La medicalización del malestar
JESÚS MARAÑA.- Empezamos por los datos sin abrumar a nadie, pero un 23% de la población española dice haber atravesado o atraviesa problemas de salud mental y un 75% cree que estamos peor en salud mental, que hemos ido empeorando. Eso dicen algunos de los estudios que conocemos. ¿Somos los más sensibles del planeta?, ¿hay causas materiales y sociales que explican estos datos?, ¿qué está fallando, ministra?.
MÓNICA GARCÍA.- Yo creo que no somos los más sensibles del planeta, creo que tenemos varias cosas que juegan a nuestro favor y en contra. Hay una parte que tiene que ver con la acumulación de crisis y que tiene que ver con la falta de expectativas, con la incertidumbre. Yo creo que no hay nada más devastador que la incertidumbre para la salud mental. Por otro lado, hay una tendencia creciente a contarlo, a visibilizarlo y a hablar abiertamente.
JM.- No es que quizás antes estuviéramos mucho mejor, sino que entonces no se hablaba.
MG.- Creo que ahora hay una tendencia a visibilizar, siempre con el riesgo de patologizar malestares cotidianos, y también es verdad que cuando nos vamos a los datos que tenemos de ese aumento de benzodiacepinas, un aumento de consumo de ansiolíticos, está claro. Nos encontramos también con que tenemos un sistema sanitario que es perfectamente accesible, donde tenemos 24 horas abierto un Centro de Salud, donde tenemos un médico accesible, con lo cual, esa sintomatología, que puede ser patológica o no, podemos expresarla en un sitio de manera libre.
Creo que ahora hay una tendencia a visibilizar, siempre con el riesgo de patologizar malestares cotidianos, y también es verdad que cuando nos vamos a los datos tenemos ese aumento de benzodiacepinas, un aumento de consumo de ansiolíticos
JM.- Yo te he escuchado decir alguna vez, por ejemplo, que la angustia de no poder pagar la casa es un factor que influye decisivamente en provocar trastornos de salud mental.
MG.- Eso está claro, por eso estamos intentando poner el foco en lo que se llaman los determinantes sociales de la salud y sobre todo en la vivienda. El 38% sufre angustia para poder tener una vivienda. Antropológicamente la vivienda es tu nido, es tu lugar, es el hogar. El tema lo hemos llevado al mundo de la especulación, pero es que la vivienda, yo que he hecho ocho mudanzas, puedo decir que cada vez que cambias, que te mudas, tienes una ansiedad, una angustia y una ruptura.
JM.- Esto nos llevaría a pensar que mientras no se solucionen los factores sociales principales, pues estaremos siempre con la solución, digamos, puntual de la medicación.
JOSÉ ÁNGEL MAÑAS.- A mí me agrada que habléis de la faceta social y un poco en la definición que hace la OMS de la salud, como el “bienestar físico, mental y social”. Creo que no se puede obviar de ninguna manera esa parte social y también que es que justamente ahora la tensión, o sea las sociedades en las que estamos, son una especie de ollas a presión donde hay un montón de cosas que están incidiendo, donde tenemos a nivel global esa espada de Damocles que es el calentamiento global, el advenimiento de los nuevos fascismos, esa nueva guerra, en Israel, en Ucrania, igual podemos tener alguna en Groenlandia dentro de poco... Tenemos un sistema que sí, por una parte, creo que es inigualable a nivel de la capacidad que tiene de extracción de riquezas, pero a nivel de redistribución de esa riqueza deja mucho que desear, y además tiene una ideología que responsabiliza, quizás en exceso, a los individuos. Da la impresión de que si no somos millonarios es porque no queremos y no podemos. Y luego ha habido una pandemia. Entonces, claro, todo eso incide desde luego en la salud, es una presión sobre la salud mental y yo creo que explica un poco el aumento que ha habido de manera planetaria. Causas culturales yo no las veo, si acaso son más antropológicas: por ejemplo, un chaval joven puede ir a comer todos los fines de semana a casa con sus padres y a lo mejor en Inglaterra, pongo por caso, pues va una vez al año. Yo diría que el problema es más el estrés del sistema sanitario. Ya que hablaba de Inglaterra, tengo un amigo psiquiatra que lleva 20 años ejerciendo allí, y dice que al principio las benzodiacepinas prácticamente no se recetaban, se consideraba mala praxis, pero se ha empezado a estresar el sistema y gente que estaba más bien en contra ha empezado a recetarlas. Yo lo equiparo un poco con estos fármacos, voy bastante al dermatólogo por cuestiones personales, con las cremas, y las cremas con corticoides te las dan casi de entrada porque están muy saturados también los dermatólogos. Yo creo que con esos fármacos hay algo parecido y con en un sistema estresado.
