MOVIMIENTOS SOCIALES

De Gaza al Nunca Máis o cuando la movilización social y la organización popular sí funcionan

Manifestación del 'Nunca Máis' el 1 de diciembre de 2002.

La movilización social en defensa de Palestina no nace con La Vuelta ni con Eurovisión. Ni siquiera con la ofensiva israelí que se ha agudizado en los últimos dos años. Históricamente, el tejido social no ha perdido de vista al pueblo palestino y no ha dudado en salir a la calle por sus derechos –fuera y dentro de nuestras fronteras–. Pero es ahora cuando mayor capacidad de movilización ha demostrado y cuando más impacto social, político y mediático ha obtenido. La organización de base y la movilización masiva ha sido capaz de generar debate, permear en la agenda política y hacer más visible el grito unánime por el fin del genocidio. A pesar de voces como la de Kaja Kallas, alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, quien expresó que medidas como la retirada de España de Eurovisión "van en la dirección del castigo" y por tanto "son erróneas".

La respuesta ciudadana podría llegar a ser una enmienda a la totalidad a un mantra: la idea de que la movilización social no funciona. No han sido pocas las veces en las que las calles se han revuelto para dar un golpe sobre la mesa, no sólo a través de la herramienta de la manifestación, sino también mediante huelgas, acciones antidesahucios e incluso procesos mucho más complejos como el que se produjo en suelo catalán a partir de la consulta por la independencia, tejida precisamente gracias a la organización popular que tendría su máxima expresión en los Comités en Defensa del Referéndum –más tarde, Comités en Defensa de la República–.

Sobre sus efectos, sobre si las movilizaciones han servido o no, el debate es de fondo. ¿Qué elementos son necesarios para afirmar que una protesta ha dado frutos? ¿Basta con un cambio legislativo, con una dimisión o un cambio político? ¿Es una protesta exitosa sólo si ha conseguido un cambio social profundo? ¿O debe ambicionar una transformación radical del sistema? Quizá las respuestas no sean nunca determinantes, pero una mirada a las últimas dos décadas puede arrojar algo de luz al debate.

El paradigma del 'Nunca Máis'

Diciembre quedaba inaugurado aquel invierno de hace veintitrés años con una marea de paraguas en la compostelana Praza do Obradoiro. La imagen era en realidad la expresión de un clamor que impugnaba la gestión política en torno a la mayor tragedia medioambiental en las costas gallegas. Bajo los paraguas sostenidos por cerca de 200.000 personas, tronaba un Nunca Máis que era mucho más que un lema. 

Lo recuerda Jorge Linheira, investigador de políticas culturales y coordinador del proyecto Unha gran Burla Negra. Creatividade popular e memoria do Prestige. En las raíces de la protesta, el experto entrevé resquicios de los movimientos ecologistas que brotaron durante la Transición, también del movimiento estudiantil que en aquel momento se expresaba a través de las protestas contra la Ley Orgánica de Universidades (LOU). "Todo ello, unido a una conexión con el sector cultural", precisa en conversación con infoLibre. "Las protestas fueron muy diversas y participativas, casi lúdicas", lo que las hizo especialmente accesibles para la mayoría. Un ejemplo nítido sería la cadena humana con más de 55.000 estudiantes que recorrió la Costa da Morte en enero de 2003.

Pero el principal motor se encontraba en el hartazgo por "la catástrofe en sí, la gestión política y comunicativa, y las mentiras". Fue, a juicio del politólogo, "la primera vez que en el siglo XXI la gente se dio cuenta de que el Gobierno mentía a la ciudadanía", una estela que rebrotaría después con episodios como el Yak-42 o el 11M. Para Linheira, fue un tipo de protesta que "anticipó ciertas formas de movimientos posteriores", como el coetáneo No a la Guerra.

