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Los medios entierran la guerra en Ucrania incapaces de retener a un público asediado por la crisis doméstica

Dos mujeres se hacen un selfi en Odesa con la imagen de un sello postal sobre la invasión rusa.

La guerra en Ucrania cumple este sábado 157 días. Eso son poco más de cinco meses, pero ha sido tiempo suficiente para que toda nuestra atención, la de la sociedad española y la de los medios de comunicación, haya pasado de estar pendientes de la invasión rusa, incluyendo cada ataque y cada movimiento de tropas, a mirar para otro lado. La noticia sobre Ucrania que más nos ha interesado en la última semana ha sido el reportaje fotográfico del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y su mujer firmado por la leyenda de la fotografía norteamericana Annie Leibovitz para la revista Vogue.

Google Trends, la herramienta de análisis de Internet que nos permite evaluar la atención del público midiendo sus búsquedas, ofrece datos muy reveladores. El interés de los españoles por Ucrania alcanzó su pico durante los primeros días de la invasión y, a partir de ahí, se ha ido desplomando rápidamente. A mediados de marzo, apenas dos semanas después de que las primeras bombas cayeran sobre territorio ucraniano, la atención estaba prácticamente al nivel de los días previos a la guerra. Desde mayo se puede decir que el interés por Ucrania está en línea con las cifras del año pasado. Y las bombas siguen cayendo.

¿Qué ha pasado? ¿Nos estamos olvidando de la guerra de Ucrania? Los medios ya no llevan el conflicto a sus portadas y si lo hacen apenas les reservan espacio. Entre el lunes y el viernes el diario El País sólo ha incluido en su primera tres noticias relacionadas con el conflicto: la retirada de Rusia de la Estación Espacial Internacional, la amenaza de hambruna en África y una condena por criticar la muerte de niños ucranianos.

En el mismo período de tiempo, El Mundo sólo abrió un día con la guerra, retratada por su enviado especial al conflicto. El resto de la semana incluyó algunos contenidos pero en posiciones poco destacadas: desde un reportaje sobre la vuelta de la vida nocturna en Ucrania a una pieza acerca de las armas occidentales entregadas al gobierno ucraniano, pasando por la rebaja del gas a Europa o una crónica de la guerra.

Eva Aladro, catedrática de Teoría de la Información de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, recurre a una de las leyes de la psicología de la Gestalt para explicarlo: “Se cumple la ley de la percepción sensorial: todo estímulo que se hace constante deja de ser percibido”.

Cuando las noticias se hacen constantes, y como ha ocurrido en este caso se combinan con un fuerte aparato de propaganda que va más allá de los medios tradicionales, “llega un momento en el que la gente, después de un mes o mes y medio, directamente deja de interesarse. Ha pasado con todos los conflictos, por sangrantes que hayan sido”, desde hambrunas en África a la guerra de Siria. Siempre llegamos a un punto en el que la “sociedad no le hace ni caso”.

Mónica García Prieto, reportera internacional y Premio de Periodismo José Couso 2013, está acostumbrada a cubrir conflictos que desaparecen de la vista, pero que permanecen vivos aunque miremos para otro lado. Lo que entierra las guerras y las hace desaparecer las portadas, asegura, es “el tiempo. Pasó en Irak, en Siria y en Afganistán. Pasó en todos los conflictos que he cubierto. Siempre pasa”. 

Al principio todos son atractivos por novedosos y el de Ucrania lo fue más porque “hay una gran implicación occidental: es un conflicto imperialista que amenaza con extenderse por la Europa del Este y afecta a nuestros intereses”. “Pero en todos siempre hay un momento de hartazgo, un momento en el que la gente no aguanta, considera que lo sabe, que le suena y que no le aporta nada más”. Y eso lo fomentan los medios que también “se sienten cansados, que entran en la dinámica de ‘más de lo mismo’ y no son capaces de profundizar un poquito en lo que está ocurriendo. La cotidianidad hace que se pierda atención”, explica. 

Aladro culpa también a los medios, a los que reprocha ofrecer siempre la misma cara del conflicto, con informaciones muy similares, fotografías que se parecen y enfoques poco variados que tienden a “convertir el asunto en repetitivo”. Al final, “la gente se aburre”, los editores de los informativos y de los periódicos lo perciben —las métricas de Internet tienen mucho que ver con esto— y los medios “dejan de prestar atención”.

Hay ahí, reprocha la catedrática de la Complutense, una visión muy comercial” de la información, que prioriza las visitas a la relevancia de los hechos. “Cuando un determinado recurso no funciona, se pasa a otro rápidamente” en vez de buscar ángulos nuevos, o más profundidad, que es la manera de mantener la atención. Como periodistas, subraya, “tenemos la obligación, sobre todo en las cuestiones que no se pueden olvidar, de ofrecer una visión diferente que atraiga la atención o nos ofrezca unas señales nuevas”.

Falta profundidad

Vivimos en un ecosistema mediático en el que “la información de actualidad “pierde de vista las razones profundas de las cosas”, lamenta. “Ahora mismo tenemos una sobrecarga enorme de información, pero no atendemos a las causas, que son mucho más sencillas y explican todo”. Es lo que está pasando, sostiene, con las consecuencias de la guerra, la inflación, la crisis energética y de suministros o la carestía de los alimentos. Pero no vamos más allá, no hacemos ya la conexión con la guerra como su causa. 

