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Pollo frito, kebabs, pizzas y hamburguesas: comida rápida cada 65 metros o cómo engordan los barrios

Archivo - Hamburguesa en un restaurante

Carlos Alberto Miguélez Monroy

Un hombre espera tranquilo mientras su hijo come pollo frito con patatas a la hora de la comida, cuando salen los niños que no comen en el colegio y que no tienen actividades extraescolares por la tarde. Lee, vecino del barrio madrileño de Vallecas, elige este restaurante de kebabs y pollo frito “para salir del paso”.

“Muchas veces no me da tiempo de cocinar. Yo puedo aguantar un rato, pero él necesita comer”, dice este cocinero de Perú que lleva 14 años en Madrid y trabaja cerca del Parque del Retiro. También influye en su decisión que le gustan los kebabs, que el lugar “está tranquilo” y el precio de este lugar de reciente apertura. Como en muchos establecimientos de este tipo se pueden encontrar ‘combos’ que incluyen bebida y patatas por menos de cinco euros cuando los precios de los menús del día, más equilibrados, se han disparado en años recientes.  

En los 1,3 kilómetros que separa el Puente de Vallecas hasta la curva que hay después del estadio del Rayo Vallecano por la Avenida de la Albufera, una de las principales vías de Vallecas, hay veinte establecimientos que ofrecen kebabs, pollo frito, hamburguesas, pizzas o bollería industrial. Esto equivale a comida rápida cada 65 metros en promedio sin contar las tiendas de alimentación donde se venden gominolas, refrescos, bebidas energéticas azucaradas y otros productos de alto nivel calórico pero escaso valor nutricional.

“Los colegios situados en áreas en desventaja económica tienen una mayor disponibilidad de establecimientos de alimentación poco saludables que aquellos que se encuentran en zonas aventajadas. De hecho, las escuelas en barrios desfavorecidos con comercios de comida poco saludable en los alrededores superaron en un 62% a aquellas situadas en zonas de nivel socioeconómico medio”, concluye el informe Desigualdades económicas alimentarias en el entorno escolar en el contexto de Europa del Sur que elaboraron el profesor Manuel Franco y su equipo, que estudian desde hace años la relación entre economía y salud desde distintas perspectivas. Sus investigaciones han cristalizado en el proyecto Heart Healthy Hoods.

“Cuando viví en Baltimore descubrí el impacto del barrio sobre la dieta, pero también el papel que juegan el tiempo y la educación. Sin tiempo no puedes cocinar o hacer una compra en condiciones”, dice este profesor doctor de la Universidad de Alcalá de Henares, que señala a la educación como herramienta que contribuye a un mayor cuidado de la salud.

Mucha gente compra comida rápida no sólo por falta de tiempo o por algo relacionado con su nivel educativo, sino también por dinero, como recuerda Alma Palau, presidenta del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas. La economía actual convierte frutas, verduras o incluso los menús del día que ya no bajan de 13 euros en objetos de lujo frente a los kebabs, las pizzas, las hamburguesas y el pollo frito de la Avenida de la Albufera. Influye también el marketing dirigido a sectores específicos de la población. Julia Díez, integrante del equipo del profesor Franco, ha estudiado el impacto de este geomarketing en los barrios.

La comida rápida no discrimina por barrios y abunda en zonas como Moncloa, con un constante ir y venir de jóvenes de distintas universidades de Madrid que manejan sus propios gastos, o en zonas del centro, plagadas de turistas. Pero los Kentucky Fried Chicken (KFC), Popeye’s Famous Louisiana Chicken, Burger King, McDonald’s tienen menos presencia en las calles Ortega y Gasset, Príncipe de Vergara, Goya y otras con mucha presencia comercial que en Avenida de la Albufera, Marcelo Usera, Bravo Murillo y otras calles de Vallecas, Usera, Carabanchel, Cuatro Caminos y Tetuán. En este último barrio ha vivido Julián Domínguez desde hace veinte años.

“Los negocios de comida en el barrio duran muy poco tiempo y van por modas del momento. Lo que antes eran pizzas y hamburguesas ahora son empanadas o pollo frito. Lo que sí se mantiene con el paso de los años son los kebabs”, dice este mexicano, que destaca la naturaleza multicultural de la zona desde que llegó ahí hace veinte años y que dirige a un grupo de personas de distintos países que se juntan los martes para correr en el Parque del Retiro.

Actividad física al aire libre

Apasionado del deporte, Domínguez alerta de la falta de espacios al aire libre y zonas verdes para hacer ejercicio en su zona, por muy llenos que estén algunos gimnasios.

También se refiere a los espacios verdes Héctor Porras, de Vallecas, que ha pasado mucho tiempo en la zona de Nueva Numancia y las inmediaciones del estadio del Rayo Vallecano, donde estudió la ESO. Sus padres trabajan en Villaverde.