También tendría un impacto político notable: el Partido Popular perdió su histórica mayoría absoluta y en junio de 2005 echaría a andar el primer gobierno bipartito de la historia de Galicia. Pero Linheira no es partidario de reducir su impacto al plano institucional. "Hay que cambiar el instrumento de medida y analizar a qué se llama éxito o fracaso. Todo lo que pasó cala en el imaginario democrático, cultural y medioambiental de la sociedad. Su éxito no tiene que estar necesariamente ligado a los resultados electorales: es una carrera de fondo y se avanzó mucho", zanja.

El 'No a la Guerra' que agitó conciencias

"Barcelona vivió ayer la manifestación más multitudinaria de toda su historia". Con estas palabras describían las crónicas del momento la protesta que un 15 de febrero de 2003 desbordó la capital catalana. En torno a 1.300.000 personas salieron a la calle aquel día para clamar contra la invasión de Irak. A unos cuantos kilómetros, en Madrid, la cifra de manifestantes alcanzó los dos millones. Un Pedro Almodóvar veinte años más joven leía en la Puerta del Sol –como leyó también esta semana los nombres de los niños palestinos asesinados por el genocidio israelí– el manifiesto que clamaba contra una guerra que se anunciaba inminente.

El historiador Francisco J. Leira, autor de El pacifismo en España desde 1808 hasta el No a la guerra de Iraq (Ediciones Akal, 2023), comenta con infoLibre que las raíces del movimiento pacifista son robustas en occidente y la izquierda española "siempre ha tratado de impulsar estos movimientos contrarios al imperialismo de Estados Unidos". "En España tenemos además una especie de culpa producto de la guerra civil, lo que hace que ante determinados acontecimientos violentos podamos tener una movilización mayor e incluso ser vanguardia", expone. A partir de ahí, se sumaron "todas las mentiras aparejadas a la justificación de la guerra, asumidas por España", pero también hubo que añadir el no de la OTAN, dando una sensación de "guerra ilegal". "Fue una guerra en la que entramos de la mano de EEUU y Reino Unido sin mucho sentido y basándonos en mentiras. Esa acumulación hizo que toda la sociedad saliera en masa a la calle".

Apenas un mes después, el mundo entero se haría eco de los bombardeos estadounidenses sobre Bagdad. España jugó un papel clave: frente a la protesta ciudadana masiva, un gobierno, el de José María Aznar, que estrechaba la mano del estadounidense George Bush y el británico Tony Blair en la célebre cumbre de las Azores. La guerra acabaría con la vida de los periodistas José Couso y Julio Anguita y dejaría una herida profunda en toda la sociedad española. El PP perdería las elecciones de 2004, marcado también por la gestión de los atentados del 11M en Madrid.

Pero el principal efecto, para el historiador, es que "en cierto modo agitó conciencias" en torno a "la capacidad que tenemos la sociedad para intervenir en decisiones gubernamentales y supraestatales". De alguna manera, prosigue, "esa movilización fue muy horizontal, los partidos no tuvieron mucho que ver y creo que eso inspiró a gran parte de la ciudadanía. Tal vez fue una especie de impulso a lo que luego pudo desembocar en el 15M".

"El 15M fue el gran intento de nuestra generación"

Pero siete años después, lo que removió a la ciudadanía era mucho más amplio: la acumulación de toda una serie de circunstancias que habían hecho del presente un lugar inhabitable. El 15 de mayo de 2011, medio centenar de ciudades se llenaron de un grito que señalaba directamente a las fallas de un sistema que no funcionaba. A las manifestaciones les seguirían las acampadas espontáneas que emergerían en distintas plazas. Si la cuestión pasaba por impugnar el propio sistema, ya no bastaba con una manifestación en los términos tradicionales. "El 15M supuso la primera movilización verdaderamente masiva en una larguísima temporada. Estamos hablando de un movimiento que marca una época y que es relevante no sólo por lo que supone después, sino por lo que es en sí mismo". Habla Julia Cámara, historiadora y militante en Anticapitalistas.

