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'Pedro Sánchez, había partido: de las primarias a la Moncloa'

Portada de 'Pedro Sánchez, había partido: de las primarias a la Moncloa'

José Félix Tezanos

El director del CIS, José Félix Tezanos, publica el libro Pedro Sánchez, había partido: de las primarias a la Moncloa (Catarata), en el que narra cómo ha sido el camino del actual presidente del Gobierno desde que salió elegido secretario general del PSOE hasta que llegó al Ejecutivo. El libro sale a la venta este lunes 20 de junio y será presentado el 21 por la tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en un acto en el que está prevista la asistencia del ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, y de la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra. infoLibre publica a continuación el capítulo final del libro.

El cliché negativo sobre Pedro Sánchez y su reverso práctico

En la vida política tiende a ponerse cada vez más énfasis en las prácticas negativas y críticas que en las propositivas, lo que da lugar bastantes veces a que lo que más se destaca no es lo que cada cual postula, sino a quién se denigra y descalifica de manera más rotunda y sistemática. Esta negatividad se proyecta especialmente sobre aquellos líderes políticos a los que se pretende destruir.

Por eso, cuando un líder cae en el visor de los profesionales de la negatividad, ya puede irse preparando. Pedro Sánchez fue uno de esos líderes a los que, desde el primer momento, le cayó encima una fuerte carga descalificadora e insultante por parte de la derecha política y mediática. Bien es cierto que, a veces, con la colaboración de ciertos compañeros y compañeras de filas, que contribuyeron en su día a reduplicar los efectos de tamaño proceder. Por esta vía se acabó construyendo un cliché negativo sobre Pedro Sánchez que comprendía tanto aspectos personales como políticos. Un cliché que acabó penetrando en ámbitos sociales muy diversos, y que durante un tiempo fue un hándicap importante para sus posibilidades de proyección pública.

Ni que decir tiene que aquellos que en algún momento conocían de cerca a Pedro Sánchez, o podían escucharlo, solían sorprenderse, comprendiendo lo desmesurado de la campaña de intoxicación que se había lanzado sobre su figura y su forma de ser y proceder. Cuando te ves sometido a tal cuestionamiento crítico y descalificador, y cuando la crítica encanallada se extiende al círculo de tus amigos y familiares más cercanos, no es fácil aguantar si no tienes convicciones arraigadas y una personalidad lo suficientemente templada como para resistir.

Algo que Pedro Sánchez explicó en su libro Manual de resistencia, publicado por la editorial Península en febrero de 2019. Los expertos en comunicación y competencia política podrían explicar con cierto detalle y conocimiento de causa cómo se construyó dicho cliché negativo y de qué manera se propaló y sustentó, hasta que terminó calando en diversos círculos de la población española, y no solo de derechas.

La consecuencia de esta operación fue que cuando Pedro Sánchez empezó a proyectarse públicamente de manera más intensa, sobre todo en el contencioso de su defenestración y en las segundas elecciones primarias a las que concurrió, tuvo que enfrentarse a una situación muy difícil. Además con el agravante de que no se trataba de prejuicios racionalmente articulados y sustentados en factores o hechos concretos y verificables, sino de apreciaciones per se, que en consecuencia no eran fáciles de refutar o contrastar. Algo que forma parte de la misma naturaleza del prejuicio y con la que yo mismo me topé muchas veces en conversaciones e intercambios de opiniones con algunas personas —entre ellas amigos muy apreciados— con las que resultaba imposible reflexionar o argumentar racionalmente sobre tal particular. Se trata, pues, de tópicos y prejuicios que los “creyentes” suelen considerar como ciertos per se, y que no admiten dudas, verificaciones ni cuestionamientos.

La existencia de tal tipo de prejuicios tiende a conformar segmentos hostiles entre el electorado, cuyas opiniones solo suelen cambiar con un contraste persistente con los hechos. Es decir, cuando algunos de los prejuiciados pueden demostrar con hechos fehacientes que tales apreciaciones carecen de fundamento, en todo o en parte. Lo que en el caso de las negatividades políticas solo se puede disipar cuando aquel que es víctima de tales clichés críticos tiene la oportunidad de gobernar. Y, por lo tanto, de someterse a un escrutinio público incuestionable.