Da la impresión de que si no somos millonarios es porque no queremos y no podemos. Y luego ha habido una pandemia. Entonces, claro, todo eso incide desde luego en la salud, es una presión sobre la salud mental y yo creo que explica un poco el aumento que ha habido de manera planetaria
JM.-Hay una sobremedicación.
MG.- Sí.
JM.-Hay datos que lo demuestran.
MG.- Pero por las dos cosas. Porque estamos patologizando malestares de la vida cotidiana; un problema, una pastilla. Hay una parte de facilidad que se explica en eso. Es lo de “dame una solución rápida”… Ojalá los médicos y médicas pudieran recetar buenas nóminas, que no tengas estrés a final de mes, que no tengas que mudarte diez veces de casa.
JM.- Alquileres asequibles…
MG.- ¡Ojalá se pudiera recetar eso! Por otro lado, como parte positiva, tenemos tanto acceso a nuestro sistema sanitario que tú cuando tienes un malestar, dices, “voy a ir a ver a mi médico”. Y, por otra parte, un Sistema Nacional de Salud en algunos lugares muy saturado como puede ser la atención primaria en la que no se te puede dedicar tiempo y la gente demanda soluciones también rápidas. Pero yo estoy de acuerdo en tu observación, José Ángel, y me ha gustado cuando lo has relacionado con los auges de los fascismos, porque supone más incertidumbre. Todo este mundo en el que estamos viviendo de miedo al futuro, de futurofobia, no sabemos lo que nos va a traer, y creo que la incertidumbre, la falta de certeza y la falta de garantías, nos están minando en la salud mental.
Todo este mundo en el que estamos viviendo de miedo al futuro, de futurofobia, no sabemos lo que nos va a traer, y creo que la incertidumbre, la falta de certeza y la falta de garantías nos están minando en la salud mental
JM.- José Ángel, has mencionado la pandemia, en ese sentido la pandemia es una fisura, una fractura respecto a todo lo que puede significar salud mental, convivencia y problemas que llegan y demuestran que todo es frágil, que todos somos frágiles. ¿Hasta qué punto la pandemia ha significado, también respecto a la salud mental, un cambio, una profundización, una aceleración?.
JÁM.- Es verdad que somos más frágiles. Siempre decimos los jóvenes en esta generación de cristal, se ha hablado mucho, y es verdad que tengo tendencia a comparar a la gente de mi edad con estos chavales y tengo la sensación de que sí son más frágiles. Entonces ahí buscas causas y yo siempre digo que nosotros a lo mejor éramos menos virtuales, a lo mejor éramos más callejeros, la educación una parte la hacías en el barrio, en los parques, otra parte la hacías en los bares, que eran el espacio donde generas amistades, relaciones sentimentales, porque hay una parte de educación estética, la música entraba a través de los bares, aprendías la manera de comportarte, la estética, la manera de vestir también. A lo mejor éramos más ignorantes entonces, evidentemente no teníamos toda la información del planeta al alcance de un clic, pero parece que necesitábamos menos ir al psicólogo. Yo ahí sí que percibo una diferencia.
Yo siempre digo que nosotros a lo mejor éramos menos virtuales, a lo mejor éramos más callejeros, la educación una parte la hacías en el barrio, en los parques, otra parte la hacías en los bares
JM.- No sé si éramos más fuertes o nos conocíamos menos.
JÁM.- Ese es otro factor distinto.
MG.- Yo creo que éramos menos conscientes de nuestra vulnerabilidad y de lo que significaban esos malestares. Los malestares no han cambiado y creo que ahora somos más capaces de expresarlos y de exigir que el mundo alrededor no nos produzca ese malestar.
JM.- Yo no me imagino explicándole a mi padre o a mi madre en su día, cuando era joven, “me siento angustiado”, era una conversación…
MG.- Que no existía.
JÁM.- Uno de los elementos cuando comparo generaciones es que cuando decía los barrios, los bares, es que en ellos estás fuera del control parental. Ahora los chavales jóvenes están en casa y todo el rato bajo el radar. Y existen esos padres un poco cañeros que tienen unas exigencias que transmiten a los hijos. Algunos, que tienen medios evidentemente, les ponen unas actividades extraescolares que parecen la agenda de un político. En todo caso, una de las cosas que me sorprende es oír –quizás lo mismo que tú dices de la angustia– es cuando dicen los chavales, “estoy estresado”, eso era un vocablo de adulto, por tanto, yo creo que también hay mucha presión sobre esta gente joven de ahora mismo.