“A 15-20 minutos puedes encontrar dónde hacer deporte. En Villaverde encuentro espacios al aire libre a 10 minutos andando”, dice este joven de 16 años que estudia un grado de Formación Profesional en emergencias sanitarias. Prefiere la actividad al aire libre, pero la falta de tiempo le ha llevado a pagar 20 euros al mes de gimnasio, aunque reconoce que algunos de sus amigos se gastan más.

El testimonio de este joven confirma las tesis del doctor Franco sobre la relación entre determinados barrios y la existencia de zonas para hacer deporte al aire libre, una herramienta eficaz en la lucha contra la obesidad, que afecta a más de 8 millones de personas en España, de las cuales 1,5 millones son niños, según el último informe del Sistema Nacional de Salud y otros estudios.

Comida poco saludable 

Un hombre adulto con poca actividad física necesita unas 2.000 calorías al día por las 1.500 de una mujer. Un kebab tiene de media 739 calorías, según la OCU, a lo que cabría añadir unas 200 calorías de patatas fritas y 150 de refresco, salvo si fuera un refresco “light” o “zero”.

Un menú Whopper con patatas pequeñas acumula 1.000 calorías con refresco normal o 880 calorías con refresco sin azúcar. En McDonald’s, un menú similar con Big Mac contiene 970 u 820 calorías, respectivamente. Un menú KFC para dos personas con 5 piezas de pollo crujiente y 5 alitas picantes acumula 1.972 calorías, o sea casi 1.000 por persona. Tres piezas clásicas de pollo en Popeye’s tienen 1.092 calorías sin contar patatas ni refresco, que lo llevarían hasta las 1.300.

Estos menús suponen más de la mitad de la energía que una persona necesita en un día sin aportar apenas vitaminas, minerales, fibra y otros componentes esenciales para la salud y, sumadas al resto de comidas, con frecuencia exceden el total de lo que necesita una persona en un día. La mitad de la aportación energética de muchos de estos menús proviene de grasas cuando los expertos en nutrición recomiendan que no más del 30% de las calorías consumidas en un día tengan esa procedencia. Si cada gramo de hidrato de carbono y de proteína contiene 4 calorías, cada gramo de grasa tiene 9, lo que convierte la comida rápida en un combustible de la obesidad, de enfermedades cardiovasculares, la diabetes y otros problemas de salud.

Comida rápida: un fenómeno que no para de crecer

Los datos confirman la creciente consolidación de la comida rápida. Burger King saca pecho con los 270 establecimientos que ha abierto en España en los últimos cinco años, con la ambición de alcanzar los 900 para 2024. McDonald’s está cerca de los 600, mientras Kentucky Fried Chicken se acerca a los 250 y Popeye’s supera los 50.

Todos los tipos de establecimientos de comida rápida crecieron en 2022, según el informe Comida rápida y a domicilio, de DBK. Las ventas de las hamburgueserías crecieron un 26%, hasta los 2.810 millones. La facturación de las pizzerías aumentó un 4,2%, hasta los 745 millones de euros, mientras que las ventas de las bocadillerías crecieron un 8,4% y las de otro tipos de comidas como el pollo frito o los Poke, mucho más sanos y equilibrados, un 17,3%.

Trabajar en la prevención

Un dato de la Federación Española de Diabetes pone el acento en la necesidad de trabajar en la prevención y en la educación: el 80% de los adolescentes obesos lo seguirán siendo de adultos. Esto obedece a los hábitos, arraigados en la educación y amenazados por la publicidad invasiva y en la casi omnipresencia de comercios con comida poco saludable como señalan las investigaciones del profesor Franco. De ahí que expertos como Palau apoyen la propuesta de Valentín Fúster y otros expertos de incluir una asignatura de educación alimentaria como herramienta para que los jóvenes mejoren sus hábitos.

Desde la red OPEN (Obesity Policy Engagement Network), con filial en España, Susana Monereo y Victoria Buiza abordan la obesidad como un problema de salud pública, ya que encuentra sus raíces y tiene consecuencias en los recursos públicos y en la respuesta que se le da desde la política como ocurrió con el abuso del tabaco. 

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Hace unos meses enviaron un decálogo de derechos de las personas con obesidad, centrado en su derecho a información, formación, diagnóstico y tratamiento, en medidas de prevención, en convertir su situación en prioridad sanitaria, en la necesidad de sensibilizar sobre el tema, en promover la investigación, en poner especial énfasis y recursos en la obesidad infantil, en empoderar a los pacientes y en luchar contra el estigma, pues la obesidad es para ellos un fracaso colectivo, no individual.

“El problema es cuando los padres no están. Comen lo que les dejan o en sitios de comida rápida. Le llamamos la ruleta rusa ir a comer al kebab. Siempre que vamos en grupo, hay uno al que le sienta mal y acaba en la cama”, dice Porras al reconocer que muchos de sus amigos recurren a esta dieta dos veces por semana.

“En mi familia todos cocinan y desde pequeño me educaron para cocinar”, dice este joven de Vallecas en un guiño a los hábitos familiares, a la educación y a la prevención frente a un gigante que no para de crecer. 

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