"Comienzan los 'juegos de la conciliación": por qué las vacaciones de verano aumentan la desigualdad

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Sara es madre de tres hijos: un niño de 13 años, otro de 10 y una pequeña que va a cumplir 3. Trabaja como profesora, así que su contrato es fijo discontinuo. "Todo el mundo me dice que tengo mucha suerte porque puedo disfrutar de tres meses de vacaciones. Lo que no ven es lo malo. Al final, gano mucho menos", explica. Cuando llega el verano, tiene dos opciones: complementar ese sueldo buscando otro empleo o esperar a la vuelta al cole para seguir trabajando. Ella elige lo segundo. "No es compatible hacer lo contrario", dice. Su pareja trabaja y si Sara también lo hiciera, ¿a cargo de quién dejaría a sus hijos? "Tendría que pagarles un campamento y, al final, lo que conseguiría ganar lo tendría que invertir en eso", cuenta. Ahora esa opción sólo la utiliza para los dos mayores, pero paga alrededor de 600 euros por quince días de estancia. "Tampoco puedo apuntarles más tiempo", lamenta.

La situación es una especie de encrucijada: "El ritmo de vida que llevamos no permite tener una buena jornada y un buen sueldo si quieres estar con tus hijos. Si trabajas más horas, necesitas actividades extraescolares", dice. Y no todas las familias pueden permitírselo. Especialmente en verano.

Aliança Educació 360 ya alertó sobre ello el año pasado. En un informe elaborado a través de encuestas realizadas en Cataluña, la organización reveló que el número de menores entre 6 y 16 años que participa en actividades durante el verano difiere mucho de si se trata de hijos e hijas de familias con pocos recursos o no. En las primeras tan sólo lo hace el 41%, pero en las segundas el porcentaje asciende al 72%.

Dentro de las familias de un nivel socioeconómico bajo, el 50% afirmó que el motivo por el que no había apuntado a los pequeños a este tipo de actividades era su elevado precio. Las de nivel medio y alto, en cambio, afirmaron que sus hijos e hijas no habían mostrado interés. Sólo el 23% de las familias de nivel socioeconómico alto alegó que los campamentos de verano son demasiado caros.

Los precios varían, pero según explica María del Carmen Morillas, presidenta de la FAPA Giner de los Ríos de la Comunidad de Madrid, suelen rondar los 150 euros semanales, el precio que paga Sara por siete días para cada uno de sus hijos.

Para atajar este problema, que no es ni mucho menos único en España, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, propuso hace una semana "abrir un debate" sobre el horario y las vacaciones escolares, ya que considera que éstas fomentan la desigualdad. "Sin duda, ocurre así", valora el catedrático de la Facultad de Educación de la UNED Juan Manuel Moreno. Pero, ¿es ésta la solución?

Lo público como barrera a la desigualdad de lo privado

Para el experto, la escuela es una herramienta "necesaria e imprescindible" como correctora de las desigualdades, pero también insuficiente. "El colegio como espacio público tiene un papel importantísimo para los alumnos cuyo espacio privado es vulnerable", explica Moreno, que no rechaza, de este modo, la propuesta de Macron, aunque sí la matiza: los centros deberían abrir en verano, pero no para actividades lectivas, sino para cubrir todas aquellas que algunas familias no pueden permitirse. "No habría que hablar en ningún caso de alargar el curso, sino de multiplicar la oferta y seguir abiertos con financiación pública. Si las familias pagan, el efecto de compensación de desigualdades que tiene la escuela desaparece", argumenta.

Es lo que ocurre ahora. Como denuncia Laura Baena, presidenta y fundadora del Club de Malasmadres, en verano la conciliación pasa a ser "una responsabilidad de las abuelas o un privilegio pagado". "No tiene ningún sentido. Es insostenible que las madres costeen económicamente, perdiendo salario o renunciando a su puesto de trabajo la falta de políticas públicas efectivas", denuncia.

No es casual que Baena hable en femenino. Son ellas las que se ocupan del cuidado de los hijos en el 72% de las parejas españolas, según reveló la segunda oleada del Estudio de Conciliación 2023, realizado por Edenred. Pero es que también son ellas las que sufren en mayor medida lo que Baena califica de "juegos de la conciliación" estivales. Un estudio publicado en mayo de 2020 destacó que un 35,3% de las mujeres que pasan de la ocupación a la inactividad entre junio y septiembre lo hace por las cargas familiares. Sólo uno de cada diez hombres, el 9,5%, dijo lo mismo.

