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Librepensadores

Decálogo democrático

Jacinto Vaello Hahn

Estamos en una coyuntura de cambio político. Ante las demandas de recuperación social y democrática, y previendo que la presión crezca, desde el poder se construye un cuerpo compacto de legislación represiva, se utiliza a la Fiscalía como arma arrojadiza, se acusa y amenaza desde el Ministerio del Interior y, en suma, se degrada una democracia que es de por sí pobre desde su nacimiento en la Transición. Más aún, nuestra débil democracia tiene que desenvolverse en un clima social enrarecido, en el que la cultura y las instituciones dominantes explotan su fragilidad en lugar de contribuir a su fortalecimiento.

Para ilustrar esta situación de una manera más directa, podemos repasar diez ámbitos en los que se hace cada vez más urgente consolidar una cultura democrática consistente y duradera:

La corrupción. Merece el primer lugar por su relevancia actual. Tiene dos partes, corruptos y corruptores, cosa que no se puede despachar simplemente con un "como todos sabemos" porque en general se olvida. Y parece ser que se olvida para facilitar el empleo de la política como concepto basurero, en el que cabe toda clase de porquerías, incluida la corrupción, tratada como fenómeno social unidireccional en el que la otra parte no existe o al menos es eximida de responsabilidad. Se alimenta así el juego del descrédito de la política, que siempre interesa especialmente a quienes querrían mandar sin rendir cuentas. En la coyuntura actual, la corrupción es entendida como un mal social, pero antes de desatarse la crisis económica no existía un consenso en este sentido, lo que conduce a expresar el temor de que la ola de antipatía hacia la corrupción tenga la misma duración que la parte más dura y agresiva de la crisis.

El empresariado. Es la contraparte necesaria de los corruptos y nutre el amplio colectivo de los corruptores. ¿Por qué el imaginario colectivo nunca incluye en el empresariado a la panda de mediocres, tramposos, defraudadores, etc. y, a cambio, se lo identifica como un colectivo formado por emprendedores esforzados, creadores de empleo? Seguramente se debe a la eficacia de los instrumentos de propaganda empleados, que por cierto son muchos más de los que uno detecta en una primera mirada rápida al entramado institucional, sin olvidar el papel estelar de muchos medios de comunicación.

La política y los políticos. Superar la tentación de emplear las palabras "políticos" y "política" con una connotación peyorativa parece no estar al alcance de gran parte de la gente. Mientras no se aprenda a poner las cosas en su sitio, será imposible comprender la importancia de la política y se abusará del recurso fácil de echar todos los problemas en el mismo cajón, liberando de cualquier responsabilidad a los demás colectivos sociales de peso. Cuando se oye o se lee que los "políticos" han hecho tal o cual cosa reprochable, surge de inmediato la sospecha de que hemos designado al chivo emisario que nos facilita la autoexculpación.

La responsabilidad política. Seguimos sin enterarnos de que esta responsabilidad existe antes de cruzar el umbral de los tribunales de justicia. Esta actitud de confundir, deliberadamente, por cierto, la responsabilidad política y la responsabilidad jurídica no está prescrita en la Constitución ni forma parte de la práctica democrática de eso que llamamos "los países de nuestro entorno". Nadie en España la asume, salvo raras excepciones o, en algún caso notable, cuando se la puede utilizar como arma arrojadiza para enfrentamientos barriobajeros. Y no es aventurado afirmar que la asunción de responsabilidades está ausente en la cultura general de la sociedad, sea entre los políticos, los entrenadores de fútbol, los ciclistas o los padres de familias numerosas.

