Manuel García, liberado tras el asalto a la Flotilla: "Hemos demostrado que la sociedad civil puede desafiar a Israel"

"La celda era para ocho y nos metieron a trece en dieciocho metros cuadrados. Le negaron la insulina a un compañero y cuando pedimos asistencia médica un policía dijo que no tenían médicos para animales". Esta es una de las escenas que vivió Manuel García Morales, sindicalista histórico de Málaga e integrante de la Global Sumud Flotilla, durante su detención en la prisión de Ktzi'ot. García fue arrestado tras el asalto de la marina israelí al convoy humanitario en aguas internacionales.

Recién llegado a Málaga tras su deportación, atiende a infoLibre después de salir de Israel este lunes. Explica que aún intenta asimilar "los momentos de terror vividos" durante los días de arresto. Recuerda el pánico en la cárcel, el cansancio acumulado y la frustración que sintió al escuchar al ministro israelí de Seguridad Nacional, Ben-Gvir, insultar a los activistas. También subraya la decepción compartida entre los españoles de la Flotilla, que se sintieron abandonados por un Gobierno que, asegura, "no ha querido ir más allá de la foto".

¿Cómo fue el asalto del Ejército israelí en aguas internacionales?

El Sirius, que era donde yo iba, fue el segundo barco que abordaron. Primero atacaron al Alma y luego a nosotros. Era de noche y veníamos sin dormir porque las patrulleras israelíes, con las luces apagadas, ya nos intimidaron la noche anterior. Desde que se hicieron con el control del barco, nos retuvieron hasta las doce del mediodía, sentados en el suelo y con el sol pegando de lleno. 

¿Qué ocurrió al llegar a puerto?

Al salir del barco cambió todo. Me tocó salir de los primeros y me agarró un policía que empezó a pegarme empujones y me obligó a agachar la cabeza mirando al suelo. A un compañero lo tiraron al suelo de un golpe. Ya era otro escenario. A partir de ahí nos trataron como criminales o prisioneros de guerra. Esa es la sensación que tienes, que no hay ningún respeto por la condición humana.

En el puerto apareció también el ministro de Seguridad Nacional, Ben-Gvir, con dos escoltas. Se puso delante de dos compañeros judíos estadounidenses que venían en la Flotilla, gente muy conocida por su activismo contra la ocupación, y empezó a gritar que éramos unos terroristas y que veníamos a matar a sus niños y a quitarles su tierra. Pero la gente empezó a abuchearlo, a cantar 'Free Palestine' y se tuvo que ir. 

¿Allí firmó el documento en el que aceptaba la deportación?

Allí te tomaban las huellas, las fotos y te pasaban por una mesa con un supuesto juez. En mi caso, me dejaron hablar con un abogado del equipo de la Flotilla, pero a muchos se lo negaron. Tras insistir mucho, me trajeron un formulario en castellano, que afirmaba que había entrado en una zona no autorizada por Israel, que me detenían 72 horas y me deportarían. Acabé firmando porque el abogado me dijo que era la mejor opción, pero otros no quisieron. Al final estuve detenido más de 72 horas.

¿Cómo fueron las condiciones en prisión?

Nos llevaron a una prisión en el desierto del Néguev. La celda era para ocho y nos metieron a trece en dieciocho metros cuadrados con cuatro literas y colchonetas en el suelo. Lo primero que pedimos fue papel higiénico y no nos lo daban, pero lo peor vino con los medicamentos. Le negaron la insulina a un compañero y cuando pedimos asistencia médica para la persona diabética, un policía dijo en inglés que en esa cárcel no tenían médicos para animales. A una compañera con problemas de corazón también le negaron sus pastillas y hasta el final del día no acabaron dando medicinas.

¿Llegó a temer por su vida en algún momento?

Sí, hubo momentos de auténtico miedo. Nosotros teníamos claro que, en principio, su intención oficial no era fusilarnos, no parecía que quisieran llegar a ese extremo. Pero cuando un policía nos apuntó con el cañón del fusil por el boquete de la puerta de la celda y empezó a girarlo de un lado a otro, sin decir nada, te acojonas. Nos arrinconamos todos contra las paredes, intentando salir del ángulo de tiro, porque no sabes si te van a matar de un disparo".

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Yo creo que ha encendido la mecha. Había treinta mil solicitudes para embarcar y solo fuimos quinientos, con barcos de segunda mano y averiados, pero demostramos que la sociedad civil puede desafiar el bloqueo criminal de Israel. Además, la gente lo ha entendido, se ha sentido identificada y ha salido a la calle. Y sin la presión y las movilizaciones ciudadanas, nos habrían tratado todavía peor. Esa presión es la que abre la grieta por donde pueden pasar la ayuda y la dignidad.

¿Considera que el apoyo del Gobierno español ha sido suficiente?

El papel de España ha sido de liderazgo en las declaraciones, pero en protección real, nada. Lo del barco fue un paripé y nunca lo vimos. Iba más despacio de lo que podía y se paró en un sitio donde no podía hacer nada. Además, dejaron claro que no iban a entorpecer las detenciones israelíes ni garantizar el paso libre por aguas internacionales. Italia, con Meloni diciendo que éramos unos provocadores, tuvo a sus ciudadanos en casa a las veinticuatro horas, pero nuestro Gobierno no ha querido ir más allá de la foto.

"La celda era para ocho y nos metieron a trece en dieciocho metros cuadrados. Le negaron la insulina a un compañero y cuando pedimos asistencia médica un policía dijo que no tenían médicos para animales". Esta es una de las escenas que vivió Manuel García Morales, sindicalista histórico de Málaga e integrante de la Global Sumud Flotilla, durante su detención en la prisión de Ktzi'ot. García fue arrestado tras el asalto de la marina israelí al convoy humanitario en aguas internacionales.

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