"Sobrevivimos como buenamente podemos, apoyándonos en las abuelas, pagando campamentos de verano, cogiendo excedencias, permisos sin sueldo, alternando vacaciones... Y haciendo malabares. En España, las mujeres que trabajamos lo hacemos por la escolarización de los niñas y las niñas", se queja Baena, que pide no tomar "nunca" la escuela como "la solución al grave problema de la conciliación en España".

"Debemos ser conscientes de que los horarios laborales en España son una locura, tenemos un sistema fallido sin redes formales del cuidado bien planteadas, sin reconocimiento social a la maternidad y con un modelo laboral que nos da la espalda", denuncia. Por ello pide flexibilidad, jornadas continuas y teletrabajo.

Y no descarta, igual que Moreno, abrir las escuelas. Pero siempre como espacio público a disposición de las familias más vulnerables. "Se podrían adecuar para actividades, campamentos y opciones para las familias que más lo necesitan", señala.

Falta de políticas públicas

Al final, la desigualdad económica que provoca no poder costear esas actividades no lectivas durante el periodo de vacaciones traslada, a su vez, esa desigualdad a los más pequeños. Es como un eterno bucle: un niño o niña no puede ir a un campamento porque sus padres no pueden permitírselo. La ausencia de actividades durante el verano lastra su conocimiento. Y cuando empieza el curso, está en desventaja. "La investigación educativa ha demostrado que efectivamente hay una pérdida de aprendizaje durante el verano", explica Álvaro Ferrer, experto en Equidad Educativa de Save the Children.

En este sentido, un estudio de la Universidad John Hopkins reveló que, en el caso de las matemáticas, el alumnado puede perder más de dos meses de avance en cálculo si no practican estas habilidades cuando no tienen clase. "Las escuelas de verano son muy enriquecedoras y quienes van pueden empezar el curso siguiente con hasta dos meses de aprendizaje de ventaja", señala Ferrer.

La manera de equiparar esto es con políticas públicas, pero eficaces. "¿Para cuándo campamentos de verano subvencionados en los colegios o espacios públicos?", se pregunta Baena. "Hay que ver cómo se puede dar acceso a estas actividades para que todas las familias, independientemente de su estatus económico y social puedan tener acceso gratuito y universal a estos recursos culturales y de ocio", añade Morillas.

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Las ideas existen, pero el problema es que no terminan de funcionar del todo bien. Las administraciones, cada año, convocan una serie de plazas para que los niños y niñas puedan ir a un campamento de verano sin necesidad de realizar un desembolso tan grande como el de Sara. Este año, por ejemplo, el Ayuntamiento de Madrid ha ofrecido un total de 14.375. Sin embargo, muchas quedan fuera. El año pasado, el 40% de los pequeños catalanes se quedaron sin hueco. "Las plazas públicas tienen coste en la mayoría de los casos y no son suficientes para dar respuesta a la demanda de todas las familias", critica Baena.

Ante esta situación, surgen alternativas privadas sostenidas en muchos casos por ONG. Save the Children, por ejemplo, ha iniciado este año sus campamentos para 2.200 niños y niñas en riesgo de exclusión. "Ir a la piscina, a la playa o a la montaña, visitar museos o jugar con amigas y amigos. Este debería ser el verano de cualquier niño o niña en nuestro país, pero lo cierto es que la llegada del periodo estival acentúa aún más las desigualdades entre la infancia", explican a través de su página web.

"El escenario ideal sería uno en el que la red de escuelas primarias e institutos tuvieran una alianza con los ayuntamientos para que todas las instalaciones disponibles, los servicios y los profesionales estuvieran a disposición de las familias en verano", dice Moreno. "Pero necesitamos un planificación y, sobre todo, financiación", añade.

Sara es madre de tres hijos: un niño de 13 años, otro de 10 y una pequeña que va a cumplir 3. Trabaja como profesora, así que su contrato es fijo discontinuo. "Todo el mundo me dice que tengo mucha suerte porque puedo disfrutar de tres meses de vacaciones. Lo que no ven es lo malo. Al final, gano mucho menos", explica. Cuando llega el verano, tiene dos opciones: complementar ese sueldo buscando otro empleo o esperar a la vuelta al cole para seguir trabajando. Ella elige lo segundo. "No es compatible hacer lo contrario", dice. Su pareja trabaja y si Sara también lo hiciera, ¿a cargo de quién dejaría a sus hijos? "Tendría que pagarles un campamento y, al final, lo que conseguiría ganar lo tendría que invertir en eso", cuenta. Ahora esa opción sólo la utiliza para los dos mayores, pero paga alrededor de 600 euros por quince días de estancia. "Tampoco puedo apuntarles más tiempo", lamenta.

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