El dinosaurio todavía estaba allí

Álvaro Tato: "El papel de la cultura es clave para la superación de este trauma colectivo"

El escritor, dramaturgo y actor Álvaro Tato.

La de Álvaro Tato (Madrid, 1978) solía ser una vida en gira. Con su compañía Ron Lalá, de la que es uno de los fundadores, ha recorrido España y otra veintena de países atesorando éxitos de público y crítica. Da cuenta de ello el Premio Max a la Mejor Empresa de Artes Escénicas, recibido en 2013; o el de Mejor Espectáculo Musical en 2017 por su Cervantina, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Para dicha compañía ha realizado múltiples versiones, al mismo tiempo que ha reunido su obra dramática en Siete otras vidas(Antígona, 2018).

Pero su producción va más allá de las tablas. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado varios poemarios: Vuelavoz (2017), Zarazas. Coplas flamencas reunidas (2015), Gira (Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2011) o Cara máscara (Premio Hiperión 2007). Su nuevo libro de poesía podría abrir ya está lista, pero la pandemia ha provocado su retraso. Como también ha puesto algo de freno a esta vida en constante movimiento que, no obstante, nunca se ha detenido del todo. Queda claro a continuación al dar cuenta, dentro de esta sección en la que diversos creadores explican su punto de vista sobre las consecuencias de la pandemia, de las múltiples iniciativas en las que ha participado durante estos meses.

Pregunta. ¿Cómo ha pasado profesional y creativamente el confinamiento?

Respuesta. Sin parar de leer y escribir, tomando el encierro forzoso como una especie de "huelga japonesa" creativa. E impartiendo mis clases en línea, encuentros, entrevistas y conferencias, tratando de adaptarme a esta bidimensionalidad nueva y rara. En cuanto a la actividad profesional y empresarial, como casi todo el mundo, viviendo en equipo las inquietantes dificultades de sobrevivir a corto plazo entre ERTE, peticiones de ayudas y créditos, reuniones urgentes... y tratando de imaginar soluciones a un presente extraño y a un futuro incierto.

P. ¿Cree que lo vivido en estos meses le ha cambiado? ¿De qué manera?

R. Creo que esta experiencia nos ha sacudido a casi todos en lo profundo. Cuando los cimientos se remueven todo cambia. Aún es pronto para saber si a mejor o a peor, si será una actitud pasajera o permanente, pero me siento mucho más alerta ante la realidad que nos rodea (y las versiones con las que nos la muestran) y mucho más consciente de los vínculos, de los afectos y de la fugacidad de la vida.

P. En estos meses de enclaustramiento y "nueva normalidad", ¿ha cambiado la relación con su propia imagen pública, y en particular con las redes sociales (si es que tiene)?

R. Este proceso de digitalización y bidimensionalización pandémica ha traído como resultado una "presencia en fantasma", en diferido, de todos nuestros familiares y amigos, de carácter paradójico: muchos nos hemos sentido más lejos y a la vez más cerca de los demás que nunca. En medio de este shock colectivo emocional generalizado, el impacto de no poder vernos ni tocarnos (ni olernos ni apenas comunicarnos de viva voz por las mascarillas/mordazas impuestas) para quienes nos dedicamos a un arte vivo, ya sea música, danza, teatro, etc., es enorme y radical. En mi caso he intentado tomármelo con humor; después de las semanas de encierro me surgió crear Confesiones desde el confín del confinamiento, una especie de vídeo-ensayo (junto a Rocío Arce y David Ruiz) para poder reflexionar desde la fase cero, en caliente, aún con esas emociones a flor de piel. Además tuve que adaptarme a la necesidad de reunirnos y trabajar en equipo a través de una pantalla... y no dejar de pensar en medios para evitarlo, es decir, para recuperar cuanto antes y con la mayor seguridad posible (en Ron Lalá llegamos a explorar la posibilidad de realizar teatro sobre un camión de orquesta, con los espectadores en sus coches, a modo de autocine) la quintaesencia de lo que considero un acto fundamental, una primera necesidad de las sociedades humanas: el arte del encuentro en vivo, el presente compartido.

P. ¿Y cree que el mundo a su alrededor ha cambiado de una forma profunda, más allá de las alteraciones obvias?

R. No me considero capaz de emitir un juicio tan amplio como el que propone esta pregunta. Me resulta imposible desarrollar una respuesta que no suponga un cúmulo de obviedades no contrastadas. De momento escucho, leo, trato de pensar, busco una posición crítica equidistante entre el optimismo ciego de unos y el pesimismo apocalíptico de otros, y formarme una opinión lo más sensata posible sobre este mundo extraño y nebuloso.

