23-F, el regreso del pasado

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José Manuel González de la Cuesta

Hace ya 42 años que una tarde de febrero se pudo escuchar en la radio la entrada a gritos de  un grupo de guardias civiles encabezados por un personaje que simbolizaba lo más oscuro de la historia de España, bigote incluido. Fue un momento de desconcierto absoluto, pues, aunque vivíamos con la Espada de Damocles del franquismo encima de nuestras cabezas, desde que muerto el dictador su corte no tuvo más remedio que aceptar una tímida apertura hacia la democracia, entrando en lo que se acabó llamando La Transición, que no fue otra cosa que la acomodación del franquismo a los nuevos tiempos que exigíamos los españoles, pero que, a pesar de su vigilancia cuartelera no pudieron manejar a su antojo.

“¡Se sienten, coño! “¡Al suelo!” O ese “a quien se mueva lo matamos y listo”, que se escuchó en un momento del asalto, son la síntesis de lo que pretendía aquel golpe de Estado, quién sabe si tratando de emular a otro en la mente de todos. Ahí se resume el miedo de la sociedad española ante la irrupción, otra vez, de los uniformados en su vida pública y privada. El temor de todos los que pensaban que la democracia había triunfado sobre ese fascismo castizo de Cara al Sol y “a Dios rogando y con el mazo dando”, y en esa tarde del 23 de febrero, de climatología agradable para la época, sintieron/sentimos que este país, castigado como Sísifo, estaba condenado a fracasar una y otra vez en sus anhelos de libertad.

Lo que realmente produce miedo es el lenguaje deslegitimador de la democracia. La insistente acusación de traición a la patria contra aquellos que ocupan el poder que cierta derecha, y no toda extrema, cree que solo les pertenece a ellos

Han pasado 42 años y aunque han cambiado muchas cosas, volvemos a sentir que la roca del antiguo griego vuelve a pesar sobre nuestra espalda. No porque las libertades estén en retroceso, sino porque el ideario moralista, retrógrado y falsario se vaya instalando en la conciencia de la sociedad, como si de un virus inoculado por los medios que lo jalean se tratase. Lo que realmente produce miedo es el lenguaje deslegitimador de la democracia. La insistente acusación de traición a la patria contra aquellos que ocupan el poder que cierta derecha, y no toda extrema, cree que solo les pertenece a ellos; las palabras gruesas, cargadas de maldad e intención, que solo tienen como fin el desprestigio de gobiernos e instituciones democráticamente elegidas, y la mentira como único argumento de debate, hacen que hoy la democracia esté en peligro y que los demócratas nos acordemos del 23-F de 1981, no como un recuerdo aciago del pasado, sino como una amenaza más real que nunca. Porque esta vez es posible que no hagan falta tejeros ni armadas para que el fascismo llegue al poder, si es que alguna vez lo ha perdido.  

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José Manuel González de la Cuesta es socio de infoLibre.

Hace ya 42 años que una tarde de febrero se pudo escuchar en la radio la entrada a gritos de  un grupo de guardias civiles encabezados por un personaje que simbolizaba lo más oscuro de la historia de España, bigote incluido. Fue un momento de desconcierto absoluto, pues, aunque vivíamos con la Espada de Damocles del franquismo encima de nuestras cabezas, desde que muerto el dictador su corte no tuvo más remedio que aceptar una tímida apertura hacia la democracia, entrando en lo que se acabó llamando La Transición, que no fue otra cosa que la acomodación del franquismo a los nuevos tiempos que exigíamos los españoles, pero que, a pesar de su vigilancia cuartelera no pudieron manejar a su antojo.

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