Consumo

Hacia un modelo de consumo responsable: así impone el mercado hábitos insostenibles

Un cliente recorre un supermercado de Madrid.

El modelo hegemónico de consumo trasciende de la lógica de la subsistencia. Las connotaciones políticas que comprende y los efectos socioambientales que conlleva requieren un análisis pormenorizado que plantee alternativas sostenibles. Es el trabajo por el que apuestan organizaciones y activistas que promueven iniciativas al margen de la gran industria y que apelan a una mayor responsabilidad y cercanía en el consumo.

En España, más del 80% del total de las compras de las familias se realizan en grandes superficies y, de esas compras, el 75% se concentra en las cinco mayores cadenas, tal y como expone Nazaret Castro en su libro La dictadura de los supermercados (Akal, 2017). En el caso de los alimentos, continúa la autora, se estima que la gran distribución controla alrededor del 46% del mercado, aunque otros estudios como el elaborado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama) eleva la cifra hasta el 72% de la cuota de mercado. Este escenario se traduce en otro especialmente nocivo para el pequeño comercio. Mientras que en el año 1998 existían 95.000 tiendas, en 2004 la cifra se redujo a 25.000 y la situación del comercio de barrio ha experimentado un progresivo declive, especialmente desde el inicio de la crisis económica.

Nazaret Castro aborda en su libro el modo en que "la aspiración a satisfacer necesidades y deseos a través de la posesión de objetos materiales" ha penetrado en las subjetividades de las personas. En este contexto, considera la autora, el modelo de gran distribución moderna ha sido "determinante en el cambio de las subjetividades y los estilos de vida". A través de un simple paso, el de recorrer los pasillos de los supermercados, consumir se ha convertido en algo "fácil, irreflexivo e impersonal", que además ha sustituido "la conversación con el tendero por un rápido vistazo a la etiqueta".

Una de las consecuencias que de ello derivan, explica Castro en conversación con infoLibre, es la pérdida de comunicación y contacto humano. "No hay una persona a la que tú le puedas preguntar nada", algo que antes se materializaba en "el frutero o carnicero que te resolvían dudas, sabían de dónde venía el producto y respondían por él". Hoy, añade, "vas al súper y no hay nadie que se vaya a hacer responsable", de modo que el interlocutor pasa a ser "una empresa o una marca", en lugar de una persona.

Por otro lado, añade la autora, "la publicidad empieza a apelar no ya a las características de los productos, sino a cuestiones emocionales". Lo que promete el producto, por tanto, "es que te va a dar estatus, te va a dar felicidad", lo que genera "una cuestión profunda que tiene que ver con habernos habituado a pretender satisfacer necesidades que son de orden emocional o psicológico a través de comprar objetos o servicios".

Desde el punto de vista del consumidor, explica Rubén Sánchez, portavoz de Facua, se trata de un modelo que fomenta "el gasto superfluo, el hiperconsumo, la sustitución de un producto que caduca por la obsolescencia –programada y percibida–, la ostentación de marca y la relación de imagen con calidad". El resultado, considera Sánchez, es "una especie de lobotomía del ciudadano al que programan desde pequeño para gastos irracionales, algo que no tiene nada de positivo".

Ante ello, añade Charo Morán, responsable del área de consumo de Ecologistas en Acción, es necesario "tomar conciencia de que este modelo de consumo tampoco nos hace muy felices, no nos da satisfacción" y además, prosigue, "nos arrebata aspectos necesarios para una vida plena, como toda la articulación comunitario o disfrutar del tiempo libre". Por ello, estima, "hay que valorar como personas qué vida queremos, empoderarnos, y ahí el consumo tiene un papel central".

La asfixia de los pequeños productores

La autora del libro y cofundadora de la web Carro de Combate, Nazaret Castro, explica en conversación con este diario que "por sus propias características, por el volumen de mercancía que manejan y por cómo se organizan, los grandes distribuidores tienden a comprar a grandes productores", mientras que por el contrario "los pequeños comerciantes compran a los pequeños productores, porque logísticamente les resulta lo más natural y lo más sencillo". Según esta dinámica y en base al escenario descrito, los grandes distribuidores "han obligado a unas condiciones que, una vez han acaparado un volumen de venta importante, tienen poder de conformación de precios y de requisitos que se imponen a los productores" y que únicamente son asumibles por las grandes estructuras de producción. La ecuación se traduce en una realidad conocida: la ruina de agricultores y ganaderos. Según la COAG, en España el 60% del beneficio va a parar en manos del distribuidor, porcentaje que alcanza el 90% en el caso de la leche.

