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Cuando se aburre el diablo mata moscas con el rabo

Felipe Domingo Casas

Llega el otoño y la lluvia y tormentas de septiembre refuerzan las hojas de los árboles, después de un verano tórrido en el que las perdían, y con la mirada ya puesta en los días finales del año en los que se multiplican las apuestas, “encaje” va a resultar la palabra más popular del año.

Sorprende que la popularidad de la palabra se deba a Feijóo, sin dotes de vate ni léxico imaginativo. El caso es que ahora no hay político, articulista, columnista, tertuliano o politólogo que no la mencione.

Vengo de una familia de comerciantes modestos, a la que la palabra “encaje” le resultaba familiar. En las primeras décadas del siglo XX, cuando no existía aún la confección, ni se habían inundado las pequeñas tiendas con el prêt à porter francés, el encaje tenía una acepción exclusivamente sastreril. La de sastres y sastras era una profesión muy demandada, sus miembros gozaban de gran reputación y los españoles escogían a los mejores profesionales para la confección de los trajes de los señores y señoras para sus fiestas patronales, las bodas y otros eventos sociales. El encaje añadía vistosidad, elegancia e incluso lujo a la confección, al patrón, al corte, aunque fuera inglés. “Para el bautizo, la madre se esmeró en hacerle un babero con muchos ringorrangos de puntillas, encajes y perifollos”( FReguera).

Con la gran industria textil que tuvo Cataluña, Feijóo no ha sabido trasladar en este mes a la situación política, donde él es el protagonista, esa tarea primorosa, difícil y delicada que Cataluña le demandaba. A pesar de tener al maestro de la costura en su tierra, no ha aprendido de Amancio Ortega cómo se hace encaje de bolillos, porque dedicó su tiempo a querer ser patrón de barcos. Su declaración de que “Cataluña necesita un nuevo encaje territorial en España” sin más explicaciones y, encima, pidiendo ayuda a Sánchez para ahormarlo, nos ha ofrecido un caramelo sin darnos tiempo a desenvolverlo y degustarlo porque inmediatamente se lo ha guardado en el bolsillo.

Si en ese momento no tenía claro el encaje, pero todavía muchos días para elaborarlo, podía habernos dicho que se iba a retirar unos días, por ejemplo, al Monasterio de Silos, con un montón de libros e informes para pensarlo, y desarrollar su propuesta en el discurso de investidura, cuyo protagonismo, como digo, le corresponde en exclusiva en este tormentoso mes de septiembre.

En vez de ello, el Partido Popular ha sacado del cuadrilátero sus dotes de buen encajador y ha trasladado el combate del Campo del Gas a Las Vegas, donde tiene más audiencia, con ayuda de Puigdemont y del “buenismo” de Francina Armengol. Tantos han sido los días que pidió y que la Presidenta del Congreso le concedió, que se está aburriendo, tan claro lo dice el refrán: “cuando se aburre el diablo mata moscas con el rabo”. En las mañanas de TVE, muy dados a contar los votos a favor y en contra, este jueves pasado han plasmado en pantalla: “El calendario de Feijóo de este mes de septiembre”, en el que, como es sabido, su esfuerzo por conseguir apoyos para su investidura se reducen a tres o cuatro contactos. Para ocupar el tiempo, le resultaba más entretenida Galicia entre ferias de ostras, percebes, mejillones y platos de pulpo. Es tal el drama, la tortura de Feijóo, que en ninguna ocasión anterior un candidato a Presidente del Gobierno ha estado tan cerca de lograrlo y tan lejos de conseguirlo. De ahí que se dedique a maniobras desesperadas. Porque desesperada  es la maniobra de convocar a una  “movilización cívica” dos días antes de exponer su programa de Gobierno cuando debiera estar concentrado (repito, Silos podría ser un buen lugar), como todo deportista, opositor de MIR, o estudiantes de exámenes hacen antes de sus pruebas decisivas, no digamos si es la oposición a Registrador de la Propiedad si es con menos enchufe que el que tuvo Rajoy. Antes que pedir que se retire, como han dicho Sumar y Marta Lois con cierta bisoñez, hay que exigirle que se prepare.

