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COMUNICACIÓN POLÍTICA

Jarrones chinos o consejo de sabios: el fenómeno de los expresidentes 'cañeros' que marcan la agenda

Los expresidentes del Gobierno Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González en el acto conmemorativo del 40º aniversario de la Constitución de 1978

Encontrar el término medio es complicado, sobre todo, en política. Y más si hablamos de la actitud que deben adoptar los expresidentes una vez dejan su cargo. No es fácil encontrar el equilibro entre ser tan atrevida como Theresa May, que organizó la caída de Boris Johnson desde dentro del Parlamento británico, o tan tibia como Angela Merkel, a la que casi no se ha vuelto a escuchar desde que dejó de ser canciller alemana.

Esta semana, en España, los políticos por excelencia de la vieja guardia volvían a reclamar atención como el fantasma de Navidades pasadas. Cargados con la sabiduría de su propia experiencia, José María Aznar y Felipe González se han lanzado de cabeza a criticar en actos y medios de comunicación una hipotética amnistía del PSOE a los condenados del procés, como si la vida les fuera en ello. Pocas veces antes se les había visto tan alineados.

Sin duda, podrían ser sabios consejeros en la sombra a los que escuchar en tiempos políticos delicados, pero, la mayoría de las veces los expresidentes del Gobierno deciden optar por convertirse en jarrones chinos que causan dolores de cabeza a sus partidos. ¿Qué ocurre cuando intentan marcar la agenda? ¿Cómo influye su protagonismo en el liderazgo de los actuales líderes? ¿A los ciudadanos les importa lo que opinen?

Podríamos clasificar a los expresidentes en dos tipos: los leales y los cañeros, es decir, “los que tienen lealtad institucional hacia al partido y, aunque piensen diferente intentan que no se les note demasiado, y los que reman en otra dirección”, explica la doctora en Comunicación, Diana Rubio. En el grupo de los constructivos, por ejemplo, podría incluirse a Zapatero o a Rajoy. El primero todavía no se ha pronunciado sobre la amnistía, pero ayudó a su partido cuando era necesario en la campaña electoral. Y el segundo, aunque participó ayer en el acto contra la amnistía, suele tener un perfil bastante bajo.

Pertenecer al segundo grupo es, sin embargo, lo más habitual en España. Los expresidentes vuelven al foco mediático para marcar el camino de cómo se deberían hacer las cosas, según su propio criterio. Así, Felipe González alentaba sobre los peligros de la amnistía y Aznar llamaba a una movilización cívica en la calle que motivaba bandazos estratégicos en el PP. “Parece que haber sido expresidente te legitima para decir lo que quieras, pero ellos no tienen que rendir cuentas a los ciudadanos ni tomar decisiones. Es muy fácil criticar cuando se está en esa posición”, opina el politólogo Nacho Martín Granados.

Es complicado medir el nivel de interés que despiertan las opiniones de los expresidentes en la ciudadanía, pero, muchas veces, son los medios de comunicación los que amplifican sus declaraciones. En este punto, se produce un fenómeno curioso: a quienes más les interesa es a los políticos del partido contrario. Por ejemplo, el PP utiliza estos días las duras palabras de González a su favor mientras que en el PSOE no le dan importancia. “La ascendencia de Aznar sobre el PP es más fuerte que la de González sobre el PSOE. A él no se le toma tan en serio dentro del partido, se le ve como alguien del viejo PSOE”, explica Granados.

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En los países europeos de nuestro entorno, también se puede trasladar la tipología de los dos tipos de expresidentes. Entre los leales, Angela Merkel es la líder indiscutible. No solo no critica, sino que tampoco se manifiesta políticamente sobre ningún tema. Cuando dejó de ser canciller, aseguró que era para siempre y que se iba a dedicar a leer y a dormir. Desde entonces, apenas se la ha visto en público. “Tiene un perfil bajo total, hace su vida privada y ya”, afirma Ana Carbajosa, periodista y autora de Angela Merkel, crónica de una era.

El caso de Merkel es excepcional, ya que, como en España, en Europa también es habitual que los mandatarios vuelvan en algún momento a influir en el día a día político. En Francia, los expresidentes no se suelen meter tanto en cuestiones de política actual, más allá de algunas críticas recientes de Hollande a Macron o de su estrecha relación con Sarkozy. En Italia, es llamativo el protagonismo exacerbado que tuvo Berlusconi o de Romano Prodi, con una gran autoridad moral, más relacionada con su persona que con el cargo.

En la actualidad convulsa del Reino Unido, todo es más exagerado. La ex primera ministra Theresa May hizo oposición a Boris Johnson y criticó duramente su gestión del Brexit y la pandemia. Él, por su parte, escribe desde este verano una columna semanal en el tabloide Daily Mail en la que intenta marcar el paso a los conservadores. Este es el mensaje que les lanzaba hace unos días: “Gran Bretaña nunca, repito nunca, volverá a unirse a la UE. En lugar de parecer avergonzados por el Brexit, los conservadores deberían defenderlo, explotar sus beneficios y explicar por qué irse fue valiente, extraordinario y correcto”.

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