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Leandro del Moral: "Para la mayoría no hay cortes de agua a la vista, estamos lejos de la sequía de los 90"

Sevilla, cuya historia es un intento de domesticación del Guadalquivir, resulta un destino perfecto para un intelectual apasionado del agua y de la relación del hombre con el agua. Así que Leandro del Moral (Ciudad Real, 1953), guiado por asuntos del trabajo y la vida personal, se afincó en la ciudad del río que que un día llamaron Betis a principios de los 80. Su trayectoria lo acredita hoy como una voz de referencia sobre los grandes desafíos de la gestión hídrica. Y no sólo en España, también allí donde la escasez es extrema: en grandes zonas de África, en Palestina, en Pakistán, en áreas de Brasil... A partir del conocimiento de estos y otros casos, Del Moral suele recordar que la escasez, sea crónica o temporal, es un fenómeno socialmente construido. No cae del cielo, claro.

En 1998 formó parte del grupo que impulsó la Fundación Nueva Cultura del Agua, que ofrece una visión crítica del paradigma de gestión hídrica. Catedrático de Geografía Humana, Del Moral está al día sobre los avances tecnológicos en el terreno de la gestión, pero rechaza la utopía tecnófila según la cual la "solución al problema del agua" consiste en lograr mayor eficiencia mediante la modernización. Hace falta política, no sólo gestión, sostiene. E insiste en una idea: es necesaria una reducción del consumo agrícola.

No oculta que está preocupado. Lo está por la sequía, el cambio climático y los discursos que alientan la fantasía de un cada vez mayor consumo agrícola. Pero no quiere que sus críticas puedan sonar injustas. Por eso es él mismo quien, antes de la primera pregunta de la entrevista, toma la iniciativa: "Quiero transmitirte dos ideas transversales, para mí fundamentales. En primer lugar, la idea de gravedad. La situación es grave, más aún con el cambio climático. En segundo lugar, la idea de dificultad, de complejidad. Nada es sencillo aquí. Cualquier administración, sea local, provincial, autonómica o estatal, a la que le toque hacerse cargo de este problema, lo tiene crudo. No quiero lanzar mensajes anti, ni hacer planteamientos excesivos".

Cuando dice que cualquier administración "lo tiene crudo", ¿se refiere a la que tenga que lidiar con el cambio climático o con el agua en particular?

A la gestión del agua, punta de lanza del debate sobre la transición ecológica.

Usted lleva décadas hablando de "nueva cultura del agua".

Es una expresión que puso en circulación Javier Martínez Gil, catedrático de Hidrogeología de la Universidad de Zaragoza y primer vicepresidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, con Pedro Arrojo como presidente. Se trataba de proyectar sobre la gestión de los ecosistemas acuáticos lo que se llamaba desarrollo sostenible, término hoy desgastado por su manipulación y sobreutilización. Al hablar de cultura situamos la cuestión en los valores, en las estructuras, en las tendencias de fondo. Es ahí donde está el agua, que es poliédrica, está relacionada con el transporte, la energía, las comunicaciones, la movilidad, la gestión de recursos forestales...

¿España ha avanzado hacia esa "nueva cultura del agua" o ha retrocedido?

La situación es esquizofrénica. Se ha avanzado en ideas, pero siguen las inercias de la política tradicional contra la que se levantó la nueva cultura del agua.

¿Qué inercias?

La política del agua considerada prioritariamente, y a veces exclusivamente, como un recurso a explotar para satisfacer demandas productivas.

Hay planes, estrategias y diagnósticos por doquier, pero la tendencia de fondo se resiste. ¿Esa esa la "esquizofrenia" de la que habla?

No es un fenómeno que afecte sólo al agua. También a la energía o la movilidad. Ocurre con toda la transición ecológica. Es difícil cambiar las inercias. Aunque el agua tiene sus particularidades, como la facturación progresiva. Tú consumes 10 metros cúbicos y pagas 10, pero si consumes 20 pagas 40 y si consumes 30 pagas 90. Eso no ocurre con la gasolina, ni con el vino, por decir algo. Es una singularidad del agua. Y hay más terrenos donde se ha avanzado. Por ejemplo, la eficiencia. Aunque queda mucho por hacer, se han reducido mucho las pérdidas en sistemas urbanos y en usos agrarios.

La situación es esquizofrénica. Se ha avanzado en ideas, pero siguen las inercias de la política tradicional que considerada el agua prioritariamente, y a veces exclusivamente, como un recurso a explotar para satisfacer demandas productivas

Llegamos a los usos agrarios, donde usted es crítico. ¿Ha habido avances, dice?

