Moisés Expósito-Alonso: “Podríamos mantener ahora mismo al 100% de las especies del planeta en un museo, pero esto no las salvaría”

El biólogo evolutivo alicantino Moisés Expósito en una imagen reciente durante la COP15 de Montreal, Canadá.

Alberto G. Palomo

Para introducir este texto, habría que aclarar antes varios términos. Sin embargo, es el propio entrevistado quien lo hace en cada respuesta. Hablando de evolución genética, del Antropoceno o del ADN de las especies, Moisés Expósito-Alonso explica primero a qué se refiere, con una mezcla de sabiduría y con tablas en el aspecto divulgativo. Este español de 32 años es ecólogo y biólogo evolutivo en la resistencia de las plantas al cambio climático. Por eso entiende cómo amoldar su discurso, plagado de fórmulas y acrónimos, a un lenguaje comprensible: así llega más allá del laboratorio donde realiza unas pruebas determinantes para el futuro de la biodiversidad.

Ese laboratorio está en California. En el Instituto Carnegie de la Universidad de Stanford, en Palo Alto, a unos kilómetros de San Francisco. Allí ha terminado este alicantino después de estudiar el grado de Biología en su tierra, mudarse a Sevilla para trabajar en investigaciones del CSIC para el Parque Nacional Doñana, hacer un máster sobre genética cuantitativa en Edimburgo y desarrollar su tesis doctoral en uno de los institutos Max Planck de Alemania. Ahora atiende al otro lado del teléfono después de volver de Canadá, donde ha participado en la COP15, la cumbre de la ONU sobre biodiversidad.

“¿Quieres que empiece por el ADN de las especies o por la diversidad?”, pregunta Expósito-Alonso, que se lanza inmediatamente a diferenciar ambos terrenos sobre los que estudia, aunque en realidad van unidos. “El ADN es lo que tenemos dentro de nuestras células. Unas moléculas con unainformación determinada. Es distinto a pesar de pertenecer a una misma especie. Y es muy estable, pero puede modificarse con el paso de los años por diferentes factores”, apunta a modo de guion, ya que lo que él contempla consiste, básicamente, en analizar cada una de esas partículas y ver si han sufrido alguna alteración. Para eso, atesora unos 30.000 ejemplares de Arabidopsis thaliana, una planta parecida a la rúcula o la mostaza y que tiene el honor de ser la primera a la que se le ha extraído todo el código genético. Sobre estos ejemplares planifica hipótesis relacionadas con el ambiente. Mezclan semillas de muchos lugares del mundo y las enfrentan al clima californiano, muy parecido al de Andalucía. Aparte, controlan las precipitaciones o la falta de agua.

De esta forma descifran el genoma completo y comparan su riqueza a lo largo de los años. Su última publicación, en la revista Science no es nada halagüeña: un 10% de las especies ha perdido su diversidad genética. Mientras que el foco de atención en los estudios de biodiversidad es cuántas especies se han perdido, por ahora menos de un 1%, Expósito-Alonso examina las que todavía no se han perdido pero pueden haber sufrido ya una merma de diversidad genética: “Parece algo insignificante o invisible, pero puede acelerar la extinción de otro 10% o 25% de todas las especies en las que se haya malogrado esa capacidad evolutiva o adaptativa”. Es lo que se llama, anota, “extinción silenciosa”.

“El ADN de una molécula es bastante estable, pero, puntualmente, cada generación, hay un pequeño error al copiarse. Eso no tiene por qué ser necesariamente malo. La mayoría de las veces no hace prácticamente nada, pero en otras ocasiones suscita variaciones que pueden ser positivas o negativas, y que son la base de la evolución de las especies”, añade.

Cuando en un ecosistema no existe la variación natural, como llaman a las mutaciones, ciertas enfermedades consiguen hackear el sistema inmunológico y colonizarte

¿Cómo se traduce en nuestro entorno y por qué debería preocuparnos? Si no hay suficientes variaciones genéticas en una población, el resultado puede ser que sean incapaces de amoldarse a los nuevos parámetros externos, algo que ya está ocurriendo, ilustra Expósito- Alonso, debido al cambio climático y la presión humana.

Ahora mismo, aduce el biólogo, tenemos una crisis climática y una transformación de hábitats: “Los científicos están pensando en cómo salvaguardar las variedades genéticas dentro de cada especie porque no sabemos lo que se nos viene”. El alicantino parte de esa incierta premisa para evaluar la coyuntura actual y marcar unos objetivos realistas. “Necesitamos saber cómo podríamos proteger a todas las especies del mundo. Porque no vale con hacer un inventario en un zoológico o un jardín botánico y clasificar lo que tenemos si no nos aprovechamos de ellos”. Expósito-Alonso alude que los tigres o los osos panda obtienen muchas campañas para su protección ex situ y funcionan.

“Quizás podríamos mantener ahora mismo al 100% de las especies del planeta en un museo, pero esto no las salvaría”, incide. “Si todos los animales son iguales, clones o hermanos, esperar a que a través de mutaciones naturales consigan recuperar su riqueza genética equivaldría a miles o millones de años”, argumenta, pero “si actuamos ahora, cuanto mayor sea el conjunto de mutaciones que mantenemos en una especie, mayores serán las posibilidades de dar con esa mezcla afortunada que la ayudará a prosperar a pesar de las presiones creadas por el cambio climático”. A más diversidad, concluye, “más posibilidades de sobrevivir”. “El reverso está claro. Lo vemos en las plantaciones de monocultivos: cuando hay una plaga, se echan todos a perder”, arguye.

