‘Men', el miedo a los señoros en un 'mansplaining' para 'dummies'

Imagen de 'Men', de Alex Garland.

Una mujer llega a la casa que ha alquilado por Airbnb y la recibe el dueño, un tipo algo extraño e incómodo que le enseña las instalaciones con un aire inquietante. La situación con la que da comienzo Men no tiene nada de excepcional, y menos en estos meses de viajes, pero con el paso de los días la mujer descubrirá que esa casa de campo, incomunicada y apartada, oh, sorpresa, no es el lugar más seguro y apacible para una escapada.

En su tercera película como director tras Ex_Machina y Aniquilación, Alex Garland vuelve a partir de una premisa convencional para acabar explorando terrenos muy cerebrales y cargados de significados. Demasiado cargados, esta vez: si bien esta es una película de terror entretenida y visualmente arrebatadora, tiene el problema de anularse a sí misma con sus intenciones alegóricas.

Harper, la protagonista interpretada por una etérea y sugerente Jessie Buckley, ha escogido esa casa para lidiar con la tragedia de haber presenciado el suicidio de su pareja, un hombre con problemas mentales con el que estaba intentando cortar. Con tan mala suerte que su lugar de retiro acaba siendo asediado por hombres amenazantes que quieren perseguirla, espiarla, agredirla y abusar de ella. Todos esos, digámoslo, señoros están interpretados por el mismo actor caracterizado de distintas formas, un divertidísimo Rory Kinnear (aquel pobre alcalde que tenía que trajinarse a un cerdo en el primer episodio de Black Mirror). Es como si Garland tuviera miedo de que su mensaje pudiera no entenderse a pesar de haber titulado así la película: sí, lo pillamos, los hombres somos un peligro para las mujeres.

Sería una idea interesante si el guion se esforzara en explorarla realmente, o una película más divertida si no se tomara tan en serio a sí misma. Es difícil no comparar Men con las dos cintas dirigidas por Jordan Peele, Déjame salir y Nosotros, en las que el cómico estadounidense ha utilizado el terror con mucho talento para plantear temas sociales a partir de fábulas muy evidentes; pero Peele lo hacía con un sentido del humor que le falta a Garland para evitar que sus metáforas acaben pareciendo ridículas.

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Más allá de ese subtexto (el sub realmente sobra) sobre la misoginia, un tema que Garland ya exploró de forma menos obvia en su debut como director, el guion peca de sobreexplicativo y comete el error de ir rellenando todos los huecos. Sobran los flashbacks que cuentan de forma redundante la historia de Harper y su exnovio y ralentizan la acción, y Garland no deja ni una pregunta sin responder, incluida esa última frase que pretende resumir de forma muy torpe una cuestión tremendamente compleja. Por no hablar de ese innecesario epílogo que cierra la puerta a cualquier duda o debate sobre el destino de la protagonista. Es raro ver una película de terror que se crea tan elevada e inteligente y sin embargo confíe tan poco en la propia inteligencia del espectador, al que se le mastica toda la información en uno de los finales más ridículos que he visto en mucho tiempo (aunque, eso sí, visualmente fascinante).

Porque en lo visual, Men está llena de imágenes cautivadoras y sugerentes. Como en Aniquilación, Alex Garland consigue aquí una extraña mezcla de belleza y terror y compone imágenes que oscilan entre lo alegórico (Harper entrando en un túnel como si se metiera en una boca gigante) y el “body horror” más literal en su tercer acto. Pero esa estilización, colorida y luminosa, resulta algo impostada y se olvida de lo que una buena película de terror necesita: la atmósfera. Es curioso que otra película reciente, La hija oscura de la debutante Maggie Gyllenhaal (y también con Buckley en su reparto), pudiera construir un ambiente mucho más desasosegante sin ser, en teoría, una película de miedo.

Casualmente Gyllenhaal es una mujer, como lo son las directoras de algunas de las películas de terror más interesantes y estimulantes de los últimos años: ejemplos como Babadook de Jennifer Kent, Una chica vuelve a casa sola de noche de Ana Lily Amirpour, The Love Witch de Anna Biller, la rarísima She Dies Tomorrow de Amy Seimetz, Saint Maud de Rose Glass, Relic de Natalie Erika James y por supuesto las dos de Julia Ducournau, Crudo y Titane, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2021. Muchas de ellas han podido darle otra vuelta de tuerca al género explorando de formas más o menos evidentes los diversos terrores intrínsecos a la experiencia femenina. No quiero decir que Garland no debiera hacer una película sobre el mismo tema solo por ser hombre (de hecho, ahí está la fantástica Under the Skin de Jonathan Glazer), pero desde luego le ha quedado una cosa algo risible y dolorosamente irrelevante.

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