'Necesidad de una política de la Tierra. Emergencia climática en tiempos de confrontación'

Necesidad de una política de la Tierra. Emergencia climática en tiempos de confrontación

Antxon Olabe

Necesidad de una política de la Tierra. Emergencia climática en tiempos de confrontación es la nueva obra de Antxon Olabe. Con ella pretende abordar una de las problemáticas que se hallan en el punto de mira internacional: la crisis del cambio climático y las consecuencias devastadoras que está teniendo en nuestro planeta. Entre ellas, nos relata la desaparición del mar de hielo en el Ártico, Groenlandia y la Antártida, el deshielo del permafrost siberiano, la disminución de la capacidad de sumidero de carbono de bosques y suelos, el posible colapso de la Amazonia o la degradación de los bosques boreales son algunos de los procesos que, hoy en día, tienen más de realidad que de ficción.

El mundo se encamina hacia un nuevo orden de la energía y la crisis del clima no ha hecho más que poner en evidencia que se trata de un problema cultural, un modo de estar en el mundo propio de una civilización que ha concebido su relación con la naturaleza, la Tierra y su biosfera en términos de dominación y depredación. infoLibre publica a continuación la introducción de Necesidad de una política de la Tierra. Emergencia climática en tiempos de confrontación , libro editado por Galaxia Gutenberg que llegará a las librerías el próximo 7 de septiembre.

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La especie humana, Homo sapiens, ha caminado sobre la Tierra una minúscula fracción del tiempo de existencia del planeta, 300.000 años con respecto a 4.600 millones de años. A lo largo de ese tiempo profundo, poderosas fuerzas geológicas y cosmológicas han provocado estados planetarios radicalmente diferentes al que la humanidad ha conocido desde su amanecer en las sabanas africanas: dos episodios de casi completa congelación, incluyendo mares y océanos; periodos de calor extremo que dieron lugar a un mundo sin hielo en los polos; oxidación masiva de la atmósfera que creó las bases para las formas de vida aeróbicas (dependientes del oxígeno); reorganizaciones de las masas continentales a lo largo de centenares de millones de años; cinco extinciones masivas de diversidad biológica por causas naturales y, sin embargo, al mismo tiempo una extraordinaria evolución de las formas de vida desde los organismos primitivos más sencillos hasta la complejidad y variedad alcanzada en los últimos millones de años.

En ese mundo cambiante, la vida, el más asombroso y fascinante de los fenómenos conocidos del cosmos, ha perdurado de forma ininterrumpida a lo largo de 3.800 millones de años, resistiendo y evolucionando incluso en los entornos más inhóspitos (por ejemplo, los mencionados episodios de glaciación extrema). La vida es tenaz, perseverante y resistente. Algunos organismos entran en un letargo próximo a la muerte durante muchos años y retornan sanos una vez que las condiciones ambientales vuelven a serles favorables. Por eso es importante no llamarse a engaño: si la desestabilización del clima no se reconduce de manera adecuada no será «el planeta» el que estará en peligro, sino nosotros, Homo sapiens, por no haber sabido preservar el entorno ecológico favorable que nos ha permitido desarrollarnos y prosperar. Es decir, el cambio climático supone una amenaza existencial para nuestro mundo, el mundo que ha permitido el florecimiento de la civilización humana a lo largo de los últimos 11.600 años, el Holoceno.

La colisión con los límites ecológicos planetarios, de la que la crisis climática es su expresión más urgente, nos obliga a mirar más lejos, a abarcar con mayor amplitud espaciotemporal las fuerzas motrices que hemos desencadenado. Siete mil ochocientos millones de seres humanos y una economía global que crece de forma imparable desde la Revolución industrial son fuerzas motrices formidables que han reconfigurado nuestro planeta. Las presiones e impactos derivados de esa transformación han comenzado a deshacer las costuras ecológicas del sistema Tierra. Una humanidad que se encamina hacia los 9.600 millones de personas en 2050 ha de transitar inexorablemente hacia un replanteamiento de su relación con la Tierra, de lo contrario, se adentrará en un proceso autodestructivo del que la COVID-19 sería un importante aviso.

Dicho replanteamiento debería implicar cambios sociales, culturales, de estilos de vida, jurídicos, filosóficos, espirituales, además de económicos y tecnológicos, y se lo podría denominar transformación ecológica de alcance civilizatorio. Su eje central habría de girar sobre una autocomprensión renovada de las relaciones entre los seres humanos y el sistema Tierra del que formamos parte. En términos ecológicos y siguiendo la formulación del ecólogo Odum, se trata de transitar desde una fase inmadura de dominación y destrucción de la biosfera hacia una etapa madura de preservación y protección del ecosistema global (límites ecológicos planetarios), como condición ineludible para garantizar nuestra supervivencia y bienestar a largo plazo. Esa sería la función principal de una política de la Tierra.