Para Cámara, lo que posibilitó que la protesta fuera masiva y que tantos segmentos de la población se sintieran interpelados, fue un cúmulo de circunstancias: "El momento concreto de gestación de las contradicciones del capitalismo, la proyección material que estaba teniendo la realidad de la crisis económica de 2008 y el hecho de que la reproducción de las clases medias parecía absolutamente quebrada". Este último punto es clave para entender el impacto político, social y mediático del movimiento: se produce una "entrada en la participación política de lo que se ha llamado después los hijos de las clases medias y esto hace que sea un movimiento muy bien posicionado comunicativa y públicamente", observa Cámara.

Toda esa masa crítica apunta directamente "al eje articulador del Estado: el régimen constitucional y político parido por el 78". Ese señalamiento no es abstracto, sino que "se relaciona con cuestiones que afectan a la vida concreta de las personas, por lo que apuntar a ese corazón hace que muchísima gente se sienta interpelada". En parte fue también una invitación a la participación política de forma activa de "toda una capa social" y ese fue, apunta la historiadora, uno de sus grandes éxitos: "Hubo un ensanchamiento de los ámbitos de lo político y lo politizable a escala social", si bien es cierto que "la mayoría de gente militaba antes", formula Cámara. Pero el 15M supuso también "el desmoronamiento del Partido Socialista", lo que genera "el espacio que permite la aparición de Podemos".

Pero a la hora de calibrar sus efectos, la militante se inclina no tanto por analizar el curso político que llegó después, sino "las posibilidades que se abrieron". Se produce, a su juicio, la materialización de "una serie de posibilidades que las izquierdas existentes en ese momento no fuimos capaces de aprovechar, no fuimos lo suficientemente inteligentes, no estábamos lo suficientemente organizadas, no fuimos lo suficientemente audaces para aprovecharlo. Para mí eso es lo importante: entender en qué nos equivocamos y qué no estuvimos preparadas para enfrentar, para abordar circunstancias históricas de similar carácter en el futuro". Conviene entender, remata, que el 15M "aspiraba a algo más amplio", más allá de reformas concretas o cambios legislativos. "Lo que demuestra el 15M es que sin movilizarnos a esa escala no se puede realmente intentar nada, demuestra que la posibilidad existe y ese es uno de los grandes legados. El 15M fue el gran intento de nuestra generación".

'El tren de la libertad' y el feminismo como "patrimonio cívico"

El 1 de febrero de 2014, un grupo de mujeres asturianas pusieron rumbo a Madrid. Querían salir a la calle para frenar la reforma legislativa que de la Ley del aborto pretendía hacer el Gobierno de Mariano Rajoy. "No teníamos edad para ir caminando, así que fuimos el tren", rememora al otro lado del teléfono una de sus impulsoras, la feminista Alicia Miyares. Pasarían a la historia como El tren de la libertad.

La propuesta de Alberto Ruiz-Gallardón, entonces ministro de Justicia, pasaba por recuperar el espíritu de la ley de supuestos de 1985, obligando a las mujeres a justificar su decisión de interrumpir voluntariamente su embarazo. "Tardamos exactamente un día" en tejer una respuesta, reconstruye Miyares. "Escuchamos a Ruiz-Gallardón anunciar que iba a llevar adelante el retroceso, así que las de Asturias llamamos a las de Madrid". Era un 23 de diciembre y el engranaje se puso en marcha. El tren saldría poco más de un mes después, con 150 sillones ocupados rumbo a la manifestación

El punto de encuentro fue Atocha. "Cuando salimos de la estación, no podíamos imaginárnoslo. Tomamos conciencia de que el feminismo, parte de su agenda, ya eran patrimonio cívico", asiente Miyares. "Muchas de las personas que se manifestaron, estoy segura, no se consideraban feministas. Pero estaban convencidas de que tenían que salir para defender un derecho". Decenas de miles de personas se congregaron en Madrid para respaldar las tesis feministas. "Todo jugaba a nuestro favor: la organización previa, el acompañamiento de los partidos y de los medios de comunicación, todo el tejido cívico. Por eso fue un éxito", recuerda la activista.

