Profetas del apocalipsis

Huesos y grietas con sequía del pantano de Sau, Barcelona.

En vísperas del año 1000 de la era cristiana, se extendió por Europa el sentimiento de que la humanidad viviría en esa fecha el fin del mundo anunciado en el Libro del Apocalipsis de San Juan. Lo anunciaban entodas partes greñudos y excitados profetas, instalando el pavor en los corazones de millones de creyentes y empujándoles a comportamientos desaforados. Nuestro continente se llenó de revueltas místicas, procesiones de flagelantes y feroces asaltos a los guetos judíos, comobien cuenta el libro En pos del milenio, de Norman Cohn.

El milenarismo, el anuncio de la proximidad del Fin del Mundo, ha sido desde entonces una constante en la vida de la humanidad, una fiebre persistente que, según los momentos, ha alcanzado mayores o menores niveles de intensidad. Por no ir muy atrás, en vísperas del año 2000 tuvo un episodio breve y chusco en el anuncio, comercialmente interesado, de que ese guarismo provocaría la locura de todos los ordenadores y con ello la paralización de los sistemas bancarios, la navegación aérea, la distribución de electricidad y muchas otras cosas.No fue así, como sabemos los que conservamos cierta memoria.

Tras los desvaríos totalitarios y las tremendas matanzas del siglo XX, era muy deseable que el XXI transitara por el camino de la razón, la libertad y la concordia, pero, de momento, no está siendo así. Ya en susprimeros compases, el espectacular atentado terrorista que en 2001derribó las Torres Gemelas de Nueva York fue explotado ideológica, política y mediáticamente para alimentar la tóxica idea de que entrábamos en una nueva guerra mundial, una que enfrentaba a Occidente y el islam, la cruzada contra la yihad. O estabas con el Estados Unidos de George W. Bush, incluidos los vuelos secretos de la CIA, las torturas de Guantánamo y las aventureras invasiones de Afganistán e Irak, o estabas contra él. No había otra alternativa, se nos predicaba.

Retransmitido en directo por todas las cadenas de televisión del planeta, y con audiencias multimillonarias, el 11-S resultó clave en la transición de los medios de comunicación a la primacía del espectáculo apocalíptico en detrimento de la información ponderada. Estaba claro: el miedo era extraordinariamente comercial, la gente no levantaba la vista de sus receptores si se les ofrecían en bucle imágenes espantosas y comentarios estremecedores. Como para entonces la televisión en vivo y en directo ya era el principal medio de comunicación, los demás–diarios, radios y el naciente Internet– siguieron su ejemplo.

Un Halloween eterno

Desde entonces vivimos mediáticamente en una permanente Noche de Valpurgis, en un Halloween eterno. Los medios apenas hablan de otra cosa que no sean crímenes espeluznantes, catástrofes naturales, angustias económicas, guerras en curso o potenciales, y siempre acentuando que todos y cada uno de ellos son hechos terribles, históricos, trascendentales, irresolubles, apocalípticos. Sin darnos la menor tregua, no sea que apaguemos la pantalla y nos dediquemos a lo nuestro, esto es, a intentar vivir sin otro miedo que el miedo al miedo en sí mismo, que diría Franklin Delano Roosevelt. En los últimos años las televisiones se han convertido en un auténtico No-Do del Apocalipsis. Encadenan con manifiesto arrebato la pandemia del coronavirus, el volcán de La Palma, la crisis de suministros, la viruela del mono, el precio de la electricidad, la guerra de Ucrania, la inflación… Y, como vivimos en un mundo global, si hoy no tienen nada terrorífico en la agenda nacional que llevarse al telediario, hacen que el becario busque en las agencias internacionales a ver si hay un mortífero choque de trenes en India o algo así.

A mucha gente le gusta tener miedo, está claro. La literatura y el cine de terror siempre han tenido su público, como lo han tenido el Tren de la Bruja y las atracciones de feria semejantes. El miedo produce un cosquilleo masoquista que a no pocos les resulta placentero. El miedo impulsa a no tener que afrontar las fatigas de la libertad y preferir refugiarse en la seguridad de la tribu primigenia bajo el mandato dealguien rudo y fortachón.

En el miedo generado por la exageración y el sensacionalismo de los medios han encontrado los políticos de la derecha y la ultraderecha un inagotable fondo de comercio en lo que llevamos de siglo XXI. Es este miedo el que explica los triunfos de los Trump, Bolsonaro y compañía, el auge de los Orbán, Le Pen, Abascal, Meloni y compañía. Miedo al inmigrante musulmán, que ha ocupado en el imaginario europeo el papel secular del judío. Miedo al peligro amarillo: el día que China despierte el mundo temblará. Miedo a la pérdida de la hegemonía del macho. Miedo, en definitiva, a la libertad, la igualdad y la fraternidad.

El miedo impulsa a no tener que afrontar las fatigas de la libertad y preferir refugiarse en la seguridad de la tribu

Es difícil que los progresistas prosperen en un clima de terror, porartificial que este sea. Los progresistas basan su acción en el optimismo de la voluntad de los Jefferson, Gandhi, Roosevelt, Mandela y compañía. Menos la muerte, todo puede arreglarse si la humanidad desea arreglarlo y pone manos a la obra. Hasta podríamos haber hecho menos grave la crisis climática si hace tres o cuatro décadas hubiéramos comenzado en serio a abandonar nuestra dependencia del petróleo, el gas, el plástico y el cemento, si hubiéramos protegido de verdad el aire, los mares y los bosques. Pero no, dicen las derechas, la crisis climática no existe, es un invento de los rojos, los verdes, las feministas y los LGTBI.