Cuando en un ecosistema no existe la variación natural, como llaman a las mutaciones, ciertas enfermedades consiguen hackear el sistema inmunológico y colonizarte, aclara Expósito-Alonso. Sucede en esos campos sin variedad, donde “no hay varias formas de reconocer a un patógeno” y, por tanto, “es mucho más fácil que se transfiera, por pura dinámica epidemiológica”. El biólogo sabe que la solución pasa por un cambio a gran escala. No desdeña, aun así, cada pequeña acción para que las amenazas sobre el medio ambiente se atenúen. “Cualquier ayuda es positiva. Y sobre todo cuanto antes lo hagamos menos tendremos que invertir, porque si un entorno está 100% degradado el esfuerzo económico es inmenso”, sopesa. Expósito-Alonso comenta el plan firmado en la reciente cumbre de la ONU de conservar el 30% de los ecosistemas para el 2030. “No quiere decir que el resto, un 70%, lo degrademos, sino que ese porcentaje sea un enclave seguro y luego se vaya aumentando”, matiza.

La era del Antropoceno

Basándose en estos datos, Expósito-Alonso adelanta otro de los conceptos clave en la conversación: el Antropoceno. Así se denomina a grandes rasgos a la era en la que la naturaleza ha estado dominada por los humanos. Es decir, desde hace miles de años, cuando se inició la agricultura y se domesticó la tierra. Con el transcurso de los siglos, los resultados son desoladores: se ha eliminado el 45% de los ecosistemas que existían en la superficie del planeta. “Y todavía sigue.

Cualquier cosa que ejecute el ser humano afecta al medio ambiente. Por ejemplo, una carretera que corta dos carreteras impide que se mezclen las especies, y puede acabar con una de ellas. Que una especie pierda su hábitat tiene serias implicaciones para la riqueza genética de un animal o una planta y su capacidad para hacer frente a los próximos desafíos del cambio climático. O cada vez que utilizamos un artilugio electrónico, que emitimos dióxido de carbono a la atmósfera”.

De estos detalles avanzamos hasta las circunstancias actuales: las proyecciones calculan que para el 2050 –si sigue subiendo la temperatura, sobrepasando los 1,5 grados centígrados, el punto de retorno más difícil– las consecuencias serán dramáticas. Se observa estos días en ciclones, incendios u otras catástrofes cada vez más comunes. O, como indica Expósito-Alonso, que en el mes de noviembre haga un tiempo primaveral. Ese cambio también podría traer nuevas enfermedades: con la ruptura de la armonía en los ecosistemas, afloran los riesgos. Y ya hemos visto uno con nombre palaciego y un murciélago como logo. “Puede suceder que haya contacto entre diferentes especies y surjan vectores de movimiento que creen nuevas epidemias víricas”, razona.

También puede que ciertas especies colonicen nuevos hábitats. “Los mosquitos, por ejemplo, son de temperaturas tropicales, pero si se acostumbran a las templadas, pueden generar nuevas enfermedades, como la fiebre amarilla o la malaria”. Otra secuela es la de nuestras defensas, que deberían acoplarse a este desajuste. “Habría que estar creando nuevas vacunas”, alega quien cree en la “contención” previa y ataca a la siguiente palabra de moda: el colapso. “Soy una persona con ilusión, porque, si no, no estaría haciendo esto. Pienso que no va a colapsar porque antes, probablemente, se acabe nuestra economía. Y muchos de los impactos se irían al traste. Creo que del cambio climático van a salir formas de a vivir en armonía con la naturaleza y redirigir recursos para mantener a ecosistemas. Tengo esa esperanza”.

Habrá un avance ciudadano, observa, hacia alternativas en proceso. Una de las que llevan tiempo gestándose son las modificaciones genéticas en alimentos como el maíz, la soja o el arroz. Algunas de ellas se han demostrado eficaces contra plagas o contextos desfavorables como limitación de nutrientes o sequía. No obstante, todavía existe una gran oposición ecologista. “Es un tema un poco nuclear”, cavila, “y creo que el problema en las discusiones es que normalmente no separamos lo que es la tecnología y la huella socioeconómica que ciertas empresas causan”. Según señala Expósito-Alonso, hasta ahora el mayor problema es quién se está lucrando y cómo se está usando, deforestando grandes superficies y provocando migraciones masivas. E insiste en que lo que más le preocupa del Antropoceno es la extinción de la variación genética natural, “dado que su ritmo de recuperación es mucho más lento que el de su pérdida”.

Optimista a la fuerza, a Expósito-Alonso tira de otro concepto en boga: la resiliencia. Igual que pensadores influyentes como Jeremy Rifkin, que ha vaticinado una nueva época en base a este valor, el investigador tiene esperanza. Asegura que le encanta ver cómo las generaciones venideras salen a la calle para alertar sobre este problema y confía en una eventual concienciación global, aunque requiera de enormes dosis de pedagogía. “Me alegro de ver a los de Fridays For Future manifestarse, porque vamos a necesitar una explicación adecuada de todo esto y dar recursos a las nuevas generaciones para que puedan afrontar el cambio climático. No solo de una forma técnica, sino como algo comprensible para saber cuáles son las opciones en el futuro. Vengo de una cumbre donde se han puesto sobre la mesa y negociado muchas metas para conservar biodiversidad que ya se ven como algo serio, sin excusas”, zanja.

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