'De votantes a hooligans. La polarización política en España'

¿Son los ciudadanos votantes reflexivos o electores que escogen en las urnas a su partido político de siempre de manera similar a los que animan siempre al mismo equipo de fútbol? Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra, director del Research and Expertise Centre for Survey Methodology (RECSM) y profesor adjunto en la Universidad de Denver, se plantea esta pregunta en De votantes a hooligans. La polarización política en España, un libro en el que el autor analiza las pulsiones emocionales que provocan las "megaidentidades partidistas", algo que acaba teniendo consecuencias inevitables en la confianza institucional y en la propia democracia. Editado por Catarata, se podrá encontrar en las librerías a partir de este 23 de enero. infoLibre publica el prólogo escrito por el también profesor de Ciencia Política y ensayista Ignacio Sánchez-Cuenca.

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Hay algo desconcertante en la importancia que ha adquirido en estos tiempos el fenómeno de la polarización política. Si nos situamos en los años previos a la gran crisis de 2008, todo parecía indicar entonces que nos dirigíamos a un mundo en el que la ideología pesaría cada vez menos. Por un lado, la alternativa al capitalismo liberal, es decir, el modelo comunista de planificación central, se derrumbó definitivamente en 1989. La URSS se rompió en trozos y los países del Pacto de Varsovia iniciaron un tránsito rápido y traumático al capitalismo. China no rompió formalmente con el ideario comunista, pero se deslizó con una determinación de hierro hacia una forma sui generis de capitalismo de Estado. Por otro lado, la integración de los sistemas económicos nacionales en las cadenas globales de producción y distribución limitó considerablemente el margen de acción de los gobiernos, ya fueran democráticos o autoritarios. Se establecieron unos férreos consensos internacionales sobre la política económica y se reforzó enormemente el peso de los reguladores independientes, incluyendo, por supuesto, a los bancos centrales. Todo ello redundó en una limitación de lo que los gobiernos podían intentar hacer unilateralmente, sin contar con el resto. Quizá la manifestación más clara del espíritu de los tiempos fue la tercera vía que adoptaron muchos de los partidos socialdemócratas occidentales: la socialdemocracia hacía suyos buena parte de los principios del neoliberalismo dominante (privatizaciones, libre comercio, desregulación de los mercados de trabajo, etcétera).

Si las diferencias ideológicas entre los partidos se estrechaban, si nadie era capaz de pensar en políticas fuera de los consensos del establishment, lo lógico era esperar que las diferencias ideológicas fueran diluyéndose. Y, sin embargo, en los últimos quince años hemos sido testigos de cómo la política, en muchos países, se ha ido volviendo cada vez más divisiva. La posibilidad de alcanzar grandes acuerdos entre fuerzas de distinta ideología se ha vuelto remota, pues muchos ciudadanos entienden que cualquier forma de transacción es una traición a unos valores que considera irrenunciables.

¿Cómo puede suceder que habiendo tan pocas diferencias en las políticas económicas que ofrecen los partidos, la polarización haya aumentado de forma tan acusada? Se trata, en cualquier caso, de una polarización peculiar, que no guarda demasiada relación con la que se vivió en el periodo de entreguerras. En aquella época, la democracia liberal tenía que lidiar con dos alternativas formidables, el fascismo y el comunismo. Ahora, en cambio, la democracia no tiene rivales. Aunque un número preocupante de democracias ha ido perdiendo su condición liberal y algunas incluso han mutado en regímenes autoritarios, el hecho es que, al menos en el plano teórico, no hay alternativas a la democracia. Por muy tramposo que resulte, los regímenes autoritarios siguen recurriendo como principio legitimador al principio democrático, no son capaces de establecer una fuente distinta de legitimación. Se justifican alegando que la democracia liberal no es auténtica, que los deseos de los ciudadanos no cuentan en las democracias realmente existentes y que es preciso establecer formas más directas de hacer política: en el fondo, no son sino formas perversas de intentar legitimar democráticamente formas de gobierno iliberales o autoritarias, pero el hecho mismo de que no puedan desbordar el marco conceptual de la soberanía popular resulta muy elocuente sobre la hegemonía alcanzada por la democracia en las últimas décadas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué la ideología parece haberse enseñoreado de la política? Como apunta el autor de este libro, Mariano Torcal, los votantes parecen actuar en mayor medida como hooligans que como ciudadanos reflexivos. ¿De dónde procede tanto apasionamiento y tantas ganas de tener razón a toda costa?

Para entender esta aparente paradoja de que la polarización se haya disparado en medio de la hegemonía del capitalismo globalizado, es preciso distinguir entre la polarización ideológica y la afectiva. Como muestra Torcal con precisión y gran riqueza de análisis empíricos, la polarización que ha aumentado considerablemente es la afectiva, no la ideológica. Se trata del disgusto que nos provocan quienes no piensan como nosotros. Nos enfrentamos unos con otros porque, aun si aceptamos que no haya diferencias profundas en la gestión de los asuntos económicos, tenemos, en todo lo demás, concepciones del mundo radicalmente diferentes. Ahora bien, ¿no había sido siempre así? ¿Qué hay de nuevo para que concluyamos que la polarización, aun si limitada solo al plano afectivo, es hoy un problema?

