Crisis del coronavirus
De dar de comer a 180 familias a más de 700 durante tres meses: la pequeña gran historia de la asociación Ricardo Pumpari

Son las seis de la tarde. Una fila de carros de la compra comienza a formarse en el lado de la fachada donde pega el sol. Girando la esquina están sus dueños: vecinos del barrio y gente de otras zonas del municipio. Mujeres y hombres de variada edad que esperan pacientemente a que empiece el reparto de alimentos en una asociación. Se trata de una imagen habitual desde hace años que ha alcanzado una nueva dimensión a consecuencia de la pandemia. Ante esta situación, la solidaridad se impuso al confinamiento y muchas organizaciones sin ánimo de lucro y agrupaciones vecinales decidieron mantener el reparto de bienes de primera necesidad. Estas entidades –que sobreviven con dificultad– temen que la demanda de necesidades básicas se convierta en la nueva normalidad de las personas que en la actualidad acuden a ellos. La solidaridad necesita ayuda.
Uno de esos ejemplos de apoyo y compromiso se encuentra en el barrio La Avanzada de Fuenlabrada (Madrid), corazón del movimiento asociacionista del municipio, donde la ONG Ricardo Pampuri lleva más de 20 años ayudando a los vecinos que lo necesitan. Se trata de la única entidad civil del municipio que siguió prestando servicio a pesar del estado de alarma. En los tres meses que duró el confinamiento pasó de alimentar a 180 familias a más de 700, derivadas de los Servicios Sociales que no tenían capacidad para atenderlas. infoLibre se ha puesto en contacto con ellos para conocer más de cerca esta organización sin ánimo de lucro que, al igual que tantas otras a lo largo de todo el país, ha desempeñado, desempeña y va a desempeñar un papel fundamental en la vida de las familias que necesitan ayuda para salir adelante.
Ángel Misut Jiménez es uno de los fundadores de esta ONG fuenlabreña. La asociación, recuerda, nació en una parroquia del barrio de la mano de un pequeño grupo de feligreses. Con el tiempo, el número de demandantes de ayuda se incrementó y fue entonces cuando la parroquia les pidió “amablemente” que continuaran su labor en otro lugar. Ángel relata que decidieron quedarse en la zona porque “las personas que atendemos no son seres abstractos, son personas de carne y hueso, es gente con la que establecemos una relación. Detrás de cada uno de ellos hay una historia, nosotros nos queremos comprometer con esa historia y, para eso, es fundamental que nuestro lugar sea un espacio reconocible en todo el barrio”.
La ONG acompaña a las personas que acuden a ellos a través de tres grandes programas de trabajo: sostenimiento alimentario, casas de acogida y ayuda al empleo. Para poder entrar en cualquiera de ellos, es preciso que previamente los Servicios Sociales hayan acreditado que esa persona o familia se encuentra en situación de necesidad. Asimismo, tienen que aportar documentos que demuestren que están empadronados en el municipio, no tienen ingresos o están en búsqueda activa de empleo. Esto es así porque todos los programas están condicionados por una cuestión determinante: la exigencia. Las personas que acuden a la asociación no pueden cronificarse como perceptores de ayudas, tienen que luchar por salir de la situación en la que están, buscar trabajo y ser autónomos. Desde la entidad son conscientes de que hay gente que no puede salir, personas mayores que ya no son empleables, tienen una pensión no contributiva o cuentan con pocos recursos. En estos casos, la ONG realiza con ellos actividades de estimulación cognitiva para retrasar el deterioro y, sobre todo, para que entre ellos se genere una red de amistad.
El grueso del trabajo lo realizan 68 voluntarios que se dedican a todo lo relativo al sostenimiento alimentario. Son ellos quienes están en el almacén a primera hora de la mañana para recoger las donaciones de alimentos o se desplazan hasta el Banco de Alimentos a por fruta y verdura. Además de los vecinos voluntarios, la asociación también cuenta con un grupo de técnicos contratados para trabajar en los proyectos que llevan a cabo con las administraciones públicas.
En cuanto a la financiación, la ONG elabora cada mes un boletín para dar las gracias a todas las personas que han realizado donaciones durante ese periodo. También es un ejercicio de transparencia, ya que incluye su situación presupuestaria: de dónde llega el dinero que recibe y en qué lo gasta. Los ingresos varían cada mes pero, por lo general, el 50% de los fondos anuales son subvenciones públicas del Ayuntamientos de Fuenlabrada. Sin embargo, Ángel señala que aquí la cuestión es que “las administraciones públicas actúan muy tarde”. El resto del presupuesto proviene de donaciones privadas –la Fundación La Caixa entre otras entidades–, el Banco de Alimentos y donativos de particulares.
Ante la declaración del estado de alarma, los voluntarios decidieron por unanimidad que no abandonarían a las familias que dependen de ellos. Así pues, a pesar del confinamiento, la Asociación Ricardo Pampuri siguió repartiendo bienes de primera necesidad.
Voluntarios en el reparo de alimentos.
Quince voluntarios y el chef José Andrés
Con casi todas las ONGs cerradas y el número de personas pidiendo ayuda aumentando cada día, los Servicios Sociales pronto se pusieron en contacto con ellos para saber si podían hacerse cargo de más gente. Los voluntarios dijeron que sí y tal fue la afluencia de gente demandando bienes de primera necesidad que tuvieron que ampliar los días de reparto de uno a la semana hasta cuatro. También les confiaron personas confinadas en casa por padecer la enfermedad; en estos casos, los voluntarios del vecindario preparaban las cajas con comida y eran Protección Civil o los Bomberos quienes se encargaban de hacer llegar los alimentos. De repente, la ONG se encontró atendiendo a más de 700 familias.
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Debido al confinamiento, el número de voluntarios disminuyó y fue un reducido equipo de tan solo 15 personas el que gestionó –junto al chef José Andrés, conocido por intervenir con su ONG en varios países del mundo diseñando menús para gente necesitada– el reparto de bienes básicos. Al igual que antes de la pandemia, a cada familia le correspondían unos 35 kilos de comida variada: fruta, verdura, salchichas, huevos, alimentos no perecederos y a veces se incluía un bocata de jamón. Para las familias con niños pequeños, de dos años o menos, se preparaban paquetes con alimentos infantiles.
La pandemia ha cambiado muchas cosas, entre ellas, el perfil del demandante de bienes de primera necesidad. Según explica Ángel a infoLibre, las familias que atendían antes del confinamiento eran un 70% de migrantes y un 30% de españoles; gente en una situación muy difícil, que no se había recuperado de la crisis anterior o había salido muy dañada. Ahora, en cambio, hay más españoles. Son personas que no se han visto en una posición similar en su vida y, de repente, necesitan pedir alimento porque se han quedado sin empleo, están en un ERTE, se les han acabado los pocos ahorros que tenían o ni siquiera tenían ahorros y, desde el momento que perdieron su trabajo, se quedaron fuera de juego.
Ha sido la solidaridad que caracteriza a la gente del barrio la que ha permitido a la ONG atender a todas estas familias. Los que menos tienen han sido los que más han ayudado, ya sea donando alimentos o colaborando con lo que estuviera en sus manos. Sin embargo, esto ya no es suficiente ante la avalancha de nuevas personas que necesitan ayuda. Desde la entidad civil prevén que muchas de las familias que han acudido a ellos durante estos meses se conviertan en demandantes regulares de bienes básicos. Por ese motivo, la asociación busca socios que se comprometan con este proyecto solidario, para poder seguir "acompañando a cada persona que entra en el programa, estar junto a ella y ayudarla en lo necesario para que pueda salir adelante”.