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La bofetada

Jose Maria Barrionuevo Gil

Hace ya unos cuantos años, Francisco Umbral nos decía, más o menos, en su columna que “No era él el que nos pegaba”, cuando se refería al maestro. Aquel maestro de Enseñanza Primaria, en los años de la dictadura, nos pegaba por menos de nada. Había como una pulsión a arreglar las cosas por las bravas. Podemos recordar de aquellas escuelas más nacionalistas que nacionales, hasta el caso de un maestro del Primer Grado de entonces que, cuando un niño escribió una palabra con una falta de ortografía, le preguntó: “¿Por qué has escrito esta palabra así?”. El chaval le respondió: “No lo sé”. A renglón seguido y sin falta de ortografía, pero “sobra de autoridad” le dijo: “Pon la mano” y le dio un reglazo.

Otros casos se nos quedaron grabados para siempre, porque no nos cabía en nuestras pequeñas cabezas tanta violencia. Un caso que nos impactó especialmente fue que, no sabemos por qué, el maestro le pegó una paliza en medio de la clase a un chaval de Sexto Grado, en medio de la clase, entre las dos filas de pupitres. El chico caía sin querer sobre los pupitres. Ese niño ya no volvió más al colegio. Después nos enteramos de que el niño era huérfano. Tampoco nos enteramos nunca del sentido que podía tener aquella “horfandad” en aquellos años.

Otro caso, también del Sexto Grado, fue, que como se trataba de una Escuela Aneja a la Normal de Magisterio, en la calle Fresca, de Málaga, allí era donde los estudiantes de Magisterio iban a hacer sus prácticas. Un día, un práctico castigó a un niño y lo puso junto al balcón de la clase que daba a un patio interior. Cuando entró el maestro y vio al chaval castigado allí de pie, lo cogió por las patillas, lo alzó y no lo dejó hasta que el chaval cayó por su propio peso. Luego le dijo que abriera la mano y le entregó graciosamente, o gratis, los pelillos que le había sacado de las patillas.

Sin embargo “no era él quien nos pegaba”. Toda la sociedad española estaba imbuida de una violencia que estaba muy bien repartida, porque había para todos. Incluso pillábamos rasca los que habíamos nacido después de  aquella guerra incivil.

Hace más de cincuenta años, un profesor de Pedagogía, muy católico, pero que había sido castigado por el régimen, nos dijo en clase que: “La letra con sangre entra; pero con la del maestro”. Es el maestro el que es capaz de entender qué son las letras y el que debe saber el método adecuado para enseñarlas a cada uno, ya que todos somos diferentes. A unos las letras les entran jugando, a otros cantando, a otros estudiando, a otros a palo seco, pero sin palos...

En las redes, que cada día enredan más, se pueden leer cositas que parecen de la Caltiberia de hace años. Se justifican las bofetadas. No las que nos damos por la mañana para despabilar o darnos masajes en la cara, porque se nos irriga la tez y nos ponemos más guapos. Se habla y se justifica la bofetada de Will a Chris. Se lanza a los cuatro vientos que “hizo lo correcto”. Nosotros, que somos más de dos, sabemos y decimos que las palabras se desmontan con palabras. De hecho Will habló, pero violentamente también. Durante el paseíllo, a Will le dio tiempo para contar mucho más de diez y poder reconducir su respuesta, pero ya iba directo al cuerpo, aunque fuera el del delito. Una bofetada es tomarse la justicia por su mano (nunca mejor dicho). En los juicios no se dan bofetadas, sino que se dan razones. Defenderse no es atacar y menos con violencia, ya sea con palabras o con conductas. Will nos ofreció el menú completo. Ahí, muy cerquita, tenemos a Putin que se ha pasado más de tres pueblos y más de tres ciudades y, además, por la piedra y por las armas. Del famoso Tío Sam ya hasta hemos perdido la cuenta y, sobre todo, cuando se ha mostrado hipócritamente como adalid de la paz, ya que sabemos de muchos conflictos que ha ido amasando durante años y años y que todos vamos conociendo, porque su economía depende en gran medida del negocio de las armas. Un negocio (negación del ocio) que no nos deja tranquilos ni en nuestra casa, con tantas violaciones de los derechos humanos por los cuatro puntos cardinales.

En el deporte se puede decir que la mejor defensa es un buen ataque, pero, cuando no estamos jugando, las matrices mentales no deben ser las mismas, porque pueden saltar por los aires hasta las neuronas. Ahí cerca tenemos nuestro parlamento (con minúscula) con tantos insultos, que parecen ráfagas de improperios, que son verdaderas bofetadas discursivas, que llevan una velocidad de bala.

“Vos tenés la bala... yo, la palabra. La bala muere al detonarse... la palabra vive al replicarse” (Berta Cáceres, feminista hondureña y activista del medio ambiente, asesinada a los 44 años en 2016).                                                                                   

                                                                               

Jose Maria Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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