A menudo se responsabiliza a las redes sociales y, más en general, a la creciente digitalización de los asuntos públicos, del aumento de la polarización afectiva. Los análisis rigurosos y sistemáticos que ofrece el autor en este libro arrojan dudas sobre esa interpretación. Aunque resulte muy socorrido echar todas las culpas a Twitter o WhatsApp, parece que, en todo caso, las redes sociales son facilitadores, pero no causantes. Es decir, permiten que la polarización reine a sus anchas, reforzándola quizá por la inmediatez de las comunicaciones, pero no provocándola en primera instancia.

Torcal habla en este libro de identidades megapartidistas. En torno a los partidos se construyen cosmovisiones que resultan irreconciliables entre sí. La clave está en que la política se organice según identidades, que son siempre menos negociables que los intereses. Se constituyen de esta manera grupos o colectivos nucleados a partir de identidades políticas y morales fuertes que están destinados a no entenderse entre sí. La ideología se cuela por los pliegues de la identidad, provocando un alineamiento de preferencias en torno a cuestiones en principio muy diversas. Así, una persona de izquierdas desarrollará una fuerte conciencia crítica sobre el cambio climático, sobre la libertad de elección de estilos de vida, sobre los derechos de las minorías, sobre la resolución bélica de los conflictos internacionales, sobre los derechos civiles, sobre la memoria histórica, etc. La persona de derechas hará lo mismo, solo que en sentido inverso. A pesar de que se trata de asuntos muy distintos, que podrían tratarse por separado, la ideología actúa como un poderoso pegamento que acaba uniéndolos todos en una especie de paquete político que se toma o se deja en su integridad. A veces la ideología falla, no cumple su función como se espera y se producen debates ásperos dentro de cada ideología (como, por ejemplo, cuando en la izquierda se consuma una división entre partidarios y detractores de la libre elección de género), reproduciéndose, en el seno de un mismo bloque ideológico, una especie de polarización recursiva entre maneras alternativas de entender los valores ideológicos.

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En realidad, el cambio cultural acelerado de nuestras sociedades, condensado en la aparición de lo que Ronald Inglehart llamó preferencias “posmaterialistas” o “egoexpresivas”, ha generado una ampliación del radio de acción de la política. Los asuntos socioeconómicos continúan siendo importantes, pero, en la política contemporánea, no son los únicos, pues todo lo que tiene que ver con elecciones morales (relativas a derechos civiles, estilos de vida, medioambiente, etc.) constituye hoy una parte importante del debate político. En esas elecciones morales cristalizan las identidades de los individuos, que en ocasiones se decantan hacia lo liberal/cosmopolita/abierto o hacia su reverso, lo tradicional/nacional/cerrado, con múltiples modulaciones dependiendo de las características políticas y culturales de cada país. Al acoplarse estas diferencias valorativas a las diferencias tradicionales en el plano socioeconómico entre la izquierda y la derecha, se configuran unas sólidas identidades ideológicas o megapartidistas que, al enfrentarse en la esfera pública, provocan el aumento de la polarización afectiva.

Según muestra Torcal en las páginas que siguen, tanto la polarización afectiva como la ideológica han aumentado en España significativamente, si bien nos mantenemos en posiciones intermedias dentro del ranking de países. En cualquier caso, ¿por qué debería preocuparnos? ¿Acaso la democracia no puede funcionar adecuadamente con niveles elevados de polarización? No es que haya un peligro inminente de colapso democrático, pero, no obstante, la polarización afectiva tiene consecuencias importantes sobre el sistema político: reduce la confianza social, la valoración de la democracia y la confianza en las instituciones. Todo ello nos lleva a sociedades más fragmentadas, menos cohesionadas. Con todo, hay que introducir una matización de gran interés: gracias a los detallados análisis que realiza Torcal en este libro, descubrimos que no toda la polarización afectiva produce los mismos efectos. En concreto, los datos revelan que la polarización que ha introducido VOX en España es más tóxica y negativa que la que trajo en su momento la irrupción de Podemos. Parece sugerirse así que las consecuencias de la polarización afectiva deben examinarse en función de las características propias de las distintas identidades megapartidistas.

El presente libro es, de lejos, el análisis más exhaustivo y sistemático sobre la polarización afectiva en España. El autor es uno de los politólogos más prolíficos y prestigiosos de España. Lamentablemente, se prodiga poco en la esfera pública, habiéndose concentrado en una investigación insobornablemente académica. Aunque no abandona en ningún momento el rigor académico, presenta aquí una visión integral del fenómeno de estudio (una visión comparada, que aborda las manifestaciones de la polarización, su evolución, su relación con las redes sociales, sus efectos en la cultura política) que servirá de referencia para que nuestros debates sobre el tema sean más ricos y estén mejor informados.

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