Francisco Seoane, profesor de periodismo en la Universidad Carlos III y autor de La comunicación política en Europa (Palgrave Macmillan, 2013), remarca la facilidad con las que muchos medios cambiaron de foco pasando de la guerra al juicio que durante semanas enfrentó a los actores Johnny Depp y Amber Heard. Oro puro para los medios que ceden a la tentación de los ciberanzuelos.

“Muchos editores de medios se lanzaron a por eso”. Tienen herramientas para medir lo que tiene éxito y lo que no y así “se pierde un poco la función educadora del periodista a la hora de hablar de lo que es realmente importante”. Y “la información internacional”, recuerda, “siempre es muy difícil de vender. Los seres humanos nos preocupamos por lo más cercano”. 

Una prueba de lo que apunta Seoane la documentó el Reuters Institute en un informe sobre las percepciones de los medios en torno a la guerra en Ucrania, publicado el pasado mes de junio, en el que es visible cómo la atención al conflicto resulta inversamente proporcional a la cercanía de las bombas.

Prieto, que ha cubierto numerosos conflictos, lamenta la falta de atención de los medios en todos los casos, pero especialmente en el de Ucrania. Porque es un asunto que no se agota en el tiempo: “Cuanto más se tarde en llegar a una solución, más implicaciones tendrá, porque es una guerra muy transversal. Las consecuencias no se dirimen sólo en el territorio ucraniano, también en nuestro gas, el petróleo, nuestros suministros, los refugiados” o el hambre de África, Oriente Próximo y parte de Asia. “Las derivaciones son enormes, pero hemos perdido de vista que todo eso también ocurre por Ucrania”.

Desde su punto de vista, los editores no son más que un reflejo de la sociedad. Igual que cualquier ciudadano “se cansan, se aburren. Cada vez están más sometido al bombardeo informativo y cada vez simplifican más la información que reciben y profundizan menos”. Es, asegura, un problema más derivado de la globalización y de Internet. 

“En [la guerra de] Bosnia”, reflexiona, “con menos medios y sin Internet, siempre hubo presencia sobre el terreno. Ahora es muchísimo más difícil profundizar. En aquel entonces la sociedad española estaba mucho mejor informada de lo que pasaba”. 

Conciencia social

A Prieto le llama la atención que la gente no se sienta en la necesidad de salir a la calle contra la guerra imperialista de Putin igual que salió contra la guerra imperialista de Irak. Aquella invasión, recuerda, “sacó a millones de personas a las calles de Madrid, Londres, París o Roma. ¿Por qué hace 30 años las cosas nos apelaban y hoy en día no?”, se pregunta. La explicación hay que buscarla de nuevo, insiste, en la globalización e Internet: tenemos demasiados “estímulos” y tan pocas oportunidades de profundizar “que al final nos perdemos. Y la gente termina aburriéndose”.

Aladro llega a una conclusión muy parecida: “No nos preguntamos por qué existe esa guerra ni nos interrogamos sobre cómo acabar con ella. Vemos que los dirigentes de la Unión Europea no se plantean ninguna mediación ni negociación y los periodistas no les preguntan por qué. No hay un movimiento pacifista organizado” y los únicos intentos de mediación los protagonizan países como Turquía.

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La desconexión actual de la sociedad con la guerra tiene otra consecuencia preocupante, apunta Mónica García Prieto, porque forma parte de la estrategia de Vladímir Putin. Hace unos días, relata, un diplomático europeo le preguntó si la matanza de Bucha, la masacre de cientos de civiles cometida en las afueras de Kiev en la primeras semanas de la guerra, y sobre cuya autoría no existen dudas, la habían cometido los ucranianos o los rusos. El simple hecho de que alguien que se supone bien informado lo dudase, prueba la efectividad de la propaganda rusa, subraya. 

“Rusia tiene un proyecto a largo plazo con muchas ramificaciones” que afecta de lleno al periodismo. “Esto lo vivimos en Siria y en Chechenia. Se dedican a crear dudas razonables sobre todo” y “llega un momento en el que damos voz a las dos versiones”. Y eso no puede ser, razona. Si el misil que cae lo hace sobre territorio ucraniano, es de largo alcance y de fabricación rusa, ¿qué duda cabe?, se pregunta García Prieto. No puede ser que la información se difunda diciendo que la autoría es ‘presuntamente’ rusa o que ‘Ucrania acusa a Rusia’ de haberlo lanzado. 

“La información es tan resbaladiza que llega un momento en el que das credibilidad a patrañas” y eso es lo que está contribuyendo a que el público tenga la percepción de que no entiende nada. Y si no entiende nada, opta por reforzar sus convicciones, “que es mucho más fácil que salir de la zona de confort”. Esta estrategia de Putin busca, en última instancia, animar a la extrema derecha. “Su proyecto siempre fue revertir la democracia occidental y promover dictaduras en Europa”, advierte la corresponsal española.

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