En la quinta planta de la Facultad de Ciencias de la Información, una reforma dejó al descubierto, detrás de un tablón, unas letras desdibujadas: "José Luis, Emilio… no os olvidamos". No era una frase completa ni un homenaje reciente, sino el rastro de un dolor escrito a toda prisa hace 46 años, cuando los estudiantes José Luis Montañés y Emilio Martínez Menéndez murieron por disparos policiales durante una manifestación el 13 de diciembre de 1979. El muro había retenido ese mensaje en el yeso, guardando una memoria de la Transición que durante décadas ha quedado relegada o directamente borrada por parte de las instituciones.
La profesora Cristina Mateos, que vio la pintada al salir de clase, entendió su importancia de inmediato. Especialista en movimientos sociales, supo que aquel fragmento no era una simple pintada antigua, sino "un resto arqueológico de memoria". Su aviso al decanato abrió así un proceso que la Complutense había dejado inconcluso durante 46 años. "Aquí murieron dos estudiantes y jamás se incorporó a la memoria institucional. Esa ausencia habla tanto como la pintada", señala Mateos.
La aparición del mensaje desencadenó un trabajo de recuperación histórica que se prolongó durante meses: búsquedas en archivos, revisión de hemerotecas, entrevistas con antiguos estudiantes y, sobre todo, la localización de las familias de José Luis y Emilio, a quienes nadie había pedido explicaciones ni ofrecido reparación desde 1979. Esa investigación ha culminado en un mural de memoria democrática que reconstruye la frase original y devuelve a los dos jóvenes un espacio en la universidad que nunca debieron perder.
Los disparos que acabaron con la vida de dos estudiantes
La tarde del 13 de diciembre de 1979, Madrid vivía una oleada de movilización estudiantil contra la Ley de Autonomía Universitaria (LAU), que muchos jóvenes percibían como un retroceso en derechos recién conquistados. La manifestación estaba legalmente convocada y, pese al clima de tensión, discurría dentro de lo habitual. José Luis Montañés, de 22 años, compaginaba su último curso de Ciencias Políticas con un trabajo de mensajero para pagarse los estudios. Su hermano Javier lo recuerda como "un chico muy responsable, trabajador y consciente de lo que estaba pasando en el país". Vivía en el barrio de la Concepción, aunque pasaba gran parte del tiempo en Embajadores, donde estaba a punto de mudarse con amigos. Esa tarde acudió a la protesta como tantos otros.
En paralelo, Emilio Martínez Menéndez, de 20 años, estudiante de Ingeniería Industrial, atravesaba un momento de fuerte compromiso político. Su hermana, Mari Carmen, recuerda que "era muy reivindicativo desde muy joven" y que hablaba con espíritu crítico sobre la Transición y la muerte de Franco. Vivía ya fuera de casa, trabajaba y se movía entre Lavapiés y Embajadores, donde coincidió con la disolución de una manifestación sindical.
Fue entonces cuando varias dotaciones policiales abandonaron la zona. Según el sumario y los testimonios, todos los jeeps emprendieron la marcha salvo uno, que realizó un giro brusco, abrió el portón trasero y comenzó a disparar. La versión oficial habló de tiros "al aire", pero los hechos reflejan otra realidad. José Luis cayó abatido por un impacto en el cuello a unos 90 metros del furgón y Emilio, alcanzado en el tórax, se desplomó a unos 100 metros. "Qué disparo al aire mata a dos jóvenes que ni siquiera están cerca del coche", cuestiona Javier.
Varios testigos mencionaron una ráfaga de metralleta y vieron a agentes recogiendo proyectiles incrustados en un autobús y en el asfalto. Según las familias, la Policía impidió que nadie auxiliara a José Luis, que murió en la calle, mientras que Emilio falleció horas después en el hospital. El cirujano que lo atendió entregó la bala al juez instructor, un gesto decisivo que permitió identificar el arma y al agente responsable.
El juez Clemente Auger imputó a varios policías por uso desproporcionado de la fuerza, una decisión excepcional en esa época, pero el caso se estrelló en la Audiencia Nacional. "Lo pararon en seco", recuerda Javier. "La judicatura seguía siendo la del franquismo y era imposible que prosperara".