P. Las artes escénicas se han visto paralizadas durante meses y la gran mayoría de los teatros siguen cerrados. ¿Cómo imagina el futuro del sector a medio plazo?

R. Temo un futuro oscuro y difícil para nuestro sector, y estoy convencido de que es preciso trasladar a la opinión pública que el papel de la cultura es clave para la superación de este trauma colectivo; la cultura es alivio, placer, consuelo, grito, comprensión, crítica... Hace unas semanas emitimos en redes un comunicado (en nombre de Ron Lalá) que resume mi posición al respecto. Creo que la cultura es un bien de primera necesidad, que forma parte de la cura y no de la enfermedad, que sus espacios y profesionales propician un entorno seguro y que los festivales de verano que han podido celebrarse (como el Festival de Olite y el de Almagro, por ejemplo) son la prueba de que debemos y podemos reabrir los telones cuanto antes.

P. El mundo del libro, como otros muchos, también ha sido afectado, aunque quizá no en tanta medida. ¿Qué panorama cree que le espera?

R. Supongo (quizá es una esperanza) que a medio plazo el sector del libro sufrirá un impacto económico y laboral menor al de las artes escénicas, ya que el propio soporte (su movilidad y su condición de objeto físico) favorece la recuperación paulatina tras el tremendo batacazo de la primavera. En mi caso, mi nuevo libro de poesía iba a presentarse en las fechas de la Feria del Libro de Madrid y decidí, junto a mis editores, aguardar unos meses, por si la Feria puede finalmente celebrarse en otoño. En cualquier caso no me cabe duda de que, aunque se demore un poco, ofrecer poesía, novela, pensamiento, teatro... a una sociedad tan asustada, desestructurada, empobrecida, enlutada e inquieta, es de alguna forma (y en esencial medida) un bálsamo, una breve luz en la niebla.

P. ¿Se ha planteado en algún momento escribir algo relacionado con las experiencias de estos meses? ¿Cree que es demasiado pronto, o que la literatura y el teatro tienen el deber, de alguna forma, de contar también esto?

R. Durante el confinamiento he realizado una versión completa en verso de Edipo Rey de Sófocles; creo que es una tragedia profundamente actual que nos habla sobre el descubrimiento de la identidad a través de la pandemia, y también sobre la lucidez y la piedad colectiva en circunstancias extremas. Creo que es baladí considerar que sea tarde o pronto para crear obras en torno a lo vivido; habrá quien perciba esa urgencia o emergencia y habrá quien la rechace. El arte corre por dentro del tiempo. Es completamente inevitable que el arte mute, cambie, se modifique con respecto a los acontecimientos del presente. Surgirán miles de libros, obras y piezas en torno a la pandemia; quedarán, como siempre, las que sinteticen las emociones, pensamientos y sentimientos en una forma expresiva que las haga inolvidables y eternas. En medio de los días de confinamiento, para una masterclass en línea en la ESAD de Castilla y León, estuve buscando en mi biblioteca los ecos de grandes encierros (confinamientos, prisiones, asedios, sitios, guerras,etc) en la literatura clásica... y me di cuenta de que prácticamente todas las grandes obras y autores de la cultura literaria europea han pasado por una experiencia similar. Desde el calabozo de Cervantes hasta la peste londinense de Shakespeare, desde la Tebas de Edipo hasta la Florencia del Decamerón, desde el lamento de Antígona al de Segismundo, la privación de la libertad y la calamidad colectiva han supuesto los ejes de las grandes obras.

P. ¿Ha aprendido algo de la crisis sanitaria y de la cuarentena que no hubiera aprendido de otra forma?

R. He aprendido (y desaprendido) tanto que aún no puedo contestar a esa pregunta salvo con un verbo: he aprendido a dudar.

P. Si tuviera que inclinarse por una opción: de esta, ¿saldremos mejores o peores?

R. No creo en dicotomías. Saldremos, supongo, tan paradójicos y contradictorios como siempre, capaces de lo mejor y lo peor, perdidos en nuevos laberintos.

P. ¿Y tiene alguna certeza sobre qué será clave para superar la crisis? ¿Cuáles cree que deben ser nuestras prioridades o nuestros valores fundamentales en estos momentos?

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R. No dispongo de certezas, credos o axiomas a los que aferrarme en estos momentos. Solo dudas y preguntas. Pero creo (más allá y más acá, por supuesto, de la prioridad sanitaria y social) que para afrontar esta crisis necesitamos juicio crítico, sentido común, sentido del humor, valentía, sensibilidad, prudencia, respeto, cultura... y buena suerte.

P. ¿Qué le ha servido a usted, personalmente, para seguir a flote en los peores momentos del confinamiento y la crisis sanitaria?

R. La gimnasia, el amor, la música, la risa y la poesía.

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