Tantos han sido los días que pidió y que la Presidenta del Congreso le concedió, que Feijóo se está aburriendo, tan claro lo dice el refrán: “cuando se aburre el diablo mata moscas con el rabo”

Por este desenfoque del momento y con Puigdemont en escena, la mayoría de políticos, analistas, columnistas y tertulianos coinciden en que la amnistía es el cordón umbilical sobre el que se anudará el encaje de Cataluña con el resto de España y viceversa. Todo gira alrededor de la amnistía, de tal forma que las posiciones a favor o en contra se han extendido, al mismo tiempo que se han agudizado.

Se ha extendido el número de partidarios a favor de su constitucionalidad porque muchos de los que dudaban de su encaje constitucional, ahora lo aprueban con naturalidad, (Xavier Vidal Folch: “Paz, piedad y perdón”. El País, 12/9 ), y otros muchos, incluso entre el pueblo llano. A su vez, se ha estrechado el número de los que están en contra y opinan que su inconstitucionalidad es categórica, con la particularidad añadida, si cabe, de que sus opiniones se han agudizado.

Así la de Felipe González y Alfonso Guerra. Dice Feijóo que todos los Presidentes del Gobierno, menos uno (Zapatero) se han opuesto a la amnistía. Que repase la historia y cuente bien. Si Suárez promulgó la Ley de Amnistía General de 1977, Aznar indultó a 15 terroristas de Terra Lliure para ganarse el apoyo de Pujol en 1996, aunque ahora lo esconda; si Zapatero y Sánchez están a favor, solo están en contra Felipe González y el titubeante Rajoy. En la noche del 12 de septiembre, oí a la portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura, María Jesús del Barco, con una mezcla de impetuosidad y nerviosismo, negar con rotundidad que la amnistía quepa en la Constitución al eliminar la separación de poderes inherente a ella y a la democracia. Volví a recordar sus violentas declaraciones contra la Ley del solo sí es sí y la petición de cese de Irene Montero. Difícil, muy difícil, que esta ley se aplique con ecuanimidad por muchos jueces. 

A propósito. Fue tal el éxito de la huelga general del 14D de 1988 que mi tocayo y quinto se cuestionó a sí mismo y pensó seriamente en dimitir. Cuando se hace una crítica, como en este caso, a la expulsión de Nicolás Redondo, hay que hacerla con argumentos veraces y no acudir a subterfugios. No estaría mal que Guerra o algún ministro de Felipe González corroborara este dato.

Xavier Vidal Folch, después de hacer una mención a la amnistía que prometió Manuel Azaña a los sublevados en 1938, de la que llevó a cabo De Gaulle por “fascículos” a los generales que se le opusieron por declarar la independencia de Argelia (“no hay nada que se seque más pronto que la sangre”) y los acuerdos de Viernes Santo en el Reino Unido, hace un fugaz análisis sociológico de la sociedad catalana, que, en parte, interpreto y acojo. Hay dirigentes que fueron condenados ya indultados con otros muchos ciudadanos comunes pendientes de juicio. “Hay que suturar esa asimetría”. Calcula Xavier en un millón el número de independentistas, la mitad aún seducidos por el unilateralismo rupturista, pero sin conductas ilegales. “Hay que rescatar a los empecinados para que vuelvan a contribuir a engrandecer el país". No dice de la otra mitad, pero Tomás de la Cuadra Salcedo, en otro artículo, habla de “los cambios de preferencias de los catalanes puestos de manifiesto en encuestas y en resultados electorales”. Podía ser ese otro medio millón. Quedan como caso singular Carles Puigdemont, sobre el que nadie se atreve a emitir una opinión. Ahí sí que la asimetría es mayor.

La probable amnistía “favorece solo a Sánchez y no a los españoles” son las últimas palabras que he oído a Feijóo. ¡Qué banalidad! Es la medida más conveniente y oportuna para suturar la brecha abierta en la convivencia entre los catalanes y entre los catalanes y el resto de españoles y viceversa. Si esto ayuda a que Sánchez se mantenga en la Moncloa, mejor que mejor.

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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.

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