¿Democracia o gerontocracia? Las personas mayores imponen en las urnas el futuro de la juventud

Varias personas ejercen su derecho al voto en Santander durante las elecciones del 28M.

Los números nunca mienten y, en democracia, aún menos. En los años 80, cuando España se alejaba de la dictadura franquista y el voto comenzaba a consolidarse como forma de acción política, unos jóvenes ilusionados con el futuro y con un deseo irrefrenable de cambiar el mundo representaban el 35% del electorado. La población con derecho a voto mayor de 64 era entonces tan solo el 16% del total.

Una pandemia, varias crisis económicas, una guerra en Europa y más de 40 años después, las cosas han cambiado de forma radical. Ni los jóvenes parecen tan ilusionados ni tampoco son tantos. Su peso en el electorado se ha reducido significativamente, perdiendo ese poder que tenían antaño para cambiar las cosas. Mientras, la importancia de los más mayores se ha disparado. En las próximas elecciones del 23J, un 25% del electorado será mayor de 64 años y tan solo un 21% estará comprendido entre los 18 y los 34 años.

Esta bajada sideral del peso de los jóvenes en el electorado tiene consecuencias a nivel político. Sus propuestas no son escuchadas por los grandes partidos ni reflejadas en sus programas electorales, y, al representar tan poca población, las acciones políticas benefician más a las personas mayores que a ellos. Esta es la tesis que sostiene el economista José Ignacio Conde-Ruiz en su libro La juventud atracada: Cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes (Península, 2023), donde a lo largo de sus nueve capítulos desarrolla cómo la democracia española se ha convertido en algo parecido a una gerontocracia.

“Queríamos que fuera lo más divulgativo posible”, relata el autor, que formó parte del comité de expertos encargado de elaborar el factor de sostenibilidad de las pensiones y que actualmente es miembro del Consejo Asesor de Asuntos Económicos, órgano presidido por la vicepresidenta primera, Nadia Calviño. El libro está escrito junto a su hija, Carlotta Conde Gasca, la cual se encargó de hacer accesible y ameno el contenido y los datos aportados por el economista. “Uno de los principales objetivos del libro es que los jóvenes tomen conciencia de sus problemas y puedan contraargumentar a los mayores que les acusen de ser unos vagos o de quejarse por todo”, recalca Conde-Ruiz.

Precisamente, las discusiones alrededor de algunos de los estereotipos alrededor de la llamada generación Z fueron una de las principales inspiraciones para que el economista escribiera La juventud atracada. En su opinión, los jóvenes actuales son, pese a haber aguantado varias crisis económicas, una pandemia, niveles de desempleo altísimos y unas condiciones laborales muy precarias, tratados de forma muy injusta por las personas mayores. “Cuando me juntaba con personas de mi generación todo era: ‘No, es que los jóvenes se quejan de vicio, no se esfuerzan, no quieren trabajar, no quieren salir de casa’. Y claro, yo pensaba ¿cómo puede convivir esta visión con las circunstancias tan adversas a las que se enfrentan los jóvenes? Creo que los mayores pueden tener cierta envidia de la juventud, pero no recuerdo una visión tan negativa hacia ellos cuando yo era joven’”.

Ya desde su tesis doctoral hace más de 20 años, cuando estudiaba cómo la demografía afectaría a las decisiones políticas sobre el diseño del Estado del Bienestar, Conde-Ruiz comenzó a ver que el futuro de los jóvenes iba a ser mucho más complicado que el de su generación. Sus circunstancias, con una economía a favor, una demografía favorable y una política que les acompañaba y escuchaba al representar un gran porcentaje del electorado, les impulsaba hacia un desarrollo mucho más sencillo. Por contra, la Generación Z tiene muchos más palos en las ruedas: “Los jóvenes deben construir su futuro sobre una población envejecida, una política que no les escucha por ser tan pocos y varias crisis a sus espaldas”. Además, según el economista, las crisis dejan “cicatrices” en quienes las sufren y, en el caso de estas nuevas “generaciones de las crisis” esas consecuencias harán que su desarrollo laboral no sea tan bueno como el de las personas que llegaron antes. “Desde la generación de la Segunda Guerra Mundial nunca ha habido una que haya vivido tantos eventos históricos traumáticos en tan poco tiempo como la actual y eso te acaba vertebrando”, zanja Conde-Ruiz.