MG.- Bueno, es la patologización, tú hablabas de lo que nosotros podíamos hablar con nuestros padres y, sin embargo, nuestros hijos hablan en términos patológicos: tengo un TOC, tengo ansiedad o estoy deprimido; han incorporado un diagnóstico a malestares normales. “No, hijo, lo que tienes es un examen y tienes la angustia, la ansiedad propia, ni siquiera la ansiedad”.
JÁM.- Aplican las palabras y no saben muy bien el significado.
MG.- Da igual que no lo sepan porque ya le han dado un significado patológico. Y hablabas de la pandemia. Yo creo que la pandemia incidió en dos sentidos: uno la incertidumbre y otro la socialización de la vulnerabilidad. Porque en este mundo en el que nos han contado la meritocracia, “si tú lo haces todo bien, te va a ir todo bien”, de repente nos encontramos una pandemia, en la que aquí, como en todas las enfermedades y como en todo el sistema de salud, aquí no hay méritos, aquí te toca y te ha tocado.
Yo creo que la pandemia incidió en dos sentidos: uno la incertidumbre y otro la socialización de la vulnerabilidad. Porque en este mundo en el que nos han contado la meritocracia, “si tú lo haces todo bien, te va a ir todo bien”, de repente nos encontramos una pandemia, en la que aquí, como en todas las enfermedades y como en todo el sistema de salud, aquí no hay méritos, aquí te toca y te ha tocado
JM.- La vulnerabilidad es de todos.
MG.- Pasamos de un individualismo a de repente la apertura, a mirar fuera, es decir: o es que está bien toda la sociedad o yo no voy a estar bien, o está bien mi vecino o yo no voy a estar bien. Eso es una ruptura del modelo ideológico imperante, que es el individualismo, el sálvese quien pueda, el te lo mereces…
JM.- Es una ruptura o lo debería haber sido. Es decir, ¿hemos aprendido eso, nos hemos dado cuenta del valor de lo común?.
MG.- Bueno, la gente de derechas hizo todo lo posible para que esa ventana de la sociabilidad se cerrará lo antes posible. Y se identificara, por ejemplo, con ir a un bar. Socializar con ir a un bar. Es verdad que hay una parte que tiene que ver también con el perder el contacto con el rebaño, que es muy angustiante y, de hecho, es muy benéfico ese contacto social para la salud mental. Es verdad que, de repente, nos aislamos aunque estaba la comunicación virtual, pero está claro que todo eso tuvo una incidencia, el miedo a quedarte fuera, a no poder volver a recuperar esa sociabilidad.
JM.- Si se pudiera recetar la amistad…
MG.- O si se pudiera recetar ir a una biblioteca, a un centro cultural, no solo a un bar, sino a los lugares de sociabilidad que se han ido reduciendo cada vez más.
JM.- ¿Hay diferencias de género?
MG.- Hay diferencias. Nosotros lo estamos viendo, por ejemplo, en cuanto al consumo de benzodiacepinas, de ansiolíticos, y hay una clara preeminencia de las mujeres y sobre todo de las mujeres adolescentes. Esto tiene que ver también con una mayor exigencia, con unas expectativas también atravesadas por esta vida digital que no se corresponde realmente con la vida real y también con una cosa que lleva pasando muchos años en los sistemas de salud que es ese sobrediagnóstico de las mujeres de “bueno, lo que te pasa es que tendrás ansiedad o estrés” y que siempre se atribuye a las mujeres y menos a los hombres.
JM.- O sea, el propio sistema ya establece una diferencia de género a la hora de tratar o de diagnosticar. ¿Contribuye el mundo internet, el mundo digital y las “soluciones milagrosas” que circulan por ahí, eso ha empeorado el tratamiento de las adversidades y de los disgustos?
JÁM.- Las “soluciones milagrosas”, no entiendo muy bien a qué te refieres.
JM.- Circulan mucho por internet las recetas “milagrosas” para salud mental.
JÁM.- Ahí veo varias cosas, por una parte es verdad que hay mucha información y una información que es verdad está ahí y es fantástica, pero que te cuesta mucho gestionar. Durante la pandemia, nos pusimos todos a navegar, a buscar información, a procurar entender lo que podíamos de vacunas, etc. Yo acabé mareado, acabé confuso y al final opté por fiarme de lo que me dice mi Gobierno.
