Las amenazas a la democracia

¿Te caen peor tus vecinos desde que llegó Vox? Así se cuela en nuestra vida el efecto de la polarización

Una mujer protesta contra Pedro Sánchez en la calle Núñez de Balboa de Madrid en mayo de 2020.

Mariano Torcal está "muy preocupado". "Mucho". Lo repite varias veces, en conversación con infoLibre, después de haberse sumergido hasta las cejas en un fenómeno sociopolítico del que oímos opinar a todas horas, la polarización, pero del que pocas veces se habla con propiedad. En primer lugar, se confunde extremismo o crispación con polarización. En segundo lugar, se confunden los diferentes tipos de polarización, cuando en realidad es como con el colesterol, hay mala y buena, o al menos mala y menos mala: no es lo mismo polarizarse por los impuestos que polarizarse por los insultos que le dedica el jefe del partido que te gusta al jefe del partido que odias. En tercer lugar, parece que todo el país está polarizado, cuando no es cierto. En cuarto lugar, se equipara la polarización del campo izquierdo con la del campo derecho, cuando son distintas: la derechista –y Torcal lo verifica con datos– encierra mayor peligro porque apareja actitudes de mayor intolerancia y desprecio por la democracia.

Todo ello lo detalla, en las más de 250 páginas del ensayo De votantes a hooligans. La polarización política en España (Catarata, 2023), Mariano Torcal, que con justicia podría reclamar para sí la condición de especialista de referencia en desafección política y confianza en las instituciones. Catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra, director del Research and Expertise Centre for Survey Methodology y profesor en la Universidad de Denver, Torcal basa su abanico de conclusiones en una metódica explotación de datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en los estudios Comparative Study of Electoral Systems y Comparative National Election Project, en el proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia Tri-pol (Triangle of Polarization) y en las encuestas sobre el tema Ciupanel y E-Dem.

Su trabajo brinda múltiples hallazgos, entre ellos estos: 1) España está cada vez más polarizada, pero no es un país especialmente polarizado. 2) La culpa no es de las redes sociales, sino de las élites políticas. 3) La irrupción de nuevos partidos (Podemos, Cs, Vox) aumenta la polarización, pero no por culpa exclusiva de la ofensiva de estos partidos, sino también por la reacción defensiva del resto. 4) Los votantes de JxC y Vox son los más polarizados. 5) La polarización de los seguidores de PP y Vox apareja conductas más antidemocráticas que la de los seguidores de PSOE y Unidas Podemos. 6) El efecto de la polarización es tan profundo que nos lleva a sospechar de quienes no conocemos, o incluso de nuestros vecinos, y a encerrarnos en pequeñas comunidades de confianza, con efectos potencialmente devastadores para la democracia.

¿Por qué si eres 'antiimpuestos' eres 'antiaborto'?

La polarización podría definirse como una distribución de la opinión pública en la que los ciudadanos se concentran en polos opuestos con poca o ninguna comunicación entre sí. Si hay muchos ciudadanos en los polos sin contacto con el exterior, cargados de prejuicios y desprecio por el resto, hay mucha polarización. Torcal distingue entre dos grandes tipos de polarización. La primera sería la "polarización ideológica", resultado de las diferencias de opinión sobre asuntos candentes. No es bueno que se dispare, pero su potencial destructivo es limitado. La segunda es la peligrosa: la "polarización afectiva".

Esta segunda polarización, la afectiva, es el colesterol malo, resultado de "odios, amores y fobias" en torno a lo que Torcal llama "megaidentidades partidistas", que son conjuntos de opiniones férreas construidas desde el seguidismo sectario a un partido. Es lo que provoca que, aunque sean temas que a priori podrían discutirse por separado, haya gente que agrupe automáticamente convicciones a favor de los impuestos bajos a las empresas y en contra del aborto. Nada tiene esta agrupación de malo, por supuesto. Pero sí es tóxica cuando la "polarización afectiva" en torno a estas "megaidentidades" crece hasta conformar grupos que se ven unos a otros como amenazas a todo ese conjunto de valores. Un sujeto polarizado sería aquel que ha comprado el paquete completo de una "megaidentidad partidista" y no está dispuesto a negociar ninguno de los productos ni a comprar uno solo a los demás.

Polarización afectiva en ascenso

La "polarización afectiva" puede llamarse también "hostilidad" y va dirigida contra los partidos del grupo contrario, contra sus líderes y contra sus partidarios. Se conforma un "nosotros" que ve a los otros como "rojos" o "fascistas", como "progres" o "fachas", levantando un muro infranqueable. Dejamos entonces de ser "votantes" para convertirnos en "hooligans", expone Torcal. Por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de España, que está menos polarizada que EEUU, sobre todo desde la irrupción de Donald Trump, o que países europeos como Francia y Reino Unido. Pero, al margen de que salgamos bien por comparación, sí es un fenómeno que va a más en España.