En eficiencia, muchos, con la modernización de regadíos. Se produce lo mismo o más usando menos agua. Claro, el problema es que el resultado ha sido un aumento del consumo de agua, porque junto a la eficiencia ha venido la intensificación, una producción aún mayor, con un mayor consumo de agua y un mayor estrés hídrico. Al final la mayor eficiencia del regadío ha llevado a un mayor consumo de agua.

O sea, que no era la solución.

No quiero decir que no tenga resultados de aumento de producción. Los tiene. Pero no en el agua consumida, que ha aumentado.

En síntesis, lo que usted defiende una reducción de la superficie para regadío.

Efectivamente. La agricultura debe afrontar una reestructuración para bajar la superficie de regadío. Esto es algo evidente en zonas concretas, como junto al Mar Menor, que está colapsado y donde es obvio que la capacidad de carga está sobrepasada.

¿El modelo agrícola español es insostenible?

Es diverso. No se puede generalizar. En el mundo científico jamás hay unanimidad, pero sí una idea madura, consolidada, en torno al agua, la energía, la movilidad: se han sobrepasado los límites de capacidad de carga. El regadío ha superado la capacidad de carga del sistema hidrológico y lo ha colocado en sobreexplotación. Eso ya ocurría antes del cambio climático, que ahora lo agrava. El tema que hay que poner en la mesa no es, a mi juicio, el de la modernización y la eficiencia, sino el de la disminución del consumo para regadío. Ese es el gran desafío. Claro, esto hay que hacerlo con mucho diálogo. No todo el mundo está de acuerdo. Y tenemos al nuevo Gobierno [andaluz] planteando un aumento del consumo para agricultura, prometiendo más recursos, generando más expectativas de consumir un agua que no hay.

El regadío ha superado la capacidad de carga del sistema hidrológico. Lo que hay que poner en la mesa no es la modernización y la eficiencia, sino la disminución del consumo para regadío. Ese es el gran desafío

En Doñana, por ejemplo.

Allí lo que se pretende es mantener los regadíos existentes, no tanto ampliarlos como reconocerlos, y sustituir el origen del recurso, el agua, de forma que no salga del acuífero sobreexplotado sino de las aguas superficiales de [la cuenca de los ríos] Tinto-Odiel-Piedras. Eso es lo que se pretende y habrá que ver.

¿Eso es viable?

Hay un debate sobre si la las aguas de la presa de Alcolea, que está en construcción y de la que se podría trasvasar a Doñana, tienen calidad para riego, por su contaminación minera. Si Alcolea es viable, [el trasvase] sería hidráulicamente viable. Ahora bien, habría que ejecutar otras obras pendientes de canalización y distribución de riego. ¿Hidráulicamente? Sí, todo eso es viable. Pero es muchísimo dinero. Muchísimo. Y el Gobierno [andaluz] no pretende sólo eso, también aumentar riegos en otras áreas.

Eso choca con su planteamiento de reducir superficie de regadío.

Efectivamente. La eficiencia del agua no es suficiente, mucho menos para ir ampliando regadíos. Es más, la mayor eficiencia provoca un efecto rebote y relanza el consumo. No basta con modernizar regadíos, ni hacerlos más eficientes, hay que reducir su superficie. Y no hay que gestionar la demanda, sino reducirla. Reducirla. Y lanzar un mensaje de reducción, no de satisfacción de demandas presentes y crecientes. Y ese es precisamente el mensaje del nuevo Gobierno [andaluz] cuando crea una consejería que ubica el agua en la Consejería de Agricultura.

¿Eso qué implica?

Intensifica el problema del agua. Lo agrava. Bueno, agrava el problema del agua, pero también soluciona otros problemas...

Ubicar el agua en la Consejería de Agricultura agrava el problema

¿A qué se refiere?

Estamos ante una cuestión compleja y conflictiva, que se puede encarar o ir tapando agujeros. Por ejemplo, avalando la expansión ilegal de regadíos, como ha ocurrido durante décadas. Igual con el urbanismo, cuando de repente nos hemos visto [en Andalucía] con 400.000 viviendas fuera de ordenación, no sé cuántas en España. Han ido dejando hacer, todos los gobiernos, evitando el conflicto. Eso evita problemas. Con el agua, igual. No es capricho, ni maldad. Es una opción: mirar a otro lado, tapar agujeros. Pero con un precio.

¿Cuál?

