la extrema derecha alternativa a nivel europeo e internacional.

Asistimos pues a la degradación del discurso político por parte del conjunto de las derechas españolas, cada vez más al margen de la realidad del país, convertido en un mero relato populista ensimismado, que esteriliza el debate y el diálogo entre diferentes y con ello deteriora a la propia política y a las instituciones democráticas.

La escalada de la confrontación populista en la derecha inmersa en un círculo vicioso que convierte el parlamento en caldo de cultivo de la antipolítica.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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