Torcal detecta dos crecimientos de la polarización afectiva, uno en 2015 y otro más fuerte en 2019, que se corresponden con las irrupciones de dos formaciones que desafían, desde izquierda (Podemos) y derecha (Vox), al sistema de partidos. Esta gráfica sobre "polarización afectiva" es elocuente.

La línea gruesa describe la evolución del rechazo hacia los líderes del resto de grupos. La de puntos marca la evolución de la afinidad hacia el líder del propio grupo. Por último, la fina muestra la "polarización afectiva", es decir, la "hostilidad" general hacia el campo del adversario. Hay altibajos, pero la dinámica general es estas: cada vez rechazamos más a los rivales (polarización intergrupo) y defendemos más a los propios (polarización intragrupo).

Aunque las irrupciones primero de Podemos-Cs y después de Vox suponen aumentos de la polarización, no se puede imputar a estas formaciones la responsabilidad exclusiva en la misma, recalca Torcal. Sí, todos ellos despliegan discursos diferenciadores que pueden incrementar la adhesión a los propios y el rechazo a los rivales, pero esa dinámica se multiplica por la acción de todos los partidos, también los históricos, como el PP y el PSOE, que adoptan como respuesta el esquema "nosotros contra ellos".

Otra conclusión es que los periodos del PP en la oposición aumentan la polarización más que ningún otro, sobre todo desde la llegada a la presidencia de Pedro Sánchez, cuya legitimidad ha sido puesta en cuestión por la oposición de derechas. Además, los periodos electorales, más aún si se prolongan con bloqueos y repeticiones, son óptimos para el aumento de la polarización afectiva. En este punto, le preguntamos a Torcal: ¿qué cabe esperar de 2023 en cuanto a polarización? "Puede ser horrible", responde. "Está demostrado que, tras el aumento de la polarización por las campañas y las elecciones, baja un poquito el suflé, pero se acumula un poso, que es mayor si el perdedor cuestiona la victoria. En las campañas hay mucho de circo, pero ese circo cala de verdad en la gente", explica.

JxC y Vox, campeones de la polarización

El fenómeno de la polarización afectiva no es exclusivo de izquierda ni de derecha, ni de votantes de tales o cuales siglas. Ahora bien, las dimensiones son distintas en los electorados de los distintos partidos. En esta gráfica se ve la "polarización afectiva intergrupo", es decir, la hostilidad hacia los rivales, en los seguidores de ocho formaciones entre 2021 y 2022.

El rechazo al "otro" se completa con la adhesión a los propios, lo que se llama "polarización intragrupo". Aquí la clasificación por seguidores de los ocho partidos.

Los seguidores de JxC y Vox son los campeones de la polarización, tanto por rechazo a los ajenos como por adhesión a los propios.

Demócratas antidemocráticos

De modo que ya sabemos que la polarización afectiva crece en España y que afecta a los votantes de todos los partidos, si bien de unos más que de otros. Pero, ¿y las consecuencias? Son negativas y múltiples. Por ejemplo, dificulta los acuerdos y la propia gestión, al encontrar las medidas una mayor resistencia basada en el desprecio por quien las adopta. La pandemia ha ofrecido un excelente campo de pruebas para comprobarlo. A esto se suma una creciente desconfianza en las instituciones. Además, la polarización afectiva "anula la capacidad de los votantes de pedir cuentas a los partidos", explica Torcal, haciéndolos más acríticos, dóciles y manipulables. Ello ceba la sensación de impunidad y abona el terreno para la corrupción.

No obstante, la consecuencia más grave de la polarización afectiva es que debilita el compromiso democrático. Y aquí se detiene Torcal para documentar una precisión: la polarización que afecta a los partidarios de formaciones de derechas da como resultado una mayor aceptación de medidas antidemocráticas y una menor tolerancia. Atención a este cuadro, que muestra el porcentaje de partidarios de cada partido que rechaza medidas anticonstitucionales y que muestra tolerancia hacia según que posibilidades o grupos.

¿Qué se ve? Por ejemplo, un 64% de los votantes de Vox rechaza la idea de que sólo un partido pueda ocupar el poder. Resta un 36%, que no es poco. En conjunto se observa que hay entre los votantes de Vox y PP y un menor desacuerdo con medidas anticonstitucionales, un menor apoyo incondicional a la democracia y una menor tolerancia. Como punto concreto, merece atención la baja tolerancia hacia musulmanes y catalanes. El autor encuentra más correlación en la derecha que en la izquierda entre la "polarización afectiva intergrupo" –es decir, el rechazo a los partidos, líderes y votantes rivales– y la desconfianza hacia las principales instituciones democráticas.