En el caso del agua, [el precio son] los ecosistemas acuáticos, los ríos, lagos y lagunas. Si sale bien lo de [la presa de] Alcolea, que está pendiente de un informe definitivo del CEDX [Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas], pues se tirará para adelante. Se puede ver también como un problema resuelto. También si se permite seguir extrayendo agua del acuífero. Y así tantas cosas. ¿Has visto la noticia del río Fardes? Pues ya está hecho polvo.

Pasemos a la sequía. ¿Diría que estamos ante una sequía normal?

Es una situación atípica. La sequía meteorológica, como déficit de precipitaciones, no ha sido hasta ahora extraordinariamente profunda. Con estas olas de calor, estas temperaturas elevadas, relacionadas con el cambio climático, la sensación de sequía es mayor, pero de momento no es especialmente larga ni profunda. Ojo, no le quito importancia: está claro que llevamos varios años de déficit de precipitaciones y habrá que ver si llueve. Pero no es una sequía más larga ni profunda que otras. Ahora bien, la escasez está empezando a dar la cara, especialmente en las cuencas del Guadiana y del Guadalquivir. Sí, la situación de escasez es grave y va en aumento.

La sequía meteorológica, como déficit de precipitaciones, no ha sido hasta ahora extraordinariamente profunda. Ojo, no le quito importancia. Pero no es una sequía más larga ni profunda que otras

¿Hay que prepararse para cortes de agua en otoño?

La mayor parte de la población, en Andalucía o España, no. En los grandes sistemas de abastecimiento, no. ¿En los pequeños? Sí. Ya está habiendo. Mira las sierras de Huelva y de Sevilla. Algún caso habrá. Pero creo que para la mayoría de la población no hay cortes a la vista. Sí para los regadíos, especialmente en el Guadiana y el Guadalquivir, donde ya ha habido reducciones. Habrá más si se prolonga el déficit y no hay un año húmedo.

Centra la atención en la necesidad de replantear la agricultura. ¿Y el turismo?

También se ha avanzado en eficiencia. Además, el porcentaje de lo que supone el turismo en el consumo es mucho menor. En la cuenca del Guadalquivir, el 87% es para agricultura. En España, la cifra es de en torno al 70-80%. La agricultura se lleva la mayoría. Todo eso ofrece un colchón para garantizar los usos urbanos y turísticos. Ojo, no se pueden lanzar las campanas al vuelo. Hay que ser eficientes. Pero incluso en el peor de los casos está la opción de hacer que la demanda turística afronte los costes de la desalación.

¿Cómo?

Mucha veces el planteamiento es: sobran hoteles, sobran resorts. Y puede ser razonable. Pero, pongamos que democráticamente una determinada zona decide construir el hotel, o el resort. ¿Qué hacer? Si es necesario, una desalinizadora puede surtir de agua el resort. Se puede construir una máquina que fabrica agua. Esto que digo es una provocación, entiéndeme. Lo que quiero decir es que es una opción. Hay que mirar el coste. Son 50, 60, 70 céntimos cada mil litros; si un turista gasta 200, 300 litros [al día], se le puede cargar el agua desalinizada. Es una solución que ignora que hay un problema de ordenación del territorio, pero se puede hacer. Donde es imposible es en la agricultura.

¿Por qué?

Un regadío son miles de litros al día. Entonces 50 céntimos por cada mil litros son un dinero que desequilibra las cuentas, a no ser que tenga un cultivo supervalioso. En Almería, en algunos casos, lo pueden soportar, mezclando agua desalinizada con agua de pozo y con una agricultura muy productiva. Pero la gran mayoría no puede.

¿La desalinización no es una solución a gran escala para el déficit hídrico?

No puede serlo. Sólo vale cuando hay mucha capacidad de pago y gasto controlado. Para usos agrarios, es imposible. Además, tiene un alto consumo energético, lo cual incrementa el cambio climático. Habría que hacerlo funcionar con energías renovables, con eólica, y eso es algo que aún no se da.

La desalinización sólo vale cuando hay mucha capacidad de pago y gasto controlado. Para usos agrarios, es imposible. Además, tiene un alto consumo energético, lo cual incrementa el cambio climático

Volvemos una y otra vez al mismo punto: el modelo agrícola intensivo en uso de agua es inviable.

No cabe duda. Insisto, no hay que generalizar. Pero hay una tendencia a la intensificación o superintensificación que no es sostenible. Y que es muy difícil de parar.

¿Por qué?

