Najat el Hachmi: "La complejidad es algo que hay que representar”

La escritora Najat el Hachmi.

Santiago Gorgas

La inteligencia artificial no es capaz de generar un relato propio. El Big Data individualiza los relatos existentes y los usa de forma manipulativa acomodándose a las distintas tendencias, como hizo Trump en sus campañas electorales. En este escenario, ¿cuál considera que es la función de la literatura?

Este escenario está vinculado a las tecnologías pero viene de lejos. Hace tiempo que los medios de gran difusión tienen la capacidad de imponer una visión del mundo. Hoy más que nunca la literatura es el espacio para construir discursos alternativos e incluso contestatarios a esos relatos hegemónicos. La literatura escapa de ese control y no forma parte del bombardeo constante que nos llega tanto a través de los medios digitales como de la televisión. Yo diría que la ficción es más necesaria que nunca porque te permite matizar y escapar de ciertos encasillamientos. Parte de mi malestar viene dado por el hecho de sentirme encorsetada dentro de algunas visiones del mundo que nada tienen que ver con la realidad. La aportación que podemos hacer los escritores es estar en contacto con la vida, con el mundo y con las personas que no suelen ser las protagonistas de lo que se cuenta. Las historias aportan cierto sosiego y consuelo a los lectores; también son un instrumento que promueve una mirada consciente y un espíritu crítico. Las historias son capaces de generar una revolución individual o íntima y nos aportan instrumentos para resistir los impulsos que pretenden transformar nuestras vidas en lo que no queremos que sean. 

¿Puede la literatura articular un imaginario común y ayudarnos a escapar de las identidades estereotipadas que llegan con la potencia de las imágenes? 

Estoy convencida que las disciplinas artísticas, a través de sus creaciones, tienen el poder de construir ese imaginario. Cuantas más visiones distintas tengamos sobre nuestra vida en común o colectiva, mejor será el reflejo de su complejidad. Las identidades encerradas en sí mismas, estancas, excluyentes y esos discursos maniqueos tienden a una simplificación muy peligrosa. La complejidad es algo que hay que representar. No basta con que sólo unos pocos cuenten las historias, tenemos que ser muchas y muchos y desde perspectivas distintas. Intentar contar historias protagonizadas por mujeres, por inmigrantes, por personas de clases bajas me permite contribuir a complejizar ese imaginario. 

Su lengua materna es el tamazight y escribe en catalán y en castellano. ¿En qué medida estas lenguas contribuyen a su identidad?

Las lenguas son una parte muy importante de mi identidad. No hay una parcela distinta para cada una de ellas sino que ese multilingüismo que viví desde muy pequeña forma parte de mí. El placer del multilingüismo no solamente consiste en poder expresarte en distintos idiomas sino en los viajes que se hacen de uno a otro y la reflexión que comporta el tener que traducir o encontrar correspondencias. Eso forma parte de mi identidad y de la de muchísimas personas. No hay suficiente reflexión sobre temas lingüísticos y la que hay es muy residual. Personalmente es un tema que me apasiona y me gustaría que estuviera en todas partes. No sé si eso es identidad. 

Incluir una palabra en nuestro léxico ensancha nuestra visión del mundo. Sin embargo, la periodista Mona Eltahawy aboga por borrar del diccionario las palabras ‘himen’ o ‘hiyab’. 

Tampoco hay que criminalizar a las palabras, porque lo que reflejan es el comportamiento y la visión del mundo de las personas. No creo que se resuelva nada con eliminar ciertas palabras. También hay que saber cómo se nombran las cosas desde la perspectiva de aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Hay que saber cómo se habla y por qué se habla de ese modo. También entender cuál es el origen de esa forma de hablar y a partir de ahí intentar construir otro lenguaje en el que se descartan ciertas expresiones o palabras. Eso forma parte del proceso evolutivo de las lenguas mismas. Esa transformación o cambio tiene que ver con la forma en que van cambiando las sociedades. Si se hace un análisis más lingüístico, resulta interesante saber qué significa himen y hiyab. Por ejemplo, moro es una palabra que cuando la leemos en textos que hacen referencia a hechos históricos o cuando la escuchamos en boca de según quién, vemos que tiene matices distintos y que no siempre fue una palabra despectiva. Hay un trasfondo para conocer. El diccionario nos muestra cómo son las palabras pero tenemos que tener una visión crítica para entender su contexto. 