Durante la pandemia, nos pusimos todos a navegar, a buscar información, a procurar entender lo que podíamos de vacunas, etc. Yo acabé mareado, acabé confuso y al final opté por fiarme de lo que me dice mi Gobierno
MG.- Esa es muy buena receta.
JM.- Confianza en lo institucional.
JÁM.- Ves que en gobiernos que nunca se ponen de acuerdo en este tema sí se pusieron todos de acuerdo y en una línea que podría ser muy afín a los intereses de las farmacéuticas, entonces empiezas a dudar. Pero esa esa fue mi solución.
JM.- Suele haber un negocio.
JÁM.- Está claro. En uno de mis últimos libros me interesé por todas estas plataformas de venta de drogas ilegales online en la red profunda, algo que fue un escándalo en Estados Unidos y fue un chavalito de veintitantos años que lo montó y a toda la gente que estuvo involucrada la metieron en la cárcel, por eso sí que me daba algo de recelo…
JM.- Lo que hacían era, para resumir, facilitar drogas vía internet y llevarlo a las casas.
JÁM.- Era un “Amazon de las drogas”, tenías un catálogo de todo tipo de drogas y llegaban cantidades mínimas que, desde Correos, no podían de ninguna manera interceptar. Siguen funcionando estos mercados. Entonces es curioso porque todo esto abría un debate a nivel de salud pública porque mucha gente lo consideraba en ciertos ámbitos una revolución y sostenían que a nivel de salud pública era muy beneficioso porque, primero, eran sustancias testadas por los comentarios de los propios usuarios y que, por otra parte, te evitaba ir a las tres de la madrugada a un sitio extraño con cierto riesgo para tu seguridad. Por ejemplo, está la metadona que en sitios como Rusia había heroinómanos que no podían tener acceso y que utilizaban estas plataformas. Lo que quiero decir es que en internet hay muchísimas cosas donde evidentemente hay estafas, pero este caso, esta metadona para un heroinómano que quería desintoxicarse sí que era una solución “milagrosa”.
MG.- Lo que pasa es que las soluciones milagrosas…
JÁM.- Son estafas.
MG.- La metadona no es una “solución milagrosa” de todos modos.
JÁM.- Para este hombre sí fue “milagrosa”.
MG.- En Rusia puede, pero es la ciencia la que avala la necesidad.
JÁM.- Y hay que saber usarla y la información también.
MG.- La puerta de lo digital es lo que ha abierto la desconfianza en la ciencia, en la política, en las instituciones. Decías que me hacía gracia, lo de “yo me tuve que fiar de mi Gobierno”, hombre claro.
JM.- Además, lo has dicho por saturación.
MG.- Existen algunos puntos de protección de nuestra salud mental. Uno es la confianza y es que cuando tienes a grupos políticos que están minando la confianza y la minan en todos los aspectos, negacionistas de los científicos, de lo político, de lo institucional, del sistema, antisistemas, que tienen que tirar todos los naipes, no solamente el Gobierno no funciona, el Gobierno no funciona ¿por qué?, porque hay intereses ocultos y ahí entra la ciencia y todo el negacionismo que hubo durante la pandemia con respecto a la ciencia. Eso lo que hace es generar todavía más incertidumbre y desconfianza.
JM.- Esto está relacionado con la velocidad a la que vivimos en estos tiempos digitales en los que cada media hora se acaba el mundo o se soluciona, más bien lo primero. ¿Qué incidencia tiene esto en la salud mental de la población?.
JÁM.- Negativa. Claramente vivimos unos tiempos extremadamente acelerados, exagerados en todo. Yo pienso, por ejemplo, en la sensibilidad woke en los últimos diez años. Yo juzgaré por mis hijos en la manera en la que les ha afectado a su manera relacionarse, la sensibilidad con el feminismo, con las minorías, con el racismo, loeficaz que ha sido además de que hemos conseguido que un estadio de fútbol deje de insultar a un jugador. Esa misma revolución a nivel de mentalidad a lo mejor en otro tiempo habría tardado 50 o 60 años y aquí lo hemos hecho en diez años. El tema de WhatsApp, por ejemplo, si alguien no te contesta ya en dos o tres horas casi te sientes ofendido. Mi mujer que es profesora de inglés ahora está utilizando ChatGPT para preparar ejercicios de clase. Esos ejercicios, que hubiera podido hacer antes en un mes, ahora los hace en una semana. Entonces, suma y sigue, eso es mucha velocidad y al final, claro, nos afecta, nos perturba y nos cuesta adaptarnos. A mí hay una definición que es muy bonita, que me gusta de la ICD (International Classification of Diseases), la clasificación internacional de enfermedades y relaciona la salud con la capacidad de adaptación, lo que vale para diferentes individuos, para diferentes sociedades, incluso para distintos momentos históricos.