Charo Morán explica que "las grandes superficies imponen un modelo de consumo que lo que hace es fortalecer a las grandes empresas, debilita a los pequeños productores y progresivamente genera empleo precario, impactos económicos y sociales y también un modelo de consumo acrítico muy desvinculado de las necesidades básicas".

En este contexto, "el modelo actual de distribución lo que hace es expulsar a los pequeños productores del sistema porque no pueden competir con los stocks de los grandes distribuidores". La ecologista coincide con Castro al incidir en que las grandes superficies "se pueden permitir apretar en los precios, de tal manera que de este sistema sacan ventaja los grandes intermediarios y dejan fuera a los pequeños productores".

Deslocalización, empleo precario y huella ambiental

Pero el de la alimentación no es el único sector que se ve afectado por un modelo de consumo que premia a los grandes distribuidores y que se aleja cada vez más del comercio local y sostenible. El textil ha sido tradicionalmente uno de los ámbitos más golpeados por el modelo, con el manido ejemplo de empresas multinacionales como Inditex y su actividad en países en vías de desarrollo. La deslocalización "es de las cuestiones más importantes que han pasado a nivel económico y por tanto también político en los últimos 40 años", subraya Nazaret Castro. Tal y como relata la periodista, "las empresas fueron llevándose las fábricas o terciarizando los países donde los salarios son más baratos", lo cual tiene múltiples impactos. El primero y más evidente, agrega Castro, "es el deterioro de los derechos laborales que ha conllevado". La dinámica es la siguiente: "Las fábricas se van de los países ricos, donde se habían alcanzado derechos laborales después de muchos años de batalla del movimiento obrero, a aquellos países donde los salarios son más baratos". 

Paralelamente, ocurre que "cada vez que se instala en un territorio una gran superficie, una nueva cadena de supermercado o un centro comercial, el emprendimiento llega con el mismo argumento legitimador: la creación de empleo". Sin embargo, añade la autora, "la distribución crea menos empleo que el pequeño comercio tradicional". Según datos del INE recogidos en La dictadura de los supermercados, en 2013 las tiendas de barrio seguían siendo el formato comercial que más empleo generó, al dar trabajo al 52% del conjunto del sector minorista, mientras que la gran distribución empleó al 23%.

No es la única consecuencia de la deslocalización de la producción. "Las empresas multinacionales escogen aquellos países en los que las legislaciones laborales y ambientales les son más favorables", es decir, según apunta Castro, "donde las legislaciones ambientales son más laxas". Esto supone, a juicio de la periodista, que "pueden producir allí donde es más fácil contaminar gratuitamente la tierra y el agua". 

La responsabilidad del consumidor y de las instituciones

¿Qué opciones le quedan al consumidor ante este panorama? Resulta fundamental, defienden las voces consultadas, pasar de una acción individual a otra colectiva, "generar pequeñas iniciativas de consumo" donde se enmarcan los grupos de consumidores, el comercio ecológico, la producción de cercanía y los pequeños productores.

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Rubén Sánchez opina que "la gran responsabilidad es de cada uno", de modo que su gran apuesta apunta a "autoformarse, autoeducarse y prever de los mensajes engañosos, del eres lo que tienes". Una vez asumido el ejercicio de conciencia y formación, el portavoz de Facua se inclina por "reivindicar el fomento de políticas de vigilancia y sanción, controles de mercado y educación pública que vete el acceso de las grandes multinacionales en las escuelas". Pero la clave, insiste, "es la autodefensa, la autoorganización y la autoeducación".

Nazaret Castro, por su parte, advierte de que "cuando se habla de consumo como acto político surge el riesgo de interpretar que se acaba ahí, en un acto individual". Eso, matiza, "es lo más afín al sistema que tenemos ahora mismo: lo más afín al neoliberalismo es buscar las soluciones individuales". Por tanto, consumir de forma sostenible ayuda a una concienciación acerca de "los impactos que genera el modelo capitalista, pero nunca puede quedarse ahí", sino que requiere de una acción política clara.

En esta línea se expresa también Charo Morán, quien entiende que "en este tema no hay equidistancias, sino un modelo que se impone de alguna manera a través del poder". Por ello, "las instituciones no están exentas de tomar decisiones que fortalecen todo esto y que van configurando una forma de estar en el mundo", zanja la activista.

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