Consumo

El 'boom' de los productos ecológicos se enfrenta a las dudas sobre su sostenibilidad real

Cultivo ecológico de moras en Huelva.

Los productos ecológicos (también llamados orgánicos) están en alza e, incluso, de moda. Y la ganadería y, sobre todo, la agricultura ecológica se están disparando. Se trata de frutas, verduras, lácteos, cereales o carne que han sido producidos, en teoría y según venden comercializadores e instituciones, de la manera más sostenible posible y menos dañina para el entorno natural. Para saber si estamos ante un producto ecológico o no, la referencia más sencilla es la de la Unión Europea, que en sus directivas establece que la producción de este tipo "combina las mejores prácticas ambientales, un alto nivel de biodiversidad, la preservación de los recursos naturales y la aplicación de altos estándares de bienestar animal" y, para identificarlos, establece un logotipo que garantiza el respeto a las normas del club comunitario de esos alimentos también en la distribución, el almacenamiento y el transporte. Una hoja verde silueteada por estrellas que, si se identifica en un producto, transmite al consumidor la certezaUna hoja verde silueteada por estrellas de que está amparado por la UE.

Esto se traduce, en la práctica, en la prohibición de fertilizantes y pesticidas sintéticos, de organismos genéticamente modificados (transgénicos), de encerrar a los animales que sirven de alimento y de los antibióticos que habitualmente se les dispensan, que quedan muy limitados. Además de estas restricciones, se apuesta por la rotación de cultivos, que diversifica las plantaciones en un mismo suelo para cuidar de la salud de la tierra. Precisamente, y tras las largas negociaciones que suelen preceder a una norma comunitaria, la UE ya ha aprobado la nueva ley sobre producción ecológica, que vigilará toda la cadena de suministro e implementará revisiones periódicas e insistentes de los cultivos y de las granjas.

El modelo, aunque no es mayoritario, sí que es reseñable: la agricultura ecológica representa el 7% del uso de la tierra de toda la agricultura en la Unión Europea. Las tierras orgánicas representan en España el 8,5% del total, una cifra superior a la de Portugal, Francia, Alemania o Reino Unido: eso sí, con ánimo eminentemente exportador a otras partes del mundo. Esto es, sin embargo, proporcional. En términos absolutos, España fue en 2017 el país de la UE con más tierras orgánicas y el crecimiento, según Eurostat, fue de un 8,5% con respecto a 2015. En algunas regiones en concreto el crecimiento es abrumador. Véase Galicia. La comunidad autónoma cuenta con su propio regulador, que cuantifica sus éxitos. Las ventas bajo su logotipo crecieron un 42% en 2017 en relación con el año anterior, y la superficie inscrita bajo el sistema un 15%.

Las dudas...

El crecimiento y el apoyo de las instituciones es incontestable. Pero la utilidad y la sostenibilidad de la agricultura ecológica en concreto, como sector más avanzado, sí se pone en duda desde determinados sectores. Una de las puntas de lanza de la oposición es José Miguel Mulet, doctor en Bioquímica y Biología molecular y que tiene publicados varios libros sobre el tema. Mulet sostiene que los inconvenientes de la práctica son más numerosos que los supuestos beneficios. Defiende que la producción ecológica, al ser menos productiva por estar prohibidas muchas técnicas, requiere más terreno, lo que implica mayor deforestación para generar suelo cultivable y lo que impide que sea mayoritaria, puesto que no hay suelo ni capacidad para tanta boca que alimentar a nivel global.

Mantiene, además, que el impacto en términos de lucha contra el cambio climático es peor. "Si utilizas agricultura ecológica no tienes pesticidas ni fertilizantes efectivos, pero tienes que utilizar los pesticidas y fertilizantes autorizados en agricultura ecológica. Eso implica que el tractor sale las mismas veces, aunque lo normal es que salga más veces. Lo mismo si quitas las hierbas con procedimientos mecánicos en vez de con una aplicación de herbicida. Si calculas las emisiones de CO2 o el uso de agua por kg de comida, está disparada", defiende en conversación con infoLibre.

