Desinformación

Verónica Barcina Téllez

El prefijo des-, como todos, afecta al significado del vocablo al que precede. Atendiendo al DRAE, en su acepción primera, denota negación o inversión del significado de la palabra prefijada, lo que equivaldría, en el caso de información, a recibirla de forma tergiversada o incompleta. En ese sentido, es aplicable a la ola de bulos, manipulación y falsas noticias que fluye en la mayoría de los medios de comunicación, fuertemente dependientes de su financiación y de los agentes que la aportan. A la dependencia económica se suma la ideológica, más grave por entrañar una pulsión voluntaria para atentar contra los pilares éticos del periodismo como servicio público: objetividad, rigor e independencia.

Desde la crisis sobrevenida tras la aparición de nuevos medios y formas de comunicación, a raíz del acceso a internet, agravada con la aparición de los teléfonos inteligentes, el periodismo sufre una peligrosa agitación que amenaza con una convulsión social de insospechadas consecuencias. Lo que hasta finales del siglo XX fuera el cuarto poder, ha quedado reducido a una mera herramienta al servicio del poder económico y sus intereses.

La televisión, medio de cada vez menos masas, recurre al 'show business' y pone la actualidad en manos y bocas de bufones, caricatas y sus cortes tertulianas, relegando los informativos a burdos sainetes

En este panorama, por nostalgia de lo que fueron, en atención a las generaciones salientes y con la feroz competencia de redes sociales, blogueros e influencers, los medios intentan superar el difícil reto de reinventarse. La televisión, medio de cada vez menos masas, recurre al show business y pone la actualidad en manos y bocas de bufones, caricatas y sus cortes tertulianas, relegando los informativos a burdos sainetes entre una tóxica matiné y una sobremesa venenosa. Hay alguna excepción, no caigo ahora cuál, pero la hay, seguro. La radio es, quizás, el medio menos sufridor.

Por otro lado, la prensa escrita, otrora nutritivo fruto en kioscos, mostradores y salas de espera, trata de recuperar la costumbre de cobrar por la lectura, una vez que la publicidad decayópor culpa de internet y por méritos propios: ¿quién no recuerda cuando la Botín uniformó en 2015 las portadas de ABC, La Razón, El Mundo, El País, La Vanguardia, El Periódico y 20 minutos, los siete diarios de mayor tirada? El Santander se lo podía permitir, la prensa libre no (y lo hizo). El descrédito de los medios es irreversible. ¿Por qué pagar por panfletos de propaganda? En esta tesitura, la prensa chantajea al lector, con cookies y anuncios que impiden informarse, a cambio de una módica cantidad al mes o al año. Hay casos, cada día más, El País entre ellos, que no permiten leer ni los titulares (¿es legal?), pocos lo hacen para financiar cierta independencia: en la mayoría se trata sólo de negocio, la vieja codicia, sobre todo si las instituciones y el IBEX los riegan con opaca publicidad institucional y otras prebendas, ¿verdad, Inda?

Conviene recordar que la acepción segunda del DRAE para el prefijo des- indica privación, de la información en este caso, del Derecho Constitucional a la Información. Se puede entender la necesidad de un medio digno de obtener ingresos al margen del IBEX para mantener cierta independencia. Ahora bien, si la suscripción al mismo es asequible para una persona, ¿lo es en el caso de cuatro o cinco diarios? La respuesta es: no para cualquiera, sólo para rentas por encima de la media, como todo, como siempre. La suscripción a un solo medio impide contrastar las noticias y sin suscripción la desinformación es absoluta y obligada. Limitar las fuentes de información a Twitter, Facebook o Tik Tok es abrir la puerta a la desinformación, el bulo y la manipulación, al desastre. ¿Hasta qué punto se puede hablar de democracia en estas condiciones? La información es poder: así funciona la plutocracia.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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