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Democracia mercantilista

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Arturo Tirador

“Señor Sánchez, durante su intervención no se ha referido a los muertos y eso es inmoral”. Esa frase, pronunciada por el líder de la oposición, el señor Casado, en el Congreso de los Diputados este pasado 22 de abril, refleja perfectamente su actitud frente a la pandemia: aprovecharse de ella para combatir al Gobierno.

Pero yo me pregunto, hablando de inmoralidades: si el objetivo prioritario del Gobierno es acabar con el coronavirus y el objetivo prioritario de la oposición acabar con el Gobierno, ¿no convierte esto de alguna manera a la oposición en un aliado del coronavirus?

La honestidad en ciertos políticos ni está ni se la espera. Una posible explicación a esta deficiencia moral, traducida en una mentalidad cainita, es que se trate de un mal intrínseco a los regímenes partitocráticos o democracias mercantilistas, entendiendo por mercantilismo un “espíritu mercantil o interés excesivo en conseguir ganancias en cosas que no deberían ser objeto de comercio”.

Mientras los partidos perciban a las sociedades fundamentalmente como mercados a conquistar y a los ciudadanos como objetivos para ganar cuota de mercado, difícilmente podrán evitar considerar a sus adversarios políticos enemigos y así, me temo, es prácticamente imposible ejercer una oposición honesta que ponga los intereses de la sociedad por encima de sus propios intereses partidistas.

Una práctica, por cierto, también ejercida por el Gobierno. Aunque este pudiera alegar en su defensa la presión insoportable a la que el covid-19 lo está sometiendo, un argumento por otra parte nada desdeñable, Pedro Sánchez no debe eludir su responsabilidad de cultivar con mimo las relaciones con el resto de fuerzas políticas e instituciones con el fin de generar confianza, todo un arte que requiere de una serie de habilidades –rigor, sinceridad, transparencia, respeto, humildad, generosidad, empatía– que haría bien en no descuidar.

Y digo esto porque todo apunta a que el Gobierno ha evitado hasta la fecha dar a la oposición una participación sustancial en la búsqueda y exposición de soluciones, probablemente porque aquella no se lo ha puesto nada fácil, pero quizás también porque ha considerado que dicha estrategia podría restarle protagonismo de cara a la galería.

Es decir, la falta de grandeza y el postureo por parte de unos y otros (unos más que otros: los hay quienes, en busca del aplauso fácil, exhiben su plumero sin ningún pudor) es demasiado evidente, un insulto a la decencia e inteligencia de la ciudadanía a la que representan y que se está comportando, en contraposición y en general, de manera ejemplar.

Para quien se vea tentado a buscar excusas fáciles donde no las hay, quiero aclarar que lealtad no implica mirar hacia otro lado o perder nuestra mirada crítica, pues aunque exista la mejor de las voluntades y las capacidades sean las que son (el Gobierno hace lo que puede, dadas las extraordinariamente adversas circunstancias), no todo se ha hecho bien.

Lealtad significa respetar la democracia y tener en todo momento clara cuál es, en plena crisis, la prioridad. Y esta no puede ser otra que colaborar activamente con quien la ciudadanía ha decidido con su voto ha de guiarnos durante esta difícil travesía y, si no se quiere cooperar, evitar al menos desanimar al pasaje y entorpecer la labor de la tripulación recurriendo para ello a aspavientos, injurias y acusaciones falsas, exageradas o fuera de tiempo y lugar.

Porque hay límites éticos y estéticos que ni siquiera en un ambiente viciado por un exceso de competitividad se debieran traspasar o corremos el riesgo (ya está pasando) de que mucha gente decente, desilusionada, deje de acudir a las urnas y que ese vacío de poder lo ocupen partidos políticos con escasa o nula sensibilidad civil cuyo objetivo camuflado (cada vez menos subrepticiamente) no es otro que el de cargarse la democracia. No olvidemos que esto mismo ya ha ocurrido en la historia con las consecuencias que todos conocemos. Seamos por tanto prudentes y no descartemos que pueda volver a suceder.

Quiero finalizar mi reflexión reconociendo el esfuerzo titánico que están realizando todas las administraciones públicas (a nivel local, autonómico y central) y sus correspondientes funcionarios. Damos por hecho que esto es así en todos los países del mundo, cuando no es el caso. Independientemente de los errores que se pudieran haber cometido, creo que es de justicia valorarlo y agradecérselo. Proyectar nuestras frustraciones contra el Gobierno sólo porque no viste nuestros colores no es el camino.

Arturo Tirador es socio de infoLibre.

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