Porque la dinámica de mercado la impulsa. Hay un cambio de modelo, una financiarización de la agricultura impulsada por los fondos de inversión globales. Por eso te decía al principio: es un problema muy complejo, que hay abordar con interlocución con el sector agrario. Pero, claro, el sector agrario no es único. Hay mucha variedad.

Hay una tendencia a la intensificación agrícola que no es sostenible. Y que es muy difícil de parar porque la dinámica de mercado la impulsa con los fondos de inversión globales

¿Hay interlocutores críticos con el modelo dominante?

La agricultura son grandes empresas financieras, pero también agricultura familiar, con un importante papel de mantenimiento de población y defensa del territorio. En esta agricultura hay que basar la interlocución para impulsar la transformación.

¿Y es posible?

Quizás en términos voluntaristas, o más voluntaristas aún que hasta ahora, destacaría la experiencia de la Mesa Social del Agua de Andalucía, donde coincidimos ecologistas, consumidores, el mundo sindical, el mundo científico-técnico, la propia Fundación Nueva Cultura del Agua... y sectores agrarios. Y no hablo de elementos alternativos, muy respetables también, por supuesto, sino de UPA y COAG, que se reivindican de agricultura familiar en el espectro progresista, diríamos que antioligárquico, que están en contra de los procesos de financiarización y son críticos por ejemplo con las dinámicas que impulsan las nuevas élites agrarias. Se trata de procesos que han sido propiciados por la Administración, por este Gobierno andaluz y los anteriores, y por todos los Gobiernos centrales, que no se han opuesto, instalándose en un doble lenguaje: por un lado, retórica de sostenibilidad, por otra parte, lógicas de mercado y aumento continuo de la producción.

¿Ve voluntad política real de cambio de modelo en el Gobierno central?

Hay conocimiento y posicionamiento conceptual, que me consta de Hugo Morán [secretario de Estado de Medio Ambiente] y de la ministra [Teresa Ribera], también de la propia Cristina Narbona [presidenta del PSOE]. Otra cosa es que hay dificultades, dinámicas de mercado y resistencias al cambio. ¿Qué hace el PSOE cuando se vota [la admisión a trámite de] la ley para regularizar territorios fuera de ordenación junto a Doñana? Se abstiene. ¿Por qué? Porque están ahí los alcaldes de la zona, de Rociana, de Lucena... En la Mesa del Agua hicimos un documento contra la ley y desde UPA nos dijeron: "No podemos firmar esto. Tenemos todavía un trayecto por delante hasta poder decirle esto a nuestra gente. Nos despellejan". Esa es la realidad. ¡Y lo entiendo! Yo entiendo a Juan Espadas, lo tiene muy difícil. El PP, que prometía agua donde no había, ha ganado por mayoría absoluta. Queda mucho trabajo por hacer.

Yo entiendo a Juan Espadas, lo tiene muy difícil. El PP, que prometía agua donde no había, ha ganado por mayoría absoluta. Queda mucho trabajo por hacer

¿Hay que morderse la lengua para evitar el catastrofismo?

Hay que hacer pedagogía social, sabiendo que los impactos son desiguales. En el 92, cuando estuve en Estados Unidos, me sorprendían los coches con aire acondicionado. Aquí no había. Hoy es impensable ir con las ventanas abiertas. Si le dices a alguien "baja las ventanillas y quita el aire", se niega. Mientras tanto, hay gente afectada por cortes de luz en [el barrio sevillano de] Los Pajaritos, pasándolo mal. Son situaciones diferentes. Con el agua ocurre lo mismo.

¿La escasez de agua también afectará más a los más pobres?

Hay mínimos vitales y un derecho humano reconocido en 2010. Derecho a la gasolina no hay, al agua sí. En cuanto al abastecimiento, está asumido que hay que garantizar el consumo doméstico. Me parece impensable lo contrario.

¿Por qué?

Aprendimos mucho de la sequía de 1990-1995 [más de 12 millones de personas sufrieron restricciones al consumo de agua]. No sólo es que fue más dura, al menos hasta ahora, es que las reducciones a la agricultura fueron mucho menores que las necesarias para garantizar los abastecimientos urbanos. En Sevilla se llegó a manejar la hipótesis de una evacuación, porque no había ni barro con que abastecer. Hay que acordarse. Luego llovió, sí, pero está claro que hubo un aprendizaje. De ahí surgieron los planes de sequía, que ya están activados. Llevamos dos años con restricciones al regadío. Aprendimos.

En Sevilla en los 90 se llegó a manejar la hipótesis de una evacuación, porque no había ni barro para abastecer. Hubo un aprendizaje. De ahí surgieron los planes de sequía, que ya están activados. Llevamos dos años con restricciones al regadío. Aprendimos

¿Aún estamos lejos lejos de la sequía de 1990-1995?

