La discusión migratoria se incendia en la UE mientras los centros de deportación avanzan para ser realidad

La derecha y la extrema derecha azuzan el avispero migratorio en Europa. Las últimas propuestas del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, siguen el camino emprendido hace años por dirigentes de Francia, Reino Unido o Hungría cuya pendiente no ha dejado de agravarse en la búsqueda de una Europa fortaleza, cristiana y conservadora alejada de sociedades multiculturales. Según el húngaro Orbán, “una vez que permites entrar a los migrantes, las consecuencias son irreversibles” y “en los colegios en Viena, Munich o París” el futuro está “lejos de ser prometedor”.

Lejos queda la polémica generada hace quince años por el entonces presidente galo, Nicolás Sarkozy, cuando llamó racaille, chusma o escoria, a los jóvenes de segunda o tercera generación que protagonizaban las protestas de las banlieues francesas. Hoy, en las calles de Londres o La Haya miles de personas marchan con consignas xenófobas o contra las comunidades musulmanas de sus propias ciudades y a favor de las expulsiones de migrantes y el cierre de fronteras. 

Mientras el ambiente se caldea en las calles o lo hacen importantes dirigentes europeos subidos a atriles parlamentarios o en medios de comunicación, en Bruselas el debate migratorio se ha ido endureciendo desde el inicio de la nueva Comisión Von der Leyen. Y ahora en la UE parece estar maduro para aprobar controvertidas medidas como los centros externos de deportación y mismo la participación de Frontex, la agencia europea de fronteras, en las expulsiones.

Los halcones migratorios se imponen

Desde que la Comisión propuso en marzo un Sistema Común para Retornos, con nuevas normas para deportar migrantes y demandantes de asilo dentro del Pacto Migratorio, el debate avanza sin freno. Bruselas recogía una medida descartada en la crisis de refugiados, en 2015 y 2016: los llamados “hubs de retorno”. Estos centros en países que no son de la UE por los que supuestamente habría pasado el migrante y adonde sería expulsado gracias a acuerdos bilaterales entre un Estado Miembro y un tercer país ya se negocian entre los 27 y una mayoría de gobiernos los acepta.

Además, justo antes del verano la Comisión Europea planteó eliminar el requisito de que los migrantes tuviesen un vínculo con el tercer país de los centros de deportación. Coincidiendo con esa vuelta de tuerca, a finales de mayo un grupo de nueve países, liderados por el gobierno socialdemócrata danés y el ultraderechista italiano, denunció en Bruselas que la Convención Europea de Derechos Humanos protege a los migrantes criminales e impide su rápida expulsión de la UE.

Ahora Dinamarca ostenta la presidencia rotatoria del Consejo de la UE y en su capacidad de piloto acaba de proponer al resto de socios comunitarios reforzar el mandato de Frontex, la agencia fronteriza europea, para trabajar con terceros, incluyendo la posibilidad de transferir migrantes fuera de territorio comunitario. Esta posibilidad no entra en sus actuales normas, aunque como Human Right Watch y numerosas ONGs han denunciado como mínimo la agencia europea llevaría años realizando labores de vigilancia y detección de embarcaciones en el Mediterráneo central para que la Guarda Costera de Libia se encargase de abordarlas.

“Al alertar a las autoridades libias sobre embarcaciones que llevan migrantes, sabiendo que esos migrantes serán devueltos a régimen de tratamiento atroz, y pese a tener otros opciones, Frontex es cómplice del abuso”, denunció Judith Sunderland, la directora para Europa de HRW. Según Sunderland, Frontex “no usa la tecnología e información a su disposición para asegurar que esas personas son rescatadas adecuadamente y puede desembarcar en puertos seguros”.

El gobierno danés plantea que en este mes de octubre los ministros de Interior de los 27 discutan el posible papel de Frontex en la supervisión de los centros de deportación, encargada de acelerar esas expulsiones y mismo organizar “los retornos desde terceros países a otros terceros países”, según el documento interno que ha circulado estos días en Bruselas, saltándose así cualquier análisis en los países de tránsito sobre las demandas de asilo y la situación de esas personas.

