El legado político de 'Sálvame': la trampa de creer que el gallinero de Telecinco era progresista

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Patricia Godino

¿Es o era Telecinco una cadena de izquierdas? No. Es difícil sostener que una cadena controlada en su accionariado por Silvio Berlusconi, símbolo del postfascismo italiano pasado por el tamiz de las instituciones, se erija como medio de izquierdas aunque cabe precisar que sus profesionales son, piensan y opinan (o pueden hacerlo) al margen de quien pague. 

¿Es o era Sálvame un programa progresista? Tampoco. Quizás sí moderno en su concepción televisiva por cuanto los expertos en formatos hablan de él como el espacio que ha revolucionado el medio en lo que va de siglo en España aunque, todo sea dicho, el despelleje colectivo se practica desde antiguo.

Cuatro horas de charla, mientras se merienda, se ven vídeos, se sobrelleva la resaca y se comenta la vida propia y ajena forman parte de esos recuerdos que muchos guardan de los pisos de estudiantes o de las tardes de mesa camilla. Es el corral de comedias actualizado. Sus creadores colocaron cada tarde a la hora de la siesta un programa que, según la gaditana María Andrades, autora de un trabajo de investigación para la Universidad Antonio de Nebrija sobre Sálvame, condensó todos los programas de corazón que triunfaron en España en las últimas décadas hasta dar con un suerte de frankestein a la medida del espectador que se iba adaptando a las necesidades, las polémicas y la actualidad: “Sálvame tiene un poco de Contraportada, de Aquí hay tomate, de Salsa Rosa, de Tómbola, de noticias de última hora…”. 

Un cóctel adictivo al que ha estado enganchada la sociedad española, en sus mejores tiempos, con picos de hasta dos millones de espectadores diarios.

Pero sería muy generoso hablar de programa progresista refiriéndonos a un espacio que, cuando lo ha hecho y seguramente con la mejor intención, ha abordado la violencia de género, el bullying, el acoso a la comunidad LGTBI o la vulnerabilidad social a brochazos. La culpa no es de Sálvame, sino de la propia evolución de la televisión y de la política, de la espectacularización del discurso público en una deriva conectada con el fenómeno que el consultor Antonio Gutiérrez-Rubí definió con el término turbolítica y que explica aquí Ángel Munárriz.

A Sálvame, en sus estertores, le pasa como a muchos muertos, que una vez finado todos son elogios que no existieron en vida. El producto estrella de La Fábrica de la Tele, productora emblema de la cadena, no ha sido nunca una bandera de la progresía

Otra cosa es que, con mayor o menor fortuna, sobre todo, en la última eptapa, en medio de ese gallinero se hayan abordado asuntos de la agenda de los partidos de izquierdas y sus líderes hayan visto una ventana para sus temas –como la ministra Irene Montero cuando habló sobre el caso Rocío Carrasco–. O que Jorge Javier Vázquez, su icónico presentador, haya puesto hace mucho tiempo sus cartas políticas boca arriba: primero apoyó a Pedro Sánchez –primer presidenciable español en ver el potencial electoral de Sálvame para aclarar su postura sobre el polémico Toro de la Vega–, ha respaldado recientemente a Mónica García, ha defendido a Pablo Iglesias y ha elogiado a Yolanda Díaz. Jorge Javier resumió la almendra ideológica de aquel circo diario en una frase: “Este es un programa de rojos y maricones”. 

Un poquito de memoria: el corrillo andaba enfrascado con el asunto de aquel tertuliano de Ana Rosa, Alfonso Merlos, que mientras criticaba en el canal de Youtube de Javier Negre que Pablo Iglesias y todo el gobierno ilegítimo, bolivariano y socialcomunista se saltaba las medidas de confinamiento compartía casa con una no conviviente (y no novia) y, por tanto, se pasaba por el forro el confinamiento al que nos vimos sometidos todos por el bien común. Aquello degeneró en un raca raca de ciertos colaboradores en el que salió a relucir el chalet de Galapagar y otros hits contra el entonces vicepresidente. 

