Elecciones municipales y autonómicas 2019

La división no perjudica necesariamente a Podemos, IU y Más Madrid... si superan el 5% de los votos

Íñigo Errejón y Ramón Espinar, en una imagen de archivo.

La izquierda a la izquierda del PSOE vuelve a marchar dividida, al menos si el escenario no cambia en los próximos días. La alianza suscrita entre el ex número dos de Podemos, Íñigo Errejón, y la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ha puesto patas arriba el bloque progresista y el temor a que la fragmentación de la izquierda le pase factura en las próximas elecciones se ha hecho fuerte. No obstante, el panorama no es tan negro para las fuerzas progresistas en los comicios autonómicos y municipales de mayo en Madrid: si superan el 5% de los votos obtendrían una representación muy proporcional al porcentaje obtenido, a diferencia de lo que ocurre en algunas circunscripciones en las elecciones generales.

El sistema electoral que rige en la Comunidad de Madrid está basado, al igual que el nacional, en el sistema de reparto D'Hondt. Pero, pese a ello es mucho más proporcional que el utilizado en las elecciones al Congreso de los Diputados, en las que la izquierda a la izquierda del PSOE sí podría tener serios problemas si concurriese por separado. La razón es que en las elecciones regionales tan sólo se utiliza una circunscripción, a diferencia de las 52 en las que se divide España –las provincias y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla– en las generales. En sus comicios autonómicos, los madrileños escogen a los representantes de toda la comunidad, mientras que en las elecciones generales cada ciudadano únicamente puede elegir a los diputados de su provincia.

La circunscripción provincial es el principal motivo de que el sistema electoral de las elecciones generales tenga en la mayor parte de las provincias efectos mayoritarios y prime la concentración del voto, especialmente cuando la diferencia entre el primero o los dos primeros partidos y el resto es grande. Esto se produce por la abundancia de pequeñas provincias en las que hace falta un alto porcentaje del voto para obtener escaño, combinada con la infrarrepresentación de las provincias más pobladas –Madrid, Barcelona o Valencia–, donde hay más escaños en reparto pero donde lograr uno de ellos requiere un mayor número (aunque un menor porcentaje) de votos. 

Para muestra, un botón: en las generales de 2015, IU se quedó sin representación en Asturias (que elige ocho escaños) pese a obtener un 8,5% de los votos, mientras que consiguió dos parlamentarios por Madrid con el 5,26% de los sufragios allí. Pero en las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid –como en la mayor parte de las comunidades uniprovinciales, con algunas excepciones– se utiliza un sistema de circunscripción única, lo que significa que el territorio no se trocea en distritos y los ciudadanos escogen a los 129 diputados de la Asamblea. Eso provoca que el reparto de los escaños sea mucho más proporcional, aunque para obtener representación se requiere superar el 5% de los votos: el partido que rebasa esa barrera siempre tiene parlamentarios.

El precedente de IU en 2015

Precisamente ese tope es uno de los mayores factores de riesgo para la izquierda en las próximas elecciones, porque si Más Madrid, Podemos e IU se presentaran por separado –o al menos en dos candidaturas diferentes– y alguna de las opciones se quedara a las puertas del 5% de los votos, todas esas papeletas se perderíanperderían. Eso es lo que le ocurrió en las autonómicas de 2015 a IU, que sumó un 4,16% de los votos válidos y se quedó fuera de la Asamblea pese a reunir más de 132.000 votos.

Este caso es un buen ejemplo de cómo no superar la barrera de entrada puede cambiar un gobierno y podría, si se produjera una situación similar, perjudicar a la izquierda en las próximas elecciones. Y es que, haciendo un ejercicio de política ficción, si 26.529 personas de las que votaron a Podemos –que reunió casi 592.000 sufragios– hubieran elegido la papeleta de IU, la federación liderada ahora por Alberto Garzón no solo hubiera entrado en la Asamblea de Madrid, sino que Ángel Gabilondo hubiera podido ser elegido presidente de la Comunidad de Madrid con el apoyo de PSOE, Podemos e IU.

En este supuesto, en las elecciones de 2015 IU hubiera conseguido un total de siete diputados (de 129), mientras Podemos hubiera obtenido tres menos de los que sacó en realidad (hubiera quedado con 24) y PSOE y PP habrían conseguido dos escaños menos cada uno (habrían alcanzado 35 y 46, respectivamente). Así, el bloque de la izquierda hubiera sumado mayoría absoluta con un total de 66 parlamentarios, por los 63 que hubieran reunido PP y Ciudadanos, el único de los partidos que no hubiera visto alterado su resultado real (17 escaños) con la entrada de IU a la Asamblea.

Pero, incluso perdiéndose más del cuatro por ciento de los votos –los de IU, que no obtuvieron representación–, la representación final de los partidos en la Asamblea de Madrid fue en 2015 bastante fiel a su resultado real y los votos de IU se repartieron de manera bastante equitativa. Con el 33,1% de los votos, el PP obtuvo el 37,2% de los escaños, mientras el PSOE consiguió el 28,7% de los parlamentarios con el 25,4% de los sufragios. El 18,6% de Podemos se tradujo en el 20,9% de los diputados, y Ciudadanos obtuvo el 13,2% de las actas con el 12,15% de las papeletas.

En resumen: la división de la izquierda a la izquierda del PSOE en varios partidos no tendría por qué ser perjudicial necesariamente, siempre y cuando todas estas formaciones –Más Madrid, Podemos e IU, en el caso más extremo– superasen el 5% de los votos. No obstante, más allá de los números, el bloque progresista se enfrenta a otra incógnita: si la fragmentación en varias opciones desmovilizará a su electorado o, por el contrario, lo motivará, como ha ocurrido con la derecha en Andalucía.

Una maldición... o una oportunidad

Los expertos consultados no se atreven a hacer ningún pronóstico al respecto, y señalan que la reacción del electorado estará muy influida por el comportamiento y el discurso de las tres formaciones en los próximos meses. "Es cierto que la competición activa" a los votantes, pero "a veces éstos la interpretan como ruido, y eso puede generar desafección, especialmente entre los menos ideologizados", explica Sebastián Lavezzolo, profesor de sociología en la Universidad Carlos III de Madrid.

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Con él coincide Berta Barbet, investigadora postdoctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona, que explica que, en el peor de los casos, la división entre fuerzas a la izquierda del PSOE puede generar "confusión" o "desafección" entre los votantes. La ventaja para estos partidos, apunta Barbet, es que ahora se puede defender nítidamente y sin ambages "la vía Iglesias y la vía Errejón", lo que podría "movilizar a electores que ahora no se sienten representados".

Pero para provocar esta movilización del votante progresista, sostiene Lavezzolo, es clave que Más Madrid, Podemos e IU, si finalmente concurren por separado, "se concentren en hablar de la derecha y no de la escisión". "Si no, se produciría un ensimismamiento, especialmente cuando hablamos de fuerzas que todo el mundo entendería que se pusieran de acuerdo tras las elecciones".

No obstante, Barbet considera que no existe a la izquierda del PSOE un espacio tan grande de votantes como para albergar dos grandes fuerzas. "Veo difícil que haya dos partidos con fuerza, básicamente porque ahora mismo no hay dos perfiles claramente diferenciados a la izquierda del PSOE", afirma la politóloga, que sí ve más factible que, como ya ocurriera hasta 2016 con Podemos e IU, ese espectro esté ocupado por una formación grande y otra pequeña. "Pero eso irá evolucionando con el tiempo", plantea.

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