Las cicatrices fruto de las crisis son especialmente relevantes en las capas más pobres de la población, por ejemplo, en el caso de los jóvenes sin recursos que no pudieron acceder a clases telemáticas durante la pandemia. En opinión del economista este periodo dejará en ellos heridas en su formación que arrastrarán toda su vida. “Tú sabes que ese problema se soluciona con dinero para dedicarlo, entre otras cosas, a tutorías personalizadas, pero, pese a todo, no se quiso invertir en educación. Sin embargo, en ese mismo periodo de tiempo, con la inflación disparada se revalorizaron todas las pensiones un 8,5% sin importar la renta”, subraya Conde-Ruiz, poniendo esta situación como ejemplo de cómo el gran peso de los mayores en el electorado hace que sus preferencias, como pueden ser las pensiones, no se puedan tocar: “Los políticos saben que, si ponen en duda algo destinado hacia ellos, pierden las elecciones”, concluye el economista.

Para Conde-Ruiz, las personas mayores deben tomar conciencia de esta realidad e intentar ser más generosas con las personas jóvenes a la hora de decidir su voto, porque si no estas pueden “votar con los pies”. “Cuando yo salía de España, en mi época, me sentía muy incómodo. Sin embargo, ahora veo a mi hija entenderse perfectamente y tener muchas cosas en común con personas de otros países. Por eso, creo que la generación Z es la primera generación global y por eso opino que si aquí no se sienten escuchados o cómodos se van a ir. Así, por puro egoísmo, si los mayores se dan cuenta de eso, tomarán más en cuenta los intereses de los jóvenes y no solo los suyos”, sostiene el economista.

Según Conde Ruiz, los ancianos son muy generosos dentro de su familia, prestando desinteresadamente dinero e incluso manteniendo a sus hijos y nietos durante las crisis, pero no lo son tanto a la hora de votar. En este caso, nuestros mayores casi siempre priorizan las medidas que más les favorecen y no piensan demasiado en el largo plazo. “El Estado del bienestar es como una familia y, si electoralmente nos comportáramos como una familia, estoy seguro de que tendríamos en cuenta medidas a largo plazo que favorecieran también a los jóvenes. Cuando los ancianos salen a protestar por sus pensiones me parece genial, pero estaría bien que también salieran cuando España queda en los últimos puestos en el informe PISA”, afirma.

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La tendencia del electorado envejecido no va a cambiar en muchos años. De hecho, continuará creciendo hasta que en el año 2050 el peso de las personas mayores de 65 años pasará del 25% actual al 35%. Por ese motivo, para abandonar el cortoplacismo y que la voz de los jóvenes se oiga, Conde-Ruiz propone algunas medidas para paliar esta desigualdad: “Creo que ya es hora de bajar la edad de voto a los 16 años, no tiene sentido que una persona de esa edad pueda trabajar y no votar. También sería interesante poner en marcha medidas para incentivar el voto, ya que el electorado joven es más abstencionista, crear instituciones independientes que velen por los intereses de los jóvenes en cuestiones que les afecten como el cambio climático y las pensiones o aprovechar bien los fondos Next Generation de la Unión Europea”, propone Conde-Ruiz,

Pese a esta desigualdad en el electorado a favor de los mayores, en esta campaña electoral para las elecciones del 23J sí estamos viendo medidas destinadas al voto más joven. Una de ellas, y quizás la que más debate ha generado es la propuesta de la herencia universal, planteada por Sumar. El partido de Yolanda Díaz propone dar 20.000 euros a todos los ciudadanos que cumplan 18 años para ayudarles a desarrollar su proyecto vital. “Me parece una medida muy valiente. No sé si es la mejor solución, pero está claro que existe una gran desigualdad en la riqueza en España y esta es la primera propuesta que supone mover una gran cantidad de recursos destinados exclusivamente a los jóvenes”, celebra el economista.

Una de las grandes preguntas es cómo se va a financiaría ese 1% del PIB necesario para costear la herencia universal. En ese debate, Conde-Ruiz también ve un reflejo de la desigualdad generacional: “Nadie se planteó cómo se financiaba la subida de todas las pensiones al 8,5%, incluso las más altas, siendo para ello necesario muchísimo más dinero que para la herencia universal”, sostiene el autor que, sin embargo cree que ese 1% del PIB se podría invertir mejor y de forma más beneficiosa para los jóvenes destinándolo a educación, sobre todo por la necesidad constante de formación en innovación y nuevas tecnologías.

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