“¿Pero qué tendrá que ver aquí Pablo Iglesias y el chalet? Esto es un programa de rojos y maricones y a quien no le guste, que no nos vea”. La frase, gritada a media tarde del 27 de abril de 2020 en aquellos días en que media España estaba pegada a la tele y se quitaba el miedo viendo cómo ellos, Kiko, Belén, Antonio, Terelu, María Patiño… exorcizaban los suyos en directo se ha recordado mucho estos días en que ha trascendido una noticia que no por esperada ha dejado de significar un pequeño gran terremoto en el ecosistema televisivo español: después de 14 años de emisión ininterrumpida, la cúpula de Telecinco ha decidido poner fin de manera unilateral a Sálvame. La dirección del programa, la productora, los presentadores, los colaboradores y la audiencia se enteraban por la noticia que publicaba El Mundo

¿Qué hay detrás? Depende de la fuente, la tesis es distinta. 

Se habla de agotamiento de la fórmula. Las polémicas de Sálvame alimentaban de manera transversal los corrillos de la programación de toda la cadena 24/7, pero hace ya tiempo que la audiencia comenzó a dar signos de cansancio a favor de Antena 3, cadena blanca en los programas de entretenimiento y conservadora en sus enfoques informativos

Y de ahí que también triunfe la tesis de que se trata de una decisión editorial, tras la salida de Paolo Vasile, impulsada por la nueva dirección encabezada por Borja Prado que ya en febrero, al tiempo de su aterrizaje, implantó una suerte de código ético mediante el cual presentadores y habituales debían abstenerse de emitir juicios políticos si no se contextualizaban en tertulias estrictamente formuladas para el debate sobre la cosa pública. Aquello se resumió en infoLibre en un titular: Jorge Javier no puede hablar de política, Ana Rosa sí. Habrá razones comerciales, de sesgo ideológico y, al fin, la decisión de una televisión privada que puede hacer lo que le venga en gana. Otra cosa es que la audiencia deba o quiera conocer las intenciones.

Liquidado Sálvame, ¿purgará la cúpula de Mediaset el resto de programas de La fábrica de Tele? La estrategia de Prado se irá desvelando poco a poco pero Todo es mentira en Cuatro, la otra cadena del grupo, con Risto Mejide al mando y parido por la misma productora, es un espacio político revestido de entretenimiento, o más bien al contrario, un show donde se abordan temas políticos y sociales, que puede resultar incómodo a derecha e izquierda, a decir de los temas y enfoques que han copado su interés desde su estreno. Risto ya se sabe en el disparadero y ha ironizado al respecto desde la mesa del programa. 

¿Significa por tanto que Mediaset se inclina sin tapujos a la derecha en el actual contexto electoral y político? Si se atiende a las informaciones que apuntan a que Prado se ha reunido recientemente con Alberto Núñez Feijóo, eso parece. Si se añade quién será la sustituta de Sálvame, que es la misma periodista que ya tiene asignada la opinión de la mañana en la cadena, la percepción es más nítida, pues la línea editorial de Ana Rosa Quintana deja poco lugar a las interpretaciones. Otra cosa es que en sus mesas, por puro arbitraje, se escuchen voces con más matices.

¿Ha acabado Telecinco con figuras totémicas que abanderen una tele de “rojos y maricones”? A priori, todo invita a pensar que la nueva dirección no va alimentar el ego y la libertad de opinión de sus futuras estrellas en la misma medida que hizo con Jorge Javier si no hay una identificación férrea con sus ideas. Pero Ana Rosa puede decir lo que quiera, todo indica que rema en la misma dirección que el expresidente de Endesa.

El legado de 'Sálvame': la banalización del discurso

Pero más allá de que Jorge Javier pase a programas de menor impacto de audiencia hasta la extinción de su contrato con Mediaset en 2025, más allá de que en las tertulias de Mediaset se multipliquen los Indas degradando la calidad del debate, lo que erosiona la calidad de nuestra democracia no es eso, sino la banalización del contenido. No es el qué, es el cómo.