Estamos lejos por la dimensión de la sequía, de momento, y también por el aprendizaje. Tenemos un colchón que usar. Y ojo, no es fácil usarlo, ¿eh? No es fácil reducir el agua a un agricultor. Porque se gana la vida honradamente, porque tiene legitimidad social, porque es duro para su actividad. Pero hoy sabemos que no podemos cortar el agua a millones de personas, como entonces [años 90]. No puede ser. No sólo por el consumo humano, sino por el 95% de la actividad económica, incluida la industria y el turismo.

¿Las lecciones de los 90 nos salvan hoy?

Desde entonces tenemos más recursos. Sabemos lo que no puede pasar. Ahora mismo hay poblaciones con recortes. Pienso en El Castillo de las Guardas [Sevilla], por ejemplo. Pero en poblaciones medianas y grandes no hay. Cortar agua a poblaciones sería una decisión extrema que se consideraría inaceptable, salvo cataclismo.

¿Cree que la gente no la aceptaría?

El coste sería inaceptable. No sólo por el sufrimiento de las personas, que por supuesto, también por el coste económico y el deterioro del sistema.

Cortar agua a poblaciones sería una decisión extrema que se consideraría inaceptable, salvo cataclismo. No sólo por el sufrimiento de las personas, que por supuesto, también por el coste económico y el deterioro del sistema

¿A qué se refiere?

Técnicamente cortar el agua es contraproducente. Los cambios de presión deterioran las redes, hay filtraciones de aguas fecales, genera problemas de calidad. Es muy desaconsejable. No debemos llegar ahí. Sería tercermundista llegar a cortar el agua de consumo doméstico. Como te decía, tenemos un colchón [el agua de uso agrícola] para evitarlo. Además, tenemos un recorrido ya realizado de recorte de consumo urbano, del que se habla poco. Fíjate, el pico de consumo en los hogares en Sevilla fue en 1991, con 172 hectómetros cúbicos, y ahora son menos de 100. Igual en Madrid, Barcelona... Está claro que el cambio climático obliga a nuevas reducciones de recursos, así como a mejorar la habitabilidad de las ciudades para hacer frente al fenómeno, pero lo cierto es que en las ciudades hemos sido capaces de reducir el consumo. En cambio, en la agricultura no.

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En la Fundación Nueva Cultura del Agua seguimos una tradición de crítica pedagógica a esa expresión, que yo asociaría a entornos de escasez absoluta que aquí no se dan. Aquí los usos imprescindibles, los amparados por el derecho humano al agua, están cubiertos. Recuerdo cuando en Murcia, durante el debate sobre el trasvase del Ebro, se decía: "¡Queremos el trasvase! ¡Pensad en la sed de Murcia!". ¿Qué sed? ¿La sed de golf? ¿La sed de las macrooperaciones turísticas y la expansión agrícola?

Las Tablas de Daimiel, el delta del Ebro, la Albufera de Valencia, el Mar Menor, las Marismas de Doñana, ¿son ya paisajes del pasado?

No me atrevería... No lo sé. Recuperar el Mar Menor es difícil. O Doñana. Porque las presiones son difíciles de reducir y el cambio climático agrava el problema. Sí, supongo que hay que aceptar que hay una transformación global del paisaje y hay que adaptarse, haciendo lo posible por reducirlo. Y, como en toda la transición ecológica, esforzándonos por repartir bien los costes. Todos los males se deben repartir con equidad. Esa es la palabra clave: "Equidad". Y "transición justa". Subrayando que es justa y no sólo transición, porque la transición implica cambio y suscita resistencia. Equidad y justicia.

Sevilla, cuya historia es un intento de domesticación del Guadalquivir, resulta un destino perfecto para un intelectual apasionado del agua y de la relación del hombre con el agua. Así que Leandro del Moral (Ciudad Real, 1953), guiado por asuntos del trabajo y la vida personal, se afincó en la ciudad del río que que un día llamaron Betis a principios de los 80. Su trayectoria lo acredita hoy como una voz de referencia sobre los grandes desafíos de la gestión hídrica. Y no sólo en España, también allí donde la escasez es extrema: en grandes zonas de África, en Palestina, en Pakistán, en áreas de Brasil... A partir del conocimiento de estos y otros casos, Del Moral suele recordar que la escasez, sea crónica o temporal, es un fenómeno socialmente construido. No cae del cielo, claro.

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