El silencio, la manipulación y la herida de las familias
El dolor de la pérdida fue inmediato, pero la manipulación mediática se prolongó durante años. La prensa de entonces difundió versiones que presentaban a los jóvenes como agitadores, violentos o incluso como supuestos "sicarios pagados" para provocar a la Policía. "Decían barbaridades que luego escuchabas repetidas en la calle", recuerda Mari Carmen, que tenía 15 años cuando mataron a su hermano. "Mi hermano no era un delincuente. Estudiaba, trabajaba y ayudaba a todo el mundo".
La familia quedó profundamente marcada. Su madre nunca aceptó que la Policía —a la que consideraba garante del orden— hubiera matado a un joven que no había hecho nada malo. "Cayó en una depresión de la que no salió", relata su hija. El padre, de derechas, sostuvo durante años una batalla legal convencido de la inocencia de su hijo. En 1986 obtuvo una victoria parcial en un contencioso, aunque las muertes siguieron impunes.
La familia Montañés vivió un proceso similar. Javier explica que jamás recibieron una llamada de apoyo de ningún partido político. "Ni del PSOE, ni del PCE, ni de nadie. A nadie le interesaba airear esto", denuncia. Considera que existió un pacto tácito para mantener estos episodios fuera de la narrativa celebratoria de la Transición. El silencio social, dice, se convirtió en una carga imposible de soltar: "Te acompaña toda la vida ser 'el hermano del chico que mataron'', no se cierra nunca".
Ambas familias reclaman actualmente la verdad histórica y las reparación que nadie les ha concedido en 46 años. "A mi hermano no me lo van a devolver, pero lo que no podemos permitir es que su vida quede relegada a un pie de página", señala Javier Montañés. Y añade una reflexión que resume el sentido del homenaje: "Si algo debe servir todo esto es para que la universidad y este país asuman lo que pasó. No para vengarse, sino para contar la verdad por fin".
La investigación y el mural que recupera la memoria
La pintada apareció a finales de 2023, cuando la facultad iniciaba reformas en varias plantas. Mateos fue la primera en verla y entendió que era un vestigio único. "No podíamos pintarlo encima como si nada. Era la memoria hablando desde la pared", explica. Sin embargo, su hallazgo no generó consenso inmediato, ya que en el decanato hubo dudas y cierto temor a abrir un episodio que la universidad nunca había afrontado. El proyecto quedó en suspenso hasta 2025, cuando Ángel Rubio asumió el decanato y convirtió la preservación de la pintada en su primera iniciativa.
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El equipo inició entonces una investigación sistemática: recorrieron archivos históricos de la universidad, hemerotecas de diarios nacionales, fondos documentales del movimiento estudiantil y los sumarios judiciales disponibles. Descubrieron imágenes inéditas de las movilizaciones y del homenaje celebrado días después, así como un comunicado que los estudiantes dirigieron "al pueblo de Madrid" denunciando la represión y anunciando que seguirían movilizándose. "Su potencia política es enorme. Sería impensable hoy que una asamblea estudiantil se dirigiera así al conjunto de la ciudadanía", afirma Mateos.
También localizaron el cartel de una proyección en 1980 de la película 13 de diciembre, grabada por dos estudiantes de periodismo cuyos nombres aún no han sido identificados. La búsqueda continúa revisando listados masivos de matrículas de la época y tratando de localizar a sus posibles autores. "No perdemos la esperanza de encontrar la cinta, pero si existe, habrá sobrevivido de milagro", explica Mateos.
El proyecto culmina con un mural creado por la ilustradora Alicia León. La obra reconstruye la frase original e incorpora los rostros de Emilio y José Luis a partir de fotografías familiares, rodeados de una multitud estudiantil y consignas extraídas del análisis documental. La placa que se inaugurará junto al mural reconoce que ambos fueron "estudiantes muertos por disparos de la Policía durante las movilizaciones contra la Ley de Autonomía Universitaria". Un recordatorio de que las paredes, a veces, conservan lo que la historia intentó borrar.
En la quinta planta de la Facultad de Ciencias de la Información, una reforma dejó al descubierto, detrás de un tablón, unas letras desdibujadas: "José Luis, Emilio… no os olvidamos". No era una frase completa ni un homenaje reciente, sino el rastro de un dolor escrito a toda prisa hace 46 años, cuando los estudiantes José Luis Montañés y Emilio Martínez Menéndez murieron por disparos policiales durante una manifestación el 13 de diciembre de 1979. El muro había retenido ese mensaje en el yeso, guardando una memoria de la Transición que durante décadas ha quedado relegada o directamente borrada por parte de las instituciones.