Ucrania. Equidistancia y complicidad

Cierto mandatario de un gran país latinoamericano, supuestamente progresista, declaró no hace mucho que la guerra en Ucrania tiene dos culpables: Rusia y Ucrania. Se trata de una posición compartida por algunos. En mi opinión, ello supone instalarse en la equidistancia. Para quienes piensan así, agresor y agredido son igualmente culpables de esta guerra. El supuesto argumento subyacente sería que Ucrania suponía un peligro existencial para Rusia, y que por eso Putin invadió.

Ese argumento no se sostiene. Putin declaró que debía desnazificar y desmilitarizar Ucrania, alejándola de la OTAN, al tiempo que “defender” a la población rusohablante. Como se ha demostrado, todo ello ha sido una gran farsa para emprender una nueva aventura imperialista y mantenerse en el poder a cualquier precio, causando decenas de miles de muertos, tanto militares como civiles, estos últimos solo en Ucrania.

En efecto. No hay más neonazis en Ucrania que los cuatro gatos presentes en cualquier país europeo. Sin embargo, a diferencia de otros países de nuestro entorno, donde estos tienen representación parlamentaria, en Ucrania ésta ha quedado reducida a cero en las últimas elecciones. Para colmo, los principales miembros del gobierno ucraniano, Presidente, Primer ministro y ministro de Defensa, son judíos. La denunciada militarización de Ucrania ha resultado ser otra falsedad: es precisamente a causa de la invasión rusa que Ucrania se está haciendo con un ejército poderoso. En cuanto a la OTAN, siempre estuvo claro que el supuesto peligro señalado por Putin no existía. Es más, el dictador está logrando lo contrario de lo que decía pretender: Suecia y Finlandia serán pronto nuevos miembros, y probablemente Ucrania no tardará en establecer un nuevo estatus con la Alianza Atlántica. Finalmente, el idioma ruso, que nunca había estado en peligro en Ucrania, inicia ahora cierta decadencia, pues muchos rusohablantes están abandonando la lengua del invasor para convertirse en hablantes de ucraniano. Para más detalles sobre el tema puede verse mi artículo aquí.

A mi juicio, los principales motivos reales de la invasión han sido dos. Uno, el peligro de que la sociedad rusa se “contagiara” del modo de vida occidental, mirándose en el espejo del pueblo hermano de Ucrania, que se integraba poco a poco en la cultura europea. Cultura que se caracteriza por la democracia y las plenas libertades, que brillan por su ausencia en Rusia, especialmente desde que Putin asumió el poder. Los oligarcas rusos, incluyendo a Putin y su familia, ya hace decenios que se “contagiaron”, pues compran mansiones y yates en Occidente, donde educan a sus hijos.

El otro motivo es sencillamente el viejo truco de señalar a un enemigo exterior, que le permita al dictador afianzarse en el poder. En esta ocasión Putin llama al pueblo a unirse en la defensa de la “Santa Madre Rusia”, en peligro de ser destruida por el “ateísmo materialista” europeo. Para lograrlo, el dictador ha recurrido a amordazar los medios de comunicación, y al encarcelamiento o asesinato de opositores y periodistas valientes.

Putin hizo lo mismo con la segunda guerra de Chechenia, tras alcanzar el poder como un líder gris y mediocre. Para ganar prestigio, es más que probable que los servicios secretos rusos, bajo el mando de Putin, organizaran los atentados con bomba en bloques de viviendas de Moscú y otras ciudades rusas, en setiembre de 1999, causando cientos de muertos. Después fue ya fácil señalar a Chechenia como culpable, justificando así una guerra terrible, destruyendo ciudades y masacrando a la población, resultando decenas de miles de muertos, lo cual permitió a Putin presentarse como un héroe salvador. Algunos datos de aquella operación de terrorismo de Estado fueron ya denunciados por Litvinenko, que por ello murió envenenado. Los detalles más completos hasta ahora aparecen en el reciente libro de John Sweeney (Killer in the Kremlin, Transworld).

Por tanto, decir que hay dos culpables en esta odiosa guerra es buscar una equidistancia donde no puede haberla. Entre verdugo y víctima no cabe tercera vía. Recuérdese por ejemplo el caso de los crímenes de ETA, donde incluso en los años de plomo algunos justificaban el ataque al “Estado opresor”, recurriendo a cualquier medio que pudiera debilitarlo, con tal de lograr la independencia del País Vasco. A los atentados que mataban civiles se les llamó cínicamente la “socialización del sufrimiento”. Ahí estaba claro que la equidistancia no era más que complicidad con los crímenes.

Podemos también reflexionar sobre cómo se interpretan las violaciones en algunos medios. Se argumenta que las mujeres que son violadas lo provocan ellas mismas. Bien vistiendo minifalda o saliendo de noche, especialmente si se divierten bebiendo. Después, se dice, que no se quejen si son violadas, pues deberían haberlo previsto y evitado. De nuevo, no cabe equidistancia ni tercera vía: los únicos culpables de las violaciones son los que las perpetran. Quienes culpan a las mujeres son por tanto cómplices de los violadores.