La ciencia del clima ha alertado desde hace más de cincuenta años sobre el efecto desestabilizador en la química de la atmósfera de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los avisos y las alarmas han sido constantes, sobre todo desde 1990, fecha del primer informe de síntesis del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). La desatención que el asunto recibió durante demasiado tiempo en la mayoría de las principales capitales ha provocado que, en la actualidad, el margen de maniobra sea considerablemente menor que si se hubiese reaccionado de forma responsable ante los primeros mensajes del IPCC.

Entre 1990 y 2019, las emisiones de gases de efecto invernadero se han incrementado un 58 por ciento, por encima de lo que preveían los modelos más pesimistas en los años noventa. El aumento medio de la temperatura de la atmósfera respecto a la existente en tiempos preindustriales (1850-1900) ya ha alcanzado los 1,1 grados. Un incremento persistente por encima de 1,5-2 grados podría provocar efectos en cascada como consecuencia de la activación de procesos de retroalimentación positiva en el sistema climático. La desaparición del mar de hielo en el Ártico, las pérdidas masivas de hielo en Groenlandia y la Antártida, el deshielo del permafrost siberiano, el debilitamiento de la capacidad de sumidero de carbono de bosques y suelos, la creciente respiración bacteriana de los océanos, el posible colapso de la Amazonía, la degradación de los bosques boreales, etcétera, son algunos de los procesos que podrían verse afectados.

Traspasados determinados puntos de inflexión, se activarán dinámicas de cambio en los subsistemas mencionados y en otros, lo que reforzará el aumento de la temperatura, un aumento que, a su vez, incidirá sobre dichas dinámicas generando bucles de retroalimentación positiva, reforzando la desestabilización climática. En otras palabras, franqueado de manera persistente el mencionado umbral, la desestabilización del sistema podría no detenerse hasta encontrar, pasados varios siglos o milenios, un nuevo estado de equilibrio en el que la temperatura media de la atmósfera sería 5-6 grados superior a la actual. Los científicos lo han denominado trayectoria/escenario Tierra Invernadero. La última vez que ocurrió algo así en nuestro planeta fue hace 55 millones de años y los caimanes merodeaban por los polos. Sería el colapso de nuestro mundo tal y como lo conocemos. Esa es la razón principal por la que la desestabilización del clima representa una amenaza existencial para la humanidad (Steffen y otros, 2018).

Como parte de la respuesta a la emergencia climática la transición hacia un nuevo orden de la energía ya está en marcha. El fuerte apoyo que las energías renovables han recibido por parte de las políticas públicas, así como su fabricación a gran escala, ha permitido que dichas tecnologías sean hoy día más coste-eficientes que las tecnologías fósiles en la generación eléctrica y se disponen a serlo en la movilidad y en la edificación. Cruzado ese umbral de competitividad, la propia dinámica del mercado, junto con el horizonte de neutralidad en carbono aprobado por ciento cuarenta países (incluyendo la totalidad de las grandes economías), ha hecho que el sistema fósil, a pesar de seguir representando la mayoría de la energía primaria global, haya iniciado ya una curva de declive a largo plazo de carácter estructural.

Al mismo tiempo, a partir de 2017 la contención hacia China ha pasado a ser el eje definidor de la política exterior de Estados Unidos y la invasión rusa de Ucrania y la consiguiente guerra han señalado un punto de inflexión en las relaciones entre Europa y Estados Unidos con Rusia, relaciones que se han adentrado en una dinámica de choque frontal (no militar). Dicho contexto de rivalidad no va a favorecer acuerdos climáticos cooperativos entre las grandes potencias, a diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, en 2014 con el acuerdo alcanzado entre los presidentes de Estados Unidos y China previo a la cumbre del clima de París (2015). En un marco de rivalidad estratégica las potencias tienden a instrumentalizar también sus posicionamientos climáticos en función de consideraciones de política exterior y seguridad. Sin embargo, por otro lado, el actual contexto geopolítico de confrontación refuerza la importancia de la independencia energética de los países, ya que a la dependencia se la considera una vulnerabilidad que afecta a la propia seguridad nacional. Dado que las exportaciones de petróleo y gas se utilizan como vectores de poder, los países importadores (Europa, China, India, etcétera) buscarán acelerar su transición hacia sistemas basados en energías renovables dado su carácter autóctono.