La tertulia política ha calcado, en los últimos años, el formato, el tono y la estructura narrativa de la tertulia rosa o la deportiva. Quite el sonido y vea las muecas de quiénes hablan en Sálvame, en el Chiringuito de Pedrerol o en muchas tertulias políticas, de privadas, locales, subvencionadas o mediopensionistas. Se parecen. Estamos ante pantallas multifragmentadas, con imágenes impactantes, violentas en muchos casos, adobadas con cortes de testimonios de ciudadanos cabreados opinando a la cámara, con frecuencia en contra del Gobierno (el que toque). 

Se ha pasado del abordaje del debate público desde la visión académica, experta, serena y complementaria —eso existió en su día y hay, todavía, tertulias y debates que se esfuerzan en hacerlo así— a un relato fragmentado de la realidad, hecho a jirones, a golpe de Twitter, en los que el populismo campa a sus anchas. Los mensajes cortos, el escupitajo de un titular, la multiplicación de voces anónimas en pantalla a través de unas ideas poco procesadas, extraídas de Tik Tok, de un vídeo de Youtube, de un espectador que manda algo desde Talavera de la Reina, sumado a los cortes de las intervenciones de sus señorías en el Congreso, siempre tan plácidas, ja, son los ingredientes para un cóctel fabuloso: el de la crispación social y política. No hay sitio posible para la reflexión en ese formato. La sensación de quien ve todo aquello día a día es automática: nos vamos a la mierda, el mundo es una mierda.

La ciencia lo estudia hace años con las tesis de Umberto Eco, planteadas en el célebre Apocalípticos e integrados de 1964, como referente. En aquel título, libro de cabecera en las facultades de comunicación, Eco se adelantaba al impacto de Internet y las redes sociales en los procesos de reflexión colectiva y alertaba de que los mass media sólo promueven emociones simples y rápidas, impiden el razonamiento profundo, se basan en opiniones comunes y son incapaces de provocar un debate o intercambio de opiniones de calado. 

De eso, hace casi 60 años.

Ya en 2006, hace casi 20 años, en el estudio La presencia del debate en televisión y su utilidad en la calidad de las programaciones, Juan Francisco Gutiérrez Lozano, profesor de Periodismo en la Universidad de Málaga, opinaba que “quizá la degradación que haya vivido el formato del debate en la televisión no sea más que un trasunto de la propia democracia, que ha jibarizado la participación ciudadana o le ha dado cauces estrechos, cuando no la ha distraído con asuntos muchas veces no tan importantes como aquellos que afectan a los ejes básicos de la convivencia, la economía o las relaciones sociales”. 

Ana Barragán, doctora en Historia de la Propaganda, docente durante años de comunicación política en Eusa y en la actualidad profesora de Historia de la Publicidad en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, aborda el asunto desde la teoría de George Lakoff, el lingüista congnitivo estadounidense autor del clásico No pienses en un elefante, que da las claves para entender cómo funciona el lenguaje político, de Reagan a Trump. “El problema de este tipo de programas es la utilización de los marcos mentales de partidos populistas o de extrema derecha, aunque de partida la intención sea defender justo lo contrario. Si en Sálvame, como puede haberse dado, se habla de okupas, de denuncias falsas por violencia de género, de menas… por mucho que Jorge Javier no defienda en realidad esta tesis está reproduciendo ese discurso populista y demagogo de la extrema derecha”. Quien dice Jorge Javier dice todos los demás, quien dice Telecinco dice también las demás cadenas y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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Como siempre en asuntos de comunicación política, España no hace sino copiar a Estados Unidos, donde el politainment campa a sus anchas desde finales del siglo XX, esto es, el triunfo de la política del espectáculo, la del tratamiento frívolo, dramático y superficial de la información. 

No fue el primero, claro que no, pero en este último ciclo político Pedro Sánchez abrió la puerta llamando a Sálvame y formulando su discurso antitaurino y continuó, años después, en octubre de 2019, con dos hormigas de gomaespuma entrevistando al representante del discurso xenófobo, machista y antieuropeo que cala, poco a poco, entre los más jóvenes. 1,7 millones de ellos votan el próximo 28M por primera vez, por cierto.

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