JM.- La definición clásica de que la felicidad es tu capacidad para adaptarte a la realidad.
JÁM.- La salud es eso, si te adaptas a una circunstancia estás sano, si no te has adaptado es que estás enfermo, pero puede ser que mañana haya un golpe de Estado y cambia el régimen, pues oye, los que se adaptan son sanos y los que no, pues o enferman o se les considera enfermos, pero es verdad que es una noción muy útil. Y cuando analizamos esta velocidad que ha generado tanto desconcierto vemos que hay gente que nos estamos adaptando a todo y que más o menos somos sanos y quienes no consiguen adaptarse y están enfermando.
MG.- Yo no sé si quiero adaptarme tampoco a esta voracidad, a este frenesí, a esta cosa siempre vinculada a la producción, tanto es así que cuando te coges una baja de maternidad casi te sientes un poco culpable de pasear a tu crío por el parque.
Yo no sé si quiero adaptarme tampoco a esta voracidad, a este frenesí, a esta cosa siempre vinculada a la producción, tanto es así que cuando te coges una baja de maternidad casi te sientes un poco culpable de pasear a tu crío por el parque
JM.- Culpable por tener tiempo para tí.
MG.- Porque sabes que vas a perder un tren, un tren profesional, porque vas a perder el tren económico, una serie de cosas… Estamos en un mundo neoliberal y de hiperproductividad, de hiperansiedad en el que no somos capaces ni siquiera de pararnos a pensar. Estamos viendo imágenes de Gaza constantemente en esa hipervoracidad también informativa y no somos capaces tampoco de pararnos a decir: qué significa esto, vemos niños masacrados y no vamos más allá del decir, “ay, madre mía, esto hay que pararlo, vaya masacre”, no somos capaces.
JM.- La clave es cómo gestionamos esta realidad, la sobreexposición en redes sociales de qué manera nos está también trastornando. Pero la cuestión es cómo gestionar porque una posibilidad es ausentarse, pero eso también es, por un lado, dejar todo el terreno libre a lo que estás definiendo, a la ultraderecha, a las conspiraciones.
MG.- En el debate de si hay que estar o no hay que estar en las redes, creo que hay que estar. Yo tengo una discusión siempre con una amiga que me dice: “No, yo es que no quiero ver los telediarios, yo no quiero ver las noticias, me dañan”.
JM.- Las encuestas dicen que está subiendo el porcentaje de gente que dice: quiero alejarme.
MG.- Y yo le respondo: da igual que lo veas o no lo veas porque va a seguir ocurriendo.
JM.- La realidad está ahí.
MG.- Quiero decir, tú puedes subirte a una realidad virtual y ponerte tus gafas virtuales de “aquí no está pasando lo que está pasando” y a lo mejor tú eres más feliz, pero no va a dejar de pasar. Y ahí sí que estoy de acuerdo, tendrás que, con conocimiento porque a lo que estamos renunciando es a la información y al conocimiento, tener tus herramientas para que eso te afecte lo menos posible, pero no por el desconocimiento de la realidad, porque es que el desconocimiento de la realidad es un campo para las fake news, para los bulos, para las mentiras, y esa es otra realidad paralela que te instalan si tú no vives en la realidad.
JM.- Entonces la cuestión es cómo lo usas.
JÁM.- Creo que la palabra es que son herramientas estas redes sociales y evidentemente, tienen cosas positivas y cosas negativas. Yo es verdad que tengo tendencias un tanto tecnofóbicas, tecnoescépticas, evidentemente soy de Letras, pero bueno, sí que ves, yo vivo en un pueblo la Comunidad de Madrid y veo chavales que a lo mejor crecían ahí y que sentían una enorme frustración, pero que ahora en Instagram ven de repente a sus ídolos, a sus raperos y sus futboleros y tienen mansiones y están con sus Ferrari y todo el rato de vacaciones, claro esa exposición antes no se veía y eso genera una frustración que tienes que asimilar. Luego, por ejemplo, a nivel de acoso escolar, pues claro, es que del acoso escolar antes a lo mejor se enteraban cuatro o cinco, no lo sé, y de repente ahora puede tener una exposición planetaria. Es como poner una AK-47 en manos de indocumentados, estos chavales que a lo mejor no saben que si tú filmas a un chico o una chica en un cuarto de baño eso no puedes publicitarlo, es ilegal, es un delito, pero no losaben. Entonces yo creo que son herramientas que hay que domesticar y yo creo que hemos domesticado otras, la televisión en su época, os acordáis, estaba siempre presente mientras cenabas o comías, ahora hemos aprendido que eso no se puede o el móvil mirándolo cuando conversas con una persona… Las redes sociales hay que aprender a usarlas correctamente, pero tienen por el momento algo más negativo que positivo.