¿No les llama la atención a ustedes que, de todas las supuestas crisis gravísimas del pasado verano, la derecha y ultraderecha españolas, y sus medios afines, es decir, casi todos, ignoren la más real, grave y duradera, la única que sí puede poner en peligro la existencia de la humanidad? En su debut en la escena política nacional, el pasadoseptiembre, en el Senado, Alberto Núñez Feijóo no la mencionó ni una sola vez. El cacique gallego vino a decir que todo iba mal, que España está tutelada por los etarras, que el actual Gobierno social-comunista es el culpable de todos los males mundiales y que las cosas se arreglarían de un plumazo si él estuviera en La Moncloa porque bajaría los impuestos a las grandes fortunas y empresas. Pero Feijóo no dijo ni una sola palabra sobre los tremendos calores, los devastadores incendios y las sequías africanas del verano español y mundial. No hizo ni una sola propuesta sobre cómo intentar combatir el calentamiento global.

Salvo al parecer en materia de crisis climática, y ello porque afrontarla reduciría los beneficios de algunos de sus principales patrocinadores, la derecha es ontológicamente pesimista y catastrofista, piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Su Edad de Oro siempre sesitúa en el ayer, por eso son conservadores y hasta reaccionarios. Para la derecha, si las hoy cosas van mal es porque los rojos se empeñan en hacer cambios a lo de toda la vida. Incluyendo en lo de toda la vida a la desigualdad de las mujeres o el Toro de la Vega.

Este verano la derecha y la ultraderecha españolas se han autorretratado. Cuando el Gobierno de Sánchez propuso tibias medidas para reducir el gasto energético, se pusieron como una moto. ¡Menuda ocurrencia tienen los rojos al pretender que los escaparates de los comercios no estén encendidos toda la noche como un árbol de Navidad en una mansión de La Moraleja! ¿Y qué decir de su empeño en que los centros comerciales bajen un par de grados el aire acondicionado? Estas cosas, gritaron, sí que son gravísimos ataques a la libertad, a la única libertad que importa, la empresarial.

Queridos amigos, no se engañen: la derecha preserva en democracia lo esencial del poder incluso cuando gobiernan los socialdemócratas, como ocurre ahora en España. Suyos son los empresarios y los banqueros, y asimismo la mayoría de los medios de comunicación y de los jueces, policías y militares. Pero también es cierto que a la derecha le jode no tener también en sus manos el poder ejecutivo. Así que desea recuperarlo ya, ahora mismo. A cualquier precio. Si este precio produce daños, ya lo arreglarán ellos, que dijo Montoro.

Volcanes y cubitos de hielo

La derecha sabe que el miedo es un potente instrumento para que el lagane las elecciones. ¿Es esto lo que quería decir Rajoy con su enrevesada frase “cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor”? No lo sé. El Demóstenes de Santiago de Compostela siempre fuetan enigmático como perezoso. Lo que sí sé es que las derechas políticas y mediáticas han querido amargarme todos y cada uno de los días del pasado verano. Convertían en una tragedia que abría telediarios una carestía temporal de cubitos de hielo en gasolineras y supermercados. Insistían tanto en recordarme lo del volcán de La Palma que un día tuveque mirar al Veleta que se yergue sobre el barranco del Poqueira para comprobar que no arrojaba humo. Daban tanto la tabarra con la viruela del mono que me vi obligado a recordarme que yo no tenía relaciones sexuales arriesgadas. Y machacaban tanto que íbamos a tener un invierno dificilísimo por culpa de la guerra de Ucrania que repasé mi vida y concluí que de peores había salido. Incluido vivir sobre el terreno alguna que otra guerra.

Salvo en materia de crisis climática, y ello porque afrontarla reduciría el beneficio de algunos de sus principales patrocinadores, la derecha es ontológicamente catastrofista

Por no hablar de la matraca estival de las cadenas privadas de televisión sobre la supuesta existencia de una plaga de robos enviviendas y okupaciones de propiedades privadas. Matraca que, según los datos policiales y fiscales, no se corresponde en absoluto con la realidad, pero crea un clima de inseguridad que conduzca a la contratación de pólizas de empresas como Securitas Direct y Prosegur. Las mismas, qué casualidad, que riegan con su publicidad las arcas de las susodichas cadenas. No te creas lo primero que te digan los sospechosos, sigue la pista del dinero, recomiendan los clásicos del género noir.

Pero no consiguieron su objetivo: robarme el verano. Releí la prosacompleta del gran Juan Gil-Albert, escribí algunas cosillas, paseé y nadé todo lo que pude, conversé largo y tendido con mis amigos en torno a unas cervezas en la plaza del pueblo. Mis preocupaciones se redujeron a lo importante: mi bienestar y el de los míos, gastar poca luz, reciclar todo lo que pude, planear cómo hacer más eficaz energéticamente mi vivienda alpujarreña, pensar en cambiar mi vehículo por otro menoscontaminante… Y reafirmarme en que el disfrute epicúreo de la vida no es en absoluto contradictorio con luchar por una vida mejor para todos, como pensaba Gil-Albert y tantos otros de mis maestros.

Sé que los agoreros, los malajes, los infaustos, los cenizos, los malafollás están de moda. Sé que uno tiene muchísimo más eco en los medios si anuncia sin ton ni son catástrofes inminentes y terribles. Sé que el Milenio, el Apocalipsis, el Armagedón, el Ragnarok, el Día del Juicio Final y demás ahora cotizan alto en el mercado. Y tampoco se me escapa que algunas profecías siniestras pueden terminar cumpliéndose por el mero hecho de formularlas sin hacer nada para impedirlas (pienso en Ucrania). Sin embargo, no soy apocalíptico, para qué voy a mentirles. Lavida es bastante impredecible y por ello siempre hay razón para laesperanza.

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