Naturalmente que hay que negociar, pero antes hay que frenar las ofensivas rusas, darles la vuelta y poner a Putin en una posición de debilidad

Aplicando esa línea de razonamiento al caso de Ucrania llegamos a la misma conclusión. Ucrania se juega sobrevivir como Estado y como pueblo. No buscó la guerra ni realizó provocación alguna. Se limitó a decantarse poco a poco por una vida mejor: la que veían en Europa, a la que siempre han ansiado pertenecer, para disfrutar de su democracia y sus libertades. Que ello fuese un problema para un tirano de mentalidad medieval como Putin no es achacable al pueblo ucraniano. En cambio, Rusia ha atacado del modo más criminal y destructivo posible, y para colmo se está sirviendo de los medios más rechazables desde el punto de vista moral. Muchos de sus soldados luchan solo por dinero, o por alcanzar la libertad, como las decenas de miles de presos extraídos de las cárceles, la mayoría condenados como peligrosos asesinos, violadores, traficantes de drogas, etc.

Otra forma de equidistancia es la de quienes ponen en duda la conveniencia, o incluso la relevancia del envío de armas a Ucrania. Ya vivimos esa polémica en la primavera del año pasado. Sobre ello puede verse mi artículo aquí. Ahora el tema se reaviva tras la decisión de EEUU, Canadá, Europa y otros países de enviar tanques a Ucrania, que llevaba pidiéndolos muchos meses. Unos se refugian en cierto pacifismo melifluo, que ni saben ni pueden justificar. Otros en cuestionar la supuesta eficacia de esos tanques, desde un punto de vista “técnico”. Ambos coinciden en sostener que ese envío supone una escalada que alargará la guerra.

Para empezar, deberían darse cuenta de que con ello mantienen literalmente la misma posición que Putin y su entorno al respecto, algo que debería preocuparles. Pero hay más. Si se examina el razonamiento implícito se descubre una falacia. En efecto, al asegurar que la entrega de tanques a Ucrania alargará la guerra, ocultan una premisa presupuesta e injustificada: “de todas formas Ucrania va a tener que rendirse”. De ahí concluyen: si le damos tanques tardará más en hacerlo, por lo que la guerra se alargará y habrá más muertes. Me cuesta creer que haya políticos, militares y analistas que no vean la falacia, despreciando de paso la voluntad del pueblo ucraniano de luchar. ¿Por qué presuponer que Ucrania va a rendirse en todo caso?

Lo contrario me parece más verosímil. Una Ucrania muy bien armada lucharía para doblegar al incompetente ejército ruso, que se vería obligado a negociar en posición de debilidad. Por tanto, cuantas más armas pesadas reciba Ucrania más se acortaría la guerra, pues antes se forzaría a Putin a reconocer sus fracasos. El dictador buscaría entonces cualquier excusa, presentando unos mínimos “logros” como una gran victoria para consumo interno, y firmaría un acuerdo de alto el fuego, animado por la oferta del levantamiento gradual de las sanciones. Entonces sería el momento de que un Occidente unido implementara garantías absolutas de que el dictador no volviera a atacar.

En todo caso, tanto la cesión a Ucrania de sistemas de defensa aérea avanzados como la de tanques y, probablemente, la de aviones de combate en un futuro próximo, envía un fuerte mensaje disuasorio a Putin. De ahí la inflamada retórica de Moscú denunciando una guerra subsidiaria, que no existe, y una participación militar directa de Occidente, que tampoco. Lo que se le hace saber a Putin es lo que más teme: que Occidente va a permanecer unido en la ayuda militar, llegando con ella hasta donde haga falta, y durante todo el tiempo necesario. Y ello, de nuevo, conduciría a un acortamiento de la guerra. Putin no puede competir con un Occidente unido en la ayuda militar, que rebasa incluso el marco de la OTAN, por tanto debería doblegarse antes de encajar una derrota clamorosa, que acabaría con su régimen y con el propio dictador.

Un momento, dirán algunos, está el peligro del botón nuclear. Pero está claro que apretarlo también sería un suicidio para Putin, y ciertamente el dictador ruso no es de los que se suicidan. Medvedev, el expresidente y ex primer ministro ruso, ha declarado, en su amenazante tono habitual, que una gran potencia nuclear no ha perdido nunca una guerra. Habrá que recordarle que la URSS perdió la guerra de Afganistán, y que EEUU perdió la de Vietnam. Con Ucrania puede perfectamente suceder lo mismo.

Quienes critican la entrega de armas a Ucrania tienen en común la defensa de una supuesta tercera vía, distinta de la guerra defensiva de Ucrania. Unos abogan por la cesión de territorios para “apaciguar” a Putin. No piensan en el destino de millones de ciudadanos abandonados a su suerte. Ni en que ello animaría al invasor a preparar un nuevo ataque, como ocurrió con Hitler. De hecho, el ministro Lavrov acaba de señalar el próximo objetivo: Moldavia, que debe ser también absorbida por el “mundo ruso”.

Hay que negociar, dicen otros, mientras Putin bombardea bloques de viviendas e infraestructuras civiles para chantajear al gobierno ucraniano y que ceda los territorios capturados. Territorios donde aplica deportaciones masivas, secuestro y “reeducación” de miles de niños, prohibición del idioma ucraniano, quema de libros en esa lengua, y recurre a la tortura y la violación como armas de guerra. Naturalmente que hay que negociar, pero antes hay que frenar las ofensivas rusas, darles la vuelta y poner a Putin en una posición de debilidad. Y ello solo puede hacerse manteniendo la presión militar e incrementándola cuando haga falta. No cabe pues hablar de equidistancia ni de tercera vía entre Rusia y Ucrania. De nuevo, en la práctica ello equivaldría a complicidad con el agresor.

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Francisco Rodríguez Consuegra es catedrático de Lógica y Filosofía de la ciencia, retirado.

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