Las redes sociales son herramientas que hay que domesticar y yo creo que hemos domesticado otras, la televisión en su época, os acordáis, estaba siempre presente mientras cenabas o comías, ahora hemos aprendido que eso no se puede o el móvil mirándolo cuando conversas con una persona… Las redes sociales hay que aprender a usarlas correctamente, pero tienen por el momento algo más negativo que positivo
JM.- Esa imagen en un restaurante de ver a una familia, a los padres, los hijos y todos con su móvil sin hablar entre ellos para mí esdemasiado frecuente.
MG.- En los niños pequeños, sobre todo.
JM.- Es especialmente preocupante en la adolescencia esto que estás apuntando, los trastornos de salud mental en la adolescencia ¿El sistema público tiene capacidad de asumir y de gestionar ese problema?
MG.- El mundo digital es un multiplicador. Los jóvenes y los adolescentes están formando sus herramientas. En esa forma de formar sus herramientas de repente tienes un multiplicador, por ejemplo, el miedo a la exposición pública o al juicio público, que lo hemos tenido todos de adolescentes e incluso cuando eres más mayor, eso está multiplicado exponencialmente en las redes sociales. Entonces tienen una herramienta que ni siquiera son capaces de utilizar en su mínima expresión y que es básicamente afrontar que estás en un momento madurativo en el que no todas las críticas son asumibles. Si entráis en mis redes eso es una fiesta que no os podéis imaginar, es un rosario de insultos. No me preocupa tanto por mí, porque ya me considero una persona de 51 años cumplidos hoy.
JM.- Esta grabación, sea dicho, coincide con el cumpleaños de Mónica García, felicidades.
MG.- Lo celebro aquí en TintaLibre. Quería decir que me considero ya con las herramientas de madurez como para poder gestionar eso. Me preocupa más que lo vean mis hijos, que vean que en mis redes sociales hay todo un desarrollo que no es real, porque, y esto lo decimos muchas de las personas que estamos expuestas, luego vas por la calle y eso no es real.
JM.- Hay una desproporción absoluta.
MG.- Pues eso mismo les pasa a ellos en el instituto, en el cole, con su imagen física, con lo que han hecho, con lo que no han hecho, con sus novias sus novios y no tienen todavía las herramientas ¿Cómo les podemos ayudar? Pues sí, con mucha pedagogía, con mucha paciencia, con algunos filtros y algunos límites.
JM.- Puede tener esto que ver más con la educación que con la gestión sanitaria del asunto por decirlo así.
JÁM.- Los adolescentes están en un periodo muy peculiar. La adolescencia, casi casi es una enfermedad per se, exagerando un poco. Es un momento en el que hay unos cambios tan bestiales concentrados en tan poco tiempo que no necesitan drogas exteriores, que es un festival de hormonas; por tanto hay conductas de riesgo. Si estás hablando de salud mental y lo relacionas con adolescentes lógicamente hay que conocer las circunstancias. Por ejemplo, un adolescente que no te atiende y dices, “está empanado”, es que está empanado porque están pasado tantas cosas en su cerebro que es normal. Esas cosas hay que tenerlas en mente y también que no están preparados para las redes sociales.
JM.- Mi compañero y codirector de ‘TintaLibre’, Jordi Gracia, mete un apunte muy interesante que a mí no se me había ocurrido y es el desprestigio de las Humanidades, de la formación humanística, ¿tiene alguna responsabilidad en esta hipermedicación social, en lo que estamos hablando sobre la salud mental?.
JÁM.- Desde Aristóteles sabemos que la catarsis puede tener una incidencia positiva, Freud ya hablaba de que la civilización frustra tus instintos y genera neurosis y el arte puede ser una manera subliminal... A lo mejor se están perdiendo esas herramientas, pero lo mismo se puede decir del fútbol: el deporte te ayuda a la salud mental. Volvemos a la imagen de la olla a presión, son válvulas de escape, son cosas que pueden sustituir o aliviar males, pero quizás nos vamos un poquito de la problemática principal.
