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Dinero

Ahora brillan los cursos de emprendimiento porque el fracaso es cosa de no querer ser emprendedor.

Elvira Navarro

Money, money, money era el estribillo de la canción que cantaban Liza Minelli y Joel Grey en Cabaret y que los niños escuchábamos en el salón de nuestras casas, allá por los años ochenta, cuando ponían la película en la televisión, a veces haciendo el playback con algún hermano o primo y cualquier disfraz con reminiscencias a los años 20 que encontrásemos arrumbado en algún armario. No entendíamos nada de la letra salvo que money significaba dinero. Nuestros padres tampoco sabían nada de inglés pero, al igual que los niños, comprendían perfectamente el money, money, money. Quizás esa era la única palabra inglesa que no sólo entendíamos, sino también que todos pronunciábamos con corrección, mirándonos con incredulidad y codicia, pero también con el mismo histrionismo burlesco de los cantantes: ¿por qué desconfiar? 

Nuestros salones eran de clase media, veníamos del desarrollismo, el futuro de nuestro dinero era una línea recta llamada progreso y money, money, money de fondos europeos, especulación y cultura del pelotazo, que quería decir que en España era fácil hacerse rico, muy rico; ya no sólo tener segundas viviendas, sino también comprar pisos para luego especular y más money, money, money en nuestros salones, el dinero cayéndonos por encima como a Liza Minelli y Joel Grey cuando termina la canción, aunque el público sabe que no es dinero de verdad, sino billetes falsos, opulencia tan ilusoria como la burbuja inmobiliaria que empezó a poner difícil que los adolescentes que habíamos hecho la EGB y el BUP cuando la Expo 92 y los Juegos Olímpicos de Barcelona, confiados en el desarrollo sin fin, encontráramos un piso asequible al acabar unos estudios universitarios con machacona banda sonora llamada “España va bien”, particular versión castiza y aznarista del money de Cabaret. Jóvenes y no tan jóvenes nos vimos compartiendo pisos en las periferias porque los alquileres céntricos burbujeaban; sin embargo, teníamos ya edad, y necesidad, de vivir solos y no como los estudiantes que habíamos dejado de ser. Y así hasta hoy, donde compartir piso ya es habitual pasada la treintena e incluso en la cuarentena. 

Antes lamentábamos no haber hecho una Formación Profesional porque, con el boom de la construcción, que alicató hasta las nubes, el trabajo de albañil, pintor o soldador no faltaba. Ahora ya ni eso. Tampoco contamos con hipotecas subprime, también llamadas hipotecas basura. Las concedían que daba gusto a cualquiera, se podían pagar con un poco de ayuda de la familia, que te regalaban el dinero de la entrada. Y una buena boda también contribuía. Sin embargo vino la crisis hipotecaria, millones de personas dejaron de pagar sus casas, hubo desahucios y rescate a los bancos. Empezamos a ver que por todas partes hacían un ERE, esas siglas con las que se nombra a un Expediente de Regulación de Empleo, y que suenan, muy elocuentemente, a que le han quitado algo a tu ser: ya no “eres”, sino que “ere”. En todas las empresas que conocíamos despedían a la gente tan baratamente que, en efecto, tenían la impresión de haber disminuido, y en la actualidad los ERE siguen y siguen, y es una palabra que da miedo y frío porque cada vez es más difícil conseguir un trabajo digno y bien pagado. 

Mileurista, término que empezó a sonar en 2005 cuando España todavía iba bien a pesar de que ya había muchas personas que no sobrepasaban los mil euros al mes incluso contando con un excelente currículum académico, enseguida comenzó a quedarse corto. Conforme pasaron los años hasta formar lustros, y los lustros más de una década, y en muchas empresas los sueldos congelados nunca se descongelaron (aunque, eso sí, los directivos seguían acumulando capital porque sus salarios crecían sin empacho), ganar mil euros se volvió inalcanzable para muchos. Nos decían que íbamos a salir de la crisis, pero no salíamos a ningún sitio. El dinero que nos contaban que volvía a manar no circulaba por los hogares de casi nadie, y los servicios públicos eran cada vez peores porque los que mandaban no hacían más que recortar. A cambio, veíamos llegar hordas de turistas y se nos hacía la boca agua con ellos porque, ay, empezaban a ser casi el único recurso para el money, money, money. Quien podía, convertía el piso viejo en el casco histórico, herencia de sus padres, en un apartamento turístico, claro que para eso hacía falta contar con algo de dinero porque, para alquilarlo bien, hay que hacerle una reforma y que quede mono y cuqui y obtenga una buena puntuación en Airbnb y en Booking. 

Ahora brillan los cursos de emprendimiento, porque el fracaso es cosa de no querer ser emprendedor y tener el espíritu líquido y hasta licuado aunque sea sin liquidez, y hay muchas quejas en redes sociales que se quedan con nuestros datos para venderlos y también un ingreso mínimo vital que, aunque funciona en muchos países de Europa, aquí a algunos les parece cosa de comunistas y de costear a vagos sin espíritu empresarial.

Sabemos ya mucho sobre cómo hacernos ricos. Desde que la gente es cada vez más pobre existen sin embargo toneladas de información en libros (Cómo piensan los ricosPiense y hágase ricoEl inversor inteligenteLa ciencia de hacerse ricoPadre rico, padre pobreLos secretos de la mente millonaria), en webs o en boca de youtubers que sí se han hecho ricos y hasta se van a Andorra para evadir impuestos. Lo de evadir impuestos no suele venir en los manuales ni en los tips sobre cómo forrarse; se conoce que tal cosa es ya para iniciados que saben de paraísos fiscales para no contribuir con nada a la sociedad que les ha visto nacer y con la que se han lucrado o mantenido su fortuna. Para iniciados es, igualmente, lo de las sociedades offshore, que significa que tu empresa tiene su sede en un paraíso fiscal y, ¡hala, a quedarse toda la pasta! Oímos asimismo hablar a todos esos que se lucran sin apenas esfuerzo de la minería de criptomonedas, donde el dinero no es real sino virtual y además no se crea sino que se descubre, o del BlockFi, que es una cuenta de criptomonedas que genera intereses. También se saca dinero sin hacer nada con los dividendos, comprando acciones o fondos indexados, con el crowdlending inmobiliario, que consiste en invertir en proyectos inmobiliarios de toda Europa, o el Mintos, una plataforma de crowdlending donde invertir en micropréstamos, por supuesto con intereses muy altos, aunque no sé si tanto como los de las tarjetas revolving.

Y todo esto arrastramos para un 2022 que llega cargadito de gente con trabajos esclavos y precarios, como los riders que nos habrán traído la comida en estas fiestas, o los repartidores de Amazon controlados gracias a la tecnología y que habrán hecho de Reyes Magos este enero, pues no habremos ido a las tiendas a comprar. Antes bien, los juguetes los habremos pagado con un clic. Nuestros brindis por un mundo mejor acabarán significando, como siempre, un futuro en el que sólo se cumplirán las sentencias crueles, como esta del Evangelio de Lucas: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

*Elvira Navarro (Huelva, 1978) es escritora. Su última novela publicada es ‘La isla de los conejos’ (Literatura Random House).

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