La democracia parlamentaria. El empeño en no asumir las reglas para beneficiarse de la ignorancia política dominante es un recurso habitual del stablishment. Construido el sistema electoral para asegurar la supremacía del bipartidismo, desde las alturas no se entiende cómo algunos pretenden, tras unas elecciones generales, actuar sin respetar los privilegios que se atribuye a la "lista más votada". De esa cultura forma parte la torpeza exhibida por quienes dicen negociar acuerdos, y se pasa a una exposición impúdica de medias verdades, mentiras manifiestas, confusiones semánticas (hablar, negociar y acordar se convierten en términos intercambiables), engaños a la galería, pases de prestidigitadores... Y quienes por un momento ejercieron sus derechos ciudadanos vuelven a las sombras del anonimato; el peligro reside en que en un momento dado y cansados de no verse representados, opten por permanecer allí ocultos.

La libertad de expresión. Dadas las circunstancias, hay que decir que se empieza por los títeres y se continúa con los humanos, aplicando la censura que creíamos desterrada. Sin necesidad de citar a Brecht por enésima vez, hay que recordar que las artes escénicas nos representan a todos, y si permitimos que caigan los primeros, luego venimos los demás. Por si fuera poco, ya nos están avisando de que a la próxima nos correrán por las calles a bastonazos. Demasiadas coincidencias en la persecución de opiniones y ficciones como para no ponerse en guardia y multiplicar la denuncia pública de tales dedicaciones.

La iglesia. Se apropia del territorio inscribiéndolo en los registros, de las libertades individuales administrándolas a voluntad y del estado manteniéndolo confesional. Hace poco tiempo conseguimos hacernos la ilusión de que todo esto formaba parte del pasado. Pues no. Podemos descubrir un día que el patrimonio nacional, es decir, del pueblo de este país, pertenece a la iglesia; que la infancia es una u otra según la voluntad del señor cura, que a veces descubre que el monaguillo está provocando; y que este estado aconfesional consagrado por la Constitución solo es una pantomima para ir tirando mientras esconden detrás las educaciones concertadas, las capillas en las universidades públicas y algunas otras cosillas.

La Justicia. En positivo, con las excepciones de rigor, solo podemos decir que agradecemos a un ministro del ramo haber soliviantado a la judicatura, parte de la cual convierte hoy en una realidad la ilusión de que la justicia es igual para todos. Pero hay aquí demasiado acumulado en siglos de monarquía absoluta o dictadura de cuartel como para que las cosas cambien plenamente en poco tiempo. Habrá que ir viendo, porque junto a algunas acciones propias de una justicia independiente, como la instrucción judicial contra los corruptos diversos y los juicios a algunos de ellos, reaparecen las manifestaciones más retrógradas: juicios a piquetes de huelga, a titiriteros, a concejalas díscolas... Habrá que estar atentos, a ver si se mantiene la tónica con gentes cuya variada alcurnia es una prueba de fuego para la igualdad ante la ley.

Los medios de comunicación. Con algunas notables excepciones, no queda más remedio que llamar la atención sobre la generalizada pobreza de los análisis políticos, en los que se mezclan los sarcasmos personales, las descalificaciones individuales, los insultos, las amenazas, las presunciones de profundidad que acaban en repeticiones aburridas de los mismos tópicos... Con frecuencia excesiva se sustituye el análisis político por la invectiva, bajo una inspiración que puede resumirse en disparo una descalificación y me ahorro la argumentación. Como se apela a la pereza del lector titulando de forma manipuladora noticias cuyo desarrollo luego va en otra dirección: el mensaje perdurable es el del título para un buen número de lectores. Mucho que andar todavía para alcanzar a esos medios modélicos de las democracias avanzadas. Y, de paso, a ver si intentamos una defensa de la lengua: ¡qué manera de destrozar el idioma castellano!

La monarquía. Parecía llegado el momento de asumir que los españoles somos ciudadanos, no súbditos, pero quienes se auto-atribuyen la defensa de la constitución y de la monarquía se encargan de aplastar cualquier tentación en tal sentido. Y, todo hay que decirlo, la propia institución muestra cierta propensión a caer en torpezas políticas, desatinos democráticos, silencios incomprensibles. Tenemos que seguir trabajando socialmente para alcanzar la mayoría de edad democrática, la condición de ciudadanos nos otorgará una fuerza de la que carecemos como súbditos.

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Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre

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