Abrazos

La maldita pandemia se ha llevado por delante, hasta el momento, a millones de ciudadanos en el mundo. Jamás conoceremos las cifras exactas de muertes agónicas, dolorosas, angustiosas, agravadas porque fueron vividas en soledad, sin la presencia siempre necesaria y vital de familiares y amigos. En muchos casos sin asistencia sanitaria mínima, en las calles (India, Afganistán, Perú, Guayaquil…). Como en las pestes que nos han precedido a lo largo de la historia.

La manera de morir durante esta “peste del siglo XXI” también ha puesto en evidencia las desigualdades insultantes que perviven en el mundo reflejadas, entre otras cosas, en las patéticas manifestaciones de antivacunas y negacionistas (un lujo “democrático” del mundo rico) mientras las bombonas de oxígeno se convertían en un bien escaso, inalcanzable, para la mayoría de la población del tercer mundo.

En medio de toda esta catástrofe hubo que “decretar” el fin de los abrazos. El abrazo es la mayor manifestación de cariño, afecto y amor que tenemos los habitantes de este planeta (al menos los occidentales), aunque éste, con el tiempo se haya devaluado.  

Jamás me he sentido más triste, más frustrado, más incompleto, al no poder abrazar a mis hermanos y familiares en mi última visita a Ecuador, por culpa de la pandemia.

Hay imágenes icónicas que nos ha dejado la maldita pandemia, como aquellos abuelos “abrazándose” a través del cristal frío de una ventana, pero ellos lo llenaban de calor imaginario, o la creatividad desplegada por los trabajadores de una residencia de mayores, cuando la pandemia nos dio una tregua, al inventar un artilugio de plástico para posibilitar unos “abrazos descafeinados” entre dos seres queridos que llevaban 18 meses sin tocarse. Ellos pusieron la imaginación de los abrazos sintientes. Todavía quedaba mucho para el abrazo entre el abuelo y el nieto.

Nos inventamos diversas maneras de saludarnos para evitar el contacto físico de las manos en los saludos protocolarios (contactos con los codos, la mano en el corazón, una ligera reverencia…). Cualquier cosa para evitar el contagio. Los abrazos tendrían que esperar y con ello la manifestación de cariño hacia los seres queridos.

Los abrazos volverán. Pero me temo que también volverán los abrazos falsos, los abrazos impostados, los abrazos de algunos políticos para la foto urbi-et-orbi que sellan encuentros vacíos, retóricos y hasta amenazantes.

Los abrazos de los políticos me irritan sobremanera porque han devaluado una de las manifestaciones más auténticas del cariño, del afecto, del amor. Ver a personajes que no se conocen de nada, a personajes que días atrás se han estado poniendo verdes, abrazarse para la necesaria foto de su carrera política o de la venta de humo en una sociedad donde la imagen lo es todo. Son los abrazos falsos. Abrazos irritantes

El abrazo que mejor ejemplificó y mortalizó el cinismo, la mentira y la puñalada política de la triste historia de la gran mentira, la protagonizaron un patético y decadente Leonid Brezhnev y el perrito más fiel de la ortodoxia soviética, Erich Honecker (Polonia). Lo que los comunistas de la URSS denominaban el “beso y el abrazo fraternal” era, según protocolo, la manera en la que dos líderes comunistas debían saludarse: Al gran abrazo debían seguir tres besos en las mejillas, pero el tercero podía sustituirse por uno en la boca, si la relación era “estrecha” y se quería enviar un mensaje de fraternidad a los pueblos hermanos.  

Es lo que más me incomodaba en mi época de responsable político. Lo pasaba mal, cuando no lo podía evitar, cuando se me habían agotado todos los recursos y triquiñuelas que utilizaba para evitar el abrazo impostado. Me sentía agredido en mi intimidad. Desposeído de mi capacidad de afecto. Incapaz de sentir al otro como cercano. Era el teatro de la representatividad.

Abrazos devaluados, como lo hemos devaluado todo. Como hemos devaluado las palabras; libertad, solidaridad, cambio, compañerismo, revolución…

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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