Las mujeres entregaron aquel primero de febrero un texto –escrito por la propia Miyares– dirigido a Mariano Rajoy. "Ninguna mayoría política, por muy absoluta que sea, está legitimada para convertir los derechos en delitos", asentían las feministas. Siete meses después, llegó el anuncio: el Gobierno renunciaba definitivamente a su propuesta. Ruiz-Gallardón dimitió como ministro y abandonó su escaño de diputado. "Pretendíamos que el Gobierno tomara conciencia de que no iba a ser fácil imponer un retroceso sobre derechos consolidados", subraya la también escritora y filósofa feminista, a quien el tiempo le ha dado motivos para recordar aquello como una victoria. "Fue muy importante para el movimiento feminista, pero también para tomar conciencia de que un retroceso en derechos nunca va a ser admitido por la ciudadanía".

La Manada y la pedagogía

Abril de 2018. Los jueces de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra describen un "escenario de opresión" en el que cinco hombres se prevalieron de su "superioridad" para someter a la víctima, utilizada "como un mero objeto, para satisfacer sobre ella sus instintos sexuales". Sentencia: delito continuado de abuso sexual.

La respuesta fue inmediata: organizaciones feministas de todo el país convocaron concentraciones frente a las audiencias provinciales, ayuntamientos y plazas de distintas ciudades. Señalaban ya no sólo a los violadores de La Manada, sino que ponían contra las cuerdas a una justicia que tildaron de cómplice. Tan sólo un día después, el Gobierno de Mariano Rajoy anunció que sobre la mesa estaba la propuesta de revisar el ordenamiento jurídico para la tipificación de los delitos de agresión sexual y abuso. Fue el primer paso hacia un cambio normativo que culminaría años después con la Ley del sólo sí es sí.

El proceso judicial se prolongó durante más de un año, hasta la sentencia por agresión sexual dictada en junio de 2019 por el Tribunal Supremo. En ese tiempo, las feministas no dejaron de salir a la calle con el firme objetivo de hacer entender a todos los poderes algo que ya había permeado en el sentir mayoritario: que lo sucedido en los Sanfermines de 2016 no había sido abuso, sino violación. Pero no sólo: las activistas llevaron a cabo un ejercicio de pedagogía que introducía en el debate público y la agenda política otras muchas cuestiones, como la idea del consentimiento y la revictimización de las mujeres en los procesos judiciales. Las movilizaciones fueron claves en lo que se vino a denominar la cuarta ola del feminismo.

Extra: lo que no se ve

Las grandes movilizaciones no lo son necesariamente por tamaño, sino por su impacto, sus efectos o las lecciones que dejan. Para muestra, la organización vecinal en barrios, pueblos y aldeas, ante conflictos que no suelen ocupar grandes titulares. Fue el caso del hospital de Verín (Ourense), inactivo durante los meses de diciembre de 2019 y enero de 2020 tras la decisión del Sergas de clausurar la sala de partos. La reacción fue masiva: la ciudadanía y el personal sanitario se dieron la mano y durante dos meses no dejaron de salir a la calle para evitar el cierre. La Xunta de Alberto Núñez Feijóo tuvo que rectificar. 

Otro ejemplo está en el desahucio de Casa Orsola, paralizado en enero de 2025 gracias a la acción popular. El movimiento antidesahucios es tal vez un paradigma de cómo la organización social es capaz de cosechar frutos. El del edificio barcelonés se convirtió en un símbolo por sus dimensiones, pero prácticamente cada día hay un grupo de militantes organizados dispuestos a poner su cuerpo para defender el derecho a la vivienda de sus vecinos.

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