En el caso de Pedro Sánchez, las vivencias políticas que padeció previamente a su llegada al Gobierno y los comportamientos dignos que mantuvo poco a poco le granjearon simpatías fervorosas entre un número no despreciable de ciudadanos. Lo que dio lugar a que una parte del electorado le apoyara de forma entusiasta, mientras que otra parte tenía opiniones bastante críticas sobre él.

Por eso, en las encuestas, a la hora de valorar su figura, era uno de los líderes que obtenía tanto puntuaciones muy negativas como muy positivas. Sin embargo, esto cambió en cierto grado en cuanto empezó a desempeñar sus funciones como presidente de Gobierno, de forma que cada vez más electores pudieron comprobar con hechos concretos y bien visibles que los prejuicios que les habían imbuido no se correspondían con la realidad. Lo que explica el proceso reverso al que se asistió inmediatamente después, y que conforma un fenómeno político y sociológico singular.

De ahí el interés analítico de poder verificar con datos contrastables cómo ha ido diluyéndose aquel cliché negativo, punto a punto, sobre la imagen que se quiso transmitir de Pedro Sánchez. En primer lugar, su “imagen” apriorística como un líder extremista quedó contrastada con la realidad de un presidente de Gobierno prudente, poco dado a los extremismos, y que ha transmitido tranquilidad y confianza.

En segundo lugar, la radicalidad de las supuestas medidas económicas que, según se decía, pretendía tomar y que asustarían a las empresas y a los mercados internacionales no se vieron por ningún lado, quedando refutadas por una buena aceptación y una razonable tranquilidad económica, incluso con mejoras visibles en el clima político y con una Bolsa que no se hundió como consecuencia de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa.

En tercer lugar, las catástrofes anunciadas debidas a la fragmentación de España que se decía que impulsaría tampoco se produjeron, ni se hicieron visibles los supuestos pactos secretos a los que algunos decían que había llegado con las fuerzas secesionistas más extremas. Más bien al contrario, sus comportamientos fueron firmes e inequívocos, no solo en el apoyo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución por el Gobierno de Mariano Rajoy, sino también en su comportamiento ulterior que, aunque siempre dialogante y sosegado, nunca se plegó ante las exigencias extremas de los independentistas. Lo que le costó que estos no apoyaran los presupuestos generales del Estado en febrero de 2019. Sin embargo, su talante negociador y dialogante ha dado lugar a que, durante su gobierno, no solo se produjera un cierto apaciguamiento inicial del clima político general en Cataluña, sino que también disminuyera la población que apoya el secesionismo, según los datos de las encuestas fiables del CEO de Cataluña (el equivalente al CIS) (gráfico 5).

En cuarto lugar, los peligros de aislamiento internacional que algunos auguraban como consecuencia de la desconfianza y el supuesto rechazo que suscitaría Pedro Sánchez no solo no se produjeron, sino que ocurrió todo lo contrario, con un reforzamiento neto de la posición y el papel de España y su presidente en prácticamente todos los foros internacionales. Un presidente que habla inglés y francés y que tiene una formación internacional de primera categoría, debido a las estancias y tareas que realizó en Nueva York, donde entre otras cosas trabajó en un bróker de Wall Street; en Bruselas, donde cursó un máster internacional; en el Parlamento Europeo, donde también participó en el debate presupuestario europeo colaborando con Bárbara Dührkop; o en Bosnia-Herzegovina, donde se fogueó en resolución de conflictos internacionales como ayudante especial del embajador Carlos Westendorp. Con todo este bagaje a la espalda, el presidente Sánchez ha desarrollado una potente agenda internacional, proyectando una imagen de hombre de Estado con altura de miras, moviéndose como pez en el agua en los foros internacionales, ganando prestigio y consideración en las principales cancillerías del mundo, especialmente en Bruselas, donde España ha merecido la credibilidad suficiente como para disponer de márgenes importantes en los presupuestos generales, que ahora se consideran creíbles y fidedignos.

