¡La banca siempre gana! Helena Resano
Desde 1979 el objetivo de las distintas administraciones de EEUU ha sido el cambio de régimen y el fin de la República Islámica. El régimen teocrático de los ayatollahs –surgido del aplastamiento del movimiento popular democrático que acabó con el Shah de Irán, principal peón, con Israel, de los intereses imperialistas en Oriente Próximo– ha supuesto el principal obstáculo para su control de Oriente Medio. La ocupación humillante de la Embajada de EEUU en Teherán, la guerra Irak-Irán y las dos guerras del Golfo, el apoyo a los movimientos islamistas de la región, hasta conformar un “eje de resistencia” opuesto a Estados Unidos, Israel y Arabía Saudí, han visto aumentar una confrontación existencial por el control geopolítico de la mayor zona de producción de hidrocarburos del mundo.
Frente a los Acuerdos de Abraham de la Administración Trump –la normalización de Israel en la región y su alianza con las monarquías petroleras–, el régimen de los ayatollahs iraníes ha intentado en nombre de un anti-imperialismo islámico reaccionario erigirse en contrapoder regional. Pero ha sido incapaz de sostener el embate. Su economía ha sido bloqueada por las sanciones, la opresión interna ha ido erosionando su base social entre los jóvenes, las mujeres y los trabajadores, y ha sufrido derrotas estratégicas en Irak, Siria, Líbano y Gaza, con la caída del régimen de Al Assad y la derrota de Hamás y Hizbollah. Los asesinatos selectivos israelíes de militares y científicos nucleares han destapado la corrupción e infiltración en sectores decisivos del régimen teocrático.
El ataque de Hamás el 7 de octubre contra Israel y la respuesta genocida del Gobierno Netanyahu contra Palestina han creado las condiciones militares y políticas para hacer posible ese cambio de régimen buscado por Washington desde hace décadas.
El ataque de Hamás contra Israel y la respuesta genocida del Gobierno de Netanyahu contra Palestina han creado las condiciones militares y políticas para hacer posible ese cambio de régimen buscado por Washington desde hace décadas
Fue la primera Administración Trump la que denunció los acuerdos de control nuclear de Obama y los países europeos con el régimen de los ayatollahs. Teherán se ha mantenido dentro del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) y, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) –que mantiene una delegación permanente en Irán–, cuenta con 408,6 kg de uranio enriquecido al 60%, que podría convertir en uranio para armas nucleares con un 90% de enriquecimiento en un período de uno a tres años. El coste en términos de sanciones económicas sería enorme y ello explica que, hasta hace unas semanas tras el ataque israelí, el régimen de los ayatollahs se haya mantenido en el TNP y en los límites de producción de uranio de uso civil inspeccionados por la OIEA. Además, Irán no cuenta con sistemas de lanzamiento capaces de instalar ojivas nucleares.
Muy distinto es el caso de Israel que, con ayuda primero de Francia y después de EEUU, ha desarrollado una fuerza de represalia nuclear de unas 90 ojivas y que exige no solo su reconocimiento fáctico como potencia nuclear sino también el monopolio de esa capacidad en toda la región de Oriente Medio.
La confluencia de circunstancias políticas y militares, la falta de respuesta internacional al genocidio de Gaza, la presión del Gobierno de extrema derecha de Netanyahu por sus propios intereses estratégicos, ha acabado decantando la decisión de la Administración Trump de atacar las facilidades nucleares iraníes y confiar en un desplome del régimen de los ayatollahs antes de que el conflicto se extienda a todo Oriente Medio y afecte no solamente a la producción y transporte del petróleo y el gas, sino a la estabilidad de las monarquías petroleras del Golfo. Es decir, los ataques de Israel y EEUU continuarán y se ampliarán irónicamente en nombre de prevenir la escalada.
Quizás sea ya una ingenuidad recordar que el ataque de Israel y EEUU contra las instalaciones nucleares iraníes viola la Carta, las resoluciones y cuantas convenciones especializadas existen de Naciones Unidas, además del derecho humanitario. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha advertido con toda claridad del peligro real que existe de un accidente nuclear como el de Chernobyl de 1986 y llamado a un cese inmediato de las hostilidades.
Lejos de crear las condiciones internas de una revuelta popular contra el régimen teocrático, los ataques de Israel y EEUU harán resurgir el nacionalismo y el ánimo de venganza de la guerra contra Irak, ahogando las voces críticas de mujeres, jóvenes y sectores reformistas. En cualquier caso, ni los restos de las élites monárquicas ni de los Mujahedin-e-Khalq (Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán, en el exilio albanés tras haber luchado con Sadam Hussein) suponen ninguna alternativa. Y las izquierdas aún no son capaces de superar la terrible represión del régimen.
Más guerra, más genocidio, más inestabilidad, más fanatismo es lo que espera a Oriente Medio. Muy lejos de las promesas de la primavera árabe y de la revuelta de las mujeres iraníes.
A los demás nos toca exigir el fin inmediato del genocidio y los bombardeos, el cese de las hostilidades, el respeto de la Carta y las resoluciones de Naciones Unidas y la convocatoria bajo su patrocinio de una Conferencia de Paz y Seguridad de Oriente Medio, capaz de acordar la solución de dos Estados, la desnuclearización de la región y frenar los intereses imperialistas en Oriente Medio.
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Agustín Santos Maraver es diplomático, ha sido Embajador de España ante la ONU (2018-2023) y es el portavoz de Sumar en la Comisión de Exteriores del Congreso de los Diputados.
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