MG.- Es un protector.
JM.- A mí sí me lo parece.
MG.- Y creo que requiere unos tiempos que ahora no son los tiempos que se nos requieren a nosotros. Requiere cierta pausa, ciertos elementos cognitivos a la hora de entenderlo, de alguna manera de dejar de pisar el acelerador, ni siquiera el freno.
JM.- Mirar por encima de la inmediatez.
MG.- Y eso ahora mismo choca con este mundo voraz, neoliberal, rápido, productivo… ¿Es productivo leer filosofía? No, no es productivo. Como pasear a tu hijo por el parque…
JM.- En términos de consumismo puro no, en transformar a la persona en consumidor, tampoco.
MG.- En esta sociedad neoliberal todo son aceleradores de posibles malestares y trastornos de salud mental.
JÁM.- Yo hablo de Humanidades y de Ciencias y en ello hay una impresión al final de que las ciencias están más con el sistema.
MG.- La buena ciencia requiere también una pausa. Los investigadores utilizan años y años de su vida para llegar a una molécula, yo ahí también lo incluyo, pero se la identifica con una cierta productividad mientras que el pensamiento no. Yo una de las cosas que echo de menos es poder pararme a pensar y cuando lo hago, a tí te pasará seguramente lo mismo cuando te pones a escribir, tienes que pararte a pensar que es un tiempo que va en contra casi de la sociedad del futuro, tienes que aislarte, tienes que utilizar unas herramientas que ahora no son las que están en el mercado.
JM.- Estamos tratando la salud mental más con medicación que con terapia, me da la impresión, eso indican los datos ¿por qué nos fiamos más de un psicoterapeuta al que no conoces de nada que de un amigo que conoces de toda la vida?.
JÁM.- Porque tiene las herramientas para ayudarte: yo voy a pintar mi casa y llamo a un pintor profesional, no a mi amiguete. Yo entiendo que habrá muchos psiquiatras que digan, “joder, estoy recetando a este tío benzodiacepinas o diazepam o lo que sea, y a lo mejor este hombre si tuviera un entorno mejor y una pareja pues a lo mejor no necesitaba este tratamiento”. Siempre la terapia será mejor que el tratamiento, pero es que muchas veces no hay tiempo para ella.
JM.- El sistema no puede atender con terapias.
JÁM.- Ese es el problema.
MG.- No son excluyentes: puedes para determinados momentos necesitar un psicoterapeuta, para otros necesitar un psiquiatra y para todos los momentos necesitar un entorno familiar y social estable. Necesitas ese colchón, aun teniendo ese entorno familiar estable, tú puedes tener trastornos de salud mental. Y de esto no se libra nadie. Esto tiene un poco que ver con la pandemia, cuando hablamos de salud mental hablamos de la socialización de la vulnerabilidad. Aquí no se libra nadie, ni los que tienen más dinero, ni los que tienen más fama, ni los que tienen más recursos, porque va por otras vías. Sí que es verdad que hay aceleradores, y los determinantes sociales de la salud ya se ha demostrado que, si no te puedes pagar la casa, si no puedes llegar a fin de mes, si tienes un trabajo indigno, si tienes condiciones laborales que no te permiten desarrollarte, si tienes que ver más a tu jefe que a
tus hijos, si pasan todas estas cosas, eso funciona como un acelerador.
JM.- ¿Estamos avanzando? Es decir, sigue habiendo una estigmatización, una frivolización sobre los trastornos de salud mental o nos estamos ya tomando en serio todo esto.
JÁM.- Sigue habiendo, pero yo creo que a nivel de terapia psicológica menos, ya el psiquiatra es otra cosa, pero todavía hay estigma. Pero creo que sí avanzamos. De alguna manera hay algo profundamente perturbador y es que al final todos creemos tener control de nuestra vida y nos da miedo ver gente que ha perdido el control. Entonces siempre será inquietante y yo creo que el estigma no podremos levantarlo totalmente, pero considero que sí que la terapia psicológica hoy ya es una es una cosa muy habitual.