En quinto lugar, las consecuencias apocalípticas que se anunciaban como consecuencia del nombramiento de ministros poco formados y con escaso sentido de la responsabilidad también se vieron contrastadas por un primer Consejo de Ministros con mayoría de mujeres y con independientes de prestigio.

De forma que el equipo ministerial inicial mereció durante su corto periodo de gestión un notable reconocimiento público, al igual que los sucesivos Consejos de Ministros posteriores.

Y, aún sin agotar el tema, en lo que concierne a algunas de las carencias y defectos personales que se le atribuían, como no tener un carácter firme ni convicciones serias, o ser muy frío, altivo y distante, o cambiar continua y frívolamente de opinión y de comportamiento, lo que ha podido ver todo el que no ha mantenido apartados los ojos de la realidad es a una persona seria, cercana, cordial y comprometida, que no se ha dejado influir por apremios indebidos ni ha cedido a las presiones —casi chantajistas en algunos casos— a las que ha sido sometido por algunos de aquellos de los que se podía esperar todo lo contrario. Con lo que ha demostrado que es un líder con criterios y firmeza de ánimo, como presidente del Gobierno de España. Al igual que antes ya lo había demostrado como secretario general del PSOE.

Con todos estos bagajes, precedentes y condicionamientos no se puede negar que durante el tiempo en el que Pedro Sánchez ha sido presidente del Gobierno no solo ha realizado una labor correcta, sino en algunos casos bastante cumplida. Aun con la limitación de contar inicialmente solo con 85 diputados.

Lo que le ha obligado a llevar a cabo acuerdos con distintos partidos para aprobar solo en su primer periodo las 19 leyes y 34 decretos-ley refrendados, con los que se intentaron adoptar medidas urgentes y atender promesas electorales concretas, que ponían en marcha soluciones a cuestiones inminentes, prestando atención a necesidades acuciantes de varios sectores sociales.

Todos estos hechos y dinámicas han dado lugar a que la imagen de Pedro Sánchez y las valoraciones sobre su figura hayan mejorado entre la opinión pública, hasta llegar, en el momento en el que esto se escribe, a ser un líder bien valorado y que suscita cada vez menos opiniones o puntuaciones negativas en la escala decimal. Lo que no significa que no persistan residuos del viejo cliché negativo que con tanto empeño se construyó y se ha estado alimentando.

Pero la cuestión no queda solamente ahí, sino que en este periodo en España se produjo también un fenómeno singular de reforzamiento del papel y de la valoración presidencial, como ya había ocurrido en ciertos momentos con otros presidentes anteriores. Con mayor énfasis, y diferencias, en este caso. Es decir, el número de personas que a lo largo de 2019 preferían a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno no solo se situaba en torno a diez (o más) puntos por encima de los votantes posibles del PSOE, sino que también fue aumentando o modulándose en paralelo al crecimiento de los posibles votos directos (no ponderados) del PSOE, según las encuestas fiables (gráfico 6).

La evolución paralela de ambas tendencias revela que análisis como los realizados en estas páginas no se basan en subjetivismos o en meras simpatías personales, sino que son enfoques sustentados en una secuencia consistente de las valoraciones de bastantes ciudadanos, que han acabado conformando con sus opiniones prácticamente el reverso práctico de lo que se pretendió con la propalación inicial de un cliché sumamente crítico sobre Pedro Sánchez. Paradojas de la vida y de la política.

Paradojas que quedan aún pendientes de resolver o de traducirse políticamente cuando termino de escribir este libro, en momentos en los que se hace más evidente la complejidad en la que se ha situado el sistema político español y las dificultades para formar Gobiernos estables y lo suficientemente coherentes. Contexto en el que, en ocasiones, pesan desproporcionadamente los escaños de algunos partidos minoritarios, incluidos los que han sido reducidos a tal condición debido a su poca disposición para contribuir positivamente a la gobernabilidad de España. Lo que exige debates a fondo sobre la funcionalidad y la operatividad de la democracia en la era de las mayorías complejas e inestables.

Una vez llegados a este punto, procede retomar la pregunta con la que iniciamos este análisis: ¿había partido? A la luz de lo aquí considerado, la respuesta parece evidente. Sí. Había —y hay— partido.

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