El brazo golpista de la Ley
La narrativa de Franz Kafka aborda peripecias humanas que, partiendo de conflictos individuales y colectivos, se adentran en complejas tramas dominadas por la ansiedad, la crueldad física y psicológica, la culpa, lo absurdo, la burocracia o las influencias espirituales desde un punto de vista existencial. Muestras magistrales son La metamorfosis, El castillo o El proceso. Su forma de pensar y escribir ha dado lugar al término “kafkiano” recogido por el DRAE: Dicho de una situación, absurda, angustiosa. Cuando Josef K., al final de El proceso, llega al extremo de sólo desear aligerar las tareas de quienes han convertido su vida en un angustioso laberinto de leyes y burocracia y poner fin al implacable proceso, asume como cierta la culpa desconocida que consume su vida y su persona.
Las vicisitudes padecidas por Josef K. pudieran parecer una irrealidad, un sueño indigesto, un imposible fruto de la febril imaginación de Kafka, algo kafkiano. Oscar Wilde apuntó una posible clave para comprender este universo al escribir en La decadencia de la mentira: “La naturaleza imita al arte” y “La vida es el espejo del arte”. Llevaba razón Wilde, no hay más que observar la práctica kafkiana de determinados jueces que ponen su desempeño profesional al servicio de una militancia política de derechas golpeando hasta el derribo a la Democracia. Siendo un ejemplo palmario, el camarada Peinado no es único ni lo peor.
No es producto de una imaginación privilegiada o entrenada, por más retorcido que sea el argumento, por más demenciales que sean los personajes, por más absurdas y angustiosas que sean las situaciones. Lo kafkiano está ahí fuera, en la vida cotidiana, en las noticias que a diario retratan lo que nadie se molesta hoy en disimular, lo que recoge el refranero en múltiples sentencias impregnadas de certeza, empezando por aquello de las varas de medir. La Justicia no es asunto de leyes, lo es de dinero y de poder: fue, es y será así.
En lo que va del siglo XXI, la Justicia ha destapado la naturaleza real de quienes la ejercen, en muchísimos casos profesionales con el carné en la puñeta y la militancia en la toga. El Constitucional, el Supremo, el Consejo General del Poder Judicial y otras instancias han escenificado un drama inconcluso que sobrepasa el universo Kafka y ha dado pie a una vil abundancia de gentes de leyes que, azuzados por la derecha y la extrema derecha, no dudan en postularse como golpistas de toga, maza, instrucción y sentencia.
¿Alguien se imagina a Josef K. acusado y acosado por facturas y cuentas bancarias falsas, porque una compañera coja en brazos a sus hijos o por denunciar el robo de un móvil? ¿Soportaría Josef K. la inquina de un juez que le exigiera demostrar su inocencia sin saber de qué lo acusa? ¿Cómo reaccionaría si una jueza planteara como atenuante la incitación y la excitación a su violador? ¿Qué pensaría si el juez le imputara las acusaciones de un soplón o de falsos rumores que circulan en la calle desde el más absoluto anonimato?
El acoso feroz y despiadado de buena parte de la Justicia a quienes no son de derechas contrasta salvajemente con la benevolencia cómplice hacia quienes sí lo son
El acoso feroz y despiadado de buena parte de la Justicia a quienes no son de derechas contrasta salvajemente con la benevolencia cómplice hacia quienes sí lo son, hasta el punto de asumir en sus instrucciones muchos postulados ideológicos de Partido Popular y Vox para alimentar el cañón con el que incesantemente bombardean al Poder Legislativo con la intención última y firme de derrocar al Poder Ejecutivo democráticamente elegido. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid es un ejemplo palmario, no el único ni el peor.
Definitivamente, una mayoría de la magistratura se ha venido peligrosamente arriba, sin importarle un ardite pasar a la historia como otra manada golpista de las que llenan las más negras páginas de la historia de España. Son conscientes de la prolija tradición golpista sufrida por la ciudadanía de este país, desde el golpe de Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, en 1677 hasta el oscurísimo episodio del 23 F. La tradición viene a completarse con otra siniestra: la implicación de la monarquía y la jerarquía católica en la mayoría de los golpes de Estado que han privado al país de la Democracia y el progreso disfrutados por gran parte de Europa. Tan arriba se han venido sus señorías que no sería de extrañar verlos teletrabajar mientras los detenidos esperan a ser puestos bajo su custodia.
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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.