El libro se divide en tres partes. La primera explica las características y consecuencias de la crisis climática. Con cada actualización por parte del IPCC, los mensajes han sido cada vez más alarmantes. Impactos que en los años noventa se creía que podrían ocurrir a mediados de este siglo XXI ya se están manifestando. Se argumentan las principales razones por las que la crisis del clima es el asunto que debe definir nuestro tiempo, tal y como lo han afirmado los tres últimos secretarios generales de las Naciones Unidas, Kofi Annan, Ban Ki-moon y António Guterres. El análisis de los impactos se aborda no sólo a nivel global sino también territorial por medio de una selección que incluye Oriente Medio y Norte de África, el subcontinente indio, China, el Sahel y África Occidental, América Central y el Caribe y la Europa del Sur.

La segunda parte se centra en la geopolítica climática desde el convencimiento de que la respuesta a la crisis sólo prosperará si las principales potencias hacen de ello una prioridad nacional e internacional. Tal y como se ha mencionado, las grandes potencias se han adentrado en una dinámica de rivalidad estratégica, en consecuencia, la lógica del poder, la lucha por la hegemonía y las políticas de suma cero amenazan con ocultar con su densa niebla la prioridad que demandan las urgencias climáticas y ecológicas de la Tierra. Se analiza el horizonte energético y climático de China, Estados Unidos, Rusia, India y la Unión Europea, potencias que conjuntamente son responsables de más de la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, por lo que su papel resulta decisivo a la hora de reconducir la situación. Son, además, actores centrales del sistema energético y sus posicionamientos respectivos son variables clave en la evolución de dicho sistema.

La tercera y última parte del libro analiza el alcance y la relevancia de la transformación del sistema energético global. Desde la Revolución industrial, las energías fósiles han formado la espina dorsal del sistema económico. Una vez que las tecnologías renovables son ya más coste-eficientes en el ámbito de la generación eléctrica, el proceso de cambio se ha vuelto imparable. El mundo se encamina hacia un nuevo orden de la energía y las repercusiones de esa transformación son numerosas y muy importantes. Asimismo, se analiza la necesidad de conducir el sistema climático hacia lo que las Ciencias de la Tierra denominan un valle de estabilidad, con la finalidad de mantener el incremento de la temperatura media global en 1,5 grados. Y este objetivo sólo será viable si se alcanza la neutralidad mundial en carbono para 2050 y la del resto de los gases de efecto invernadero poco después.

'Las doce vidas de Alfred Hitchcock'

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El mensaje final del libro es que la ciencia ha realizado la aportación crucial a la hora de explicar las causas de la crisis climática, sus consecuencias y su dinámica. Ahora bien, la respuesta pertenece a un ámbito diferente. Hace referencia a qué sociedad queremos, sobre qué valores aspiramos a construirla, en qué lugar situamos conceptos como justicia y equidad, qué mundo queremos legar a nuestros jóvenes, a nuestros hijos y a las generaciones venideras, qué importancia otorgamos a que desaparezcan cientos de miles de especies biológicas que comparten con nosotros la Tierra. En otras palabras, afecta al núcleo político y moral de nuestra sociedad, a nuestros valores como comunidad de hombres y mujeres libres que no sólo viven juntos, sino que comparten un destino común, es decir, a los fundamentos de justicia y equidad en los que se basan nuestras sociedades democráticas.

Por ello, la respuesta a la emergencia climática planetaria es la lucha decisiva de nuestro tiempo, la que definirá a nuestra generación como la respuesta a los totalitarismos definió el siglo XX (Tony Judt). Pertenece al linaje de las grandes movilizaciones políticas y sociales que tuvieron lugar en los últimos trescientos años, tales como la prohibición de la esclavitud, la conquista de las libertades y la democracia, la desaparición de los imperios coloniales, la carta de los derechos humanos, la lucha contra el racismo y por los derechos civiles, la construcción del Estado social europeo, los históricos logros de la igualdad de género... Por ello, se equivocan quienes tratan de acotar la respuesta a la crisis climática al ámbito instrumental de la tecnología y/o la economía.

El mensaje es claro: no podemos permitir que nuestros jóvenes, nuestros hijos y las generaciones venideras hereden un mundo climáticamente devastado. Los gobiernos de las naciones tienen el deber de preservar el clima de la Tierra, ya que, como representantes de los intereses de la sociedad, no pueden permanecer impasibles ante su deterioro irreversible. El objetivo de 1,5 grados es irrenunciable. El día de mañana se juzgará a nuestra generación por la actitud con la que afrontamos esta amenaza existencial. Si la comunidad internacional no es capaz de reconducir la crisis del clima, el futuro que entregaremos a los jóvenes y a las generaciones venideras será «un mundo en llamas». No lo podemos aceptar. Esta es la lucha decisiva de nuestro tiempo.

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