...y la defensa

La responsable de Agroecología de Ecologistas en Acción, Elisa Oteros, niega la mayor. Para ella, la agroecología es un modo de producción que respeta los ecosistemas y "la capacidad que tiene el territorio para recuperarse y los ritmos de la propia naturaleza. No fuerza la máquina". A su juicio, la agricultura y la ganadería ecológicas no hipotecan las generaciones futuras al no dejar yermo el campo a su paso, lo que, además, contribuye a la salud socioeconómica de los ambientes rurales. Y rechaza los argumentos que hablan del mayor impacto climático de la agroecología. "Es una guerra de papers", reconoce. Pero añade que los análisis que se realizan no suelen incorporar todos los insumos del proceso al análisis de la eficiencia de los cultivos, por lo que no son totalmente fiables. Pone un ejemplo. "La agricultura convencional depende del petróleo. Y el petróleo se va a acabar, pero eso no aparece en los informes. En ese sentido, la agricultura ecológica es la única vía de futuro posible".

Defiende Oteros, además, que las mejoras en la salud al consumir productos ecológicos son notables. Algo que, contraargumenta Mulet, no está demostrado de manera concluyente por ningún estudio y obvia la cantidad de análisis fitosanitarios que recibe cualquier alimento que llega a nuestro plato. "Cuando haces una comparativa entre alimentos procedentes de agricultura tradicional y ecológica sobre propiedades nutricionales, es decir cantidad de vitaminas o de nutrientes, y sobre efectos sobre la salud se ve que son indistinguibles", afirmaba en una entrevista el divulgador científico. Como en casi todos los aspectos de este tema, los estudios están divididos. Las revisiones de miles de artículos académicos publicadas por expertos de la Universidad de Stanford y de la American Journal of Clinical Nutrition señalaron que no hay una evidencia clara de la relación entre buena salud y agroecología.

La activista de Ecologistas en Acción critica que los estudios y las certificaciones de organismos como la Agencia Europea de la Alimentación están manchados por la influencia de lobbies y que no se ha cuantificado de manera suficiente la ausencia de pesticidas y fertilizantes sintéticos y sus efectos positivos indirectos: es decir, la falta de contaminantes en el suelo que impactan favorablemente en la población, mantiene.

La última revisión de estudios: depende del producto

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Una de las revisiones de centenares de estudios más reciente, que ayudan a poner luz en una discusión tan polarizada, es la realizada en octubre de 2017 por David Tilman y Michael Clark, que llevan analizando los impactos de los productos ecológicos durante años en publicaciones tan prestigiosas como Nature. Este estudio introduce una interesante teoría que no suele ser tenida en cuenta: el impacto de la agricultura ecológica en comparación a la convencional depende del producto. Los analistas, tras diseccionar los estudios realizados en 742 sistemas agrícolas, dividieron los alimentos por su tipo (cereales, legumbres y cultivos oleaginosos, frutas, verduras, lácteos, huevos y carne) y establecieron una amplia gama de categorías de impacto ambiental: emisiones de gases de efecto invernadero, uso de la tierra, potencial de acidificación, potencial de eutrofización y uso de energía.

La conclusión se puede resumir en una palabra: depende. El uso de energía, por ejemplo, es menor por lo general en la agroecología, exceptuando el cultivo de verduras. Sin embargo, en cuanto a la acidificación del suelo, concluyen que el uso del estiércol natural es más perjudicial puesto que "los fertilizantes (los que están prohibidos en la agricultura ecológica) liberan nutrientes en respuesta a las demandas del cultivo", a diferencia de otros métodos sin químicos. En cuanto al impacto en materia de gases de efecto invernadero, las diferencias, defienden, son muy pequeñas por lo general, aunque "con base en los valores promedio, podríamos concluir que para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, debemos comprar piensos y frutas orgánicas, y cereales, vegetales y productos de origen animal".

Los matices a analizar son inabarcables en el debate. El estudio antes comentado no menciona otros dos argumentos que suelen aparecer. El precio de los alimentos ecológicos suele ser mucho más elevado que el de los convencionales, por lo que muchos detractores no dudan en calificarlos de "caprichos para ricos" y en denunciar que las clases más desfavorecidas no pueden optar a ellos. Sus defensores suelen, por otro lado, mencionar que la ganadería ecológica no somete a los animales a tantas privaciones como la convencional, por lo que entra en juego la ética animalista. Está claro que los productos ecológicos, si el crecimiento sigue al ritmo actual, van a ser cada vez más comunes y más consumidos: sin embargo, no hay ni mucho menos consenso acerca de si son realmente útiles para afrontar los retos medioambientales de cualquier sociedad avanzada.

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