También hay palabras que ciertos grupos de poder se han apropiado y las han vaciado de significado. 

Se han multiplicado las estrategias para pervertir el lenguaje y ponerlo a favor del poder. Esta forma de entender el lenguaje al servicio de la política es peligrosa. Aquí es donde resulta tan importante saber el origen de los términos y entender su genealogía. Cuando hablamos de feminismo hay que saber de dónde surge como movimiento. No se le puede pedir a ciertos sectores que se pongan a leer Mary Wollstonecraft o Simone de Beauvoir, pero hay que entender su genealogía. Hemos visto la mercantilización de ciertos eslogans y la desvirtualización del verdadero significado del feminismo. A veces basta con detenerse y analizar determinados discursos para desmontar las trampas que nos van tendiendo. Desde el punto de vista de la educación es importante formar para entender el origen y el significado real y profundo de las palabras. 

Una nueva forma de fascismo social emerge cuando los estratos superiores de la sociedad poseen un poder tan superior al resto que son capaces de ejercer el veto y control sobre sus deseos, necesidades y aspiraciones a una vida digna. Bajo estas condiciones, la diversidad se transforma en una trampa: se aceptan las diferencias mientras no promuevan una lucha emancipadora. 

Durante mucho tiempo he observado las condiciones de vida de los inmigrantes y sus hijos. Cuesta mucho poder visibilizar un discurso de reivindicación de derechos sociales y económicos. En mi barrio veía a la gente sufriendo por conseguir la ciudadanía plena que les permitiera acceder en condiciones igualitarias a un trabajo. Sin embargo, desde la administración se atendían cuestiones más secundarias como el tema de la religión o las prendas de vestir. Esa ha sido una forma eficaz de ocultar un malestar evidente. Se ha construido meticulosamente un relato de los inmigrantes como aquellas personas que están dispuestas a trabajar en peores condiciones porque tienen vocación de sacrificio o masoquista. Un relato que nos dividía entre la clase trabajadora y los inmigrantes, cuando somos todos clase trabajadora. Otro relato que ha tenido mucho éxito es el que atribuye el racismo a las clases bajas, que se consideran pobres e ignorantes, cuando en realidad el racismo es transversal. Precisamente las clases trabajadoras y las personas inmigrantes comparten condiciones derivadas de su situación económica, muy diferente de otros estratos sociales. Este es un ejemplo de cómo el relato logra condicionar nuestra visión de la realidad incluso cuando la realidad la vivimos en la propia piel. 

En su última novela las protagonistas luchan por ser queridas tal cual son. En la búsqueda del reconocimiento acceden a una serie de concesiones que sin embargo, en determinados lugares, no son posibles. Usted misma afirma que no ha podido conciliar el feminismo con la religión.

El contenido machista y misógino de la religión no se puede conciliar con las aspiraciones de libertad e igualdad que propone el feminismo. Es algo muy doloroso y cuesta admitirlo. El feminismo está proponiendo una cultura nueva que nada tiene que ver con la cultura patriarcal que nos han transmitido en muchos casos a través de la religión. Las concesiones y renuncias chocan con la aceptación de uno mismo. Existen situaciones en las cuales las mujeres no nos sentimos aceptadas tal como somos por el simple hecho de ser mujeres. Para lo cual no hay solución alguna. En El lunes nos querrán la protagonista escribe a su amiga sus reflexiones. La escritura se presenta como un antídoto contra el control y la sensación de estar continuamente expuesta. Una forma de recordar que para saber quiénes somos hace falta algo tan básico como estar ratos a solas, pensarnos a solas y hacer procesos de reflexión individual y de largo alcance. En estos momentos no se practica mucho la introspección.

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