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Cambio climático

El cambio climático continúa desatado en el verano del covid-19: deshielo, superincendios y temperaturas de récord

Tierra quemada en California (Estados Unidos).

La conversación pública sobre el cambio climático se ha reducido a mínimos a raíz de la explosión mundial de la crisis del covid-19. Es comprensible: preocupa más y moviliza más recursos una emergencia en la que unas semanas pueden marcar la diferencia entre una actuación preventiva y una medida que llega tarde. La crisis climática actúa a largo plazo. Pero sus ritmos son independientes del debate, y no va a desaparecer por no hablar de ella. Este verano de 2020 en el Hemisferio Norte, marcado para siempre en los libros de Historia como el verano del coronavirus (ojalá sea el único), ha sido testigo de múltiples evidencias de que, a nivel global, el cambio climático es tanto futuro como presente: deshielo histórico en el Ártico, megaincendios en Siberia, California y la Amazonía, y temperaturas, una vez más, demasiado altas como para negar la evidencia. 

Los avances científicos sobre la crisis climática, por suerte, no se han parado. Y todos siguen la misma dirección de siempre: se trata de un fenómeno de origen antropogénico, que no guarda relación con los cambios climáticos naturales que han cambiado la Tierra durante decenas de miles de años. Está siendo demasiado rápido y demasiado duro como para ser natural. Estas semanas ha circulado por redes un nuevo gráfico que viene a demostrar de manera rápida y muy visual este hecho: las temperaturas siempre han fluctuado, pero nunca habían aumentado con el ritmo de la actualidad. Recoge los cambios en los últimos 12.000 años. Especial atención a los últimos. Ha sido elaborado por el ingeniero Alexander Radtke.

Variaciones del clima en los últimos 12.000 años, incluyendo 2020.

Por otro lado, un estudio difundido este agosto y publicado por Nature ha descubierto que entre un 20 y un 55% de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico tienen ahora temperaturas y niveles salinos diferentes. Aumentará a entre un 40 y el 60% a mediados de siglo y entre el 55 y el 80% en 2080. El dato, lejos de ser una anécdota, puede traer graves consecuencias para los ecosistemas marinos, la biodiversidad, el aumento del nivel del mar y las sociedades humanas. Ya se conocía que los océanos funcionan como grandes sumideros de carbono, que hasta han estado absorbiendo buena parte del dióxido de carbono y del metano (principales gases de efecto invernadero) que sobran en la atmósfera. Pero su labor tiene un límite. Si estas inmensas masas de agua se siguen calentando, podrían liberar los gases almacenados, en ocasiones en estado sólido, acelerando drásticamente la crisis climática. 

Ese ha sido el principal paper publicado este verano sobre la crisis climática, pero las evidencias en forma de fenómenos naturales agravados no dejan de acumularse. Es una de las consecuencias más peligrosas de la crisis climática: incendios, olas de calor, huracanes o sequías son y serán más intensos y frecuentes, si los principales emisores no cortan en serio sus contribuciones. El último episodio lo ha protagonizado, un verano más, California (Estados Unidos), que está siendo testigo de que lo que antes eran fuegos normales y controlables ahora son superincendios, tan destructivos como difíciles de atajar. Más de 40 focos seguían activos al cierre de este reportaje, azuzados por las tormentas eléctricas y por unas temperaturas, una vez más, fuera de lo normal. Ya es el segundo más grande de la historia del Estado: el primero fue el año pasado. 

A mediados de agosto se alcanzaron los 54,4 grados en el Valle de la Muerte: la tercera temperatura más alta registrada en esta zona del planeta en los últimos 100 años. El gobernador ha declarado el estado de emergencia y la administración se encuentra con problemas para extinguir los incendios al ser el Estado más impactado por el covid-19 en Estados Unidos. Generalmente, se usaban presos para la peligrosa tarea, pero este verano no han podido ser utilizados debido al impacto de la pandemia en las cárceles, explica The Washington Post. "No es posible vincular un evento particular al cambio climático. No obstante, el registro paleoclimático indica que la ocurrencia de grandes incendios en el pasado a escala global está relacionado con la temperatura global, en particular los megaincendios. Por tanto, resulta evidente que con el aumento de temperatura el riesgo de aumento en la intensidad y frecuencia de grandes incendios aumenta", explica para infoLibre el profesor de Física de la Universidad Complutense de Madrid Fidel González Rouco. 

Es la eterna piedra en el camino de la ciencia climática a la hora de comunicar sus progresos: no se puede asegurar que un evento concreto ha sido producido por el calentamiento global. Pueden darse fenómenos extremos al margen, y han ocurrido múltiples a lo largo de la larguísima historia del planeta. Pero no es lógico obviar que se producen más y son más fuertes en las últimas décadas, que va a seguir pasando, y que todo responde a un patrón común. A Estados Unidos, además, se le suman durante esta semana dos tormentas tropicales con camino de ser huracanes que van a desembocar casi en el mismo punto de la costa este del país. Un fenómeno inédito. No parece casualidad.

Lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico

A principios de verano, se desataron fuegos históricos en Siberia, una zona poco acostumbrada a eventos propios de otras latitudes más calurosas. Los datos de los satélites, asegura Tiempo.com, muestran que los incendios han sido más graves que los de temporadas anteriores. En esta zona de Rusia, los incendios forestales queman la turba, material orgánico rico en carbono, cuya combustión expulsa inmensas cantidades de CO2: y derriten el permafrost, la capa de tierra permanentemente congelada de la tundra siberiana, con lo que se expulsa tanto dióxido de carbono como metano que ha permanecido almacenado durante decenas de miles de años. El cambio climático y sus fenómenos extremos asociados tienen esta terrible peculiaridad: se forman círculos viciosos en los que una pequeña chispa puede terminar agravándolo todo. En varias ciudades de la región cercanas al Círculo Polar Ártico se bordearon los 40 grados a finales de julio. 

Un poco más al norte, en el Ártico, tampoco se han encontrado con buenas noticias este estío. Casi 40 años de datos satelitales de Groenlandia muestran que sus glaciares se han reducido tanto que incluso si el calentamiento global se detuviera hoy, la capa de hielo continuaría reduciéndose, recoge Europa Press un estudio de Nature. Y este verano ha sido el peor para el agua congelada del norte del planeta: los datos comparados del julio de 2020 con los mismos meses de hace una y dos décadas por la NASA muestran una clara tendencia a la pérdida de zonas cubiertas por el hielo. Lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico: además del efecto evidente –subida del nivel del mar, que podría anegar en unas décadas poblaciones que hasta ahora se mantienen secas y a salvo–, el clima global se desestabiliza por la pérdida de este gran reservorio helado, y se agudiza el cambio climático: los océanos se calientan y el permafrost, como ya hemos explicado, expulsa a la atmósfera sus bombas de relojería en forma de metano. 

Las temperaturas no dan tregua

Todos estos fenómenos tienen una relación evidente con lo que marca el mercurio en un verano que ha vuelto a ser extremadamente caluroso en comparación con la media, aunque sin romper récords absolutos. Julio de 2020 fue el cuarto más cálido de la serie histórica, por detrás de 2019 (el más cálido), 2016 y 2017. Los datos hablan por sí solos. En España, el mes ha sido el tercero más cálido tras los de 2015 y 2006. Las temperaturas máximas fueron las segundas más altas desde que hay registros, tras las de 2015. A finales de mes, la ola de calor que se prolongó hasta comienzos de agosto dejó récords absolutos de temperatura, explica la Agencia Estatal de Meteorología.

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Afortunadamente, esta situación, más allá de las consecuencias directamente relacionadas con el aumento de las temperaturas, no se ha traducido en un verano prolífico en fenómenos extremos y destructivos en nuestro país. No ha habido hasta el momento muchos ni grandes incendios forestales, y en el conjunto de 2020 se han reducido en un 40%. Fue predicho por los expertos, que auguraron que una primavera muy lluviosa mantendría protegidos a los bosques españoles durante julio, ya que aún albergarían parte de la humedad. Agosto de este año, por fortuna, no está siendo muy caluroso, lo que ha ayudado a mantener la buena tendencia, a excepción del episodio desatado en la Palma, con 400 hectáreas consumidas por las llamas. Pero no hay que bajar la guardia: muchos de los megaincendios desatados en los últimos años en España (como los de Galicia de 2017) se iniciaron en octubre. El calentamiento global alarga los meses de peligro.

2020 era, en boca de los activistas climáticos, un año clave para lograr acuerdos multilaterales que lograran, al menos, detener un poco el avance de la crisis climática, tras el fracaso parcial de la Cumbre del Clima celebrada en Madrid en diciembre de 2019. Pero llegó marzo, se suspendió la COP de este año, se desató la emergencia sanitaria por la pandemia y el calentamiento global pasó a un papel secundario de la agenda. La activista Greta Thunberg ha advertido de que vamos camino de dos años perdidos en cuanto a la lucha contra la crisis. En Estados Unidos, de hecho, no solo ha desaparecido de la agenda, sino que se han tomado medidas destinadas a agravarlo a nivel federal: los activistas se agarran a Joe Biden como única, y quizá última, esperanza. Cuando la pandemia parecía remitir en el Hemisferio Norte, los países europeos, comandados por el Ejecutivo comunitario, comenzaron a diseñar la llamada "recuperación verde": aprovechar el necesario impulso económico que necesitan los países para recuperarse del impacto del confinamiento para fomentar e incluir prácticas, dinámicas e industrias sostenibles. En España, la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha dado un espaldarazo legal vía decreto al sector de los renovables.

Pero los casos han vuelto a repuntar, la sombra de nuevos confinamientos ya atenaza al país y, de nuevo, la crisis climática corre el riesgo de quedarse en un segundo plano ante la evidente prioridad: salvar vidas y detener la transmisión del covid-19, esa pesadilla que parece no tener fin. Los expertos insisten, sin embargo, en no olvidar que el cambio climático, pese a manejar tiempos más amplios, es también una emergencia. También producirá –y produce– dolor, daños económicos y muerte. Puede que no tenga que ser la prioridad, pero no puede dejar de ser una prioridad. 

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