MG.- Esta visibilización ha levantado efectivamente un poquito el estigma, sigue habiendo mucho, por ejemplo, con los trastornos mentales graves a los que siempre se les identifica con conductas agresivas y no es para nada así. Estadísticamente no es verdad que la gente que tenga un trastorno mental grave sea más agresiva, no es verdad. Ese estigma sigue existiendo y claro, luego lleva también a la frivolización, o sea, que por un lado estamos hablando más de ello, lo cual no significa que entendamos la salud mental y entendamos, a mí me encantan los testimonios en primera persona, cuando te habla alguien desde dentro de su depresión, de su trastorno obsesivo compulsivo, desde su esquizofrenia, entonces dices: “Ah, vale, ahora lo entiendo, ahora entiendo qué te pasa y ahora entiendo, además, que eres una persona perfectamente funcional, perfectamente normal, excepto cuando tienes este tipo de enfermedad”. En cambio a alguien que tiene una pierna rota no le dices ponte a andar, pues a alguien que tiene una depresión, no le puedes decir, anímate.
JM.- Me estás facilitando, Mónica, lo que quería plantearos como cierre de la conversación, que es ese testimonio personal, es decir, si habéis vivido directamente vosotros o en vuestros entornos algún caso de trastorno que ha necesitado medicación, ansiolíticos y cómo lo habéis vivido.
JÁM.- Yo sí he tenido un caso cercano, un familiar cuyo hijo tenía una enfermedad mental grave, que planteaba problemas de comportamiento y es verdad que lo primero que sientes es incomprensión. Yo veía el chaval con mi hija y lo primero vas a la madre y dices: “Educa mejor a tu hijo, que está pasando esto”, después, cuando sabes de qué se trata, ya le pones una etiqueta y tú empiezas a entender su comportamiento y más tarde, claro, llega la medicación y la medicación en este caso eran antipsicóticos. Resulta incómodo porque por una parte dices, bueno, es verdad que el niño ya es más funcional, pero por otra parte estás metiendo a su organismo un chute, una química que no sabes las consecuencias que va a tener para su organismo, que no las veremos, no, pero que te hacen sentir un poco culpable. Estamos continuamente conviviendo con este tipo de casos, yo creo.
JM.- Hay una impotencia a la hora de manejar, de gestionar.
JÁM.- La cuestión al final es que cada uno es como es y él ya es funcional; en este caso es verdad que esa medicación es muy dura, pero ha conseguido que este chico sea funcional.
MG.- Yo soy hija de psiquiatras, con lo cual siempre tengo los trastornos de salud mental metidos en casa.
JM.- Aunque no hubieras querido…
MG.- Claro. Hija de psiquiatras, he estudiado Medicina, he hecho prácticas de psiquiatría, he conocido la psiquiatría, la he estudiado, la he visto en mi casa y aun así, no he entendido lo que es una depresión hasta que una amiga mía escribió un libro sobre la depresión. Esa amiga mía, que se llama Ana Rivera, escribió sobre la depresión en primera persona. Yo estuve en todo su proceso depresivo ayudándola como puedes, porque hay una parte que no entiendes, que tiene que ver con “¿te ha pasado algo, ha habido un detonante, un factor?” y no tiene por qué haber ningún factor. Y luego, te planteas: si en los estándares ideales tienes todo para ser feliz, ¿por qué estás en ese hoyo tan profundo? Leyendo su libro lo entiendes todo, entiendes cómo desde dentro se ve una amiga mía, divertida, alegre, feliz, etc. que cayó en lo más profundo. Y hasta que no lo entiendes…
JM.- Siempre hay ese factor que decíais como de una especie de culpabilización. Cuando dices, pero si tienes prácticamente todo en comparación con… .
MG.- Es incomprensión, bueno no, es desconocimiento de lo que le está pasando a esa persona. Ella lo cuenta de una manera tipo “yo no podía salir a comprar a la calle” y empieza el libro narrando el primer día que no tuvo pánico al salir a la calle. Es una amiga mía muy cercana a la que yo le dije: “mira, tú no estás triste, tú lo que tienes es un trastorno, tienes que ir a un psiquiatra”. Incluso ayudándola en el diagnóstico no he sido capaz de comprenderlo y con esto te hablo pues de todas las personas que tienen esquizofrenia, un trastorno obsesivo compulsivo, un trastorno límite de la personalidad, cualquier cosa, y que necesitamos que ellos mismos nos cuenten.
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JM.- O sea que es importante en esa divulgación de casos personales donde hay ensayos, hay varios libros de gente conocida que está contando sus trastornos mentales y eso ayuda mucho a entender.
MG.- A entender, a ser conscientes de lo que le está pasando y también a poder ayudar desde los lugares desde donde podemos ayudar.
JM.- Os agradezco mucho que hayáis dedicado un rato a pensar sin la velocidad de los tiempos digitales y os animo a que sigáis, tú peleando por la salud pública, y tú escribiendo sobre historias, sobre humanidades, sobre la vida.