Socios como Países Bajos avanzan por su cuenta, como antes hizo Italia en Albania con un modelo precursor en el que se basó la Comisión Europea. La Haya cerró hace sólo unos días un acuerdo con Uganda para desarrollar un centro de deportación en su territorio donde los demandantes de asilo rechazados serían recluidos temporalmente hasta volver a sus países de origen. Según el ministro neerlandés de Migración, David van Weel, el objetivo es “poner bajo control la migración, aunque los datos oficiales del país muestran que en 2024 hubo un 16% menos de demandantes de asilo respecto a 2023. Pero la coalición liderada por el Partido de la Libertad del ultraderechista Geert Wilders impone su agenda.

Orbán incendia la discusión migratoria

Con gobiernos o coaliciones afines en Italia, Hungría, Países Bajos, Eslovaquia, Bélgica o Chequia, la ultraderecha está crecida en la UE y presiona a los gobiernos disidentes. El primer ministro húngaro Viktor Orbán lleva semanas en un enfrentamiento dialéctico contra Suecia dentro de la más amplia guerra contra Bruselas y las políticas de la UE sobre las políticas migratorias.

El enfrentamiento comenzó con una disputa entre el húngaro y el primer ministro Ulf Kristersson, y ahora es ya está enconado entre los dos gobiernos, aunque Kristersson pertenezca al Partido Moderado, miembro de los populares europeos, y gobierne en una coalición con los Demócratas Suecos, una formación nacionalista y derechista que en el Parlamento Europeo se encuadra en el mismo grupo que los Fratelli italianos de Giorgia Meloni o los ultracatólicos polacos del PiS. La cercanía ideológica no ha evitado el enfrentamiento entre dos modelos de integración.

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Todo empezó cuando Orbán disparó que mientras “el gobierno húngaro nos da lecciones sobre Estado de derecho, redes criminales explotan a niños suecos como asesinos en un país que una vez fue conocido por el orden y la seguridad y ahora está colapsando”. Kristersson denunció que “eran mentiras indignantes” y que Orbán “está desesperado ante las próximas elecciones húngaras”.

El enfrentamiento verbal subió de tono al amplificar Orbán el debate con un vídeo de imágenes de 2015 en Alemania y el discurso de la entonces canciller Angela Merkel dando la bienvenida de refugiados sirios. El montaje se acompañaba de trenes saturados, campamentos de tiendas en las calles, las marchas de miles de personas por al campo hacia la UE para concluir con los trabajos de construcción de vallas fronterizas en Hungría. Desde entonces, Orbán ha ido colgando en redes sociales vídeos de peleas urbanas, robos y montajes gráficos de Alemania o Suecia, país donde denuncia que hay miles de redes criminales lideradas por migrantes.

Kristersson respondía con una larga carta en la que recuerda el apoyo sueco a Hungría durante la invasión nazi, el rescate de parte de su población judía, la ayuda cuando la URSS aplastó la primavera húngara del 56 y la acogida de miles de sus disidentes para terminar reprochando que ahora Orbán sea socio de Vladimir Putin a cambio de su petróleo. Las espadas siguen en alto entre ambos dirigentes y los gobiernos europeos porque el próximo verano entrará en vigor el Pacto Migratorio y de Asilo de la UE y los halcones migratorios afilan sus cuchillos para seguir cerrando las fronteras europeas.

La derecha y la extrema derecha azuzan el avispero migratorio en Europa. Las últimas propuestas del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, siguen el camino emprendido hace años por dirigentes de Francia, Reino Unido o Hungría cuya pendiente no ha dejado de agravarse en la búsqueda de una Europa fortaleza, cristiana y conservadora alejada de sociedades multiculturales. Según el húngaro Orbán, “una vez que permites entrar a los migrantes, las consecuencias son irreversibles” y “en los colegios en Viena, Munich o París” el futuro está “lejos de ser prometedor”.

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