Torcal lamenta que exista en los medios –donde "también hay mucho hooligan", dice– una propensión a "equiparar la polarización generada desde la extrema izquierda con la de la extrema derecha en un intento de legitimar esta última". "Los nuevos partidos desafiantes/retadores, sean del signo ideológico [...], contribuyen a aumentar la polarización en general, pero sus consecuencias [...] no son las mismas [...]. Una cosa es plantear alternativas para mejorar los mecanismos de expresión y agregación de intereses políticos e individuales, y otra bien distinta es cuestionar e incluso mostrarse dispuesto a apoyar acciones que [...] van contra los principios e instituciones básicas de la democracia liberal", escribe Toral. Coincide Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid y autor del prólogo: "La polarización que ha introducido Vox en España es más tóxica y negativa que la que trajo en su momento la irrupción de Podemos".

Desconfianza en el vecino y en quien no he visto en la vida

Torcal pone la lupa en un efecto de la polarización afectiva tan inadvertido como destructivo: el deterioro de la "confianza social", es decir, en lo que opinamos del resto de la gente. La polarización afectiva aumenta la desconfianza en quienes menos conocemos, "los otros", y refuerza la confianza que tenemos por los más próximos, "los nuestros". Pero esos "nosotros" y "ellos" no se definen ya en el plano ideológico, sino de pura cercanía o lejanía social. Así lo expresa el autor: "La creciente desconfianza hacia los otros grupos partidistas alimenta la que se expresa hacia 'los otros' en general, es decir, hacia aquellas personas que no forman parte de nuestros círculos [...]. Incluso promueve la desconfianza hacia nuestros vecinos y vecinas". No es ninguna broma que se detecte una erosión en ese flanco, dado que la "confianza social", recuerda Torcal, es "el indicador más importante del comportamiento cívico de una sociedad", básico para una democracia funcional.

El autor encuentra una relación significativa entre la "polarización intergrupo" –es decir, la hostilidad hacia "los otros"– y el retroceso de la confianza general en "la gente" y en su "honestidad". Esto ocurre tanto entre 2014 y 2015, con la irrupción de Podemos; como entre 2018 y 2019, con la irrupción de Vox. Ojo, no se ve afectada sólo ya la confianza general en los adversarios, sino en la gente en general. En el periodo 2018-2019, coincidiendo con la irrupción de Vox, Torcal detecta incluso cómo la "polarización intergrupo", el rechazo a los otros, se relaciona positivamente no sólo con el crecimiento de la desconfianza en la gente en general y su honestidad, sino también hacia "los vecinos".

Este fenómeno marida con otro, observable tanto en el ciclo 2014-2015 como en el ciclo 2018-2019: la "polarización intragrupo", es decir, la adhesión al propio líder y al propio grupo ideológico, "contribuye a aumentar la confianza entre los miembros de los círculos más próximos de ámbito familiar y de amistad". De modo que polarizarnos afectivamente nos lleva a recelar de quien no conocemos y a reforzar la confianza en quien sí conocemos. El efecto combinado de estas dinámicas agudiza y profundiza la polarización, con todos los menoscabos democráticos que ello implica.

No es culpa de Twitter

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Torcal carga las culpas en los líderes políticos. La polarización afectiva, escribe, no es "consecuencia de la demanda ciudadana", sino de las "estrategias discursivas de las élites políticas que, llevadas del cortoplacismo electoral [...], han hecho de los eslóganes en torno a las identidades elementos principales de su discurso".

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En contra de lo que es ya casi un saber popular, el investigador sostiene que las redes sociales no causan el fenómeno de la polarización afectiva, sino que lo facilitan. "Tal vez", afirma, "en lugar de cuestionarnos el efecto de las redes sociales en la polarización, la pregunta sería, más bien, qué es lo que hace que todos los polarizados acaben acudiendo a las redes".

¿Solución? Tan evidente como difícil

Lo que más preocupa al autor es que España pueda caer en un "círculo vicioso" en el que unas bases polarizadas por los discursos de las élites demanden a su vez a las élites una conducta de confrontación, en una dinámica que se haga "irreversible". Evitarlo no es fácil, como tampoco desandar en el camino ya andado. No hay recetas mágicas. "Hombre", dice Torcal, "lo más sencillo sería que los políticos dejasen de hacer lo que hacen. Pero, claro, diría [Isabel Díaz] Ayuso, por poner un ejemplo: 'A mí esto me funciona. ¿Por qué dejarlo?". Torcal menciona a Ayuso, pero cree que todos los partidos son presa de la dinámica polarizadora, aunque haya grados.

Entre las propuestas, el autor tiene claro que luchar contra la polarización reclama rebajar la beligerancia del discurso y crear espacios de intercambio de ideas diferentes. Además, hay otra receta: luchar contra la desigualdad. Como también ha sostenido Diego Sánchez-Ancochea, director del Departamento de Desarrollo Internacional en Oxford, en su ensayo El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo (Ariel, 2022), la brecha entre los que más y los que menos tienen es campo abonado para la polarización.

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